sábado, 4 de mayo de 2019

CAPITULO 152




La verdad es que preferí no pasar por el box antes de la carrera, no quería tener que adelantar mi encuentro con mi hermano y los suyos, y además estaba demasiado ansiosa por ese nuevo encuentro entre Tobías y Pedro; tenía la impresión de que le pasaría mis nervios a Pedro, y no me apetecía arruinarle el fin de semana, y aún menos desconcentrarlo, ya que, de por sí, pese a que esa nueva competición estaba siendo tan buena para él como todas las anteriores, lo notaba quizá un poco disperso y más irritable de lo normal; no importaba que repitiese hasta el cansancio que todo iba bien, notaba que no era así desde la comida en casa de Tobías.


El cielo nublado y celeste de Inglaterra acentuó su aspecto en lo primero y, en diez minutos, y justo a la hora que estaba pronosticada, comenzó a caer la lluvia, que pronto convirtió la pista en un tobogán de agua.


Pedro ya estaba dentro de su vehículo, con Toto en cuclillas a su lado comentándole algo mientras alguien del equipo sostenía sobre ellos un enorme paraguas para evitar que quedasen empapados.


La lluvia, que fue torrencial al principio, empezó a mezclarse con rayos de sol que se filtraban, atrevidos, entre las nubes.


La carrera se inició con safety car y, durante las primeras diez vueltas, Pedro corrió ansioso e inquieto detrás del automóvil plateado que lo contenía de darle a fondo al acelerador; si incluso al aire salió un audio de mi novio hablando con Toto claramente indicándole, con palabras poco amables, que «sacasen de una maldita vez ese coche de delante». Según Pedro, la pista ya estaba transitable, y así lo único que ganaban era que a todos se les enfriasen los neumáticos.


Un par de curvas después, por poco topa con el safety car.


Su «¡ya era hora!» exclamado con exasperación cuando al final le anunciaron que la flecha plateada desaparecería de delante de él en la próxima vuelta, hizo reír a los periodistas que transmitían la carrera. Después de eso, fue simplemente ver a Pedro volar sobre la pista. El campeón me había dicho lo mucho que le gustaba conducir en la lluvia y eso se hizo patente unas diez vueltas más tarde, cuando les arrancó a todos una diferencia increíble, que supo sostener incluso cuando salió el sol y el cielo se tornó por completo nítido.


Pedro pasó la meta ocho segundos doscientas cincuenta milésimas por delante del segundo, que fue un piloto de la escudería roja, y a casi diecisiete del tercer clasificado, un piloto finlandés con el cual yo apenas había cruzado un par de saludos un tanto secos durante los meses que llevaba en la categoría: el hombre era un tanto parco en palabras.


Haruki cruzó la meta el quinto, después de complicarse la existencia con la lluvia, el espray y un juego de neumáticos que evidentemente no le sentó muy bien.


Martin tampoco tuvo demasiado buen fin de semana. Su automóvil fue indomable, por lo que tuvo que conformarse con un noveno lugar, a casi una vuelta de Pedro, sumando nada más que dos puntos para el campeonato.


Pedro saltó feliz desde la carrocería de su automóvil para celebrar con ganas su décima victoria de la temporada.


Después de pasarle el casco y el resto de sus cosas a Toto, el campeón vino a por mí, sonriendo de oreja a oreja.


Allí lo esperaba yo, colgada del vallado que nos separaba a todos de los ídolos del automovilismo.


Los mecánicos y el resto del equipo lo recibieron con vítores y aplausos.


Hubo palmadas y bromas por las comunicaciones entre el box y él, porque Pedro había hablado como si nadie estuviese escuchándolo, como si nadie fuese a oír sus palabras jamás. En fin, que al igual que un niño, algunas veces el campeón no tenía filtro.


—¡Felicidades! Has hecho una carrera estupenda, Siroco.


Sin que mediase una palabra por su parte, llegó a mí para besarme, ante los clamores y gritos de los mecánicos que nos rodeaban.


Sin soltar mi cuello, Pedro apartó sus labios de los míos.


—Gracias por estar aquí —me susurró.


—No podría estar en ningún otro sitio.


—Sí, tú tienes otros lugares a los que ir, otras personas con las que estar, tienes una familia.


A pesar de su victoria, noté un deje de tristeza en su mirada.


—Mi lugar es contigo; yo quiero estar aquí, a tu lado.


Pedro me regaló una sonrisa dulce de las suyas.


Estirándome, besé rápido sus labios.


