domingo, 12 de mayo de 2019

CAPITULO 178





Sin importar qué fuese lo que estuviera haciendo, sin que contase en absoluto que procurase concentrarme en algo distinto, una y otra vez las imágenes del accidente llegaban a mí para terminar siempre en una sala de hospital que no era la de Haruki; el de la cama conectado a todas aquellas máquinas no era el piloto japonés, sino Tobías. De tanto en tanto debía recordarme que mi hermano se encontraba bien, en su casa, acompañado de su familia, y que de su accidente no quedaban más que cicatrices y malos recuerdos.


Las luces en la autocaravana de Pedro estaban encendidas. Llevábamos horas sin hablar. Toda la situación poscarrera había sido un total descontrol y, pese a la gravedad del estado de Haruki, la actividad allí en el circuito había continuado siendo frenética. Por más que él estuviese en un hospital cercano, siendo operado por segunda vez desde que llegase allí, la Fórmula Uno no se detenía; debíamos preparar todo el equipo para la siguiente carrera en Japón, en una semana.


Bravío no era el único equipo que a esas horas trabajaba sin parar. Se oían los autoelevadores yendo y viniendo con esa sirena tan particular, las grúas, los camiones.


Veinte minutos atrás había hablado con Helena por teléfono; estaba en el hospital, fue ella la que me informó sobre el estado de salud de Haruki, fue ella la que me contó que habían vuelto a llevarlo al quirófano de urgencia por culpa de una nueva hemorragia. Costillas rotas, hombro y brazo rotos, contusiones cerebrales... la lista de daños parecía interminable.


Los médicos aún no se arriesgaban a decir ninguna otra cosa que no fuera repetir que su estado era muy delicado, que todo dependía, en gran parte, del modo en que evolucionase en las próximas horas.


Helena me contó que Pablo estaba en el hospital también y que los padres de Haruki estaban volando desde Japón para verlo.


Tras pedirle los datos del hospital, le comenté a Helena que la vería en unos minutos, después de que pasase a buscar a Pedro.


Suri se quedaría supervisando el traslado de todo el equipamiento de la cocina y luego nos veríamos en el hospital.


Muy nerviosa y angustiada por la salud de Haruki, trepé los escalones que ascendían hacia la puerta de la casa rodante del campeón. Oí voces.


Llamé a la puerta.


Pedro, soy yo —avisé llamando con los nudillos. Por norma general, simplemente entraba, pero, como había oído hablar a alguien, no quise interrumpir sin avisar ninguna conversación.


La puerta se abrió; no fue Pedro quien apareció ante mí, sino David, quien me saludó con un gesto escueto. No tenía buena cara y no era de extrañar, a todos nos había afectado lo sucedido.


David se apartó un poco para permitirme pasar y entonces vi a Pedro sentado a la mesa, vestido con ropa del equipo. Tenía una botella de agua frente a sus manos. Lo noté ojeroso y demacrado; el cansancio de la carrera, supuse; eso, además de la mala noche anterior, el accidente y todo lo acontecido a lo largo del día.


Alberto se puso en pie. Tenía cara de enojado y, de hecho, se movía como si estuviese de muy mal humor; todos sus movimientos eran bruscos.


—¿Interrumpo algo?


—No, pasa; mi padre ya se iba.


Por lo visto Pedro era otro que no estaba de buen humor. Su tono no pudo ser más osco.


El padre de Pedro me miró, pero no me dirigió la palabra.


—Bien, me ocuparé de eso cuanto antes. —Agarró su chaqueta del asiento —. Procura descansar; no puedes darte el lujo de llegar en mal estado a la siguiente carrera. Te veré por la mañana. No hables con ningún periodista, con nadie, ¿entendido?


—Sí, papá, no necesitas repetirlo. Oí claramente esa orden cuando me la dio David.


—Sólo quiero que comprendas que éste no es buen momento para abrir la boca —insistió Alberto, mirándome a mí de soslayo.


—Todos en el equipo tienen claro que no deben dar ninguna declaración.


Ya han pasado un comunicado interno —aclaró su mánager, intentando calmar los ánimos con un tono conciliador y una media sonrisa forzada.


Sí, el comunicado había llegado también a la cocina, impreso y de manos de Érica. Nadie en el equipo tenía autorización para hablar del estado de salud de Haruki o para comentar ni una palabra sobre el accidente. Cualquier declaración sería dada de forma oficial, por el equipo, a través de sus portavoces.


