lunes, 18 de marzo de 2019
CAPITULO 20
Me alejé tanto que ya no alcancé a oír nada más.
Me cambié pitando en el vestuario del equipo y corrí hasta la cocina. Allí me esperaba Suri con té y un montón de productos frescos para almacenar, que más tarde cocinaríamos para el equipo y para los invitados del mismo.
Muy de pasada y casi cerca del mediodía, pude cruzar un par de palabras con Lorena. Ella había acumulado fotos con varios pilotos y hasta le habían permitido escaparse a los boxes un momento para llevar no sé qué cosa, circunstancia que aprovechó para pasear un poco.
Yo sólo había visto el edificio de boxes por detrás y no tenía demasiada idea de cómo lucía el circuito, porque mi existencia transcurría
exclusivamente en el área de cocina y de comedor. Sólo fui una vez hasta una de las entradas de servicio para recoger un pedido y tampoco cuentan las dos veces que, después de mucho aguantarme las ganas de hacer pis, pude ir al baño.
Mientras tanto, el espectáculo de la Fórmula Uno dio inicio; empezaba por fin una nueva temporada, si bien las pruebas libres serían mañana. Entrevistas para canales de televisión, firmas de autógrafos, visitas de personalidades, sesiones de fotos para los patrocinadores... Ese mundo tenía su propio ritmo, imparable y lleno de energía, y a pesar de que podía resultar agotador, también te llenaba de adrenalina. Debía de ser increíble recorrer el planeta durante toda una temporada con ellos. Al escuchar que la próxima carrera se desarrollaría en Baréin, se me pusieron los dientes largos de envidia sana; nuestro viaje con Lorena no nos había llevado tan lejos. De allí, pasarían a China, y luego, a Rusia, España... y todo en compañía de esa gente que lo hacía todo en equipo... en uno tan milimétricamente calibrado que incluso se jactaban de ser como los relojes que esponsorizaban la categoría.
Lo más destacable de todo eso, además de los viajes y de que yo admiraba a todos los componentes del equipo con los que había tenido oportunidad de cruzar alguna breve palabra, era la garra que le ponían a la competición y el orgullo con el que llevaban el uniforme, y el hecho de que, entre la mayoría de ellos, eso era algo así como un asunto de familia, desde el increíble detalle de tenerlo todo impecablemente limpio hasta ganar el campeonato de constructores; lo llevaban en la sangre, en el alma.
Fue agradable, además, saber que muchos de ellos no tuvieron problema en adoptarme; sobre todo los mecánicos, quienes en más de una ocasión irrumpieron en la cocina para pedirle alguna que otra cosa extra a Suri. Todos, sin excepción, se presentaron, me dieron la bienvenida y, cuando les dije que mi participación en el equipo sería exclusivamente para esa carrera, insistieron en que los acompañara, añadiendo que, una vez que eras de Bravío, serías de Bravío para siempre, y que no podía perderme la experiencia del resto de la temporada a su lado.
En silencio les rogué que no lo dijesen más, mientras continuaba amasando la pasta para la comida del día siguiente; su entusiasmo provocaba en mí unas ganas de seguirlos que no debía sentir, que no merecía la pena sentir porque ya tenía un pasaje de avión que ya había cambiado una vez, y una familia a la que deseaba ver, además de no querer volver a fallarle a mi madre.
—¡Qué buen equipo hacemos tú y yo! —soltó Suri extendiendo su palma en mi dirección para que chocásemos los cinco.
Acabábamos de finalizar los preparativos del día siguiente y el sol apenas si comenzaba a caer, lo que significaba que ese día no nos iríamos tan tarde a casa y que, con un poco de suerte, el viernes tendríamos una jornada de trabajo algo más tranquila. Suri me había prometido que intentaría hacer lo posible para que pudiese ir hasta el box o las inmediaciones del circuito a echarle un vistazo a alguna de las tres sesiones de pruebas libres que se realizarían.
—Si es que nos movemos por este espacio reducido como si estuviese todo coreografiado. Con Freddy nos chocábamos siempre; además, él era un tanto gruñón. Es agradable tener a una mujer por aquí.
