jueves, 9 de mayo de 2019

CAPITULO 169




En aquel circuito teñido de noche con esos reflectores imponentes e impertinentes, que arrancaban la oscuridad de todo rincón, Pedro realizó unas magníficas pruebas libres, mientras daba la impresión de que el resto de pilotos luchaban por mantener sus monoplazas sobre la pista.


Hubo choques y riñas al por mayor, incluso una que llegó a las manos cuando, en mitad de la tercera y última sesión de pruebas libres del viernes, dos pilotos chocaron en una curva; terminaron ambos contra el muro y, cuando bajaron de sus vehículos, todavía con los cascos puestos y mientras los auxiliares de pista intentaban apartar los coches del medio, con la prueba detenida, empezaron a darse de trompadas sobre los cascos, y también hubo un par de patadas. Llegaron los oficiales de pista para separarlos y, a continuación, se produjo una escaramuza en el pit wall entre los integrantes de ambos equipos.


En mi vida había visto algo semejante. Todos los objetivos se cerraron alrededor de los ingenieros y directores de equipo, así como de un par de
mecánicos menos diplomáticos que tenían ganas de decirse, con los puños, los unos a los otros, cuánto les disgustaba lo que creían que había sido un movimiento de volante incorrecto de su piloto que había dejado fuera al otro, y lo mucho que les costaría reponer los automóviles para tener a punto un buen coche para la clasificación del día siguiente.


El descontrol fue tal que se demoraron media hora en reiniciar la última parte de las pruebas libres.


Todo eso a Pedro no le afectó en lo más mínimo. 


Su bólido estaba a punto para la clasificación de la mañana siguiente, eso lo había dejado muy claro en las marcas obtenidas.


Ése no era el caso de Haruki, quien iba y venía ansioso por el box, acompañado de ingenieros y mecánicos, y por momentos de Helena. Lo noté
preocupado y me preocupé todavía más, porque Haruki raramente expresaba lo que llevaba dentro; su rostro solía ser un lago en calma incluso en los peores momentos. Últimamente no acertaban con la puesta a punto de su automóvil.


Otro que no estaba muy feliz por el retraso era Martin. Apenas había dado un par de vueltas y no sé qué pieza se rompió en su vehículo; parecía que habían reparado el problema, pero cómo saberlo hasta que no saliese a pista una vez más. Imaginé que Martin necesitaba desesperadamente las vueltas que faltaban para asegurarse de tener un buen automóvil para el día siguiente.


Las vueltas que quedaban por dar al circuito no hicieron demasiada diferencia para el resto de los equipos en lo referente a la clasificación para el día siguiente, que dominó Pedro de manera implacable, al igual que la carrera del domingo.


Pedro celebró su podio con fuegos artificiales por todo lo alto, quedando en sus manos la llave del campeonato, que ya nadie podría arrebatarle; la diferencia de puntos era prácticamente insuperable. De cualquier modo, Pedro me dijo que tenía muy claro que, más allá de que el campeonato estuviese casi en su poder, el sexto, deseaba ganar todas las carreras que quedaban de ahí al final de la temporada y, si él así lo quería, imaginé que daría hasta la última gota de su sudor y sangre por conseguirlo.





CAPITULO 168




Cenamos en la cama una pasta con vegetales que preparamos entre los dos y no pudimos contenernos y volvimos a hacer el amor, esta vez en nuestro lecho.


Mirando el techo, con los reflejos de la terraza y Mónaco allí, esperé a que su respiración se tornase más lenta y pesada, evidencia de que dormía profundamente, para escapar de la cama dirección al ordenador. Estuve hasta bien entrada la madrugada tomando notas, haciendo dibujos, creando menús, buscando recetas y proveedores de los productos que necesitaríamos; también me perdí viendo fotografías de casas de antigüedades en las que busqué objetos para la decoración. Divagué entre proveedores de utensilios para la restauración, mirando vajillas, mobiliarios, neveras con expositores y un millar de cosas más.