—Sí, claro, como si hubiesen sabido controlar la situación —resopló el padre de Pedro, y yo no entendí a qué se refería.


—Están en camino de resolverlo y nosotros ya dimos nuestro comunicado oficial. Son los riesgos de este deporte y Pedro no tuvo nada que ver. —David desvió la mirada en dirección al campeón.


Con un gesto de agotamiento, mi novio se pasó ambas manos por el rostro y el cabello. Sus manos quedaron ancladas en su nuca. Soltó un suspiro.


—Tranquilo, Pedro, todo es muy reciente. No les hagas caso. También han ido contra Martin.


«¿También han ido contra Martin? ¿Quién? ¿Por qué?»


No tenía ni la menor idea de a qué se refería David. Hasta lo que yo sabía, los comisarios de la carrera habían dictaminado que nadie tenía ninguna responsabilidad en el accidente.


Helena me había explicado que Martin estaba en el hospital, que había llegado allí temprano, muy temprano. Supuse que por eso llevaba horas sin saber de él. La última vez que lo vi fue cuando dio entrevistas en el recinto habilitado para ello; se lo notaba muy afectado, sin las más mínimas ganas de hablar.


—Pide tu coche y que te saquen de aquí cuanto antes. —Otra orden del padre de Pedro dirigida a él.


Pedro asintió con la cabeza.


—Te llamaré por la mañana.


—Claro. Buenas noches, papá.


—Buenas noches, campeón. —Alberto puso una mano sobre el hombro de su hijo y le dio un apretón—. Recuerda que el campeonato es casi tuyo; el sexto, Pedro. Vas en camino de hacer historia, hijo, no lo olvides. Tú serás el campeón.


Me dieron ganas de gritarle al padre de Pedro que su hijo ya era campeón, uno de los más jóvenes de la historia con más campeonatos acumulados en su corta carrera.


—Descansa.


—Sí, papá.


Alberto soltó a su hijo.


—Intenta dormir, Pedro. Descansa.


—Gracias, David. También tú. Hasta mañana.


Su representante aceptó sus palabras con un movimiento de cabeza.


—Que descanses tú también —me dijo David, regalándome una sonrisa con buenas intenciones, pero sin demasiada fuerza.


Éste fue el primero en salir de la autocaravana.


El padre de Pedro se limitó a darme las buenas noches al pasar por mi lado.


Los dos desaparecieron, dejándonos a solas en silencio.


—¿Te sientes mal? —le pregunté cuando alzó su mirada hasta la mía, después de un par de segundos de total e incómoda quietud.


—Estoy muy cansado, eso es todo.


—¿Has comido?


—Sí; estoy bien, no te preocupes.


Caminé hasta la mesa.


—Todos estamos muy angustiados por Haruki. 


—Me acomodé a su lado—.Pensaba ir al hospital ahora. ¿Vamos juntos?


—No sé si es buena idea.


—Entonces, ¿no te encuentras bien?


—No, no es eso.


—¿No quieres saber cómo está Haruki?


—Están operándolo ahora otra vez. Estoy al tanto de lo que sucede.


—Pablo y Helena están allí; también Martin.


—Sí, lo sé; he hablado con Martin hace quince minutos.


—Ah, bien. Podemos pasar por allí al menos un rato, para ver cómo va todo y hacerles compañía a los demás.


—Dudo de que me necesiten allí.


—Eres parte del equipo, eres su compañero.


—Y, según la prensa, soy el responsable de su accidente.


—Eso es una tontería; cuando Haruki se despistó, competía por el segundo puesto con Martin. Tú estabas muy lejos de ambos cuando el accidente sucedió. —Pensé en lo dicho por David—. Ni tú ni Martin tenéis la culpa. Ha
sido un accidente.


—Pues explícale eso a los medios. Déjame pasar, por favor.


Descolocada, me deslicé por el banco corrido que rodeaba la mesa. Me hice a un lado para dejarlo salir.


—¿Qué es lo que dicen? Tú no tienes la culpa.


—Dicen que lo puse nervioso antes de pasarlo, que lo desestabilicé anímicamente. ¡Ah! —exclamó alzando un dedo mientras se detenía de camino a la mininevera—, también afirman que rompí su concentración y que, por
todo eso, se accidentó.


Yo había visto a Pedro ser agresivo en la pista, pero... bueno, su intención no había sido hacer que chocase.


—Tú compites de manera agresiva siempre.