—Soy feliz de estar aquí contigo, campeón. Disfruta de tu victoria. Me siento muy orgullosa de ti. Te amo.


Pedro me miró con ojos llenos de amor y, a continuación, cogió mi mano izquierda y me dio un beso sobre el anillo de compromiso.


—Te veo luego.


—Claro, ve a celebrarlo, que muy merecido lo tienes.


Esa atractiva boca suya me sonrió una vez más antes de alejarse en dirección al podio.


Otro que no perdió la sonrisa, pese a que el funcionamiento de su monoplaza no fue el mejor, fue Martin.


Pedro se retrasó, debido a sus compromisos con la prensa, por lo que, con Martin, nos adelantamos hacia el día de campo para tener así oportunidad de presentarle a mi hermano y los suyos. De hecho, estuvimos allí más de dos horas, reunidos también con la familia de Suri, comiendo, conversando y escuchando música, hasta que Pedro se unió a nosotros durante un par de minutos, para partir otra vez en dirección a una sesión de autógrafos y fotografías que ya tenía planificada de antemano con las familias del equipo.


Junto a los demás, lo divisamos de lejos mientras seguía con su trabajo hasta que el sol cayó por el horizonte.


Todo el equipo en pleno, y sus familias, se reunió alrededor de las mesas dispuestas para una gran cena. Pedro comió conmigo, Martin, mi hermano y los suyos, pero no participó demasiado en la conversación y tampoco comió excesivamente, porque el menú no era muy apto para él. Tampoco sonrió en exceso y estuvo un tanto distante, pero se lo achaqué a la carrera. La verdad era que, para Pedro, esas casi dos horas dentro del vehículo, en condiciones normales, resultaban un tanto agotadoras, y era aún peor cuando a ello se sumaba algún elemento de tensión, como había sido la lluvia al inicio de la carrera.


La fiesta se alargó más de lo que pensaba que duraría y, avanzada la noche, me despedí de Tobías, Tomas y mi sobrina; ésta ya dormía en brazos de Tomas.


Ellos se iban hacia su casa y nosotros en breve partiríamos hacia España, a la sede del equipo, para trabajar unos días antes de la carrera de Hungría. Pedro volaba esa misma noche a Montecarlo, porque debía ocuparse de unos asuntos legales.




CAPITULO 151




Salí de casa de mi hermano y su familia sin mirar atrás, para encontrarme Pedro sentado al volante del automóvil, esperándome.


Me acomodé a su lado y él no dijo nada, ni siquiera reaccionó para arrancar el motor.


Pasó más tiempo del que creí que pudiésemos soportar en silencio; de hecho, no lo soporté más. Ese mutismo suyo, su inmovilidad... 


Examiné su rostro intentando averiguar si se encontraba mal.


—¿Estás bien? —le pregunté al no poder decidirme.


—Eso supongo. —Movió su mirada azul celeste hasta mí—. No tenía intención de que la velada resultase así.


—Ni yo —le dije después de morderme los labios. ¿No comentaría nada sobre lo sucedido? ¿Debía sacar yo el tema? ¿Sería mejor que lo dejásemos fluir?


—Mejor regresamos al hotel, ¿no?


—Sí —le contesté, y eso fue lo que hicimos.


Pedro pasó el resto de la noche antes de acostarnos, lo que fueron como mucho dos horas, casi en el más completo silencio. 


Simplemente llegamos al hotel, nos preparamos para acostarnos, él tomó los medicamentos pautados para la noche, contestó un par de mensajes desde su móvil y apagó la luz de su mesita de noche, mientras yo pasaba una hoja del libro que tenía entre manos.


A la mañana siguiente amanecí sola y no se lo adjudiqué a lo sucedido la velada anterior, pues Pedro se despertaba todas las mañanas muy temprano para entrenar.


El campeón tuvo un martes repleto de compromisos y, como todavía no tenía que trabajar, aproveché para deambular por Londres antes de encontrarme por la tarde con Tomas y Lila para pasear un poco después de la escuela.


Ni Tomas ni yo volvimos a la conversación de la noche anterior. Tampoco Tobías mencionó nada cuando pasamos por su restaurante después de que Pedro me avisase de que le había surgido una cena que no tenía prevista y que no podría comer conmigo; entonces Tomas insistió en que fuésemos a visitar a Tobías y me propusieron invitar a Suri a unirse a nosotros. Fue una noche estupenda. Disfruté de mi hermano y su familia como solía hacerlo y, cuando regresé al hotel después de que mi hermano me dejase allí, encontré a Pedro ya profundamente dormido.