—Gracias, Suri, a mí también me gusta estar aquí. Eres el chef más amable con el que me ha tocado trabajar. Estoy demasiado mal acostumbrada a que me griten y me tengan de aquí para allá como si estuviese en el Ejército.
—No es mi caso; éste es otro tipo de cocina. Además, somos compañeros.
Volvimos a chocar los cinco.
—¿Un té para celebrarlo?
—Sí, claro.
—¿Sabes una cosa?
—¿Qué? —Sequé el cuchillo que tenía en las manos y lo colgué en su sitio.
—Te extrañaré horrores. ¿Qué será de mí sin ti en Baréin y durante el resto del campeonato? Ni siquiera tengo idea de a quién contratarán para ayudarme. Me asusta pensar en quién ocupará tu lugar entre mis fogones —exageró—. ¿Podrías reconsiderar la idea de unirte a nosotros? Si pierdes el pasaje, luego puedes comprar otro con lo que ganes de aquí al final de la temporada o, mucho mejor, podrías continuar con Bravío. Vamos, que el trabajo no es demasiado malo. Es cierto que viajamos mucho, sí, pero eso también tiene su lado bueno.
—Suri, ni siquiera me han ofrecido este puesto; además, le prometí a mi madre que regresaría.
—Pero me comentaste que no tenías planes concretos en Argentina...
—Eso es cierto; sin embargo...
—Éste es un buen trabajo.
—Sí, no digo que no lo sea. El caso es que ni Érica ni nadie han insinuado nada sobre quedarme en el equipo y no sé si... —Pensé en mis roces con Pedro.
No había vuelto a verlo durante el resto del día.
De cualquier modo, dudaba de que él quisiese cruzarse conmigo durante el resto de la temporada; tolerarme el fin de semana era una cosa, pero todo el campeonato...
—Puedo hablar con ella, quiero hablar con ella. Seguro que se puede resolver. No podríamos conseguir a nadie mejor que tú.
—Exageras.
—Si vieses lo que es Baréin, la caída del sol, la carrera al anochecer... El lugar es un espectáculo.
—Suri, no seas malo. No me digas esas cosas.
—Reí. Ya le había comentado mi pasión por viajar, por conocer nuevos sitios, nuevas costumbres y gente nueva.
Suri soltó una carcajada y puso el agua a calentar.
—Estoy a un paso de convencerte.
—Estás a un paso de hacer que te odie.
Sacó las dos tazas.
—Nada de eso, si nosotros formamos el equipo perfecto. —Buscó el té—. Si te quedases en este equipo, sería el de mejor cocina gourmet. Los chicos adoraron tu postre del mediodía y con el de mañana lamerán sus platos. Esas tartas...
Habíamos trabajado tan bien que Suri me había permitido darme el lujo de dedicarme un poco a lo mío, si bien parte de los dulces del menú los habían traído de una pastelería de fuera porque Suri no solía tener tiempo para elaborarlos.
—Sí, adelante, halágame ahora. —Me reí—. Eso no cambiará nada.
—No hables tan pronto, soy un especialista en...
Alguien llamó contra el marco de la puerta; yo estaba de cara a ella, por eso lo vi primero cuando asomó la cabeza dentro de la cocina.
Suri se dio la vuelta para ver a Pedro poner un pie dentro.
—¡Ah, hola, Pedro!
Éste me miró durante una fracción de segundo y luego se concentró en el chef.
—Hola, ¿interrumpo algo?
—No, nada, estábamos charlando un poco. Íbamos a tomar un té aquí con Paula, ¿quieres apuntarte? ¿Qué puedo hacer por ti?
—No, no, gracias —le contestó mirándome a mí otra vez—. Si tienes un momento, me gustaría poder discutir una cosa contigo.
—Sí, claro, no hay problema.
Vi a Pedro apretar un rollo de hojas que llevaba en la mano derecha.
¿Le pediría por fin que se deshiciese de mí? Y Suri que quería pedirle a Érica que me contratase para el resto de la temporada...
—¿Seguro que no quieres un té? Puedo llevártelo fuera...
