viernes, 3 de mayo de 2019

CAPITULO 149





Pasado el vestíbulo, aparecimos en la sala de estar, que siempre tenía ese aspecto tan acogedor, con su alfombra azul claro, sus suelos de madera, las lámparas repartidas por todas partes y las paredes blancas cubiertas de obras de arte y de fotografías de la familia. En realidad, la sala estaba dividida en dos partes: una daba a la calle y, la otra, al jardín, por lo que el espacio era muy luminoso y amplio. Además, allí dentro olía de maravilla; mi hermano debía de tener a punto el almuerzo.


La chimenea, el piano cubierto de portarretratos con fotos de mis hermanos, de mis padres y de la familia de Tomas, las orquídeas que invadían cada rincón... Así, de pronto, volví a sentirme como en casa.


—Tenéis una casa increíble.


—Gracias. Pau nos comentó que tu apartamento en Mónaco es espectacular.


Pedro me miró de refilón.


—Esto es un verdadero hogar.


Sobre el sillón había dos muñecas y una caja rosa de corazones con tiaras, hebillas y gomitas de pelo. Sobre la mesa, el periódico y una libreta con una lista de compra, de víveres quizá.


Una chaqueta sobre una silla, una pila de libros de cocina sobre otra mesa.


Definitivamente, ése era un verdadero hogar, uno en el que se vivía y disfrutaba.


El apartamento de Pedro era increíble, pero él apenas pasaba tiempo allí, por lo que le faltaba ese toque de vida que hace, de una propiedad, un verdadero hogar, y no sólo una perfecta fotografía en una revista de decoración.


—Bueno, eso es cierto; de cualquier modo, debo admitir que hoy estás viendo su mejor cara, porque, como teníamos visita, hemos recogido un poco. Tobías y Lila no son las personas más ordenadas de este mundo.


—Eso es de familia —solté defendiendo a mi hermano entre risas—. Pedro es terriblemente ordenado; vosotros dos congeniaríais de maravilla —bromeé.


—A veces viene muy bien un poco de disciplina. —Tomas me siguió el juego.


—¿De verdad vamos a mantener esta conversación frente a un extraño?


—Tobías, Pedro no es un extraño.


Ante mis palabras, mi hermano hizo una mueca.


Toqué a Pedro con mi codo y, en cuanto tuve su atención, le guiñé un ojo.


—Hemos traído esto para acompañar la comida.


Mi hermano recibió de las manos de Pedro las botellas.


—Al vino blanco y al champagne les falta frío, pero...


—Ahora mismo me encargo de eso. —Tomas le quitó las bolsas con las botellas a mi hermano de las manos.


—Esto también es para vosotros. Son camisetas, gorras, unas chaquetas y otras cosas del equipo.


—Yo quiero —exclamó Lila.


—Para ti también hemos traído otras cosas. He ido comprándote regalos por todos los países que he visitado, y Pedro te ha traído también unos regalos muy especiales del país en el que estuvimos hasta ayer.


—¡Regalos! —gritó feliz mi sobrina, cogiendo las bolsas que Pedro y yo le tendíamos.


—¿Qué es todo eso?


—No me cuestiones, hermanito, que para eso soy tía.


—Veremos qué haces cuando tengas los tuyos —apostilló Tomas.


Pedro se le deformó el rostro.


Lila se sentó en el suelo sobre la alfombra para comenzar a abrir sus paquetes.


Por un fugaz instante, me di la libertad de imaginar lo que podría ser tener hijos con Pedro


Varios pilotos de la categoría eran padres; algunos compartían la mayor parte de la temporada con ellos en el circuito; otros, sobre todo los que tenían niños muy pequeños, los extrañaban horrores durante el fin de semana. 


Por delante de mis ojos pasó la imagen de un crío muy parecido a Pedro, sentado en uno de esos cochecitos eléctricos, dentro de la casa,
corriendo carreras con su padre en el apartamento en Montecarlo. La que corriese también podría ser una niña; si Helena corría, muestra hija también podría hacerlo.


Sonreí sola. Estaba lejos de planear un embarazo o de sentir la necesidad urgente de ser madre, pero soñar con aquello resultaba sumamente agradable.


—Todavía ni siquiera tienen fecha para la boda, Tomas. —Mi hermano emuló la cara de horror de Pedro.


—Sí, lo sé. Esas cosas, a veces, surgen de un día para otro. Mientras no decidan casarse por ahí de sorpresa... Me encantará asistir a ese enlace.


—Ok, muchachos, ¿podrías no hablar de nosotros como si no estuviésemos aquí?


