miércoles, 13 de marzo de 2019
CAPITULO 5
La barrera se alzó para permitirnos pasar.
Del lado interno del recinto había un espacio que se internaba un par de metros y luego otra reja con un par de molinetes de acceso; de nuestro lado había dos personas dando vueltas, y otras sentadas en unos bancos. Dos hombres de seguridad llegaron hasta nosotras para ponernos unas pulseras de papel adhesivo de color rosa. Otra vez nos pidieron que esperásemos a que viniese a buscarnos algún componente del equipo.
—¡Cuánta seguridad!
—Sí, no creo que aquí nadie pueda dar un paso fuera de lugar; si soñabas con ver a la gente del paddock...
—Bueno, quizá aún tenemos alguna posibilidad de cruzarnos con alguien famoso por ahí, al menos veremos a los pilotos.
—Eso espero. Hace años que no le presto demasiada atención a las carreras. No sé ni los nombres de los participantes. Alguno bueno habrá, ¿no?
—Esta mañana, mientras te duchabas, busqué información en Google sobre los de nuestro equipo; no me dio tiempo a contártelo... Este año, Bravío estrena a uno de sus pilotos; es un chico japonés, un novato. Parece bueno, pero todavía es un crío; tiene sólo diecinueve años. El otro, el cinco veces campeón del mundo...
—Equipo Bravío —entonó una mujer, todavía pasando por uno de los molinetes. En sus manos sujetaba una carpeta y un montón de identificaciones colgando de cintas negras con el nombre del equipo en plateado, blanco y violeta. Llevaba pantalones negros y una camisa blanca con el nombre del equipo en plateado y violeta, rodeado de publicidades de marcas, desde productos de informática, pasando por una de una compañía aérea hasta una de unos conocidos chocolates.
—Todos los que estén aquí para el equipo Bravío —volvió a llamar, ya situada en el mismo lado que nosotras.
Nos dirigimos hacia ella y, con nosotras, dos chicos con mucha pinta de australianos (rubios, bronceados, ojos claros, enormes sonrisas) y un chico oriental, con una apariencia más tímida.
Los cinco la rodeamos.
—Hola, buenos día a todos. Reconozco vuestras caras. Gracias por venir a colaborar con nosotros estos cinco días; estamos muy contentos de teneros aquí y esperamos que disfrutéis de la experiencia. Soy Érica, trabajo para el equipo Bravío, y todos vosotros estaréis a mi cargo; os diré qué hacer y os explicaré todo lo que necesitéis saber para poder ayudar y, a la vez, sacarle el jugo a esta vivencia. Si tenéis preguntas o necesitáis algo, lo que sea, debéis recurrir a mí. —Dicho esto, comenzó a repartir nuestras identificaciones—. Los cinco os dedicaréis a atender a los miembros del equipo en el área de comedor y, si es preciso, en las autocaravanas o en los boxes.
A medida que fue entregándonos las identificaciones, pronunció nuestros nombres en voz alta para que los otros lo oyesen.
—Sabemos que todos estáis dispuestos a dar el máximo de vosotros mismos y por eso estáis aquí. El equipo Bravío lleva liderando los campeonatos desde hace cinco años y eso se debe a que, desde el personal de cocina, pasando por los mecánicos y los ingenieros, hasta los pilotos y los directivos, todos damos el ciento por ciento de nosotros mismos. Eso es exactamente lo que esperamos de vosotros este fin de semana. Bravío no se permite fallar en nada; somos los número uno, de modo que durante estos días vosotros también lo seréis. Esperamos que os toméis esta experiencia con la responsabilidad que merece. Es una oportunidad emocionante para vosotros, lo sé, y, así como queremos que la disfrutéis, también esperamos que asumáis la responsabilidad que conlleva vestir nuestro uniforme.
Agustina y yo nos miramos.
—Mientras os guio hasta vuestro lugar de trabajo, os explicaré todo lo que necesitáis saber.