Me entretuve tanto que, justo cuando me tendí otra vez sobre la cama, me percaté de que el alba estaba a pocos minutos de distancia.


El despertador de Pedro nos levantó a ambos.


Como tenía unas ojeras que me las pisaba, ya que apenas había dormido un par de horas, Pedro me preguntó si me sucedía algo y yo no tuve el coraje de decirle que me había desvelado buscando cosas para el negocio, porque no tenía ni idea de cómo encarar la conversación sobre aquel asunto con él.


Aproveché que Pedro tenía un almuerzo laboral, un compromiso de trabajo, para volver a hablar con Tobías sobre la pastelería y, después de eso, dormí una buena siesta, pero antes me puse una alarma; no quería que Pedro regresara
y me encontrase durmiendo. De hecho, cuando me desperté, recibí un mensaje suyo en el que me avisaba de que se retrasaría, por lo que me metí en el gimnasio un par de horas para descargar la tensión.


Esa noche tuvimos una cena.


Al día siguiente, él fue, en compañía de su preparador físico, al hospital para una revisión completa.


Los días hasta la carrera de Italia pasaron entre compromisos y entrenamientos, entre correos a escondidas con mi hermano.


Pedro, a pesar de que casi todo el público coreaba los nombres de los pilotos del equipo rojo, ganó una carrera de verdadero lujo en Italia. Su victoria fue tan espectacular que todos los que estaban allí para apoyar al equipo rojo se pusieron en pie para aplaudir su trabajo cuando la bandera a cuadros cayó frente a él.


Con tanta diferencia de puntos y ganando tantas carreras de un modo tan rotundo, el rostro y el nombre de Pedro comenzaron a aparecer por todas partes, no solamente en la prensa especializada en el automovilismo. Todo el mundo hablaba de él, de sus campeonatos, de lo que podía llegar a lograr dada su juventud, de su fortuna, de su fama, de su genio, incluso de sus mujeres: de Mónica, de mí.


Andando por la calle, me topé con mi cara en la portada de varias revistas, así como en programas de esos que siguen la vida y milagro de los famosos.


También comenzó a correr el rumor de que harían una película sobre la vida de Pedro; ya se barajaban varios nombres de actores muy conocidos que podrían interpretarlo a él en la gran pantalla. También oí que algunos especulaban con que Pedro escribiese su biografía; otros decían que, después de ese año, dejaría la categoría; otros, que se compraría su propio equipo.


En resumen, para bien o para mal, Pedro estaba en boca de todos.


Agradecí largarnos rumbo a Singapur para la siguiente carrera; al menos allí no entendería lo que decían los periódicos y la televisión.


Llegamos juntos a aquel país unos cuantos días antes que el equipo, para que él consiguiese aclimatarse mejor al cambio horario.


Aprovechamos esos días para pasear un poco y conocer el lugar.


Pedro estaba de muy buen ánimo, de excelente humor y ciento por ciento concentrado en el campeonato. Como nunca había sucedido, se pasó casi todo el tiempo hablando del coche, de las charlas que había mantenido con Toto y los ingenieros, de lo que opinaban todos sobre cómo sería la carrera.



Y lo que fue la carrera..



CAPITULO 167




—Dile a tu otra mitad que muchas felicidades por ganar la carrera. Todos dicen que se lució —entonó Tobías con sarcasmo.


Gracias a Internet, me llegó el vídeo con su mala cara. Mi sobrina continuaba sonriendo y sé bien que mi hermano no me hubiese dedicado esa
mueca y esas palabras si Tomas hubiese continuado sentado frente a la cámara del ordenador; éste se había levantado cuando llamaron a la puerta, llegaba su cena. Habían pedido comida fuera, hindú, la preferida de mi hermano. Por ser lunes, el restaurante de Tobías estaba cerrado y mi hermano se había tomado el día sabático de sus habilidades culinarias.


Como él no trabajaba ese día, y al encontrarnos nosotros en Bélgica desde esa misma mañana, habíamos quedado en vernos a través de FaceTime; una especie de reunión familiar en la distancia, ya que era complicado organizar una de carne y hueso.


