miércoles, 10 de abril de 2019

CAPITULO 74




Seguí su mirada hasta el monitor y vi el revuelo alrededor del monoplaza de Pedro. El campeón no había salido de su habitáculo y junto a él estaban Toto, César, Alberto, Mónica, Pablo y el médico del circuito.


Me puse lívida al instante y pensé lo peor al ver que a ellos también se acercaba uno de los asistentes del doctor de la carrera, corriendo desde el vehículo de asistencia, con un maletín en la mano.


No alcancé a oír lo que decía quien relataba la carrera, porque de pronto ya no fui capaz de oír ni de reaccionar de modo alguno.


El director de la carrera de Sochi llegó hasta ellos.


Un cámara enfocó a Haruki durante un segundo y vi su cara de preocupación al quitarse el casco. El japonés se mantuvo lejos. El que no pudo guardar las distancias fue Martin, quien, arrancándoselo todo de encima y apartando el volante sin el menor cuidado, salió despedido en dirección al automóvil de su amigo.


Tuve que sostenerme del borde de la encimera.


—Suri... —jadeé sintiendo que me bajaba la presión. Giré la cabeza y vi mi preocupación reflejada en su rostro—. ¿Qué sucede?


—Tranquila. —La voz apenas si le salió.


—Mierda... ¿qué es lo que pasa?


Los médicos apartaron al padre de Pedro. David sacó de en medio a Mónica.


Por entre los especialistas que lo atendían, la cámara consiguió captar el rostro pálido y sudoroso de Pedro. Estaba blanco, completamente lívido, y sus facciones parecían derretidas.


—Dios... ¿está bien? —gemí.


¿Por qué mierda mis oídos no alcanzaban a captar lo que decía el periodista que relataba lo que estaba sucediendo?


Suri llegó a mi lado y puso una mano sobre mi hombro.


—No lo sé. No te preocupes, lo están atendiendo.


Martin se metió en medio de todos mientras se arrancaba los cables que salían de su casco y el casco propiamente dicho.


Con movimientos rápidos que denotaban urgencia, apartaron el volante y los protectores laterales de encima de los hombros de Pedro.


A pesar de que mis piernas apenas conseguían sostenerme en pie, quise salir corriendo hacia allí.


Todavía no podía creer que eso estuviese ocurriendo.


Los vi atenderlo, sacar cosas de dentro del maletín. En medio de las atenciones, extrajeron a Pedro del interior del vehículo y lo pasaron a una camilla que había aparecido no sé de dónde. Entonces ya no pude ver nada más, porque aparecieron con unas pantallas de la FIA, la Federación Internacional del Automóvil, para evitar que las cámaras pudiesen continuar transmitiendo la escena.


—Esto no puede estar pasando. ¿Qué tiene?, ¿qué le pasa?


—Tranquila, tranquila.


—No me pidas que me quede tranquila —le contesté de malos modos. Es que me moría de la angustia allí. A la mierda con nuestras discusiones, con su novia y con todo, Pedro estaba mal y yo quería estar con él para intentar ayudarlo, aunque bien sabía que no podía hacer absolutamente nada por él.


En medio de un torbellino humano, lleno de cámaras, periodistas, mecánicos y gente de la organización del gran premio, se llevaron a Pedrohaciéndolo desaparecer demasiado a prisa, lo que no hizo otra cosa que preocuparme todavía más.


Recuperé la audición para escuchar al comentarista decir que el campeón había sido retirado para ser atendido en las instalaciones médicas del circuito.


Añadió que no era nada serio, una descompensación, pero no me quedé tranquila. Tampoco se veía muy tranquilo al resto de los pilotos que deambulan por la zona de pesaje.


Me percaté de que Martin no estaba por allí, debió de irse con Pedro.


Apreté los dientes, deseando salir corriendo de esa maldita cocina hacia el hospital del circuito para averiguar lo que pudiese sobre su estado; que informasen de que había sufrido una descompensación no me servía, no me decía nada.


