lunes, 22 de abril de 2019

CAPITULO 112




Pedro cerró la puerta y me sonrió.


Rodeó el automóvil en una rápida carrera y llegó al volante.


Me coloqué el cinturón de seguridad y él el suyo.


—¿Lista?


—Si tú lo estás.


Arrancó el motor y el mundo se puso a vibrar debajo de mis pies. Pedro condujo en silencio durante un buen rato, solamente interrumpiendo el sonido del viento para señalarme tal o cual cosa de la ciudad. Barcelona simplemente me encantó; como todo, no habría sido igual de no estar él conmigo, de no involucrarlo a él tan de cerca. Ésos eran sus recuerdos, su pasado, su vida, en la que comenzaba a entrar: el barrio en el que había vivido, la escuela a la que asistió, allí por donde paseaba de pequeño, el cine al que había ido a ver películas, el primer bar, la primera salida nocturna, la esquina en la que la policía lo paró por primera vez por exceso de velocidad a la semana de sacarse su permiso de conducir.


Lo escuché encantada, disfrutando de cada cosa que me contaba y, sin darme cuenta, llegamos a nuestro destino, la fiesta, y allí me di de bruces con su realidad: una marea de fotógrafos nos esperaba frente al bar-restaurante.


Intenté no poner cara de pánico. A mí tanto me daba si aquella gente estaba allí para hacer resplandecer nuestros rostros haciendo estallar flashes; me molestaba por Pedro, porque a él eso lo incomodaba. Esbocé una sonrisa y lo miré.


Los fotógrafos se percataron de su llegada y comenzaron a tomarnos instantáneas. Las ráfagas blancas invadieron mi lado derecho.


—Lo lamento.


—No pasa nada, Pedro. A mí tanto me da si están o no.


—A veces se ponen un tanto agresivos. Pueden comportarse como desquiciados, como si no tuviesen suficientes fotografías mías. —Se detuvo, apretando los labios—. Hoy... bueno, imagino que de antemano sabrían que estarías aquí; deben de haber esperado ansiosos nuestra aparición, después de todo lo sucedido, y fotografías tuyas no tienen. Lo nuestro también es nuevo para ellos.


—Tranquilo. Admito que es raro para mí que estén todos ahí fuera esperando vernos pero su presencia no me da ni me quita nada; te tengo a ti a mi lado y eso es lo único que cuenta para mí.


—Probablemente hagan alguna pregunta. —Meneó la cabeza—. Mantengámonos en silencio, ¿de acuerdo? —Acomodó el automóvil detrás de la hilera de coches que esperaban frente a la entrada del local.


Agradecí que hubiesen hecho una especie de acordonado en la calle y que hubiese suficiente seguridad como para mantener a los fotógrafos y a los periodistas a unos cuantos metros de nosotros.


—Sí, no necesitas ni pedirlo. —Cogí su mano—. Sólo debemos entrar para celebrar tu noche, que para eso estamos aquí.


—Nuestra noche. —Aproximó su rostro al mío sonriéndome, tentándome con un beso.


—Pero si hemos venido para festejar tu cumpleaños y que has ganado esta tarde.


—Sí, he ganado —sus labios tocaron los míos—, el premio mayor. —Me besó una vez más—. Mi cumpleaños lo celebraremos después tú y yo.


Reí.


—No tengo ninguna objeción a eso —entoné para devolverle el beso.


—Andando, permíteme que les muestre a la grandiosa mujer que me acompaña.


—Adulador. —Por poco me muero allí mismo de amor por él.


Un empleado del local llegó a su lado del automóvil y otro al mío.


—Y no soy adulador, sé quién soy, sé lo que puedo ser; por eso todavía me cuesta creer que quieras intentar esto conmigo.


—Yo lo que creo es que no tienes ni la más remota idea del «premio mayor» que te llevas a casa. —Reí—. No tienes ni idea de lo que te espera, campeón. Andando, bajemos de una vez.


Pedro me dio otro beso rápido sonriéndome con los ojos y entonces aceptó permitirles a los empleados que habían acudido a abrirnos la puerta que hicieran su trabajo. Fue instantáneo: reporteros y periodistas entraron en ebullición; se desató un griterío infernal y quedé completamente ciega por los flashes. Oí que mencionaban mi nombre, soltaban preguntas en mi dirección: desde cuándo nos conocíamos, desde cuándo salíamos, qué era lo que más me gustaba de Pedro, qué planes teníamos para el futuro; uno incluso se atrevió a preguntarme si Pedro había engañado a Mónica conmigo y qué opinaba yo de ella. Al oír aquello, me obligué a hacer mi mayor esfuerzo por bloquear mi respuesta, para nada comedida; no tenía sentido amargarme por eso, por ellos.


Lo mío con Pedro no había empezado de la mejor manera, pero no era a ellos a quienes yo debía darles explicaciones por mis actos, ni él tampoco, y, de cualquier modo, no todo se puede controlar. Ojalá lo nuestro hubiese empezado de otro modo, pero allí estábamos, con él rodeando el automóvil por delante para venir a colocarse a mi lado.


