martes, 21 de mayo de 2019

CAPITULO FINAL




Pedro terminó de quitarse de encima los cables y demás, y entonces giró su cabeza y me vio.


Dando saltos sobre su pierna buena, llegó hasta mí. Sus energías apenas si le alcanzaron y terminó colgado del vallado. Los mecánicos lo felicitaron. En cuanto lo tuve cerca, lo abracé y comencé a besarlo. Ése era mi Pedro y me hacía infinitamente feliz verlo.


Pedro apartó su boca de mí.


—Le has regalado el campeonato.


—Se lo merecía.


—Así que lo tenías todo arreglado con Pablo.


—No ha sido fácil, primero tenía que correr. A veces la categoría es más que correr, pero, bueno, aquí estamos y él tiene su campeonato y yo me siento muy feliz.


—Tu padre acaba de contarme lo de los patrocinadores nuevos.


Pedro me sonrió tímido.


—Sí, bien... algo bueno teníamos que sacar de todo esto.


—Y sacaste algo estupendo, campeón.


Pedro hizo pucheros con la boca.


—No, ya no soy más el campeón. Tendrás que esperar un año para volver a llamarme así. El campeón está por allí. —Apuntó hacia atrás con la cabeza.


—¡Te amo tanto!


—¿Incluso si no soy más el campeón? —bromeó sosteniendo su falsa mueca de compungido.


Le di un beso rápido.


—Lo que has hecho... —comencé a decirle, embargada por la emoción.


—Tú eres la única carrera que necesito ganar, petitona, y esa carrera no se corre aquí. Te amo.


—Y yo a ti, Siroco.


Volvimos a besarnos, con los fuegos artificiales todavía saludando al nuevo campeón.










CAPITULO 206




El circuito era una completa locura festiva, con fuegos artificiales oficiales al lado de la pista y todo alrededor del trazado iluminando la noche y diluyendo el alumbrado que ya de por sí era impresionante.


Pablo llegó a mí y me abrazó. Al apartarse, me guiñó un ojo para despejar cualquier duda; Pedro y él lo habían arreglado juntos.


—Vosotros dos... —le dije sonriendo.


—No te preocupes, Pedro tendrá su oportunidad el año que viene.


—Seguro que sí. ¡Felicidades por el campeonato de constructores, Pablo!


—Gracias, Duendecillo. —Me guiñó un ojo—. Anda, vayamos a saludar al campeón.


—Claro.


Nosotros y todos los mecánicos corrimos hasta el área en la que iban a estacionar los tres del podio.


Martin condujo su monoplaza hasta la posición de primer lugar. A su lado, en menos de un parpadeo, apareció Pedro.


Toto y el ingeniero de Martin aparecieron para ayudarlos a salir de sus coches.


El brasileño salió del interior de su habitáculo a tirones. Sin quitarse el casco o el HANS, se abalanzó sobre Pedro para agarrar su cabeza por el casco y sacudirla. Lo abrazó y luego tiró de él, y acto seguido le sacudió la cabeza otra vez, mientras Pedro, todavía con las protecciones sobre sus hombros, intentaba abrazarlo.


Creo que fuimos unos cuantos los que, frente a esa escena, le dimos rienda suelta a nuestras lágrimas.


Martin se apartó un poco y se arrancó el casco, el HANS y la capucha para tendérselo todo a su ingeniero.


—¡Maldito desgraciado, no sabes cuánto te quiero! —lo oímos todos gritarle a Pedro—. Ven aquí. —El brasileño quitó de encima de Pedro las protecciones. Entre él y Toto lo ayudaron a salir de su coche. Volvieron a abrazarse, a darse palmadas. Martin lloraba y reía—. Eres un maldito desgraciado —le dijo una y otra vez.


Ayudado por Toto, Pedro se quitó el casco y todo lo demás. Lo vi agotado, pero inmensamente feliz. En ese momento, mirándose a los ojos sin nada de por medio, Pedro lo felicitó por el campeonato.


—Eres un jodido tramposo, ¿lo sabías?


—Ya, no te quejes. Tú estás con un pie fuera de la categoría, ya no es asunto tuyo.


—Ni siquiera te vi frenar —le comentó Martin.


—Ésa era la idea, que no me vieses.


—Eres un idiota, Siroco, y ahora todo el mundo lo sabe. Deberías estar celebrando tu sexto campeonato.


—El año que viene, si todo sale bien.


—Y aquí estaré yo para celebrarlo contigo.


—Te tomo la palabra, hermano.