Tomas se rio con mi comentario.


—Vengan, vamos a la cocina a poner esto en frío. Os serviré una copa.


—Sí. Además, tengo que ir a vigilar el almuerzo —agregó mi hermano—. Espero que te vaya bien lo que estoy preparando. Consulté con un par de personas que son expertas en preparar platos tanto para diabéticos como para celíacos. Paula me pasó los menús que siguen en las carreras; me imaginé que querrías cambiar un poco.


—Gracias, Tobías. En verdad no debiste tomarte la molestia.


—Queríamos agasajarte, Pedro; eres nuestro invitado especial y queríamos que pudieses disfrutar de la comida sin tener que privarte de nada —le dijo Tomas, tan amable y cariñoso como siempre. Tomas tenía un don especial con
las personas; a pesar de vivir la mayor parte del tiempo entre números, fórmulas y finanzas, jamás fallaba en ser adorable con la gente. Dudaba de que pudiese caerle mal a alguien—. Paula nos contó que cuidas mucho tu salud.


Pedro me tomó de la mano.


—Sí, no tengo más remedio.


—¿No es muy arriesgado que corras teniendo esos problemas de azúcar? —le preguntó mi hermano, y Tomas le puso mala cara.


—No pienso permitir que mi enfermedad me defina. Siempre quise competir en la máxima categoría del automovilismo y no pensaba permitir que la diabetes me lo impidiese.


—Eso es elogiable. Eres un verdadero luchador —le dijo Tomas, intentando suavizar el ambiente, porque el tono de voz de Pedro se había puesto rígido en exceso y mi hermano no tenía muy buena cara—. ¿No es eso increíble,
Tobías? Lo que has conseguido es admirable, Pedro. Además, lo has llevado a su máxima expresión. Leí por ahí que eres el campeón más joven con más campeonatos acumulados. Realmente te admiro. No creo que haya muchas personas con tanta dedicación en este mundo.


—Tobías también se vuelca mucho en su trabajo —entoné y el susodicho, desde la puerta del horno, se dio la vuelta para espiarme por encima del hombro—. Mi hermano es muy exigente con su trabajo y sus cocineros saben que, si entran a trabajar en su cocina, deberán dar el máximo de sí. Tobías y tú sois muy parecidos, Pedro; ambos estáis un tanto obsesionados con vuestras profesiones.


—Tú también solías estarlo. Tu dedicación y tu manía con la perfección solía ser tan encomiable como mi trabajo y seguramente también como el de Pedro.


—Hablas de lo que hacía como si ya no lo hiciese. Todavía trabajo en la cocina.


—Sí, pero yo me refiero a la pastelería, a la verdadera pastelería, no a preparar algo de vez en cuando.


—Ok, Tobías, he captado el mensaje. Déjalo estar, ¿sí? Por ahora estoy feliz con lo que hago.


—¿Por ahora? —me espetó mi hermano cerrando la puerta del horno—. A esto todavía le falta unos minutos. Podríamos empezar por los entremeses.


Pedro me miró de lado. Estaba demasiado serio para mi gusto.


Sí, mejor que empezásemos con los entremeses; quizá así mi hermano cerraría un poco la boca.


—Abrimos el tinto mientras el blanco se enfría —propuso Tomas, y a mí me pareció una idea perfecta. Necesitaba una copa con urgencia.


Mi cuñado descorchó una botella y comenzó a servir, mientras nos dedicábamos a comentar las bondades del barrio que nos rodeaba... hablamos sobre su gente, su arquitectura y su vida cultural. Por suerte Tobías tuvo el buen tino de no sacar el tema del local en alquiler en el que quería hacerme instalar mi pastelería.


Tomas me tendió una copa y luego sirvió otra que le pasó a Pedro.


—No, gracias. Será mejor que por el momento no beba.


Pedro no puede beber alcohol.


—Yo te he visto beber champagne cuando subes al podio —le espetó mi hermano, picándolo. Quizá Pedro no lo notase, pero yo le conocía ese tono ácido y no me gustó ni un pelo. 


Me dieron ganas de arrojarle algo a la cabeza.


—Solamente un sorbo —le contestó Pedro—. A veces bebo una copa. Quizá dentro de un rato, con la comida.


—Sí, claro —convino Tomas, sonriéndole—. ¿Un poco de limonada? Es casera y no lleva azúcar. Bajé la receta de Internet; lleva un poco de jengibre, una pizca de canela y un poco de clavo de olor. No soy ni chef ni pastelero, pero igualmente creo que me ha quedado rica. A Lila le ha gustado.


—Sí, claro; me encantaría probarla.