Tobías estaba un tanto enfadado porque, en el casi mes de vacaciones que habíamos tenido de la categoría, no había pasado siquiera unos días por Inglaterra. El caso es que, después de lo que le sucedió a Pedro durante nuestras paradisíacas vacaciones, regresamos directamente a Montecarlo, y allí nos quedamos hasta entonces; cuando un fin de semana le propuse a Pedro viajar para poder ver a mi hermano y su familia, me contestó que estaba demasiado cansado de los aviones y que quería dormir al menos una semana seguida en su cama.


Fueron demasiadas semanas seguidas.


Sopesé largarme sola unos días, pero Pedro estaba muy demandante de mi presencia y, finalmente, desistí de la idea; todavía me pesaba la culpa de haberlo dejado solo aquella noche en la isla.


De cualquier modo, podía comprender que me quisiese a su lado, lo que no comprendía muy bien era ese súbito ataque de ocuparse de cualquier otra cosa cuando intentaba organizar una reunión vía FaceTime con mi hermano o con
mis padres; esa vez, su excusa para no estar presente, pese a que habíamos acordado que lo estaría, había sido salir a correr; dijo que lo necesitaba, que su cuerpo se lo pedía.


Tobías estaba molesto por su ausencia y, a decir verdad, también yo.


—Parece que el sexto campeonato no se le escapará.


—Sí, está haciendo una temporada increíble —le contesté con poco entusiasmo.


Nos quedamos en silencio.


Se oyó a lo lejos la voz de Tomas llamar a Lila para que lo ayudase a poner la mesa.


Nos quedamos solos, uno a cada lado de la conexión.


—¿Te llegó el correo con las fotografías del local?


Claro que me había llegado, y lo había visto esa mañana mientras Pedro preparaba el desayuno. El espacio que mi hermano quería comprar para que instalásemos la pastelería era increíble, incluso había enviado planos e ilustraciones confeccionadas por un arquitecto para mostrarme diversas opciones en las que podíamos distribuir el espacio y componer la decoración.


En cuanto vi el lugar y las ideas que Tobías y Tomas tenían para aquel local, mi corazón se puso a palpitar con fuerza de la emoción, porque la propuesta me encantaba, era lo que había soñado, y de nervios, porque no sabía cómo decirle a Pedro que quizá el año siguiente no iba a seguirlo por el mundo como ese año, durante todo el campeonato; no tenía ni idea de cómo llevaríamos adelante nuestra relación si yo me instalaba en Londres y él no paraba de viajar de una punta a otra del planeta. Es más, ni siquiera estaba segura de querer poner la pastelería, si bien la idea hacía que me chisporrotease la piel.


—Sí, lo he visto esta mañana.


—¿Y? —preguntó alzando sus cejas castañas. 


Le conocía el gesto, sabía que estaba a punto de perder la paciencia conmigo. Eso incrementó mi enfado; sentía que no necesitaba pasar por esa situación, no quería pasar por esa situación; el caso es que no tenía ni idea de lo que quería, y me daba la sensación de que, mi hermano y Pedro, tiraban cada uno para su lado. Tomar
conciencia de eso, en este mismísimo segundo, hizo que se me formase un nudo en la garganta.


«¡Mierda!», exclamé dentro de mi cabeza.


—Bueno... no he podido verlas bien.


—¿Qué?, ¿no te han llegado correctamente? Puedo volver a enviártelas.


—No, es que no he tenido tiempo —mentí—. Para mirarlas con detenimiento, digo, para comprender cómo es el espacio y eso.


—Pues a mí me parece que, con los diseños que hizo el arquitecto, esos que te he mandado, queda más que claro cómo es el espacio por dentro. Además, si no te queda claro, puedes venir un fin de semana y verlo por ti misma.


—No sé cuándo podré hacer eso, tengo trabajo. Si bien la próxima carrera es cerca, en Italia, después debemos viajar a Singapur y, de allí, a Malasia... y con la presión de que son las últimas carreras del campeonato...