Sabía que no podía ir al hospital, pero al menos...


—Necesito ir al baño un momento. En seguida regreso.


Suri me miró confundido ante mi escapada. Ni siquiera le di tiempo a contestarme. Salí disparada y, a la misma velocidad, abandoné la zona de comedor.


Dejé atrás la marea de camiones de los equipos y fui hasta el sector de boxes. Vi a un par de personas de la FIA correr de aquí para allá con sus walkie-talkies en las manos. Se notaba que algo no iba bien.


¡¿Dónde estaba la gente de Bravío?! ¿Alguien de relaciones públicas? ¿Un mecánico? ¡¿Nadie?!


Y de pronto fue como si el cielo se abriese. ¡Uno de los mecánicos del equipo de Martin, Nacho!


Grité su nombre y él se detuvo.


—Paula.


Intercambié dos besos con él.


—¿Sabes qué ha sucedido?


Pedro se ha descompuesto, pero dicen que está bien. Se lo han llevado al hospital del circuito más que nada para quitarlo del ojo de las cámaras, para no dar un espectáculo; al jefe supremo de la categoría no le gusta dar este tipo de imágenes y a la gente tampoco le gusta verlos, ya sabes cómo es.


—Pero ¿de verdad está bien? Estaba tan pálido...


—Oí decir que la bomba de líquido se le rompió a mitad de carrera y que él decidió continuar, corriendo igual. Sufren mucho calor dentro del habitáculo. Ha sido una salvajada seguir sin ese sistema de bebida; en realidad, una locura.


—Sí, lo sé —musité, aunque pensando que quizá exageraba un poco. Sí, los pilotos debían mantenerse hidratados; sin embargo, media carrera sin líquido no parecía un acto suicida ni nada parecido.


—Tranquila. Seguro que sólo ha sido eso. Se pondrá bien. Parece que incluso subirá al podio. Por ahora han retrasado el acto. Están esperando a ver qué pasa con Pedro. Nadie quiere que el campeón se pierda subir a lo más alto del podio. Los espectadores se mueren por verlo.


—Sí... pero se lo veía tan frágil.


En respuesta, recibí una sonrisa.


—Tranquila, es un tipo duro. Pronto lo verás por ahí, fastidiando a todos otra vez con ese buen carácter y esa agradable forma de ser que tiene— bromeó sarcástico—. No pasa nada, ha sido un susto nada más. Te lo aseguro, estará bien en un momento.


Intenté calmar mi respiración. Tenía palpitaciones.


—¿Has visto a Martin?


—Sí, se fue con Pedro. Tranquila que no pasa nada. —Me dio una palmada en el hombro—. Felicidades por la carrera.


—Y a vosotros —le contesté reaccionando—. Habéis tenido un fin de semana complicado.


—Sí, al final ha salido menos mal de lo que creímos que saldría. —Me sonrió otra vez—. No te preocupes, que el campeón estará bien; mala hierba nunca muere —me dijo el mexicano, sonriéndome.


Quise sonreírle, pero la sonrisa no me salió.





CAPITULO 73




—Por si no te has percatado, me estás poniendo de los nervios. ¿Podrías parar?


Detuve el repiqueteo de mis pies en el suelo al instante, ante la petición de Suri; había estado haciendo aquello casi sin darme cuenta. Estaba tan ansiosa que tenía todo el cuerpo agarrotado, poco menos que solidificado en la postura que me mantenía, con la cabeza erguida de cara al monitor en el que veíamos la carrera. Sentía los hombros increíblemente tensos y, antes de empezar a golpear los pies en el suelo, había tenido las piernas enroscadas alrededor de las patas delanteras de la banqueta. Las había soltado unos minutos atrás, porque, de tanto hacer presión por culpa de ese estado en el que me hallaba, me dolían las rodillas.


Al día siguiente me dolería todo, si es que llegaba a él y no me daba algo antes de que terminase la carrera.


