martes, 16 de abril de 2019

CAPITULO 92



De pasada, vi a una mujer cuyo nombre desconocía; era alguien de relaciones públicas de uno de los equipos de mitad de la clasificación, e iba con su asistente; ambos se volvieron a mirarme. Sí, definitivamente la gente había oído el audio de Pedro.


—Date prisa —me pidió divertida, y yo trastabillé.


Preferí no volver a mirar a mi alrededor y concentrarme en el edificio de los boxes, que encima tenía desplegada la exclusiva área del paddock.


Junto a la entrada, pululando alrededor de la pequeña sala donde se ubicarían los pilotos después del podio para dar las distintas ruedas de prensa y contestar preguntas, había un par de periodistas, cámaras y fotógrafos.


Érica tiró de mi muñeca.


A un par de ellos los tenía vistos de otras carreras.


Era idea mía o al menos dos alzaron sus largos teleobjetivos en mi dirección.


—Dios, me va a dar algo. Voy a matarlo. No puede continuar haciéndome estas cosas. Si se cree que por ser quíntuple campeón de la categoría puede hacer lo que quiera con la gente, está muy equivocado.


—Pues pónselo difícil frente a todos, frente a las cámaras. Será una dulce venganza para muchos. —Érica rio—. Todos sabemos muy bien cómo es el campeón.


—¡¿Qué dices?!


—Que lo hagas sufrir un poco frente a las cámaras. Todos nos regocijaremos al verlo rogar.


La miré perpleja. Llegamos a la entrada; allí había dos personas de seguridad para controlar los pases.


A Érica la conocían de sobra y, como yo estaba tan tiesa de los nervios, fue ella quien alzó mi identificación y pase para que los guardias lo verificaran con el lector que tenían en la mano.


Érica tiró de mí una vez más.


—Date prisa o no llegaremos a tiempo.


Los motores rugieron más fuerte que antes.


Nos escondimos del sol para entrar en el edificio que compartían todos los equipos para acomodar sus boxes. De frente hacia nosotras avanzaron dos mecánicos del equipo rojo. Es esa carrera no lo tenían muy fácil; uno de sus pilotos había abandonado la competición porque su motor había dicho basta y el otro estaba en octavo lugar, colándose entre los últimos puntos.


Seguimos de largo y un cosquilleo en la nuca hizo que me girase; ambos se habían dado la vuelta para ver cómo nos alejábamos por el pasillo. Me miraban a mí. Enrojecí.


Continuamos andando. Uno de los pilotos de Mathus, uno de los equipos de final del pelotón, que se había quedado fuera de competición a las pocas vueltas de comenzar la carrera, venía avanzando en sentido contrario al nuestro; nos conocíamos de vista nada más; sin embargo, por lo visto...


—Paula —me saludó tocándose la gorra que llevaba impreso el nombre de su equipo en la parte frontal y que por los lados mostraba dos marcas que eran patrocinadoras del mismo.


Me sonrió con ese deje de suficiencia de quien sabe que va un paso por delante de ti.


¿Acaso todo el mundo había oído el condenado audio de Pedro?







CAPITULO 91




Sabía de qué hablaba; la web de la categoría, después de cada gran premio, era actualizada con datos anecdóticos de la jornada y por norma general escogían un par de audios; la semana anterior había oído uno de un piloto fastidiado con su ingeniero, en el que le pedía que dejase de repetirle a cada vuelta la distancia con el piloto que lo precedía. También había un par de audios de los pilotos maldiciendo, y unos de Pedro celebrando sus victorias.


Imaginar el audio del campeón pidiendo que yo estuviese en el box para recibirlo a su llegada porque debía hablar conmigo hizo que me sonrojara. Lo oiría todo el mundo. Empecé a oírlo en ese preciso instante, después de que el locutor anunciase una comunicación inesperada del campeón a su equipo.


—Faltan diez vueltas, diez vueltas, Pedro —le explicaba Toto—. Mantén el ritmo, vas bien. No presiones demasiado, solamente mantén el ritmo. Haruki, a diez segundos, quinientas milésimas. No arriesgues de más, vamos bien.


—Ok. Sí, lo sé. Búscala, la quiero en el box a mi llegada.


—Repite. No te he entendido.


—A Paula, que la llamen; la quiero en el box para cuando llegue.


—¿Pedro? —la voz que se oyó fue la de Pablo.


—Tengo que hablar con ella. Que venga.


La imagen repitió el suceso ocurrido unos minutos atrás. Por el audio se oía que Pedro pedía por mí otra vez, mientras las cámaras enfocaban a Toto y a Pablo mirándose sin comprender nada.