El miércoles nos pusimos los dos en marcha muy temprano. El jueves Pedro se lució otra vez en las pruebas libres. El viernes los dejó a todos boquiabiertos y el sábado, para no romper con su increíble racha de demoler los tiempos de vuelta y récords de la categoría, se quedó con el primer puesto en la parrilla de salida, seguido por Haruki y Martin.


Para esa noche, Pedro y yo volvíamos a ser los mismos de siempre, como si nada hubiese sucedido. Él se mostraba relajado y feliz, tan cariñoso conmigo como siempre, pero aquella normalidad, sin discutir lo que había sucedido, me supo artificial. Me dormí esperando que al día siguiente, cuando volviésemos a reunirnos con Tobías y Tomas, las cosas comenzasen a recolocarse en su sitio otra vez, sobre todo, dentro de mi cabeza. Era imprescindible que
intentase volver a poner en orden mis pensamientos, que decidiese qué quería hacer con mi vida y cómo hacer que, aquello que decidiese, funcionase para todos los involucrados.


Regresé a la cocina después de escaparme un par de minutos para ver a mi hermano y a los suyos, quienes, después de desayunar con todas las familias en las carpas que el equipo había dispuesto entre los juegos para niños y
actividades para adultos, en un campo justo pegado al circuito, llegaron para acomodarse en sus sitios en la tribuna que Bravío había reservado para las familias de los integrantes del equipo.


Después de la carrera habría más actividades: los pilotos saludarían a las familias, tocarían un par de grupos de música, habría sorteos de viajes y una barbacoa final para cerrar el fin de semana.


Al poner un pie dentro, vi a Suri ultimando detalles. Lo teníamos todo listo y era una suerte que luego todos fuesen a comer y a pasarlo bien el día de campo; eso nos había ahorrado mucho trabajo durante el fin de semana, porque un equipo local se encargó del cáterin durante los tres días de ese gran premio.


—¿Y bien?, ¿cómo está la familia? ¿Se divierten? —me preguntó Suri acabando de secar uno de sus cuchillos japoneses para guardarlo en su funda.


—Se lo están pasando genial. Mi hermano dice que todo está muy bien organizado, Lila ha estado jugando con otros niños y Tomas se ha animado a probar el simulador de Fórmula Uno, y también dice que la comida es muy buena.


—Mejor que la nuestra, lo dudo.


Le sonreí y palmeé su espalda.


—Éste no es nuestro fin de semana, déjalos que brillen —bromeé.


—Sí, es un alivio tener menos trabajo. Podremos ver la carrera tranquilos y lo mejor de todo es que, después, podremos unirnos a la fiesta. Me alegra haber terminado ya.


—Tobías y Tomas te mandan saludos; mi hermano quiere seguir conversando contigo, de chef a chef, ya sabes. —Le guiñé un ojo—. Que no te sorprenda si te dice que quiere contratarte para su restaurante. Ah, además preguntaron si les presentarás a tus padres y a tu hermana. Tobías ha comentado que, viviendo todos en la misma ciudad, deberían conocerse.


—Sí, mis padres ya han llegado; me enviaron un mensaje hace un rato. Luego nos reuniremos todos, ¿te parece bien?


—Me encanta la idea.


—¿Has visto al campeón antes de regresar?


Negué con la cabeza.


—Se me hizo tarde y él ya debe de estar concentrado para correr.


Suri hizo una mueca.




CAPITULO 150




La conversación se distendió un poco. Tomas quiso saber cosas sobre la profesión de Pedro y se mostró muy interesado en su historia, mientras mi hermano se limitaba a observarlo, procesando cada una de sus palabras.


Imaginé a Tobías analizando todo lo que salía de la boca de Pedro para soltarme su veredicto en cuanto estuviésemos a solas.


Llegamos a la mesa y allí todos nos soltamos un poco más. Tobías no fue un dechado de amabilidad o carisma, pero supo comportarse e incluso contó con ganas toda su historia y el modo en que había conseguido convertirse en
quien era en la actualidad en el ámbito profesional.


Tomas le contó a Pedro cosas de su familia y, justo cuando el ambiente parecía más relajado...


Tobías le pasó a Lila su último bocado de verduras. Mi sobrina se había comportado maravillosamente, considerando su edad, en una mesa de adultos que hablaban de cosas que debían de sonar de lo más aburridas a sus oídos.