CAPITULO 4
No le comenté a Lorena que la noche anterior me había costado horrores dormirme por culpa de mi cabeza, de mi cerebro, que se negaba a guardar silencio. Tampoco le conté nada acerca del nudo que tenía en el estómago desde que había abierto los ojos, y menos me atreví a decirle que, en ese instante, sin verdadero motivo, sentía como si fuese a vomitar el desayuno y todas mis tripas por culpa de unos nervios que no tenía ni idea de dónde habían salido. Miércoles, jueves, viernes, sábado y domingo, y después sería enfrentar otra vez la realidad del regreso a casa.
Quise convertirme en un felino para que me saliesen unas buenas garras con las cuales aferrarme a ese fin de semana.
El movimiento de camiones, automóviles, vehículos policiales... todo evidenciaba la gran movilización que implicaba el Gran Premio de Australia.
Una buena dosis de adrenalina comenzó a correr por mis venas, e imaginé lo que sería ver correr los automóviles, experimentar todo lo que rodeaba la carrera; esperaba poder usar eso para escapar de mis nervios y dudas.
En cuanto comenzamos a caminar entre la gente que rodeaba el exterior del recinto, todas personas que pertenecían a los equipos y a la organización, me di cuenta de que no era la única que tenía cara de dormida y que, al mismo tiempo, por debajo del sueño, palpitaba la emoción de estar allí, de formar parte de eso.
Cinco hombres vestidos de rojo, hablando en italiano prácticamente a gritos, pasaron junto a nosotras y nos miraron con descaro.
Sus palabras, miradas y gestos me hicieron sonreír.
—Ni los mires, son de la competencia; nosotras somos chicas de Bravío este fin de semana.
Me carcajeé.
—Sí, claro.
—Además, estamos con los ganadores; ellos quedaron segundos el año pasado.
Uno de los italianos nos gritó algo que sonó a declaración de amor.
Todavía andando, me di la vuelta y los mire; uno de ellos, un morenazo de impresionantes ojos verdes, me tiró un beso y se inclinó como si se fuese a arrodillar ante mí, mientras sus compañeros continuaban caminando y bromeando.
—¡Cuidado! —Lorena me frenó sujetándome del brazo.
Me di la vuelta para ver que, desde la calle, entraban un buen número de vehículos; el primero era un gigantesco camión blanco, negro, violeta y plateado que no era más que la cabeza de un interminable convoy.
Las rejas que daban acceso al circuito se abrieron.
Alcé la cabeza maravillada por la altura del camión.
En el lateral del moderno vehículo aparecía un nombre que parecía la firma de un gran dios; del dios de la velocidad, quizá.
«Bravío.»
—Éste es nuestro equipo —entonó Lorena, llena de orgullo.
El hombre que iba en el asiento del acompañante se llevó una mano a la visera de la gorra, que también llevaba el nombre del equipo, y nos dedicó un gesto con la cabeza y una sonrisa.
El camión era de una longitud interminable, y detrás de éste venían tres más, dos camionetas y un par de automóviles negros.
—Uauuu... —exclamé.
—Eso mismo.
—Qué despliegue.
Los vehículos continuaron pasando por delante de nosotras y de la gente que se acumulaba a nuestro lado sobre la acera, mientras éstos continuaban entrando en el recinto.
Giré la cabeza para descubrir que algunas de esas personas no pertenecían a otros equipos, sino que, evidentemente, se trataba de periodistas y reporteros de algún canal de televisión. Uno de ellos llevaba una cámara; el otro, uno de esos micrófonos sostenidos sobre el extremo de un soporte. Un tercero iba muy bien vestido, así que deduje que ése debía de ser quien daría la cara frente a la cámara, y aún había otro, que le estaba dando indicaciones mientras le enseñaba unos papeles.
Los camiones entraron, detrás las camionetas y, cuando le tocó el turno de los automóviles negros, el de los papeles le dijo algo al que iba bien vestido y apuntó con la cabeza en dirección a las ventanillas tintadas.
Había demasiado ruido a nuestro de alrededor (parte provenía del interior del predio y se mezclaba con los sonidos del tráfico de la calle, así como el de una obra de último momento en la entrada del circuito, un par de metros más allá); sin embargo, oí cómo el que blandía los papeles le decía al presentador algo así como «ése es él».
Miré a Lorena y ella se encogió de hombros.
A través del cristal polarizado no se veía nada.