Pedro iba primero por una considerable diferencia. Haruki y Martin batallaban por el segundo puesto.


Sí, en realidad no tenía demasiados motivos para tener las tripas así de revueltas, y que me sudasen las palmas de las manos en ese modo era completamente injustificable. Menos razón de ser tenía el miedo que me impedía respirar profundamente. Lo mío, más que respiración, en ese instante eran jadeos cortos. Mi cerebro debía de estar funcionando peor de lo normal por la falta de oxígeno y por la poca circulación de sangre.


Pedro... no podía parar de pensar en él y en lo mucho que quería que ganase la carrera. 


Bueno, también esperaba que a Martin le fuese bien y a Haruki igual. De ser por mí, los quería a los tres en lo más alto del podio; sin embargo, en algún punto, una parte de mí estaba loca de ansiedad por que Pedro ganase. Jamás lo admitiría en voz alta, pero así era; deseaba al campeón coronado una vez más, a Siroco derramando champagne sobre sus mecánicos.


—¿Qué tienes? ¿Por qué estás tan histérica?


—Por la puta carrera —murmuré entre dientes mientras me arrancaba pellejitos del lado de la uña de mi pulgar de la mano derecha; el del izquierdo ya lo tenía en sangre, empeorando así el aspecto poco femenino de mis manos, ya de por sí arruinadas por el trabajo en la cocina.


La mirada de Suri, dura, daba sobre mi lado mientras sonreía.


—Todo saldrá bien, quedan solamente cinco vueltas.


—Lo sé.


Nos quedamos en silencio mientras Pedro volaba a toda velocidad por el circuito igual que si estuviese solo. No corría contra nadie más que contra sí mismo; no me pareció que eso fuese ninguna novedad, Pedro competía contra sí mismo siempre, tanto dentro como fuera del circuito, entrenándose y dedicándose por entero a su pasión.


—A Martin también está yéndole muy bien, considerando todos los problemas que ha tenido este fin de semana con el coche.


—Sí, lo sé. Le está plantando cara a Haruki.


—Lo resiste bien.


—Sí —contesté con un hilo de voz, concentrándome en la pantalla. La transmisión mostraba la cámara a bordo del monoplaza de Pedro. Tener la oportunidad de ver más o menos lo mismo que él veía resultaba una experiencia única. Mis ojos mirando más o menos lo mismo que los suyos.


Sonreí de los nervios que me provocaron la velocidad y todo lo que me pasaba con él. Nuestra última conversación... Cómo me hubiese gustado poder estar en el box para verlo llegar tal como me había pedido. La sonrisa se diluyó un poco en mis labios; allí tenía gente de sobra esperándolo para celebrar su victoria, incluida Mónica.


El beso a su novia...


—Y ahora, ¿qué?


La pregunta de Suri me desconcertó.


—Te ha cambiado la cara. ¿Estás preocupada por algo más? ¿Es porque hoy ha venido el jefe? Entiendo que ha aparecido por aquí más de una vez; sin embargo, no creo que debamos angustiarnos; está encantado, todos están encantados con lo que preparas. Fue muy acertado buscar las recetas de esos dulces típicos rusos. No creo que Pablo haya venido a poner orden ni a ver cómo trabajamos, solamente lo ha hecho para comer alguna de tus pastas. Antes jamás pasaba tan a menudo por el área de comedor y la cocina; ese hombre está siempre demasiado ocupado manteniendo a todo el equipo trabajando y dando el ciento por ciento de sus capacidades. Te lo digo, se dedica tanto a su trabajo como Pedro. Los dos son obsesivos con lo suyo, por eso...


—Por eso, ¿qué?


—El jefe se divorció no hace mucho tiempo.


—Ah —entoné como si en mi vida hubiese hablado con Pablo de su vida privada.


—¿No lo sabías?


No pude contener el rubor que me subía por las mejillas.