Tobías me cortó en seco.


—Justo van por la mitad, todavía falta la otra mitad; no son las últimas carreras y, aunque así fuese, Pedro ya tiene el campeonato prácticamente en el bolsillo. Deberías poder escaparte unos días... ¿Se trata de eso? Lo he dicho sin querer, sin doble intención, pero eso parece... Supongo que no tienes que escaparte, pues en realidad eres libre de apartarte cinco minutos de su lado cuando se te antoje, ¿o no?


—¡Claro que sí! Tobías, no lo entiendes.


—No, la verdad es que no.


—Costaría organizar una cita con la inmobiliaria y avisar aquí, al equipo, para cogerme unos días y... quizá el local se venda antes, y si voy y ya no está disponible... —Se me escapó un suspiro.


—No costaría mucho. En realidad, no necesitamos pedir una cita con la inmobiliaria ni organizar nada.


—¿Cómo?


—El viernes compré el local. Ahora soy el propietario. Cuando vengas haremos el papeleo para que esté a nombre de los dos. La única cita que deberíamos concertar es con el arquitecto, pero, como es amigo nuestro, podemos invitarlo cualquier noche a cenar al restaurante y allí discutir las ideas que tú tengas para el diseño.


—Alto. ¿Qué has dicho?


—No precisas entrar en pánico. Lo tengo todo bajo control; conseguí un trato excelente con el banco y sé que podremos devolver el dinero pronto si nos ponemos cuanto antes con las remodelaciones. Me gustaría abrir la pastelería en octubre, a más tardar a finales de ese mes. Espero que sea lo más pronto posible; lo ideal sería tenerlo funcionando para el otoño, para así aprovechar el área de la cafetería.


—Tobías... —jadeé.


—Alguien tenía que tomar la decisión. Alguien tenía que hacer algo drástico, y tú lo único que haces es correr de aquí para allá tras él. ¿Qué excusa tiene hoy para no dar la cara? Mamá me dijo que la última vez que habló contigo él tampoco estaba presente. ¿Le molesta que tengas una familia?


—No es eso, Tobías; es que él no está acostumbrado a tener una, casi toda su vida han estado solos él y su padre, nadie más.


—Pues se supone que contigo formará una. ¿Qué hará, apartarte definitivamente de todos nosotros?


—Eso no... —quise replicar; Tobías no me permitió continuar.


—Es exactamente eso lo que hace. ¿Dónde está?


—Ha salido a correr —contesté después de dudar en si decir la verdad o inventarme una excusa para la cual valiese su ausencia en ese momento. Me mordí el labio inferior.


Oí la puerta. Pedro regresaba de su carrera.


—He bajado mi tiempo —lo oí gritar. Estaba encantado, alegre—. No puedo creerlo. —Su voz sonó más cerca, debía de venir de camino a la sala de estar.


En la pantalla, mi hermano volvió a alzar las cejas.


—Bueno, ha bajado su tiempo, debe de estar muy feliz, ¿no?


—Tobías...


—Felicítalo por eso también.


—Por favor —le pedí a mi hermano al percibir los pasos de Pedro al entrar en el salón.


—¡Aquí estás! No podrás creer el tiempo que he marcado —soltó con entusiasmo.


Al darme la vuelta, lo vi llegar rojo y empapado en sudor, pero con una sonrisa de oreja a oreja. Todavía sujetaba la botella de la bebida que se llevaba cuando salía a correr, tanto para hidratarse como para mantener sus niveles de azúcar, minerales y demás estables.


Pedro se percató de que estaba realizando una videoconferencia con Tobías y se detuvo sobre sus pasos.


—Ah, no me había dado cuenta... —murmuró.


—Hola, Pedro —lo saludó mi hermano desde la pantalla del ordenador.


—Hola, ¿cómo estás?