Seguí con la mirada los dos automóviles hasta que las rejas, parcialmente cubiertas por unos carteles que promocionaban la carrera de ese fin de semana, se fueron cerrando poco a poco para finalmente ocultarlos.
La gente siguió su camino y nosotras también.
—Esto debe de mover millones —comenté cuando nos pusimos en marcha.
—No me cabe la menor duda. Mejor para nosotras, así de bien nos pagarán. Me dijeron que el paddock se llena de gente famosa.
—¿El paddock?
—Sí, es el área cercada junto a la pista, encima de los boxes.
—Ah, sí.
—Bueno, desde allí miran la carrera los ricos y famosos.
Intenté acomodar mi cuerpo dentro de mis ropas. En un gesto inocente, me pasé las manos por el cabello; no había mucho que peinar.
—Debe de ser allí delante.
Miré en la dirección que Lorena señalaba. Un inmenso cartel anunciaba la entrada para el personal, los integrantes de los equipos, la organización; unos metros más allá estaba el ingreso para los medios de comunicación.
No éramos las únicas a la espera de entrar. Por lo visto, la organización del gran premio no estaba todavía a punto.
Mientras aguardábamos en la cola, fui testigo del desfile de gente que iba y venía, varios camiones de televisión y, además, helicópteros que pasaban por encima de nosotras.
Por fin llegó nuestro turno.
—Hola, buenos días. —Lorena y yo nos aproximamos a la cabina que había en la entrada—. Mi nombre es Natalia Bay y ella es Paula Chaves.—Le tendió nuestros pasaportes—. Venimos para trabajar con el equipo Bravío. Nos indicaron que debíamos presentarnos aquí.
—Sí, claro. —El hombre de dentro de la cabina cogió nuestros documentos, les echó un vistazo y tecleó algo en su ordenador.
Un segundo después nos devolvía los pasaportes.
—Adelante, por favor. Esperad al otro lado de la valla vuestras identificaciones; alguien del equipo vendrá a buscaros en un momento; el resto de vuestros compañeros ya ha llegado.
—Gracias —contestamos las dos a coro mientras guardábamos los pasaportes.
CAPITULO 3
—Mamá... —Mi madre volvió a alzar la voz; aparté el teléfono de mi oreja —. Mamá, por favor, son sólo tres días más. Conseguimos cambiar...
La dejé expresar su angustia, admitiendo que no era la primera vez que le aseguraba que sólo serían unos pocos días más de retraso para vernos. Más de una vez le dije «es solamente una semana más y regresamos», y así llevábamos cinco meses, posponiendo una y otra vez la vuelta, alejándonos cada vez más de nuestra patria.
—Te lo juro, el miércoles nos subiremos a ese avión. Es que no quería perderme esta oportunidad. Nos pagarán un buen dinero y no hemos tenido problemas a la hora de cambiar los billetes de avión, no nos han aplicado ningún recargo. Sobre todo nos quedamos por vivir la experiencia; este momento no se repetirá otra vez.
—Lo sé —medio me gruñó a través de la línea telefónica—. Pero tu padre y tus hermanos...
—Me esperaban, lo sé. Pero ambas sabemos que se pondrán contentos cuando sepan que veré en directo las carreras... Cuando la veáis por la televisión en casa, sabréis que yo estaré por ahí, en el circuito. Diles que me haré fotos con todos los pilotos que pueda, que les pediré autógrafos para ellos; quizá hasta consiga algún que otro souvenir del equipo para llevar de recuerdo.
—Paula... —soltó mi madre, exasperada.
—Lo juro, lo juro, lo juro —repliqué con un tono que sonó a súplica fusionada con un fastidioso lloriqueo—. También quiero estar en casa de regreso... pero ésta es una oportunidad que no quiero perderme.
—No sé qué más decirte.
No necesitaba explicarme lo enfadada que estaba, se le notaba en la voz.
Cuando, después de dar a luz cuatro varones, me tuvo a mí, creyó que al fin tendría a su princesa; nada más lejos de la realidad... Mi madre quería trenzarme el cabello y yo odiaba hasta pasarme el cepillo; mi madre quería ponerme vestidos y yo le pedía pantalones con los cuales poder correr y trepar por ahí, libre. Tener cuatro hermanos varones había podido más que sus ganas de tener una muñequita a la que vestir de rosa.