—Eh... sí; en realidad, sí.


—Ya me lo imaginaba, aquí son todos muy chismosos. En todo caso, te lo repito: no tienes de qué preocuparte, él está muy contento con tu trabajo. Todo el mundo le tiene miedo, pero no creo que tú debas tenérselo; te ha mirado con cariño cuando has sacado la bandeja con los macaroons. Supongo que, como ya habías preparado todas las otras cosas, no se imaginaba que fuésemos a servirlos también. Ha puesto cara de felicidad absoluta al ver tus creaciones.


Los macaroons los había hecho especialmente para Pablo, porque habíamos estado conversando y me había comentado que le apetecían mucho; por eso hice pocos y los saqué cuando lo vi llegar. Preferí, por el momento, no contarle eso a Suri.


—No te angusties. Además, hoy tendremos celebración. —Apuntó la pantalla con la cabeza. Vi que quedaban nada más que dos vueltas para terminar.


—Sí, claro.


—No sufras, cuando lleguemos al Gran Premio de Cataluña, todo será más relajado. Pedro estirará la diferencia de nuevo con esta victoria y eso es bueno, porque España es la casa de Bravío. Llegar allí en buena forma le levantará el ánimo al equipo.


Sonreí permitiendo que Suri pensara lo que quisiera de la situación.


A punto de que Pedro iniciara su última vuelta, a mí me dieron ganas de correr al box para saltarle al cuello, más precisamente a los labios, en cuanto saliese del habitáculo de su coche.


Tan dulce sería poder abrazarlo, felicitarlo sin miedo a que se me escapase todo lo que llevaba dentro al hablarle. Abrazarlo... Cerré los ojos e imaginé la situación: su aroma, el calor de su cuerpo después del desgaste físico que implicaba la carrera. ¡Qué ganas de que aceptase apoyarse en mí para contener su cansancio!


La cámara enfocó al padre de Pedro, a David, su representante, a su preparador y a Mónica. Ellos estarían allí para él.


Los mecánicos corrieron del box hacia la pared que daba a la pista, donde también estaban Toto, Pablo y el resto en el pit wall. Sonreían. Las caras no eran las mismas que las de la jornada anterior.


Pedro dio un espectáculo de velocidad en su última vuelta y finalmente cruzó la línea de meta. La bandera a cuadros le dio la bienvenida. Lo vi alzar ambos puños, soltando el volante durante unos segundos. Celebró con el puño en alto su triunfo y se aproximó a las tribunas para saludar. 


Así, satisfecho y saludando, dio otra vuelta al circuito. Haruki se le acercó y lo felicitó con un gesto de mano. El saludo de Martin fue más efusivo, pues le dedicó a su chico dos pulgares en alto. Esos últimos fueron un par de segundos en total armonía.


Mi corazón palpitó con fuerza al verlo recorrer el resto del trazado. Por desgracia, no tuve la oportunidad de oír cómo lo festejaba a través de la radio, tal como sí había hecho con Martin después de su victoria en China. Lo imaginé bromeando con Otto.


Pedro entró por la calle de boxes seguido de los otros automóviles.


—Ahí lo tienes, de regreso al ruedo. Otra vez de camino al campeonato — me dijo Suri cuando Pedro entró en el área reservada para los tres primeros, justo debajo del podio.


—Ya seguíamos de camino al campeonato, Suri; el tropiezo fue sólo un segundo puesto en una carrera.


—Ganar es otra cosa. Un par de días sin presión y luego tendremos que ponernos a pensar en Cataluña y en su pastel de cumpleaños. Bueno, eso último te lo dejo a ti, que eres la especialista.


—¡¿Qué dices?! —salté de la banqueta tras él. 


Suri se dirigía hacia una de las neveras.


—La tarta de cumpleaños de Pedro, Duendecillo... Por más que el cumple de Pedro sea después de la carrera, le organizaremos una fiesta. Al menos una pequeña; será un detalle y el equipo se sentirá feliz de poder comer pastel.