—No, de verdad. Te espero fuera, así conversamos un momento. Tomad primero el té y...
Pedro dejó la frase inconclusa. Me llamó la atención que propusiese que tomásemos nuestro té como si nada mientras él esperaba en el exterior. ¿De dónde le había brotado semejante gesto de tolerancia?
—Ve ahora si quieres, Suri. Yo me encargo de todo aquí y, cuando el agua esté lista, te llevo el té.
—Bueno, es que yo... —comenzó a decir Suri.
—No hay problema, puedo esperar fuera unos minutos —insistió Pedro, y por poco me caigo de culo.
—No, está bien. Vosotros salid, yo me encargo. ¿No quieres un café o cualquier otra cosa? —le ofrecí a Pedro, bajando así los decibelios de esa riña entre nosotros que, más allá de ser una cuestión de piel, no tenía demasiada razón de ser.
—No, en serio; gracias.
—¿Seguro que no te molesta? —me preguntó Suri.
—No, de verdad; adelante, ve y descansa un poco, yo termino aquí.
—Ok, gracias. Te lo repito, Duendecillo, eres maravillosa.
Se me escapó una sonrisa.
—Sí, claro. Ve, yo cuido el fuerte, prometo no quemarlo.
—Sé que cumplirás con tu palabra, te tengo una fe ciega.
Me reí. Pedro me miró todavía más serio. Los dos abandonaron la cocina y cinco minutos más tarde salí cargando dos tazas de té, una jarrita con leche, azúcar y otras cosas por si se les antojaba acompañar el té con algo rico. Pedro había dicho que no quería nada, pero pudo más esa manía mía de dar un poco de mí con algo dulce y les llevé unas galletas que había horneado con lo que me sobró de la masa de base de una de las tartas que había preparado de postre y un par de porciones de tarta que habían sobrado.
Vi que sobre la mesa tenían un montón de papeles con lo que parecía un menú; Suri había tomado notas en las copias que tenía frente a él. Les dejé las cosas y volví a la cocina sintiendo la mirada azul celeste del cinco veces campeón mundial en mi nuca.
CAPITULO 19
Pedro se quedó de piedra, parado frente a su autocaravana, sosteniendo estático la bolsa que traía consigo por encima de su hombro. Si por un brevísimo instante le había sonreído a su colega al verlo llegar, luego, al divisar mi presencia encima de su moto, su sonrisa mutó a una cosa horrorosa que amenazó con borrar para siempre la preciosa forma de sus labios.
Su mirada se endureció al segundo y, si bien no se puso todo lo pálido que yo lo encontré el día anterior, una buena dosis de color se le había escapado del rostro.
—¿Qué pasa?
—Que a él ya lo conozco —musité angustiada.
—¿Conoces a mi chico? ¡Eso es bueno!
—¿Tu chico? —le pregunté, y me pregunté por qué continuaba avanzando con la moto en dirección a Pedro.
—Sí, lo conozco desde que era un crío, hace más de diez años.
—¡Bom dia! —le soltó en portugués.
—Buenos días —contestó Pedro en español, arrancando con esfuerzo cada palabra de dentro de su pecho. Ni siquiera parpadeaba y nos miraba a ambos como si estuviese contemplando la más terrible de las apariciones.
Martin finalmente detuvo la moto frente a él.
—Te he traído a una de tus compañeras de equipo. Paula acaba de decirme que ya te conoce, que ya os conocéis. —Empezó a bajarse mientras yo no lograba reunir el valor de despegar el trasero del asiento de cuero, y eso que ya lo había perdido a él de escudo.
—Sí. —La voz de Pedro sonó áspera.
Descendí de la moto.
—Qué bien. Paula pasará solamente este fin de semana en la categoría y no podía perderse conocer al cinco veces campeón del mundo. —Se le acercó y le dio unas palmadas en el hombro para después saludarlo con un beso muy latino que no tenía mucho que ver con cómo se relacionaban el resto de los europeos de la categoría, sobre todo porque allí había mucho alemán y mucho inglés. Los italianos, del famoso equipo de rojo, y los españoles ya eran otra historia.