Pablo apartó el micrófono de sus labios y se inclinó hacia delante para hablar con uno de los asistentes. El asistente salió corriendo, atravesando la calle de boxes. Pablo movió la cabeza de arriba abajo, mirando a Toto.


Toto acercó el micrófono que bajaba desde sus auriculares para empujarlo contra sus labios y medio taparlo con una mano, imaginé que para evitar que se filtrase el sonido de los motores de los automóviles pasando por la recta principal.


—Estás en serios problemas, Duendecillo —se carcajeó Suri.


—El que está en problemas es él. ¿Quién se cree que es?


—Bien: si tienes algo que decirle, te sugiero que me acompañes. Preferiría llegar al box antes de que se corra la voz y algún cámara empiece a buscarte.


—¡¿Qué dices?! —solté horrorizada.


—Que en este instante deben de estar intentando averiguar quién es esa Paula cuya presencia en el box ha requerido el campeón.


—Dios, me va a dar algo —jadeé—. No necesitaba hacer esto.


—Tal vez sí, vosotros dos sabréis.


—Yo no sé... —balbucí anonadada.


Érica me colgó el pase del cuello y me agarró de la mano. La transmisión de la carrera había vuelto al presente; tan sólo faltaban dos vueltas para que Siroco atravesara la meta, con la correspondiente caída de la bandera a cuadros.


—Andando. —Me apretó la mano y tiró de mí.


—Pero...


—Si no vienes, vendrá a buscarte y a mí me despedirán por no llevarte al box. Pablo me ha pedido que te lleve hasta allí, así que eso haré.


—¡¿Qué?!


—¡Lárgate de aquí! —Suri me empujó por los hombros en dirección hacia la puerta, hacia donde tiraba Érica—. Avisadme cuando sea la hora de la tarta, para llevarla.


Miré a Suri por encima de mi hombro; se despedía de mí con una mano, sonriendo de oreja a oreja.


—Esto es... es ridículo. —Salimos de la cocina—. Todo el mundo se enterará de esto, no necesitaba dar un espectáculo. Si quería hablar conmigo, podría haberlo hecho en privado.


Érica continuaba tirando de mí.


—Creo que no le importa que todo el mundo se entere.


—Sí, bueno, pues a mí sí. Yo no... el otro día... Si Mónica está por ahí, se armará una grande. No quiero perder mi trabajo.


—Dudo de que exista ni la más remota posibilidad de que puedas perder tu trabajo. Y no creo que debas preocuparte por Mónica.


Salimos del sector del comedor a la maraña de calles formadas por los camiones y autocaravanas de los equipos.




CAPITULO 90



En algún momento Suri encendió el monitor. La actividad en el circuito ya había comenzado para las cámaras de televisión. Intenté no mirar en dirección a la pantalla; allí estaba él, sobre un camión con remolque; el resto de los pilotos lo acompañaban. Saludaban a la gente que empezaba a colmar las tribunas.


Los fotógrafos y las cámaras de televisión no los perdían de vista, en especial a él. Pedro parecía estar bien. No se lo notaba demasiado feliz, aunque, de cualquier modo, tampoco es que fuese de sonreírles a las cámaras. Casi todo el tiempo, la mayor parte de su rostro quedaba oculto debajo de la gorra negra de Bravío.


Un par de veces lo vi saludar sin demasiadas ganas en dirección a las tribunas y, cuando enjuagaba una de mis cuchillas bajo el chorro de agua, vi que Martin se acomodaba a su lado. Se me escapó un suspiró mientras volví a concentrarme en mis quehaceres.


Para el momento de la salida del Gran Premio de Cataluña, el mundo se detuvo, al menos allí, dentro del circuito.


Suri estaba atento a la pantalla y, a decir verdad, yo tampoco conseguía quitar mis ojos de su automóvil. Si es que, a escondidas, quizá queriendo ocultarme a mí misma las ganas que tenía de verlo, estaba espiando en dirección a la pantalla desde que comenzó a prepararse en los boxes para salir a pista a ocupar su lugar en la parrilla. Tampoco logré mantener mi vista muy lejos de él cuando allí, en el primer lugar, se bajó un momento de su fantástico monoplaza para quitarse el casco, la capucha ignífuga, y hablarle a Toto al oído.


Vi a su padre y a David en el box, allí también estaba Helena; de Mónica, ni rastro.


Siempre, desde la primera vez que tuve frente a mí una transmisión de Fórmula Uno, las salidas constituían el momento que me proporcionaba más cantidad de emoción y tensión. Desde que estaba con Bravío, sabía que era todavía mucho más que eso. Era como si me sintiese dentro de ese automóvil junto a Pedro, esperando a que el semáforo diese la salida.