—Sí, el equipo sí, porque lo que es Pedro... —repliqué mientras lo veía abrir una lata de agua tónica.


Suri se quedó quieto, con la lata a medio abrir y la vista clavada en la pantalla.



CAPITULO 72




Apresuré el paso de regreso a mi habitación.


No tardé ni cinco minutos en caer rendida y, cuando sonó mi despertador, fue como si hubiese dormido esa misma cantidad de tiempo.


Pedro tuvo unas pruebas libres excelentes, en las que dio una clase magistral de conducción, dejándolos a todos boquiabiertos, incluidos sus mecánicos e ingenieros.


En el monitor, cuando Pedro marcó su último tiempo de vuelta, vi a Martin sonreír de oreja a oreja al ver a su amigo destrozar el récord de vuelta del circuito. Pedro, literalmente, volaba sobre el asfalto, haciendo honor a su apodo... Siroco, deslizándose como un viento por el circuito.


Todo el equipo chillo de felicidad cuando Pedro se quedó con la pole position un par de horas más tarde. Suri y yo aplaudimos y nos alegramos al verlo tan bien.


El ánimo del equipo cambió, y el de Pedro, de manera considerable; ante las cámaras, ante los micrófonos de los periodistas, no hacía otra cosa que sonreír hasta por los poros y todo en mí fue alivio. Solamente intenté no hacerle demasiado caso a mi miedo de que aquello se viniese abajo si las cosas al día siguiente no resultaban igual de perfectas; es que Martin, después de mucho batallar, se había quedado con el tercer lugar en la parrilla de partida.


Aparqué aquellos malos pensamientos a un lado.


El sábado no pude volver a ver a Pedro; él se lo pasó de entrevista en entrevista y, tal como había dicho la noche anterior, tenía una agenda apretadísima, de la cual el publicista del equipo no le permitió escaparse ni por un segundo.


Al menos, por la noche, cuando regresamos en el microbús con el resto del equipo, no lo vi en su terraza.


Me dormí tranquila, imaginando que él debía de estar más tranquilo también.




CAPITULO 71




Lo propuso tan entusiasmado que no pude decirle que no. Acarreando nuestras tazas de café, que por cierto era más rico de lo esperado, remontamos en silencio las escaleras para no perturbar el sueño de su padre.


Llegamos arriba de todo y, a través del ventanal, divisé el cielo estrellado.


Pedro abrió la puerta y salimos a la terraza. Me encogí dentro de mi chaqueta; él, dentro de la suya. Avanzamos hasta la baranda. Se me puso la piel de gallina y no por el frío. De día era un paisaje estupendo; por la noche era apenas imposible de tolerar sin sentirse ínfimo, sobrecogido y feliz. No sé si fue el cansancio, el perfume de Pedro, el paisaje o una conjunción de todo, pero los ojos se me llenaron de lágrimas.


—Valía la pena, ¿no es así?


Asentí con la cabeza.


Nos quedamos allí en silencio, respirando el aire frío, soltando nuestros alientos con olor a café. Un par de silenciosos minutos más tarde, Pedro se me acercó.


—Si gano el domingo, ¿lo celebrarás como hiciste con la victoria de Martin?


—¿Emborracharme? —le pregunté poniéndome nerviosa. Intuía que no se refería a eso; es que... de ser otra cosa...


Pedro se rio.


—Puedes emborracharte, pero creo que sobria estás mejor. Me refiero a salir después de la carrera, con los mecánicos y el resto del equipo.


—Siempre salimos después de la carrera.


—Lo que quería decir es si lo festejarás.


—No quiero que pierdas, Pedro.


—Tampoco que gane.


—¿Quién te ha dicho eso?


—Quieres que gane Martin.


—Quiero que los dos seáis felices con lo que os toca vivir.


—Yo no suelo ser muy conformista, que digamos.