Sin emitir comentario al respecto, le tendí su casco; así además aprovechaba para tapar mi silencio. La verdad era que no me interesaba sacarme una foto con él como recuerdo de haber conocido a Pedro. Prefería no
tenerla, sobre todo por el modo en que se quedó mirándome a continuación.
Sus ojos se hicieron más pequeños, como si a sus párpados les costase mantenerse separados. Su mirada cobró profundidad y su rostro cambió la mueca por una que no era de enojo, pero que demostraba cierta incomodidad, o quizá no fuese eso, sino preocupación... angustia... ¿Estaría preocupado por lo que sucedería esa temporada, porque su compañero desde hacía años al final consiguiese cortar su racha de campeonatos ganados? Martin no parecía preocupado por nada de eso; es más, sonreía relajado; como si estuviese completamente en calma con su vida, bien con su presente, con su pasado y con su futuro. No me dio la impresión de que en ese momento el brasileño estuviese compitiendo por el campeonato que apenas si empezaba; Pedro sí.
—¿Cómo es que vosotros dos...? —Pedro nos señaló por turnos.
—Cosas de la vida. Ha sido un placer conocer a esta muchacha aquí. Es subchef, ¿lo sabías?
—En realidad, soy chef pastelera, pero eso... —Hice un gesto con las manos para cortar aquello—. Nada... En fin, disculpad, pero tengo que irme.
—No, espera un segundo. Imagina que has tenido que venir caminando. Te he ahorrado unos minutos.
—Es que yo...
Pedro volvió a quedarse observándome.
—¿Ha cocinado para ti? —le preguntó Martin a Pedro.
—No, Suri lo hizo. Es que Freddy...
—Sí, sé que Freddy renunció ayer. —Lo apuntó con un dedo acusatorio—.Sin palabras.
—Ahora no, Martin, por favor, que ya tuve suficiente ayer con... —Se interrumpió y me miró fijamente otra vez.
No necesitaba un comunicado de prensa del equipo Bravío para comprender que Pedro me quería fuera de su vista.
—Sí, la pobre Érica iba como loca. Haz el favor de no complicarle más el fin de semana al equipo.
—No es tu equipo, Martin —replicó Pedro con voz áspera.
—Si no te conociese como te conozco, si no te quisiese como te quiero, en este momento estarías tirado en el suelo con un par de dientes flojos. Compórtarte, ¿quieres? No ganas nada con ponerte así.
Maravillada, fui testigo del modo en el que Pedro, Siroco, el cinco veces campeón del mundo, aceptaba la reprimenda de un piloto de otro equipo.
—Ahora sí que tengo que irme. —Realmente no tenía nada que hacer allí —. Martin, muchas gracias por traerme. Espero volver a verte durante el fin de semana.
Pronuncié aquello inocentemente y, de no ser por la cara que puso Pedro, no habría sonado tan raro como sonó; mi única intención era pasar cinco minutos con Martin para pedirle una foto y un autógrafo, porque allí, frente a Pedro, no era el momento.
—No lo dudes —se apresuró a responder Martin—. Sé muy bien cómo encontrar la cocina del equipo Bravío; además, Suri es mejor cocinero que el nuestro. Me pasaré a robar algo rico y así aprovecharé para probar lo que sea que tú cocines, así sea dulce o salado.
—Ok, perfecto. Gracias. —Pedro y yo cruzamos una mirada—. Me voy, que Suri debe de estar solo y... —Di un paso atrás—. Hasta luego.
—Hasta luego, Paula. Que tengas un buen día.
—Sí, gracias, igualmente para los dos. —Di media vuelta e inicié mi fuga.
—¿No vas a desearle un buen día? —oí que le recriminaba Martin a Pedro.
—Por favor, Martin.
—Por favor, ¿qué? ¿Qué sucede contigo, Siroco? De verdad que yo...
CAPITULO 18
Bajé al asfalto y el chófer de la camioneta que iba junto al autobús me observó con curiosidad. Pasé por delante de él y asomé la cabeza con cuidado; resultaba obvio que por allí no venía nadie, porque el espacio entre la camioneta y el automóvil inmovilizado a su lado apenas si daba para que pasase una persona.