—Eres tan idiota —repitió Martin, riendo y llorando, tomando a Pedro otra vez por la cabeza. Pedro se tambaleó porque estaba parado en una sola pierna.


—Gracias, Martin. Gracias por quedarte a mi lado, por permitirme ser tu hermano.


Martin le contestó con un abrazo con el que se lo llevó por delante.


Los periodistas y fotógrafos estaban dándose un festín a su costa.


—Anda, ve a celebrarlo con tu equipo —le propuso Pedro apartándolo un poco—. Felicidades, campeón.


—Gracias, Pedro.


—Felicidades, Martin —le dijo Toto, tendiéndole una mano.


—Gracias. Felicidades a vosotros por el campeonato de constructores.


—Sí, lo celebraremos esta noche.


Martin les sonrió a ambos y, después de darle un falso coscorrón a Pedro en la cabeza, se alejó para saltar sobre su equipo, que lo esperaba detrás del vallado para felicitarlo.




CAPITULO 205




Para la vuelta treinta y cinco, los tres, después de entrar rezagados a boxes respecto al resto de pilotos, se encontraban otra vez en el respectivo orden de salida, dispuestos a cumplir con las últimas vueltas de la carrera.


En teoría serían veinte vueltas tranquilas.


Y lo fueron.


—Ya falta poco —me susurró al cabo de un rato Alberto, poniéndome una mano en el brazo—. Dos vueltas más y será campeón.


Apreté entre mis dientes el chicle que llevaba toda la carrera mascando.


—Es... No puedo creerlo. Es decir, en realidad sí lo creo; no me sorprende, es Pedro; si él no es capaz de algo así, nadie lo es.


—Dudo de que lo hubiese conseguido sin ti. Eres su motivación; has sido su motivación para recuperarse y lo eres para correr.


—No me necesita a mí para motivarse para correr —le dije sonriendo—. Es él, es Siroco, es el campeón.


—Ahora es más que eso y por eso te necesita. Exigimos demasiado del campeón, hasta casi matarlo. No sé si comprendes lo que digo, literalmente creo que lo agotamos y yo tuve la culpa en eso. Después del accidente es mucho más de lo que era, es el campeón, y mucho más; por eso ahora está ganando esta carrera. Es un piloto distinto, un ser humano distinto, y por eso quiero agradecértelo. Y creo que también necesito pedirte disculpas. Lo que era Pedro antes de conocerte fue en lo que nos convertimos casi sin darnos cuenta, hacia donde escapamos cuando creímos que nuestro mundo, que mi mundo, se había terminado después de que falleció mi mujer. Hoy estamos otra vez en ese mundo que también tiene lugar para este mundo, el de la Fórmula Uno y Pedro ganando otra vez. —Alberto se quedó mirándome a los ojos y me sonrió—. Gracias por estar aquí, Paula, por darle otra oportunidad. Pedro se la merece, de verdad.


Quedé boquiabierta y muy emocionada.


—Quería felicitarte por tu pastelería, pues todavía no lo he hecho. Me alegra mucho por ti. Pedro dice que el lugar funciona muy bien.


—Sí, bueno...


—Con Pedro hemos estado hablando de que a los dos nos gustaría echarte una mano, quizá haciéndote un poco de publicidad por aquí. Ya hemos pensado en algunas cosas con los patrocinadores que tenemos; si te parece, lo conversamos tranquilos en algún otro momento, porque espero que estés dispuesta a compartir conmigo una taza de café a solas. Me gustaría hablarte de Pedro, contarte cosas sobre él, y me gustaría que me hablases de ti. Llevamos meses dando vueltas con la categoría y apenas si nos conocemos, y eso es culpa mía... y quiero pedirte perdón por eso, por el modo en que me he comportado contigo.


—Alberto...


—Además, quería decirte que me apetece mucho conocer a tus padres y a tus hermanos, y que me hará muy feliz poder pasar con vosotros la Navidad y el Año Nuevo. Gracias por eso, llevamos mucho sin disfrutar de una Navidad en familia.


—Bueno, yo... Gracias, no sé qué decir.


—No me agradezcas tú a mí; yo te estaré eternamente agradecido por hacer feliz a mi hijo, por hacerle ver a él y por hacerme ver a mí que puede ser algo más que el campeón, que Siroco. Gracias —repitió ante mi silencio.


—Me encantará tomar ese café contigo, Alberto —dije tuteándolo por primera vez.


El padre de Pedro me sonrió.