—No digo que lo seas, tampoco lo soy yo. Lo que digo es que no deberías amargarte tanto por llegar en segundo lugar. Parece que no disfrutes de tus logros. Deberías estar orgulloso por todo lo que has conseguido hasta ahora.


—Lo estoy.


Lo miré de reojo e inspiré hondo, desviando la mirada hacia el Mar Negro.


—Si ganas, me alegraré.


—¿Más o menos de lo que te alegrarías si ganase Martin?


Noté mi frente arrugarse.


—¿Por qué tienes que hacer preguntas tan horribles?, ¿por qué tienes que estar todo el tiempo comparándote con otros? La relación que tengo contigo no tiene nada que ver a la que tengo con Martin; tú eres distinto a Martin. No
mezcles las cosas.


—Eres su amiga.


—Eso mismo —contesté sin mirarlo.


—Y nosotros...


—Podríamos llegar a ser amigos si no nos matásemos el uno al otro antes —solté a modo de broma, para esquivar el momento, que no tenía ni idea de adónde nos llevaría, de adónde pretendía Pedro que nos llevase.


A él no le quedó más remedio que reír.


—Vamos, campeón, sabes que ganarás. —Le di un toque en el brazo con mi hombro.


—Eso acaba de tocarme en lo más profundo —bromeó—. Si gano, quiero verte en el box.


Alcé las cejas en un gesto inquisitivo.


—He dicho que, si gano, cuando entre al box después de la carrera, quiero verte allí.


—¿Por qué? ¿Por qué debería hacer algo así? —Sacudí la cabeza—. Sabes que eso no es posible, Pedro. Una cosa es que alguna que otra vez me permitan ir a echar un vistazo durante las pruebas, pero yo no tengo permiso para...


—Yo te conseguiré ese permiso.


—Mejor que no. —Me aparté de la baranda—. Si ganas, iré a felicitarte, lo prometo. No menciones nada del box, no intentes inventar cosas raras. Me gusta mi trabajo y no quiero perderlo. No mezclemos las cosas —le pedí, y acto seguido recordé que estaba mezclándolas con Pablo. Bueno, al menos Pablo no tenía novia—. Ok, es hora de que vuelva a mi cuarto y de que tú te metas en la cama. No necesitas acompañarme a la puerta, pero prométeme que te acostarás pronto. Aquí está helando y tienes que cuidarte; te queremos sano y salvo, fuerte... y destrozando récords de vuelta en la pista.


Pedro sonrió a medias, como si detrás de esa sonrisa hubiese tristeza.


—Descansa. Mañana lo verás todo mejor. No pienses más, ¿de acuerdo? Solamente relájate; mañana en la pista harás lo que tan bien sabes hacer.


Su sonrisa tomó un poco más de fuerza.


—Buenas noches, campeón.


—Buenas noches, petitona meva.


Me reí y lo apunté con un dedo.


—Tengo que buscar en el traductor de Google qué significa eso.


Pedro se mordió los labios para no sonreír.


—Descansa tú también, y gracias por venir. Por cierto, discúlpame tú a mí también, por lo de China y todo lo demás.


—Hecho. Estamos en paz, campeón. Nos vemos mañana, después de tu pole.


Pedro soltó una carcajada.


—Dulces sueños —le deseé.


—Igualmente.


Ojalá soñase con él en ese estado, no por las ojeras o por su cara de cansancio, sino por, a pesar de sus nervios, la placidez de su espíritu. Creo que, por primera vez al estar a mi lado, lo noté relajado, sin la piel tensa, sin la mirada inquieta.


Lo miré una vez más, le sonreí y, después de retroceder de espaldas un par de pasos para quedar con su cuerpo enmarcado en el Mar Negro y en el cielo de Sochi, me di media vuelta y partí.


Dejé mi taza en la cocina y abandoné la villa en silencio. Al llegar al camino, alcé la vista hacia la terraza; Pedro ya no estaba allí, lo que me alivió.