Sonó un claxon y luego otro, y de pronto la calle se convirtió en una locura de bocinas que le hicieron la competencia a los sonidos de los motores que salían del circuito.
El conductor del automóvil junto a la camioneta hablaba por el móvil y tenía cara de mala leche. Desfilé por delante de su vehículo y pasé de largo porque, por encima del techo del coche, ya había comprobado que tenía el camino libre. Lo siguiente frente a mí era una alta camioneta negra, de cristales ligeramente tintados, que conducía una mujer; ésta, con el espejo del
parasol bajado, terminaba de maquillarse. Al menos alguien aprovechaba el tiempo, pensé, y sonreí.
Las bocinas no dejaban de sonar.
Pasé por delante de la camioneta y me detuve, porque entre ésta y el coche siguiente, que era muy compacto, sí quedaba espacio; debía tener cuidado, no fuese a pasar alguna bicicleta o...
Di un paso para asomarme y vi la moto viniéndoseme encima.
Me eché hacia atrás y la moto frenó a un metro de mí.
Al menos él estaba atento.
Asomé la cabeza otra vez.
El de la moto había parado y mantenía los pies sobre el asfalto, detenido, quitándose el casco.
El conductor del coche siguiente asomó la cabeza por la ventanilla.
—¿Todo bien?
Asentí.
El conductor de la moto acabó de quitarse el casco y yo no pude más que sonreír, porque lo reconocí.
—¿Estás bien? —me preguntó en inglés Martin da Silva.
El conductor que había asomado la cabeza fuera de su vehículo también lo reconoció; eso fue evidente por la sorpresa en su rostro.
—Hola. Sí, estoy bien.
—¡Dios, qué susto me has dado! No deberías cruzar así en mitad de la calzada. —Apretó el casco contra su pecho—. ¿Seguro que estás bien?
—Sí, no pasa nada. Estoy cruzando por aquí porque voy al circuito y mi autobús se ha quedado atascado entre los coches allí atrás y no quiero llegar tarde.
—¿Te sacarías una foto conmigo? —le pidió el del automóvil.
—¡Por Dios!, que casi la aplasto —contestó él.
—No pasa nada, estoy bien. Tranquilo.
—¿Dices que vas al circuito?
Asentí con la cabeza.
—Igual que tú. El conductor del autobús que me ha traído hasta aquí es fan tuyo; me ha pedido que, si coincidía contigo, te desease suerte de su parte.
Da Silva rio suavemente.
—Sí, claro. Gracias. —Con los pies, empujó la moto hacia delante para llegar hasta mí, y luego me tendió una mano—. Martin da Silva.
—Paula Chaves. Un placer.
—¿A qué vas al circuito?
—Este fin de semana trabajo de subchef para el equipo Bravío.
—La competencia —bromeó con una sonrisa, bajando su mano después de estrechar la mía—. Nada, es broma, no hay resentimientos. ¿Quieres que te lleve? Llegarás más rápido, así serás puntual.
—¡Ey, amigo, ¿y mi foto?! Espero que ganes este fin de semana. Todos dicen que tu equipo ha mejorado mucho para esta temporada. A ver si le puedes hacer frente a Bravío de una buena vez.
Martin me miró con una sonrisa que no enseñó sus dientes.
—Sí, claro, venga esa foto. ¿Me lo sostienes? —Me tendió el casco.
—Por supuesto. —Lo cogí. Al menos ese día ya contaba con haber tenido la oportunidad de conocer a otro piloto que no fuera del equipo Bravío. En cuanto llegásemos al circuito, también le pediría hacerme una foto con él. Al menos tendría con qué compensar las muchas que me había enseñado el día anterior Lorena. Ella tenía más libertad de andar por los alrededores del circuito que yo.
El brasileño, sin apearse de la moto, inclinó el torso hacia la ventanilla del automóvil. Una enorme sonrisa, muy latina, emergió en sus labios. Tenía el rostro bronceado. ¿De un verano en su país natal, quizá?