En cuanto mi hermano le puso la comida en la boca, ella extendió el brazo sobre su sillita de comer para alcanzar su vaso con limonada. El vaso se le tumbó; no se derramó ningún líquido, porque era uno de esos vasos con tapa y boca para niños, uno con la princesa pelirroja de la película Brave. Alcé el vaso y se lo pasé, estirándome también por encima de la mesa.


Tomas atrapó mi mano antes de que pudiese retirarla, tomando con sus dedos la punta de los míos, para alzar, a la luz de la lámpara sobre nosotros, mi anillo de compromiso.


—Perdona, pero es que tenía que verlo. Es una maravilla.


Me ruboricé.


—Ya decía yo que estabas tardando mucho... —resopló Tobías.


—No seas gruñón, ¿quieres? Simplemente quería admirarlo de cerca; he estado conteniéndome todo lo que he podido. Es que estas cosas me encantan; siempre me han gustado las bodas y todo lo que conllevan, y los anillos de compromiso son una de esas cosas que incluyen estas ceremonias.


Me sonrojé. A pesar de todo, cada vez que alguien decía la palabra boda, me ponía nerviosa. Tomas movió el anillo para que le diese la luz desde todos los ángulos.


—Es bellísimo, Pau. Felicidades. Te queda perfecto y va muy bien contigo. Una elección excelente, Pedro; es una piedra estupenda y qué decir del diseño... es sobrio, elegante, una de esas piezas que son para toda la vida.


—Gracias. Bueno, ésa es la intención, que sea para toda la vida —le contestó.


—¿Es muy impertinente que pregunte dónde lo adquiriste? Si mi hermana Eva lo viese... se moriría allí mismo. Eva es una de mis hermanas menores y es diseñadora de vestidos de novia. Bueno, de alta costura en general. Es otra enamorada de las bodas.


—Por lo visto, el tema ahora será inevitable —refunfuñó Tobías.


—Lo compré en Mónaco, Tomas.


—Sé que mi comentario estará muy fuera de lugar, pero... esto vale una fortuna. Esa piedra es maravillosa. Debe de tener una pureza extrema.


—No deberías ir con eso por la calle, Paula —soltó mi hermano en una especie de densos borbotones.


—Tobías, por favor. Además, raramente estoy «por la calle», como tú dices; cuando estoy trabajando, voy y vengo del hotel al circuito con el microbús que traslada a todo el equipo y, si no, estoy con Pedro.


—¿No haces nada sola? —me espoleó mi hermano.


—Yo no he dicho eso. Tobías, no te pongas pesado. No pasa nada con el anillo.


—Si se lo roban, le compraré otro —intervino Pedro.


Mi hermano abrió desmesuradamente los ojos.


—Vamos, muchachos, que no va a pasar nada con él; dejad que la pobre disfrute de su anillo de compromiso. —Tomas salió en mi defensa.


—Es que puede ser peligroso que vaya por ahí con eso...


—No le pasará nada, estoy con ella para cuidarla —declaró Pedro con voz de enfadado, respondiéndole a mi hermano.


—No puedes estar las veinticuatro horas del día con ella y será mejor que no pretendas estarlo, mi hermana necesita hacer su vida también.


—Ya hago mi vida, Tobías.


—Estamos haciendo nuestra vida —le gruñó Pedro.


—Corrección: ella está viviendo tu vida, que no es lo mismo.


—Tobías, las cosas no son así como las pintas. Tenía planeado seguir con la Fórmula Uno durante toda esta la temporada incluso antes de que esto con Pedro...


—¿Y después? —me espetó Tobías—. ¿Qué harás después? Es que ni siquiera has mencionado una palabra de tus planes desde que has llegado, es como si tu vida ya no existiese.


—Exageras, no es así. Es que todavía no sé qué haré.


—Querías abrir tu propia pastelería.


—Y todavía quiero hacerlo.


—Entonces, ¿por qué aún no me has dicho ni una sola palabra sobre el alquiler del local del que te hablé?


—Porque aún estoy con el equipo.


—No necesitas seguir trabajando para Bravío, Tomas y yo estamos dispuestos a invertir en tu proyecto y te hemos dicho infinidad de veces que puedes venir a vivir con nosotros el tiempo que necesites.


—Paula ya tiene un hogar conmigo en Montecarlo —lanzó Pedro, y los tres nos giramos a mirarlo.


Como los decibelios alrededor de la mesa habían aumentado, Lila tenía cara de preocupación.