—Y te agradezco que quieras ayudarme con la pastelería, pero no creo que los patrocinadores de Pedro... Lo hablaremos en otro momento; de verdad que no es necesario. —Mi voz tembló de emoción. Exactamente así debió de ser todo sin el accidente de Pedro de por medio. O, bueno, quizá eso debió de pasar para que todos entendiésemos qué queríamos para nuestras vidas y cuáles eran nuestras prioridades.


—Los patrocinadores son de mucha ayuda, Paula.


—Sí, lo sé.


—Por eso Pedro está ahí ahora. Conseguimos dos patrocinadores nuevos con los que financiamos una fundación que investiga en avances para el tratamiento de la diabetes.


Pedro no me ha dicho nada.


—Por eso quería hacer el esfuerzo de correr hoy sí o sí. —Volvió a sonreírme—. Ya sabes cómo es. Me dijo que te lo confesaría después de la carrera, conjuntamente con el hecho de que vino para estar en la pista cuando Martin se convirtiese en campeón. Dijo que no quería perdérselo por nada del mundo, que no pensaba mirar por televisión la última carrera de su mejor amigo. Además —rio—, Martin es bastante culpable de que vosotros hayáis terminado juntos.


Sacudí la cabeza, confundida.


—Bueno, es Pedro quien está ganando la carrera y, para ganar el campeonato, Martin necesita ser el primero sí o sí. Si Pedro gana, el campeonato será suyo.


—Si Pedro gana... —susurró su padre, y apuntó con uno de sus dedos en dirección al monitor.


Pedro entraba en la última vuelta.


Martin pasó detrás de él por la cámara, Helena siguiéndolo a poco más de dos segundos.


—¿Qué pasa, Pedro? —oí que le preguntaba Toto. Su voz me llegó por el auricular que tenía sobre la oreja, el otro lo había apartado para poder hablar con Alberto.


—Nada —contestó.


—¿Nada? ¿Hay algún problema con el motor? Has perdido dos décimas.


—El motor está bien, al menos hasta lo que yo sé. Repito, el motor está bien.


—Pero estás perdiendo tiempo. ¿Son los neumáticos? Aguanta. Podemos llegar —le dijo Toto, y vi a Pablo, en su silla frente al pit wall, dejarse caer sobre el respaldo para repantigarse muy cómodo.


—Los neumáticos están bien. Muy buen set, felicitaciones a los fabricantes.


—Mierda, Pedro, ¿te burlas de mí? Has perdido una décima más —soltó Toto con voz estrangulada y vi a los mecánicos tensarse sobre sus sillas al ver por los monitores que la distancia entre Pedro y Martin se acortaba.


—¿Te sientes mal?, ¿es tu pierna? Si no estás bien, debes parar. Repito, si no estás bien, debes parar. —Toto sonaba genuinamente desesperado.


—Estoy genial, Totito, todo va de maravilla y según lo planeado. Relájate, que estamos a punto de ganar el campeonato de constructores.


Ante las palabras de Pedro, el padre de Pedro me guiñó un ojo.


Vi a Pablo girar sobre su silla para volverse en dirección a Toto. Pablo le palmeó la espalda, sonreía.


—¿Qué mierda pasa, campeón? —musitó Toto mientras Pablo continuaba hablándole al oído.


Ya no faltaba casi nada para que Pedro llegase a la bandera a cuadros.


—¿Qué ocurre aquí? —le pregunté a Alberto.


—Que el campeonato está a punto de cambiar de manos. Eso es genial para la categoría, ¿no? La gente se divierte más cuando hay variedad, es lo que esperan ver los espectadores.


—Pero... —El resto de mis palabras no salieron; vi a los tres punteros avanzar hacia el final de la carrera, a Martin acelerar a fondo para pasar la meta a toda velocidad detrás de Pedro y entonces...


Con la bandera a cuadros quizá a tres metros de distancia, Pedro de pronto ralentizó al máximo su avance y Martin, sin ni siquiera poder comprender lo que sucedía, pasó por su lado para llegar a la bandera a cuadros en primer lugar.


El box de Bravío, el box de Asa, todos los boxes y las tribunas estallaron en gritos de algarabía para felicitar a Martin, el nuevo campeón.


Pedro pasó la meta en segundo lugar, con Helena justo detrás de él.


Así Bravío se quedaba con su sexto campeonato de constructores consecutivo.


Alberto me abrazó y todos se pusieron a celebrarlo. Fue la locura y, al comprender lo que Pedro acababa de hacer en ésta, la última carrera de la temporada, no me cupo duda de que este Siroco no era el mismo Siroco que yo había conocido.


Lloré y reí a la vez.


Salimos del box para celebrarlo y allí nos encontramos con Toto y con Pablo.