Me agarré del canto de la encimera y rogué que tuviese una buena salida; que se despegase del grupo lo antes posible; que no le sucediese nada, que no le permitiese a su ego apoderarse de sus decisiones, y que su carácter no nublase su capacidad de pensar y de demostrar que era uno de los mejores pilotos de la categoría.


Las luces del semáforo se apagaron y Pedro salió disparado en una increíble reacción. Primera curva muy cerrada a la derecha, la segunda un poco más abierta a la izquierda. Aceleración... Pedro despegándose un poco más de Haruki, que iba en segundo lugar, y Martin en tercero, pisándole los talones al compañero de equipo de Pedro.


Una larga tercera curva hacia la derecha y Pedro distanciándose del pelotón una vez más, como si corriese una carrera contra sí mismo. Sin duda corría en otro mundo, avanzando veloz hacia delante, pero sin excederse; exigiéndole a las curvas lo máximo posible, pero sin comprometer la estabilidad de su monoplaza.


Las carreras son todavía más emocionantes cuando ves que los pilotos las disfrutan, que las viven en cuerpo y alma. Lo que ves deja de ser una visión como la de un juego de PlayStation o algo así, para convertirse en la pasión y la dedicación de un ser humano, en su vocación, en lo que hace que la sangre continué corriendo por sus venas, en lo que lo motiva cada mañana a levantarse de la cama, a abrir los ojos sin importar qué día de la semana sea o cuán casado esté.


Pedro podía tener un montón de defectos y entre nosotros podía desatarse una batalla campal, pero no por eso podía dejar de admirar su dedicación.


Pedro no perdió la primera posición ni siquiera después de su entrada a boxes; Haruki tuvo que luchar a pulso con Martin. La primera entrada a boxes dejó al brasileño en segundo lugar; sin embargo, Haruki no le permitió escaparse. El motor del Bravío, evidentemente más potente, evidenció sus capacidades diez vueltas después. Haruki pasó al Asa en plena recta, recuperando el segundo lugar que luego ya no perdió en la segunda entrada, porque evidentemente los juegos de neumáticos le sentaron mucho mejor y su velocidad, al volver, aumentó.


El final de la carrera se acercaba y Pedro continuaba delante pisando firme, aplastando a los demás con contundencia, y el público lo vitoreaba cada vez que pasaba por la recta principal marcando una nueva vuelta para su gente, para su público, en su casa, en su patria.


El fin de semana le estaba saliendo a pedir de boca. Subiría al podio, se sacaría una foto con sus mecánicos, celebraría con ellos su cumpleaños con la tarta que en ese momento ya estaba en la nevera. Se suponía que la cortarían en boxes después de que Pedro terminase con todo el ritual de ruedas de prensa y entrevistas tras el podio; pensaban hacer una especie de sesión de fotos oficial, por marketing, y, bueno, la realidad es que los chicos esperaban una porción de pastel. Pedro, probablemente, no.


Alguien llamó a la puerta.


Érica pasó sin esperar respuesta. Con un parpadeo, confirmó que los dos seguíamos la carrera.


—Paula.


—¿Sí?


—Necesito que vengas conmigo.


—¿Qué?, ¿vais a hacer lo de la tarta ahora?


—No, sólo necesito que me acompañes al box —le contestó a Suri para después fijar sus ojos en mí.


—¿Yo?, ¿a boxes?, ¿para qué?


—Toto te llama.


—¿Toto?


Me tendió un pase.


—Andando, que la carrera casi ha terminado.


—No, yo no... —Me puse nerviosa—. No tengo nada que hacer allí.


—Sí, sí tienes.


Eso era cosa de Pedro, no me cabía la menor duda, y no pensaba permitir que continuase manipulándome de ese modo.


Negué con la cabeza y le devolví el pase.


—Paula, por favor.


—¿Para qué podría quererme Toto allí?


—No es Toto —dijo Érica ladeando la cabeza con una media sonrisa con la que intentaba contener un secreto que todos conocíamos: eso era cosa de Pedro—. El campeón le ha pedido a Toto que te llamara. Dice que necesita hablar contigo en cuanto se baje del automóvil.


—Ah, bueno... —canturreó Suri.


—Eso mismo —confirmó Érica, sonriendo—. Por lo visto le urge hablar contigo.


—Esto es ridículo. Puede esperar a después, si tiene que decirme algo.


—Evidentemente no puede.


—Pues tendrá que aguantarse.


—A ver si lo entiendes: lo dijo y, cuando eso pasó, lo oyeron todos en el pit wall, lo oyeron los ingenieros y creo que incluso saldrá en las grabaciones de la FIA. No salió al aire, pero, que lo repetirán, no me cabe duda: se guardan todos los audios y repiten aquellos que les parecen graciosos o relevantes.


—Esto no es gracioso.