—Después de eso, no necesito añadir nada más. —Mi hermano se recostó sobre el respaldo de su silla, cruzándose de brazos.


—Tobías, tú sabes que no es así. Yo aún quiero...


Éste volvió a inclinarse sobre la mesa.


—¿Sabías que Paula tenía planeado abrir una pastelería aquí en Londres? —lo picó.


Pedro lo enfrentó con la mirada.


—Me comentó algo —le respondió, porque sí, se lo había mencionado muy de pasada, sin darle la verdadera importancia que aquel proyecto había tenido para mí hasta antes de conocerlo. 


En este instante ya no estaba muy segura de nada y mis prioridades habían cambiado; ya no tenía ni idea de cuáles eran las que gritaban más fuerte, pero lo que sí sabía era que quería hacer algo de mi vida aparte de seguir a Pedro de aquí para allá después de que acabase mi contrato con el equipo y que, en lo profesional, mi trabajo en la cocina con Suri simplemente no me llenaba, sólo me servía para entretenerme y agotarme. Lo soportaba por los viajes, por el afecto que le había tomado a todo el equipo y, sobre todo, por Pedro.


—Bueno, pues ella también tenía sus propias metas profesionales.


—Pues eso me parece muy bien.


—Es más que eso, Pedro... es lo que debe hacer.


—Alto, Tobías. ¿Lo que debo hacer? Yo hago lo que me da la real gana. Es cierto que tenía un proyecto en mente, pero a veces las cosas cambian. Todo esto del compromiso y mi relación con Pedro me ha cogido por sorpresa; supongo que necesitaré un poco de tiempo para reajustarme a mi realidad.


—Es precisamente por eso, porque ha ido demasiado rápido, y tú simplemente has decidido renunciar a todo por él.


—¡Eso no es así! Sabes que no es así. Tobías, no digas esas cosas, no he renunciado a nada.


—Me gustaría saber si él sería capaz de hacer por ti lo que tú haces por él.


—Tobías, cierra ya la boca —le gruñí mientras Pedro permanecía mudo.


—Tobías, no seas grosero. Éste no es el momento adecuado para que hables con tu hermana de esto.


—Pues yo creo que es el momento ideal, porque dudo de que él tenga intención de renunciar a nada por Pau—apuntó con el mentón en dirección a Pedro—. Yo sólo la veo correr tras él, y eso no me gusta. ¿Qué hará si la deja?


—Basta, Tobías, ya has dicho suficiente —exigí poniéndome de pie.


—Y él continúa sin pronunciar una palabra —protestó éste, poniéndose de pie también.


Pedro se levantó de su silla.


—Me limito a respetar las decisiones de Paula.


—¡Qué conveniente! —resopló mi hermano.


—Tobías, todos hacemos sacrificios por amor. ¿Cuántas cosas hemos sacrificado nosotros el uno por el otro?


—Lo nuestro fue distinto, Tomas, e incluso dudo de que él lo comprenda. Fuiste tú la que me comentó que Pedro tenía problemas con las parejas homosexuales.


No esperaba que mi hermano soltase aquello frente a mi novio. Sí, le había contado, cuando todavía entre Pedro y yo no pasaba nada, que no me habían gustado en absoluto las reacciones que el campeón había tenido frente a
Helena y su novia.


Tomas apretó los labios.


—No he venido aquí para ser el objeto de escrutinio de nadie.


—Pues a mí tampoco me gusta que nadie se atreva a decirme a quién puedo amar y a quién no.


—¡No he dicho ni una sola palabra sobre vosotros! —gritó Pedro, y de inmediato Tomas alzó a Lila de su sillita.


—Por favor, mejor nos calmamos —pidió Tomas.


—Desde que he llegado has estado atacándome —enfrentó Pedro a mi hermano.


—Te he recibido en mi casa del mejor modo que he podido, pese a que no estoy de acuerdo con la relación que mi hermana mantiene contigo, y mucho menos desde que pusiste ese anillo en su dedo. Lo he intentado, he procurado ponerme en el lugar de Paula, escuchar cuando ella dice lo mucho que te ama, lo bien que está contigo, pero, aun así, no puedo comprenderlo y no me gusta.


—¡Tobías! —chillé.


—Lo siento, Pau. Lo del año con la categoría hubiese podido soportarlo; esto, no. Esto no acaba de cuadrarme. No soy mamá, y sabes que siempre te apoyo en todo, pero no creo que tu relación con él sea buena para ti.


—Tobías... —susurró Tomas.