—Bien, gracias. —El campeón dibujó en sus labios un amago de sonrisa. Se aclaró la garganta—. Aquí, necesitando una ducha. —Rio sin demasiada emoción—. ¿Todo en orden? —preguntó, y no supe si se dirigía a mí o a Tobías.


—Sí, por aquí todo bien —respondió éste.


—Ah, bien, me alegro. Bueno, os dejo que sigáis hablando, me voy a la ducha.


Pedro no me dio tiempo ni siquiera a pensar en detenerlo allí. Se escapó del salón a toda prisa.


Oí la voz lejana de Tomas llamando a mi hermano para cenar.


—Bien, ahora tengo que irme. Espero que puedas dedicar cinco minutos a echarle un vistazo a las fotografías y los planos del arquitecto. Si no tienes tiempo para viajar, por lo menos podrías darme tu opinión a través de un
correo electrónico para que consigamos organizarnos y, así, empezar las obras. Mañana pensaba ir a un par de sitios en busca de muebles antiguos y a otros que se ocupan de equipar a la industria de la restauración. Te pasaré fotos de eso también. Podemos hacer mucho vía FaceTime, pero de verdad me gustaría que te instalases aquí.


—Tobías... —jadeé—. Tengo trabajo aquí. No puedo...


—Allí no tienes futuro —me cortó en tono seco—. Y eso lo sabes bien.


—Por favor, Tobías.


—Ese tipo no me gusta. Es egocéntrico, egoísta y también un poco maleducado. Y hasta diría que un tanto desagradecido.


—Suficiente, Tobías; hace rato que me percaté de que Pedro no te cae bien.


—Es un idiota.


—¡Tobías!


—No te merece.


—Sí, me parece que ya te oí decirme eso.


—Y no haces nada al respecto.


Inspiré hondo.


—Después de cenar dedicaré un rato a ver las fotografías y a tomar algunas notas, lo prometo. ¿Podrías pasarme los números? Si seremos socios en esto...


—Eso era lo que quería escuchar, que al menos lo considerarás. Los números no importan ahora, Pau. Tan sólo piénsalo, dime qué opinas. Te quiero entusiasmada con este proyecto; te quiero ver feliz y haciendo lo que te gusta. Quiero que dejes de correr detrás de él.


—No corro detrás de él, corro con la categoría, eso es todo.


—Y hazme un gran favor.


—¿Cuál?


—Mamá me contó que, cuando hablasteis ayer, volviste a mencionar lo sucedido en la isla. No fue culpa tuya, ¿ok? No eres su niñera. Mamá está preocupada por ti y yo también. No quiero que ese sujeto, además, te manipule en base a la culpa o a su enfermedad.


—Él no hace eso.


—Pues algo hace... no sé si eso o qué, pero ésta no eres tú.


La voz de Tomas volvió a oírse.


Tobías meneó la cabeza.


—Hablamos mañana, si te parece bien.


—Sí, claro —respondí con un nudo en la garganta.


—Cuídate.


—Y tú.


La pantalla se puso en negro. Me aparté del ordenador y fui a buscarlo. La habitación estaba vacía, en el baño corría el agua de la ducha.


Pedro —lo llamé desde la puerta.


Éste se escurrió el agua de los ojos y me miró sonriendo con los ojos y con la boca.


—¿Vienes a hacerme compañía?


Le sonreí, no pude evitarlo; a pesar de todo, él continuaba provocándome sonrisas.


—¿Qué me dices, petitona sexi? ¿Te apetece darte una ducha caliente con el campeón? Quiero celebrar contigo que he bajado mi récord de tiempo. Estoy cada día más veloz, pero aquí, contigo, pienso tomarme todo el tiempo del mundo, sin prisas. —Pedro apartó un poco la puerta de cristal de la cabina y me tendió una mano—. ¿No tienes ni un poco de ganas de nosotros?


—Siempre tengo ganas de nosotros, Pedro. —Acepté su mano y él, de un tirón y así, en camiseta y shorts vaqueros cortados, me metió en la ducha para comenzar a besarme, para desvestirme y para hacerme el amor allí mismo.