jueves, 21 de marzo de 2019
CAPITULO 29
Si el circuito de Melbourne me sorprendió, el de la ciudad de Manama directamente me dejó sin habla. El autódromo Sakhir era un espectáculo en sí mismo, uno que me quitó el aliento pese a que la capital ya me había maravillado como pocas cosas en mi vida. El contraste de lo ultramoderno con una cultura milenaria hizo que mi experiencia de dos semanas atrás quedase relegada a un pasado que apenas si podía recordar. Con Suri, llevábamos cinco días en el país y, si bien él ya había estado allí en otras ocasiones, me confesó que, cada vez que venía, era como si chocase de frente con un mundo sacado de un libro de ciencia ficción... quizá debido a la arena blanca y a los impresionantes rascacielos de formas que negaban la existencia de la gravedad.
Vivir eso con la camisa de Bravío puesta resultaba impagable.
A pesar de que mi lugar de rutina era la cocina, trabajando de manera incansable, había tenido mis momentos de esparcimiento con el equipo, esos buenos ratos que pasaba con los mecánicos, incluso con Helena y el tímido Haruki, con Martin y con Kevin, cada vez que ellos podían escaparse cinco minutos para aparecerse en la cocina en busca de algo dulce.
De Pedro había sabido poco o nada desde que llegamos; allí, sus responsabilidades en lo referente a las relaciones públicas habían sido mucho más intensas que en Australia. Baréin no era solamente una competición automovilística, sino una puesta en escena de poderío monetario que no tenía parangón, al menos que yo supiera.
De cualquier modo, más allá del dinero, la ciudad era impresionantemente hermosa y, por suerte, con Suri y Helena, habíamos tenido dos días libres para hacer un poco de turismo.
Una de las postales más extraordinarias de ese lugar era el circuito al atardecer, cuando las luces se encendían en ese momento, justo en ese instante, para dar paso a la última tanda de pruebas del viernes.
—Entonces, ¿qué dicen las apuestas? —soltó Helena entrando en la cocina de un salto—. ¿Será nuestro chico o Martin?
Suri se dio la vuelta y la miró un poco mal, pero no verdaderamente enojado.
Helena fue hasta él y le palmeó un hombro para robarle a la vez un trozo de una fruta exótica que yo nunca había visto antes, hasta ese día, y que Suri cortaba en finas láminas. Helena se la llevó a la boca sin preguntar y, al instante, puso cara de asco.
—¿Qué es esto?
—No robes mi comida —la regañó con cariño.
—No me gusta.
—Nos hemos dado cuenta por tu mueca. —Reí.
—¿No quedará por ahí algún macaroon? —preguntó pícara.
Los había preparado yo para un cóctel que había tenido lugar más temprano, pasada la primera tanda clasificatoria. Fue más que nada una cuestión de relaciones públicas, pues Pedro y Haruki debían enseñar su rostro durante unos minutos y posar para unas fotos con los patrocinadores del equipo y del circuito. Los macaroons que tanto me había costado elaborar se evaporaron en un parpadeo. Si incluso había visto a Haruki comer un par, y
eso que él, al igual que Pedro, cuidaba mucho su alimentación.
Pedro no probó ni uno; de hecho, jamás comía nada de lo que yo preparaba; sólo ingería sus comidas especiales, de las cuales se encargaba Suri.
En esos días había oído demasiadas cosas sobre Pedro y todas denotaban una personalidad muy estricta, un tanto cerrada tal vez. Éste no solía salir con los mecánicos, se pasaba el día entrenando, no hablaba casi con nadie que no fuese su ingeniero de pista Otto, su novia, la italiana que seguía la categoría y a él a donde fuese, y Pablo, el director del equipo.
Por lo que me contaron, supe que él vivía principalmente en Mónaco, si bien tenía también casa en su Barcelona natal.
La mayoría lo consideraban muy pedante, por tener quizá demasiado asimilada y dada por sentada la afirmación que muchos repetían en el medio: que él era el mejor piloto desde hacía mucho tiempo. Si incluso había visto en YouTube una serie de extractos de ruedas de prensa en las que él se autoproclamaba como el mejor. Pedro no fallaba, Pedro no perdía, Pedro no se disculpaba ni pedía nada por favor.