Deseé que mi hermano se comportase al menos con la mitad de amabilidad de la que Tomas empleaba con mi novio.


Casi sin respirar, bebí la mitad de mi copa de vino tinto.


Lila llegó desde la sala de estar, cargando la percha de la que colgaba la blusa y el resto del atuendo tirolés que le había comprado en Austria.


—¡Un vestido de princesa! —exclamó al entrar en la cocina.


Todos reímos.




CAPITULO 148




Llamé al portero electrónico. Estaba realmente feliz de volver allí después de tantos meses. Me apetecía un abrazo interminable de mi hermano, y ahogar en besos y cosquillas a mi sobrina.


—¡Pau! —estalló la voz de Tomas para luego gritar en un exultante inglés con ese acento tan suyo un «ya está aquí, Pau ha llegado». Reí. Por el micrófono se coló un «ha llegado la tía», en perfecto español, de mi sobrina, y un «yo les abro», en inglés de mi hermano.


Desde el otro lado de la puerta, después de que el portero electrónico enmudeciese, se coló la felicidad de quienes nos recibían.


—Te dije que estaban entusiasmados por vernos.


—Por verte a ti —me corrigió Pedro.


—Por vernos a ambos.


La puerta se abrió y entonces, al otro lado del umbral, apareció la enormidad de mi hermano gritando mi nombre; no me dio ni tiempo a inspirar una vez más, porque me vi atrapada en su abrazo, seguro y firme.


Como cargaba tantas cosas, se me complicó abrazarlo.


—No puedo creer que te tenga aquí otra vez.


—¡Tía! —chilló Lila, abalanzándose sobre nosotros.


Tobías se apartó lo suficiente como para permitir que, a pesar de tener demasiadas bolsas colgando de los brazos, pudiese alzarla.


Los bucles rubios de mi sobrina cubrieron mi rostro.


—¡Bienvenidos! —nos dijo Tomas, apareciendo por detrás de mi hermano, hablando en su mejor intento de español.


Aproximándome a él sin soltar a Lila, lo saludé con un beso en cada mejilla.


—Qué bien que estés aquí. Te he echado mucho de menos. Cuando te fuiste, dejaste un gran hueco.


—No soy tan grande, Tomas —bromeé.


—Sabes a qué me refiero.


Le guiñé un ojo.


—Gracias por recibirnos.


Se hizo silencio. Todos nos miramos. Sonreí. 


Era hora de hacer las presentaciones.


—Bien, familia, os presento a PedroPedro, éste es Tomas.


Mi cuñado le tendió una mano, que el campeón estrechó con un gesto un tanto nervioso.


—Tobías, mi hermano.


Pedro carraspeó.


—Hola. Es un placer conocerte. —Pedro le tendió la mano a mi hermano con un poco de temor, como si creyese que pensaba destrozarle los dedos, romperle el brazo o quizá arrojarlo al suelo después de hacerle una llave.


Hubiese sido mejor que nunca le contase que Tobías, durante muchos años, había practicado jiu-jitsu.


—Hola. Sí, es bueno tenerte aquí al fin. —Mi hermano le dio un apretón educado—. Hemos oído hablar mucho de ti últimamente.


—Y visto —acotó Tomas—. Felicidades, esas últimas carreras han sido increíbles. Hemos estado siguiendo el campeonato.


—Gracias. Sí, el campeonato está siendo increíble para nosotros.


—Será un placer asistir al día de campo del equipo. Lila está muy entusiasmada con la idea de verte correr.


—¿Tú eres el piloto que vemos por la tele? —le preguntó Lila a Pedro girando sobre mis brazos.


—Sí, él es el que corre y gana las carreras.


—Mi papá dice que también está bien perder algunas veces.


Inmediatamente Tomas y yo miramos a Tobías.


—Bueno, cuando luchas por ganar un campeonato, no puedes perder.


—Pero papi dice que, cuando juegas, está bien perder algunas veces. —Lila entonó el papi en español, aclarando con cuál de sus dos padres había mantenido esa conversación.


—Bueno, lo mío no es un juego y no puedo perder.


—Mi papi dice que él me quiere igual, aunque pierda.


—Y así es. Yo también quiero a Pedro tanto si gana como si pierde —le expliqué a Lila.


—Así es siempre cuando quieres mucho a alguien —intervino Tomas, moviendo sus brazos en dirección a Lila—. Ven aquí, monito, que la tía Paula carga demasiadas cosas.


Lila se pasó a los brazos de su padre.


—Sí, es cierto, pasad. Adelante. —Tobías retrocedió un par de pasos—. Sentíos como en casa.