Di un paso y llegué al espejo que colgaba junto a la ventana; en ese momento llevaba puesta una camiseta rosa y unos shorts vaqueros cortados; sin embargo, no tenía un aspecto demasiado femenino, y el cabello más largo en mi cabeza no tenía más de tres centímetros.
A ella casi le dio un infarto la primera vez que me lo corté así; debía de tener unos quince años y me escapé sola a la peluquería para acabar con esa melena que apenas si me llegaba a los hombros. En ese momento lo llevaba más corto que nunca y lo adoraba. Ésa del reflejo era yo al cien por cien.
Le sonreí a mi imagen, aunque con un poco de angustia, lo admito.
Regresar a casa no iba a resultar sencillo.
Escaparme seis meses traería consecuencias y la verdad era que no me sentía muy segura de tener ni ganas ni fuerzas para enfrentarlas.
Oí la puerta y giré la cabeza para ver a Lorena entrar con las compras.
—Mami, por favor, en poco más de una semana estaré allí.
—¿Cómo voy a creerte?
No podía discutir con ella; mi madre muchas veces me sofocaba, aunque no por eso podía negarle en esa ocasión que en parte tenía mucha razón; de cualquier modo, no podía evitar pensar que, si la decepcionaba mi escapada, también la decepcionaría mi estancia en casa. Ella había hecho tantos planes
para mí... En lo único que había podido satisfacerla había sido con mis estudios; la pastelería siempre había sido mi pasión y, cuando acepté que me pagase la carrera de pastelera profesional en Francia, fue feliz pese a todo lo demás que no pude cumplir para ella.
Lorena puso cara de captar que hablaba con mi madre, pues tenía experiencia de sobra presenciando nuestras conversaciones. En silencio, se metió detrás de la barra que conectaba nuestra sala de estar con la diminuta cocina.
Pequeño y todo, ese apartamento era uno de los lugares más lujosos de los que nos habíamos hospedado. El amigo de un amigo de alguien que conocimos una semana antes de llegar aquí alquilaba varios iguales, principalmente para hombres de negocios, a grandes compañías multinacionales que llevaban de aquí para allá a sus empleados. Todavía no entendía cómo nos lo había conseguido completamente gratis, sólo teníamos que pagar los gastos de los servicios, lo que no era nada en comparación con las ventajas de su ubicación y las vistas que teníamos desde el balcón, por no mencionar una piscina a nuestra disposición, el gimnasio y diversos amenities.
—Mamá, Lorena acaba de llegar con las compras y tengo que ayudarla con eso, prometo llamar luego. Dales besos a todos de mi parte, ¿de acuerdo?
—¿Quizá deberías llamar tú a tu padre para contarle que te quedarás allí más días?
Puse los ojos en blanco. Debí de suponer que no sería tan sencillo. Mi padre estaba en ese momento en un cena de trabajo, mientras que aquí todavía era de mañana.
Mi compañera abrió la nevera y metió dentro un pack de cervezas y dos botellas de leche, dedicándome otra de sus muecas.
—Tú sabrás lo que haces. —Ése era su latiguillo preferido, me lo soltaba siempre que podía.
—Sí.
—Bien, tú misma.
Mi madre puso así más distancia entre nosotras que los kilómetros que separaban Melbourne de Buenos Aires.
—Te quiero, mamá. Besos para todos. Intentaré llamar en otro momento para hablar con los demás.
Ella emitió un descreído «sí», me dijo que me quería, mandó saludos para Lorena, nos despedimos y colgó.
Suspiré al posar el teléfono sobre su base.
—No está nada feliz, ¿no es así?
Negué con la cabeza ante las palabras de Paula.
—Ya no cree ni una palabra de lo que le digo y en parte tiene razón; he anunciado muchas veces que iba a regresar y, hasta ahora, no he cumplido lo prometido.
—Serán sólo unos días; además, ésta es una oportunidad que no podemos desperdiciar. Está todo organizado, nos esperan allí mañana. —Paula hizo a un lado la caja de cereales y con los labios formó una sonrisa inmensa. Soltó
un grito.