—Aparentemente todo el mundo ha oído mis audios durante la carrera, cuando intentaba sobrepasar a Haruki. En resumen, opinan que soy un desgraciado, que vengo desde el comienzo de temporada socavando la posición de Haruki dentro del equipo, que soy el responsable de haberlo desmoralizado, que el equipo trabaja para mí, que lo han dejado en el olvido, que yo lo quería fuera de la carrera, del campeonato y de Bravío. Para sintetizar y adaptarlo al tamaño de los titulares que saldrán mañana: «Siroco, responsable del grave accidente de Haruki Sasaki». Poco menos que un asesino. Les encanta decir que tengo mucha sangre fría, que soy egocéntrico y que no me importa absolutamente nada de nadie. Pues, si se supone que soy así, así seré. No iré al hospital.


—¡Todo, eso, de principio a fin, es una completa ridiculez, Pedro!


—Pues acláraselo tú a la prensa.


—Sí quieres ir al hospital...


—No, no quiero ir al hospital.


—¿No quieres? —solté sorprendida.


—A ningún piloto le gusta ir al hospital.


—Martin está allí.


—Martin está allí... Está destrozado, cree que todo es culpa suya y no quiere volver a correr. Me comentó que no sabe cómo hará para seguir adelante si algo malo le sucede a Haruki. Si muere, quiero decir, porque ya le ha sucedido algo malo, muy malo.


Pedro...


—No me gusta que me recuerden cuáles son los riesgos.


—Pero tú...


—Yo conozco muy bien los riesgos, los vivo cada segundo que paso dentro de mi automóvil.


—No puedo creer que no quieras ir.


—Sí, me preocupa la salud de Haruki. No deseo que muera o que se vea obligado a dejar de correr. A mí nada de esto me beneficia.


—No puedo creer que alguien piense que esto te beneficia.


—Pues ya leerás mañana los titulares.


—Alto. No digas más tonterías. —Detuve nuestra conversación un segundo, con las manos en alto—. Iremos al hospital, necesitas verlo. Necesitas ver a Haruki.


—Sí, necesito que mañana toda la prensa malinterprete la situación y que digan que fui a regodearme.


—Eso es una solemne gilipollez. Tú no...


—Ni mi padre ni David quieren que vaya. Se supone que hay una horda de paparazzis fuera del circuito esperando a que salga. Por eso aún estoy aquí; creímos que se cansarían y se largarían, pero allí están, montando guardia, porque es evidente que alguien de dentro les ha avisado de que aún continúo aquí.


—Bueno, pues a la mierda con ellos. Entiendo que a ningún piloto le guste este tipo de situaciones, pero debes ir. ¿No te preocupa Haruki?


—¡Claro que sí! Cómo no habría de importarme. ¡No soy un puto témpano de hielo! No quiero que muera y hubiese preferido que no se estrellase contra ese condenado muro. —Se giró y me miró. Sus facciones quedaron desencajadas.


—Lo sé, lo sé. —Me lancé hacia él—. Pedro —lo cogí por sus desesperadas manos; parecía a punto de desmoronarse, de romperse contra el suelo en un millón de trozos—, escucha...


—No quiero que muera —repitió con la voz temblorosa—. Y Martin... él... Martin no tiene ninguna culpa. Si alguien puso nervioso a Haruki, ése fui yo. En realidad, Haruki no debería ponerse así, debería poder soportarlo. Jamás ha estado listo para esto... yo lo sabía, la presión era demasiada para él; sabía que algún día le sucedería algo así. Mi compañero siempre comete errores cuando va delante, se pone nervioso, no está acostumbrado, la presión lo desconcentra... él no... no puedes conducir así, no puedes estar a bordo de un Fórmula Uno si no eres capaz... Sé que estaba nervioso por lo del contrato. No es culpa mía que todavía no haya firmado con el equipo para el año que viene —soltó a borbotones, apenas respirando. Su rostro se había puesto rojo y empezaba a sudar. Sus manos, entre las mías, temblaron.


—Pedro, Pedro. Tranquilo, amor. Yo sé que no es culpa tuya. Respira, por favor. Respira y cálmate o, si no, acabaremos en el hospital por ti.


—Quiero ver a Martin —musitó—. Él no debería estar allí. Yo debería estar allí. Nada de esto está bien. —Alzó la vista y me miró; había desconsuelo en sus ojos azul celeste.


—Ok, Pedro. Escúchame, por favor. Antes que nada tienes que calmarte. Si quieres ir al hospital, iremos.


—Sé que, por más que vaya al hotel, no podré dormir si no voy. Tengo que ir.