Durante nuestra noche de cervezas después de la primera carrera, a Kevin se le soltó la lengua y me contó que la principal razón de su marcha del equipo había sido Pedro. Él, su prepotencia, sus malos modos, su tendencia al egocentrismo, su patológica necesidad de que todo girase en torno a él, y, según me explicó el holandés, era de esperarse que acabase así por el tipo de padre que tenía Pedro.
Éste lo había iniciado en el automovilismo con apenas cuatro años de edad y desde entonces había dedicado todos sus esfuerzos a que su hijo se convirtiera en el campeón que era entonces. Para bien o para mal, Pedro jamás
había tenido una vida muy normal. Kevin comentó que corrían rumores de que
su padre jamás le había permitido celebrar un cumpleaños con amigos, que lo obligaba a entrenar de manera constante y que no le permitía hacer ninguna otra cosa que no tuviese que ver con el automovilismo.
Si eso era cierto o no, lo desconocía, pero sí era evidente que, fuera cual fuese la vida que había llevado Pedro antes de llegar allí, ésta lo había
convertido en una máquina diseñada únicamente para ganar y eso lo comprobé
esa misma tarde, cuando tuve mis cinco minutos de felicidad al escaparme a los boxes otra vez de la mano de Érica; no por petición mía, sino por un ofrecimiento por su parte que me cogió por sorpresa. Cuando llegué a los boxes con ella, Pedro estaba entrando en su bólido; no supe si me vio o no, pero eso no fue lo importante... lo que sucedió durante sus primeras vueltas fue lo que me sorprendió. Esa vez, a diferencia de la anterior, en lugar de llevar tapones para los oídos, me facilitaron uno de los auriculares con intercomunicadores que utilizaba el resto del equipo y por eso lo oí gritarle a Otto un «déjame en paz, que sé lo que hago, por algo soy cinco veces campeón del mundo», cuando el ingeniero de pista le comentó que tuviese cuidado con las aceleraciones del motor después de la tercera curva.
Pedro no parecía muy dispuesto a aceptar recomendaciones de nadie, ni siquiera de Otto, quien, hasta lo que yo sabía, era uno de los pocos cercanos a él.
La recomendación de Otto no fueron las únicas que recibió Pedro; el caso es que, durante las pruebas, Martin se había acercado demasiado a sus tiempos... incluso se notaba en su conducción en la pista, pues llevaba el automóvil con más suavidad que Pedro.
Todo el equipo estaba un tanto alterado, de ahí la pregunta que soltó Helena al entrar, respecto a por quién se decantaban las apuestas, por Martin o por Pedro.
—En la nevera de allí. —Suri apuntó en su dirección con el cuchillo que utilizaba para cortar la fruta.
—¡Gracias! —exclamó ella, feliz al encontrar el envase en que habíamos guardado las pocas piezas que habían quedado. En realidad las habíamos escondido para comérnoslas nosotros, pero había suficientes como para
compartirlas entre los tres.
—No me cabe duda de que Pedro se quedará con la pole mañana — murmuró Suri por lo bajo, regresando a sus frutas.
—Bueno —Helena se relamió los labios—, de todos modos, Martin está robándole mucha atención y eso no parece sentarle muy bien; ya sabes cómo es el chico estrella.
Noté a Helena más deslenguada de lo normal con respecto a Pedro. Las veces que habíamos hablado de él me habían dejado claro que no se llevaban excesivamente bien que digamos; sin embargo, en ese instante parecía verdaderamente enfadada con él.
—¿Pasa algo?
Suri espió en nuestra dirección por encima de su hombro tras formularle la pregunta a Helena. De un mordisco, se metió en la boca la mitad a un macaroon.
—¿Qué ha ocurrido? —insistí.
Suri paró de cortar la fruta por segunda vez.
Helena bajó la bandeja, se metió el otro pedazo en la boca y se chupó los dedos.
—¿Y bien?
—Lo que pasa es que al campeón le molesta que yo tenga novia y que la traiga a los circuitos.
—¡¿Qué?! —solté entre sorprendida e incrédula.