Grité con ella de pura emoción, ésa iba a ser nuestra última gran aventura del viaje.
—Me muero de ganas de pisar el circuito.
—Y yo. ¿Te han dicho algo más? —inquirí. Antes de comprar tenía que ir a encontrarse con alguien del equipo Bravío para entregarle los contratos que el día anterior había traído para firmar.
—Está todo arreglado. Me han indicado la entrada por la que deberemos acceder al recinto; allí nos darán nuestros pases para entrar al circuito y no sé qué más. Por lo visto está todo muy controlado, hay máxima seguridad. Alguien del equipo vendrá a por nosotras a la puerta para recibirnos; debes saber que no somos las únicas personas externas que han contratado, creo que hay otras tres más, y nos han citado a todas a la misma hora. Tenemos que estar a las ocho de la mañana, porque el equipo comienza a trabajar mucho antes de que de inicio toda la locura propia de la competición. Según tengo entendido, los mecánicos han llegado hoy y ya hay gente montando todo el asunto en los boxes.
Me moría de ganas de meter un pie en ese mundo.
—Todavía no me lo creo.
—Nos lo pasaremos genial, incluso si nos hacen currar como locas.
Tomé asiento en una de las banquetas.
Tantas aventuras pasadas, tantos meses disfrutando de una vida irreal que, en realidad, nos había enseñado tanto... Me costaba pensar en mi hogar, en instalarme permanentemente en una única ciudad, en la idea de sentar la cabeza, de montarme una existencia alejada de los saltos nómadas al vacío, en la que no me preocupaba demasiado mantener un trabajo, donde no tenía horarios para levantarme o acostarme, y en la que debía espabilarme para buscar dónde pasar la noche. Apenas si recordaba lo que significaba la palabra rutina y, hasta cierto punto, tampoco la palabra responsabilidad, porque, cuando sabes que puedes moverte, casi escaparte de algo sin mucho problema, las cosas resultan más sencillas. De cualquier modo, el hecho de viajar durante seis meses me había obligado a madurar en otros aspectos y me había enseñado cosas del mundo y de la gente, e incluso de mí misma, que en casa quizá no hubiese aprendido, no al menos del mismo modo. Todas estas experiencias habían calado de un modo muy hondo en mí.
Quería volver, de todo corazón deseaba estar en casa otra vez, pero... al mismo tiempo, la idea me sofocaba. Y asustaba.
—¿En qué piensas? —preguntó Lorena.
Me había perdido en mis propias reflexiones.
—En nuestra experiencia fuera de casa. Me asusta volver. No creo ser la misma persona que salió de allí. —Sonreí—. Por suerte, no lo somos. Sería una pena si, después de tantas nuevas vivencias, fuésemos las mismas, pero es extraño. No sé, no estoy segura de lo que quiero.
—Ni yo —contestó seria—. Imagino que en mi casa todavía esperan que regrese para ponerme a trabajar en la agencia, pero ya no sé si la publicidad es lo mío. El mundo ha sido lo nuestro estos últimos seis meses.
—Sí, es difícil mentalizarse de que eso va a terminar pronto. —Le hice una mueca para aflojar la tensión; quería que continuásemos sintiéndonos libres un poco más.
¿Por qué tenía tanto miedo de perder la libertad que creía ganada si tenía claro que ésta iría conmigo adonde quiera que fuese?
—Todavía nos quedan unos días y pienso disfrutarlos —añadí.
—Y yo. Después de esto, tenemos toda la vida para preocuparnos por todo lo demás.
En mi cabeza reproduje las palabras de mi madre: «es hora de que planifiques tu futuro de una vez, de que madures.»
Ser la menor de cinco hermanos, tener cuatro hermanos varones que me cuidaban, que me defendían, que se responsabilizaban de mí, de todas mis travesuras y metidas de pata, ser la única chica... Mi madre se echaba la culpa por haberme soltado demasiado la cuerda, por no haberme puesto freno.
«Soy un descontrol», me dije.
Noté que Lorena se había quedado observándome.
—¡Mañana seremos parte del equipo Bravío! —chillé alzando los brazos para disimular el momento.
—¡Sí!—gritó Lorena todavía más fuerte que yo.
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