—Entonces eso haremos, pediremos tu coche y que nos lleven, ¿de acuerdo?


Asintió con la cabeza.


—Tienes que tranquilizarte o te pondrás enfermo. —Le pasé una mano por el rostro.


—Son los riesgos de correr...


—Sí, lo sé.


—Son los riesgos —repitió.


Poniéndome de puntillas, me estiré para abrazarlo. Pedro temblaba.


—Tranquilo. Todo saldrá bien.


Pedro se agarró de mi cintura, cogiéndome por la camiseta, tironeando de ésta desesperado.


Haruki no era el único que luchaba contra la presión de la categoría.


Incluso entonces, todavía me sorprendía lo que todos los pilotos aguantaban allí; aún no era capaz de comprender lo que hacían, su pasión, sus vidas dedicadas a dar vueltas a toda velocidad por el circuito.




CAPITULO 177




Soporté en silencio un par de vueltas y, entonces, busqué mi móvil y llamé al móvil de Érica. Al instante me salió el buzón de voz; le expliqué que quería saber cómo estaba Haruki y colgué.


Cuando mostraron otra vez el box de Bravío, ya no las vi ni a ella ni a Helena allí.


Intenté ponerme en contacto con ella dos veces más, también llamé a dos de las personas que trabajaban en relaciones públicas, pero sus móviles también me enviaron directo a los buzones de voz.


Tenía el número privado de Pablo, pero no me pareció correcto llamarlo; ya debía de tener suficiente con ocuparse de la situación.


—En seguida regreso. Intentaré averiguar algo.


Al pobre Suri no le di tiempo ni a aceptar mi partida. Salí de la cocina. En el comedor del equipo no quedaba ni un alma.


Dejé atrás aquella zona para internarme en la parte del terreno que estaba dedicada a las autocaravanas y los camiones del equipo. No había nadie, por lo que me dio la impresión de que todos se habían marchado tras Haruki.


Salí a paso ligero en dirección a los boxes. Allí, en la parte posterior, sí había gente, mucha gente; estaba lleno de periodistas, de empleados de otros equipos.


Alguien me vio con la camiseta de Bravío y me preguntó por Haruki. Le contesté que no sabía nada.


Por entre un montón de cabezas divisé a Érica, hablando por su móvil. Se movía frenética de un lado a otro de un vallado que contenían tres personas de seguridad del equipo.


—Soy del equipo —les grité a los de seguridad cuando se abalanzaron sobre mí para cortarme el paso. Alcé mi identificación.


—No puede pasar —me gruñó uno de ellos con cara de perro.


—Pero soy del equipo. ¡Érica!


Ésta giró la cabeza en mi dirección, todavía hablaba por teléfono. Con un dedo en alto me indicó que esperase un segundo.


Aguardé detrás de la valla con los tres tipos, enormes como osos, apostados frente a mí.


Los segundos se me hicieron eternos.


—Permítanle que pase, es del equipo —pidió Érica, guardando su móvil en el bolsillo trasero de sus pantalones.


De mala gana, los tres sujetos me dejaron el paso libre.


—¿Sabes algo?


—No mucho. —Su rostro se ensombreció—. Estaba inconsciente. Tiene una fractura muy fea en la pierna derecha, su brazo derecho también está roto. Se golpeó mucho de ese lado. Sus constantes vitales... —Se le llenaron los ojos de lágrimas—. Ya está en el hospital; no sé más que eso. —Una primera lágrima rodó por su mejilla—. Estaban muy preocupados, porque, más allá de las fracturas, sospechan que puede tener lesiones internas. Me llamarán en cuanto sepan más.


La abracé. Mis ojos también se aguaron. Sentí miedo y quise largarme directamente al hospital para saber de él. Todavía no podía creer que la carrera continuase pese al accidente.


Regresé a la cocina, porque no podía dejar a Suri solo; además, quería contarle las novedades.


La carrera continuaba como si nada cuando entré en la cocina otra vez, y Pedro la ganaba por la misma diferencia aplastante de siempre.


Le conté a Suri lo que sabía de Haruki.


Media hora más tarde, Érica me llamó al móvil para decirme que estaban operando a Haruki, pero no tenía más información.


La carrera siguió. El equipo se lució en las paradas en boxes.


Pedro ganó la carrera, Martin llegó en segundo lugar.


Pedro lo celebró con champagne, sonriendo; Martin fue más mesurado en su festejo.


Pedro cumplió con la rueda de prensa y el resto de sus compromisos.