No me molestaba que Helena tuviese novia, pero el caso es que en ningún momento la había mencionado y, además, me parecía irreal que Pedro pudiese tener algo en contra de eso.
¡Un momento, hablábamos de Pedro! ¡Claro que era probable que tuviese algo en contra de eso!
—No digas esas cosas, Helena. Pedro no tiene problemas con tu pareja.
—Que sí, Suri. Me miró como una mierda cuando me vio avanzar con ella de la mano por entre las autocaravanas. Es un idiota. —Apretó los labios—. Olvidad lo que acabo de decir, es que estoy cabreada. Después de verme con ella, tuvimos una reunión y no hizo más que tirarme tierra encima. Jamás le ha gustado que yo sea piloto de pruebas, no soporta que una mujer pueda hacerle frente.
Mis cejas treparon por mi frente.
—¿Tiene un problema con el hecho de que conduzcas?
—Pedro tiene problemas con muchas cosas, Pau.
—Sí, de eso ya me he percatado... Bueno, es que...
—Pedro jamás me ha querido en el equipo.
—No es eso —intervino Suri—; ya lo conoces, le cuesta relacionarse con la gente.
—No con toda la gente, simplemente con aquella que le provoca cierta inestabilidad en su mundo.
Tuve que admitir que las palabras de Helena tenían un poco de sentido.
—Después de ponerse en mi contra, comenzó a criticar a Haruki. Te lo digo: ese tipo está mal de la cabeza; no importa cuánto te emperres en defenderlo, Suri, cada vez se marca más puntos en su contra. La gente comienza a hartarse de él.
—Está bajo mucha presión —entonó Suri en su defensa.
—Todos estamos bajo presión, Suri, esto funciona así; sin embargo, no todos tratamos al resto de la humanidad como si fuese basura. —
Definitivamente Helena estaba muy enfadada—. Ahí lo tienes, alguien se lo pone difícil y él ataca a todos los demás.
—¿Te refieres a que Martin se lo pone difícil y entonces...?
—¡Eso mismo! —lanzó Helena, interrumpiéndome—. Ése es el problema:
tiene miedo de perder con Martin y por ello se pone como loco y nos ataca a todos. Tú misma oíste el modo en que le contestó a Otto. Tiene suerte de que Toto lo adore y lo quiera como a un hijo. Mucha paciencia le tiene, la verdad.
—Vamos, Helena, sólo tiene un mal día. Él no tiene problemas contigo y tampoco con que tengas novia.
—Suri, te quiero y te respeto... pero sabes que lo que acabas de decir es mentira. En fin. —Soltó una bocanada de aire—. Disculpad por venir a desahogarme aquí; el caso es que estaba que me moría de la angustia, no podía decirle nada a Amanda al respecto. —Helena me miró—. Amanda es mi novia, Pau.
—Ah, ok.
—Bueno, como es evidente, no he podido contarle nada a ella, porque ya de por sí no tolera mucho a Pedro y no quería que le fuese a plantar cara. No tenía a nadie más con quien hablar.
—No pasa nada, Helena —le dije.
—Escucha, de verdad, no te angusties... Sabes que a Pedro no le gusta mucho todo esto que sucede cuando estamos aquí, eso de tener a todo el mundo encima, el rollo de las fotos y todo los demás. Tiene un mal día, eso es todo. Se le pasará.
—Bueno, en realidad, si se le pasa o no, es su problema. Tanto me da si le molesta que yo sea lesbiana, sólo quiero que no me perjudique con el equipo y siento que eso mismo es exactamente lo que hace, y lo hace también con
Haruki; un poco más y lo trata de idiota.
—Eres muy buena piloto, la gente del equipo lo sabe —afirmó Suri.
—Sí, pero ya sabes cómo es. Se cree el dueño del circo, y en cierto modo lo es.
No lo sería por mucho tiempo si Martin comenzaba a ganar carreras, pensé.
—Perdonad —se disculpó otra vez—, es que estaba que me moría de rabia. Mejor os dejo seguir trabajando; además, los del box deben de estar preguntándose dónde me he metido. —Cogió la bandeja de la encimera y la metió en la nevera de nuevo—. Os veo luego.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario