lunes, 20 de mayo de 2019

CAPITULO 204




El domingo llegó demasiado pronto para mi gusto, pese a que la carrera comenzaba por la tarde, pasadas las horas de más calor, porque sabía que reclamaría los últimos rastros de energía del cuerpo de Pedro.


Me agaché junto a su automóvil; faltaban apenas unos minutos para que abriesen la calle de boxes y Pedro ya estaba en su vehículo, sin su casco, bebiendo de la botella con el logo de uno de sus patrocinadores.


En cuanto me arrodillé a su lado, sentí los objetivos de las cámaras sobre nosotros, pero los ignoré.


—¿Estás bien?


Pedro parpadeó y me sonrió.


—Sí.


—Sabes que el equipo sobrevivirá si no ganan este año el campeonato de constructores y tú no tienes que... El año que viene está a la vuelta de la esquina.


—¿No quieres verme ganar?


—Yo quiero verte feliz. Sé que eres feliz ganando, pero también deberías serlo si no ganas. No digo que no ganes nunca, creo que eres el mejor y que te mereces ganar, pero... —Su sonrisa se ensanchó—. ¿He tocado tu fibra,
campeón? —bromeé—. Por supuesto que te admiro, idiota. Creo que eres el mejor piloto que haya tenido la Fórmula Uno, pero yo sólo quiero... ya sabes, quiero que estés bien.


—Lo estaré. —Extendió el cuello para acercar su rostro al mío; tocó con sus labios los míos—. Estaré bien.


—Promete que no volverás a ser el de antes si no ganas y que no maltratarás tu salud en pos de hacerte con la victoria.


—No podría ser el de antes ni aunque me lo propusiera, aunque durante un tiempo continué intentándolo... Tú me cambiaste y al final me venciste. Este que liberaste de no sé donde soy yo realmente y estoy bien con cualquiera que sea el resultado que tenga la carrera. Sólo espero que el equipo gane, los chicos se lo merecen.


—Pero si no ganas...


—Te prometo que no haré locuras. Si no puedo con la carrera... pues eso, que si no puedo con la carrera, no puedo.


—Te conozco; sé que te exigirás hasta que no des más de sí; tan sólo intenta llegar a la bandera a cuadros de una sola pieza, sin tener una crisis ni nada parecido, ¿de acuerdo? ¿Puedes prometerme eso?


—Sí. Te amo.


—Ok, campeón, ve y demuéstrales cómo se hace.


Los mecánicos nos rodearon; llegaron con Toto. Prepararon a Pedro para la salida.


Por los monitores vi a Martin prepararse también. El brasileño estaba sonriente. En confidencia, en unos minutos que estuvimos a solas, me dijo que con Pedro allí sabía que no tenía la menor oportunidad de ganar, pero que ya había ganado porque Siroco estaba allí y conmigo, y que eso era todo lo que él necesitaba para retirarse en paz. Eso y que le prometiese que sería padrino de nuestro primogénito, insistió otra vez.


Nunca antes me había puesto tan nerviosa por una carrera, si hasta me costó mantener los ojos abiertos cuando los cinco semáforos de luces rojas se apagaron.


Pedro le costó un poco la salida. Martin se le acercó, pero Pedro, en cuanto debió de verlo en sus espejos, a toda velocidad, se lanzó hacia delante.


Los tres primeros conservaron sus lugares de la parrilla de salida, separándose del resto de manera alevosa, como si estuviesen corriendo en otro mundo.


Por lo que oí en los audios, la carrera de Pedro iba según lo planeado; sus neumáticos reaccionaban bien, la parte mecánica estaba respondiendo correctamente y la temperatura, si bien era alta, no estaba causándole más problemas de lo esperado.


Todas las veces que le preguntaron por su pierna, Pedro contestó que estaba bien. Si no era así, no se notaba en la velocidad de sus vueltas o en su maestría de siempre al conducir.


Sus dos pasos por los boxes fueron completamente normales y según lo planeado, igual que los de Helena y los de Martin.




CAPITULO 203




El primer día fue extraño moverme por el circuito sin llevar el uniforme de Bravío; sin embargo, me gustó la idea de ir de aquí para allá de la mano de Pedro, saludando a todos los que ya conocía, pudiendo tomarme el tiempo para disfrutar de las pruebas libres, de los eventos en el circuito y de ver de cerca, y no a través de la pantalla de un televisor, sus entrevistas y sesiones de autógrafos.


Me encantó sentir su felicidad al sacarse fotos con los fans, al contestar cuando le preguntaban por su salud, que poco a poco mejoraba.


Lo que terminó de ponerme una sonrisa tonta en la cara fue que Pedro ya no ponía reparos en saludar a los que conocía, que no bajaba la vista al cruzarse con periodistas, con los empleados de la FIA o con los integrantes de otros equipos; fue como si, ya de verdad, estuviese decidido a disfrutar de su experiencia en la Fórmula Uno al completo, no exclusivamente cuando se encontraba solo dentro de su automóvil, dando vueltas alrededor del circuito.


Al entrar al box por delante de mí, sostenido por sus muletas, Pedro saludó a todos y fue directo hacia Helena, para conversar con ella sobre unos detalles que había notado en el pavimento del circuito al caminar por éste la noche anterior.


Aquella caminata, como aquella otra vez, nuestra primera vez, la hicimos ambos junto a Toto.


Hablaron de no sé qué cosas técnicas y luego Pedro se montó en su coche para hacer las primeras pruebas.


Pedro no arrasó en los tiempos como antes del accidente, pero estuvo entre los tres primeros, detrás de Martin y Helena. Su pierna no se lo ponía fácil y, entre prueba libre y prueba libre, comió y tomo una nueva dosis de calmantes mientras ponía la pierna en alto, envuelta en hielo.


En la segunda tanda de pruebas, ya a la luz de los potentes reflectores que iluminaban el circuito, Pedro marcó el mejor tiempo del fin de semana, en su última vuelta.


Lo malo fue que, cuando se bajó del monoplaza, estaba agotado y muerto de dolor; entre Toto y otros dos mecánicos tuvieron que ayudarlo a emerger del vehículo, porque solo no podía.


Esa noche intenté convencerlo de que no corriese, pero me dijo que estaba bien, que sabía que no se exigía a sí mismo más de lo recomendable y que quería hacerlo por el 
equipo.


Sus pruebas del sábado por la mañana también fueron excelentes.


Cuando llegó la hora de la clasificación, se me hizo un nudo en el estómago porque quedaba claro quiénes peleaban por el campeonato y, si bien sabía que, por encima de todo, esos dos mejores amigos se adoraban y se querían mucho más que un mes atrás, pese a que Martin tenía muchas opciones de quedarse con el campeonato de pilotos, verlos luchar pulso a pulso no parecía justo. Era ponerme feliz por uno y angustiarme por el otro cada vez que uno de los dos bajaba su tiempo de vuelta.


Al final, en los dos últimos minutos de la clasificación y con todo el equipo Bravío, todo el circuito y todo Abu Dabi conteniendo el aliento, Pedro se hizo con la pole position entre gritos de algarabía, silbidos de felicidad, saltos de emoción y muchos abrazos que evidenciaban un año de tensiones que se deseaban liberar y la necesidad de buenas noticias.


Las cámaras nos grabaron y fotografiaron mientras saltábamos, gritábamos y lo celebrábamos en el box. Por poco me da algo de la sorpresa que me llevé cuando el padre de Pedro vino hacia mí todo emocionado y, con lágrimas en los ojos, me dio un abrazo.


Otra vez, después de nuestro festejo, cuando fuimos a recibir a un Pedro recién llegado de hacer su pole position, lo vi tener que ser ayudado por Toto y uno de los comisarios de la FIA para salir de su automóvil. Uno de los chicos del equipo llevaba las muletas de Pedro, pero al campeón tuvieron que llevarlo a hombros porque estaba realmente agotado.


Su pierna, su salud, lo exigente del circuito de Abu Dabi y la temperatura lo complicaban todo.


Fue un alivio verlo en la rueda de prensa después de la clasificación, mucho más repuesto y sonriente.