—Lo lamento, sé que prometí que me comportaría, pero no puedo. Ésta es mi hermana y su relación no es como la nuestra.


—¿Por qué?, ¿porque no somos los dos del mismo sexo y no tenemos que luchar para que nos permitan contraer matrimonio o adoptar niños?


—¡Pedro! —le grité, sin poder creer lo que acababa de salir de sus labios.


Tobías se abalanzó sobre la mesa, volcando su copa y haciendo tambalear todas las demás del empujón que le dio al mueble. Entre Tomas y yo conseguimos frenarlo y, por eso, el terrible puño repleto de callos y cortes de mi hermano no golpeó más que el aire.


—¡Lárgate de mi casa en este instante o te juro que no tendrás cuerpo para correr la carrera de Inglaterra!


—¡Tobías! —grité desde lo más profundo de mi pecho.


—¡Amor! —jadeó Tomas, estrechando a Lila contra su pecho.


—No tienes que repetírmelo. Estoy fuera —le contestó Pedro a mi hermano para dar media vuelta y salir del comedor a paso raudo.


—¡Alto! ¡Pedro!


—Deja que se largue. —Tobías ya no forcejeó conmigo ni con la mano de Tomas.


—No tenías que comportarte así.


—No puedo creer que te hayas enamorado de ese sujeto; no puedes estar enamorada de ese sujeto. ¿Acaso no has visto el modo en que nos ha estado mirando a Tomas y a mí todo el rato? ¿La forma en la que ha contestado cuando lo he cuestionado acerca de tus proyectos? Ese tipo no te ama, solamente ama tenerte a su lado como algo más de todo lo otro que tiene.


—Tobías, no digas esas cosas.


—¡No irás a decirme que no has notado cómo nos miraba! Si cada vez que te tocaba, que tú me tocabas, o cuando te acercabas a más de diez centímetros de mí, parecía que iba a darle un ataque. ¡¿Qué hubiese hecho si llegamos a besarnos?!


Tomas permaneció en silencio.


—Es porque no está acostumbrado. No es mala persona, lo pintas como si fuese desagradable, y no lo es —chillé—. Es que estaba muy nervioso por conocerte, Tobías; eres el primer miembro de la familia al que le presento. A Pedro le cuesta mucho estar frente a desconocidos, él simplemente quería caerte bien.


—Pues, a mi modo de ver, no se ha esforzado demasiado por conseguirlo.


—¡Lo has tachado de egoísta!


—¡Es egoísta! —ladró mi hermano, gritando tan fuerte como yo.


—¡No lo conoces!


—¡Y él no te conoce a ti! No tiene ni la más remota idea de a quién tiene al lado.


—Terminad con esto los dos, estáis asustando a Lila.


Al girar la cabeza vi que, de hecho, la cría tenía el rostro escondido en el pecho de mi cuñado.


—Es culpa suya. Él es responsable de esto —apuntó en dirección a su hija —. Y de que tú y yo nos pelemos así. Jamás hemos tenido una discusión semejante.


—Quizá nunca tuvimos un motivo para discutir así, ahora lo tenemos. Amo Pedro, Tobías; nunca he dicho que sea perfecto, no he pretendido jamás tener a mi lado a alguien perfecto, porque yo no lo soy ni me interesa serlo.


—No es cuestión de que deba ser perfecto y lo sabes, Paula. Lo que importa aquí es que ese tipejo no es bueno para ti y probablemente no sea bueno ni para sí mismo. Todas las cosas que me has ido contando de él durante todo este tiempo...


—Sí, no es una persona sencilla, pero tampoco es como tú lo pintas.


Los tres quedamos en silencio.


Retrocedí un paso tras esquivar mi silla.


—Mejor me voy.


—No tienes que irte —susurró Tobías.


Lo miré y di otro paso atrás.


—De verdad que me gustaría mucho teneros allí durante el fin de semana de la carrera... pero si no queréis ir...


Tomas cruzó una mirada con mi hermano y, después, apretando los labios, movió sus ojos hasta mí.


—Os quiero, ya sabéis cuánto; valoro muchísimo todo lo que hacéis por mí, pero lo que haga con mi vida es decisión mía, no vuestra.


—El problema es que ni siquiera parece tu decisión y sí la de él.


Me mordí el labio inferior para evitar contestar a mi hermano.


—Ok —me moví indecisa—, muchísimas gracias por todo. De verdad espero veros allí. Buenas noches.


—Buenas noches, Pau —se despidió Tomas.


Mi hermano permaneció en silencio.