Pedro le dio las gracias y entramos.




CAPITULO 147




Pedro se sentó al volante en el lado derecho del vehículo, para conducir por Londres con una destreza envidiable. Si me hubiera tocado a mí conducir desde esa posición, hubiese chocado, como mucho, a dos calles de salir.


Podía no ser muy buena conduciendo en Londres, pero conocía bien la ciudad porque no era la primera vez que la visitaba y en mis planes había estado, y todavía estaba, el proyecto de abrir una pastelería en esa capital, aunque eso de momento se encontraba en pausa.


Detecté al instante la aguja gris y aguda de la iglesia que quedaba justo al cruzar la calle de la manzana en la que estaba ubicada la casa de Tobías.


Pasamos junto a la pequeña plaza, frente a la floristería de la esquina que tanto me gustaba, por delante de la puerta de la chocolatería que era la perdición de mi sobrina Lila y por el local todavía en alquiler que Tobías me había mencionado en nuestra última conversación, allí, a dos pasos de la plaza y con unas vistas impagables que lo convertían en un lugar ideal para instalar mi pastelería y que, quizá, me permitiría poner algunas mesas para servir allí desayunos y meriendas.


Giré la cabeza y miré a Pedro sin decirle nada. 


En algún momento tendríamos que conversar sobre mis planes, mis metas; sin embargo, ése no era el instante adecuado, no con él y sus nervios por las nubes.


—Es un barrio muy bueno. Las casas se ven estupendas. ¿Son propietarios o alquilan?


—Son dueños desde hace poco; antes tenían alquilada la casa; surgió la oportunidad de comprarla y lo hicieron apenas hace un año. Adoran su hogar; ya lo verás, es estupendo.


—A tu hermano debe de irle muy bien en el restaurante.


—Sí, y así trabaja. Su profesión necesita mucha dedicación, y mi hermano ama lo que hace. Además de eso, Tomas es un experto en finanzas; tiene un excelente empleo en una empresa multinacional y Tobías recibió muy buenos consejos de él. —Le guiñé un ojo—. En fin, ya verás lo maravillosa que es la casa. Es que ambos tienen un gusto increíble y la han remodelado al mejor estilo inglés, pero con un toque de modernidad. Nada más entrar tienes la
sensación de estar delante de fotografías de una revista de decoración. Bueno, no tan ordenada, porque tienen una niña pequeña y los dos trabajan muchísimo, pero, desde las alfombras hasta los sillones, todo allí es absolutamente perfecto.


Lo vi tragar. Su cuello se ensanchó.


Toqué su hombro.


—Tranquilo.


Pedro me sonrió sin enseñar los dientes y sin apartar la mirada de la calzada; el tráfico a esa hora no era excesivo por ser día entre semana al mediodía.


—¿Te gusta más su casa que las mías?


—A mí me gusta donde tú estés, Siroco. Eso que me dijiste de la cama en que amanezcas, pues, bueno, a mí me sucede lo mismo. Ni siquiera me importa qué cama sea.


Pedro apartó la mano de la palanca de cambios para envolver la mía.


—Es esa casa de allí —apunté hacia la esquina, en dirección al edificio blanco de tres plantas que no podía ser más encantador.


Siroco espió en la dirección en la que yo señalaba con el dedo.


—Sí que les va bien —comentó.


—Allí —en ese momento apunté al espacio vacío que quedaba entre la Range Rover dorada de Tobías y otro vehículo—. La camioneta de delante es de mi hermano.


Pedro comenzó las maniobras para aparcar.


—Por lo que me contaste, ese vehículo cuadra con las proporciones de tu hermano.


Ante su comentario, reí.


—Sí, definitivamente.


Bajamos del coche cargando todo un arsenal de ropa y demás accesorios de Bravío que le había prometido a Tomas y a mi sobrina (a Tobías no le entusiasmaba demasiado aquello de hacerle publicidad a su futuro cuñado), más todos los regalos que llevaba acumulando durante lo que llevaba de la temporada para Lila, mi hermano y Tomas; a eso había que añadir dos botellas
de vino blanco, dos de tinto y dos de champagne, que Pedro se había emperrado en traer, y los obsequios que él le había comprado a mi sobrina en Austria, en una juguetería que hacía juguetes de madera como se hacían antes, más un vestido de estilo tirolés que no pude evitar comprarle.


Lo nuestro, más que una visita, parecía una mudanza.


—¿Listo, campeón? —le pregunté cuando llegamos al último escalón, frente a la puerta negra con la manija central en forma de ciervo.


Asintió con la cabeza.