Martin se quedó con el segundo puesto en la parrilla de salida y Helena, con el tercero, por lo que todos en el equipo suspiraron medianamente aliviados, cruzando los dedos para que al día siguiente llegasen así al final de la carrera.


CAPITULO 202




Durante gran parte del vuelo a Abu Dabi nos contamos el uno al otro lo que habíamos estado haciendo durante ese tiempo en que estuvimos separados.


Pedro quiso saberlo todo sobre la pastelería, sobre cómo iba el negocio y sobre los empleados. Me pidió que le hablara de la casa que había comprado, cómo la había encontrado y cómo eran mis vecinos, y se preocupó por saber si yo era feliz con todo aquello.


De sus labios oí lo mucho que le había costado recuperarse, lo mal que había estado de salud, lo deprimido que se sintió más que nada por encontrarse tan solo sin mí, entre tanta gente que de un día para otro a él se le antojaron extraños que no lo conocían, que no tenían un idea real de quién era.


Pedro me explicó que incluso en la actualidad no estaba del todo repuesto.


Que su pierna lo mataba de dolor, que le costaba mucho caminar (ya había sido testigo de eso) y que los músculos de la pierna rota todavía no eran lo suficientemente fuertes, si bien el hueso ya había soldado.


Le repetí una vez más que me parecía una locura que volviese a correr tan pronto y Pedro me contestó que era lo mejor que podía hacer, pues, después de tantas estupideces cometidas, de tantos malos tragos que le había hecho pasar al equipo, lo menos que podía hacer era intentar ayudarlos a sumar puntos para que Bravío pudiese conservar un año más el campeonato de constructores.


Yo había visto a Helena dar lo mejor de sí, pero el otro piloto que había reemplazado a Pedro simplemente no podía con el automóvil, como si éste fuese demasiado para él.


Pedro me explicó que Helena y él debían cubrir al menos la segunda y tercera posición para que Bravío pudiese hacerse con el triunfo.


Y si él quería ganar el campeonato, debía llegar en la primera posición sí o sí, pero eso Pedro ni siquiera lo mencionó.


Lo que sí me contó fue que había viajado para ver a Haruki, para pedirle perdón por su estúpido comportamiento en la carrera, y que había tenido también una seria conversación adulta con Helena y su novia, en la que se disculpó con ambas por todo.


La charla que tampoco faltó fue la que mantuvo con Pablo. Pedro solamente me comentó que habían conversado largo y tendido sobre un montón de cosas y que, desde entonces, se sentía en verdad parte del equipo.


Ahora estábamos allí, en Abu Dabi. Difícil encontrar en todo el campeonato un lugar mejor en el que emplazar un gran premio, pues era espectacular.


Según me explicaron, la ciudad era la más rica del mundo y el dato no me sorprendió: desde el aeropuerto hasta el circuito eran un derroche de modernidad.


La pista estaba al borde de una marina con unas vistas irreales y nuestro hotel, literalmente a dos pasos del paddock.


Allí la Fórmula Uno era más Fórmula Uno que en ninguna otra parte del planeta y, con el campeonato terminando en este circuito, la expectativa y la emoción corrían tan fluidas como el dinero entre los espectadores y, por supuesto, entre los integrantes de los equipos.


Todo Bravío me recibió con los brazos abiertos, recordándome lo bueno que había sido trabajar con ellos y lo increíblemente afortunada que me sentía de haber tenido la oportunidad de vestir la camiseta del equipo.


Esa vez, mi paso por la cocina fue de visita para ver a Suri y para conocer a su nuevo ayudante, un chico mexicano que daba sus primeros pasos en la profesión, pero que se moría de ganas de aprender y que, además, era muy fanático de la categoría.


Me llenó de felicidad el poder ver a Martin y a los demás pilotos, compartir momentos con ellos y con Pedro, viendo a un Siroco mucho más relajado y sonriente, pese a que cada dos por tres le daban arranques de campeonísimo y se ponía como un loco y maldecía sus muletas y su pierna, la cual no acababa de sanar...