El dueño del coche sacó un brazo y con su móvil sacó una selfie de ambos.
—Gracias, hombre, y mucha suerte. —Le tendió un puño.
—De nada, y gracias a ti; esperemos tener un buen fin de semana.
Las bocinas sonaron una vez más.
—Entonces... ¿te llevó?
—Si no es mucho problema...
—No, para nada. Ponte el casco. —Acercó la moto un poco más a mí.
En cuanto empecé a ponerme el casco, noté que olía a nuevo, pero con un deje de aroma a un perfume que debía de ser el suyo. Me lo coloqué; no era la primera vez que me ponía uno para subirme a una moto.
Da Silva me tendió su mano izquierda.
—Arriba, señorita.
—Gracias. —Con una pierna me puse de pie sobre el estribo y pasé la otra hacia el otro lado. El dos veces campeón del mundo sostuvo mi mano y la colocó alrededor de su cintura para indicarme que me aferrase a él. Mi brazo derecho imitó el izquierdo. Me apreté contra su chaqueta de cuero, que definitivamente olía pura y exclusivamente a él. Dejé la visera del casco en alto.
—Allá vamos.
Su voz me llegó amortiguada por el casco. Entre los rugidos de los motores dentro del circuito y las bocinas allí fuera en la calle, se filtró el ronroneo de la moto, que además vibró debajo de mí. En mi vida había estado montada en una moto tan grande y de aspecto tan estrambótico.
Levantó un pie del suelo y le dio gas al motor mientras levantaba el otro, y así, a no demasiada velocidad, pero sí con la destreza de un buen piloto, Martin da Silva fue zigzagueando entre el tráfico para llegar a una de las entradas, la de empleados, que no era por cierto a la que supuse que él debía dirigirse para acceder al recinto.
Ante los empleados de seguridad, sacó su identificación. Éstos lo observaron sorprendidos y todavía más a mí, mientras yo buscaba la mía dentro de la mochila. Era probable que no entendiesen qué hacía una persona del equipo Bravío, para más datos una mujer, acompañándolo a él, un piloto del equipo Asa, en su moto, llegando por la mañana tan temprano. Bueno, quizá se hiciesen un par de ideas creativas en la cabeza.
Al final comprobaron que, más allá de lo que pudiesen imaginar, él era él y yo era yo, y nos permitieron pasar.
Ya con el casco colgando del codo y a poca velocidad, entramos en el recinto del circuito. Martin insistió en acercarme hasta el sector del equipo y a mí me entró vergüenza, pues todo el mundo se quedaba observándonos al pasar. Bueno, en realidad mirándolo a él, saludándolo porque lo conocían de siempre y a mí, de nada.
Me pregunté si tendría problemas por llegar montada en la moto de un piloto de la competencia. No creí que fuesen tan obtusos, pero...
—Puedes dejarme aquí —le dije alzando la voz por encima del ronroneo suave de la moto.
—De ninguna manera, te llevo; además, no hay problema. Te lo debo por casi atropellarte.
—¡Si paraste a un metro de mí!
—¿Te molesta estar con alguien del equipo contrario?
—No pertenezco a Bravío, no de ese modo... es por el fin de semana nada más.
—Sí, pero los de Bravío suelen defender su equipo a muerte. Una vez fui parte de él... Hace mucho, demasiados años, más de los que prefiero recordar.
—Bien, no es que tenga nada en contra del equipo ni nada de eso. La verdad es que empecé a trabajar ayer y apenas si tuve oportunidad de salir de la cocina, no conozco a mucha gente del equipo.
Martin dio la vuelta por delante de uno de los camiones negros, blancos, violetas y plateados de Bravío.
—Pues si no conociste a nadie, permíteme que te presente a alguien muy especial que necesitas conocer.
—¿A quién? —Instantáneamente me puse nerviosa.
—¡Siroco! —exclamó Martin, llamándolo. Miré hacia el otro lado de la cabeza del brasileño y lo vi encaminándose a su autocaravana; se notaba que acababa de llegar.
—Mierda —balbucí. Otro día que empezaba regular.
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