Pedro llegó a mí. Ignorando a los fotógrafos y periodistas, me agarró de la mano. Sus pasos, su mano, fueron mi guía en medio de las murallas de cámaras que nos rodeaban. Yo no hubiese podido despegar los labios aunque hubiese querido, pues aquello me intimidó mucho, y Pedro tampoco dio muestras de tener intención de responder a ninguna pregunta; simplemente se limitó a ofrecerles un amago de sonrisa y a alzar una mano. Muy juntos, porque él me pegó a su cuerpo, entramos en el bar-restaurante.


Apenas cruzamos la entrada, llegó el hombre que se presentó como dueño del local para darle la bienvenida. Felicitó a Pedro por la carrera y por su cumpleaños, hablaron del campeonato y Pedro me presentó como su novia. Al instante llegaron algunas personas acompañadas del personal de relaciones públicas y publicidad del equipo; entre ellas había personalidades del deporte a motor, artistas de cine, un cantante, un par de empresarios... Se nos unieron Pablo y el dueño del equipo, y un par de fotógrafos que se limitaron a capturar el momento. La sesión de saludos, fotos y charlas políticamente correctas sobre el campeonato y la carrera acabaron derivando a las playas cercanas, la bebida, automóviles y Mónaco, donde Pedro tenía su residencia. Fue un momento un tanto artificial; por suerte no del todo desagradable, sobre todo porque en ningún momento el campeón ignoró mi presencia; es más, con el correr de los minutos fue pegándome más a él, sintiéndose más en confianza para mover sus manos sobre mí frente a extraños, para mirarme a los ojos sin timidez y sonreírme desinhibido sin miedo a lo que los demás pudiesen pensar sobre nuestro abrupto comienzo y sus consecuencias.


Durante quizá un poco más de una hora y media, Pedro se ocupó de cumplir con sus compromisos de saludar y sacarse fotos con todos los patrocinadores y personalidades que Bravío había invitado a la celebración. 


Solamente entonces, volvimos a tener un momento para nosotros.


CAPITULO 111




El coche era simplemente estupendo, con líneas largas y suaves. Sin Pedro no hubiese significado nada; con él, era mucho más que un automóvil de colección en el que nos pasearíamos de camino a la fiesta por su victoria.


—¿Es tuyo?


—Sí, hice que me lo trajesen de casa. En él iremos hasta allí a pasar estos días. Así podrás disfrutar más del paisaje. No es mucho más que campo; es que quiero que lo veas todo.


—Así que lo tienes todo resuelto.


—He hecho planes.


—No puedes planearlo todo, campeón.


—Imagino que contigo a mi lado será difícil hacerlo, porque tú estabas fuera de mis planes y mira lo magnífico que ha resultado no seguirlos. —Me dio un beso rápido—. Sólo he organizado algunas cosas. Entre ellas, que te quedes conmigo, para pasar unos días, celebrar mi cumpleaños y, después, regresar a Mónaco juntos. Allí nos quedaremos hasta la carrera. Ah, eso también ya está resuelto. Se lo comenté a Pablo, de modo que tú no tienes que avisar a nadie.


Pedro, es mi trabajo.


—Y tú eres mi novia. No pasa nada. Viajarás conmigo y te alojarás conmigo.


—¿Y qué?, ¿se supone que dormiré contigo? —pregunté haciéndome la tonta. Eso de que pretendiese controlarlo todo me ponía un poco ansiosa y necesitaba hacerle entender que no todo quedaba bajo sus designios.


—Si quieres, será un placer para mí que compartamos mi cama... aunque, eso de dormir... espero que no mucho. —Sonrió sexi—. No pasa nada, de verdad que no hay problema. No tienes que preocuparte por tu trabajo; allí estará para cuando regresemos a Montecarlo.


—Tendré que pensarlo.


—Empieza a meditarlo ahora, porque el plan es que vengas conmigo a mi hotel esta noche; no quiero tener que volver a alejarme de ti.


—Ok, campeón, pero despacio, que para eso tendrás que hacer muchos méritos —mentí, pues me moría de ganas de estar con él.


—¿Qué debo hacer?


—Antes que nada, procura no perder la sonrisa e intenta disfrutar de la fiesta, pero inténtalo de verdad; no quiero una sonrisa falsa, quiero que te diviertas. Además de eso, no sé, ya veremos. Algo se me ocurrirá.


—Ese «algo se me ocurrirá» me asusta.


—Me parece muy bien que así sea. Ahora, ¿qué tal si nos vamos?


—Supongo que no tengo más opción. —Pedro se apartó de mí y abrió la puerta del descapotable para que entrara.


—Con esto acabas de ganarte unos puntitos más.


Pedro se rio y yo con él.


—Ves como no es tan difícil. —Entré en el vehículo, que era absolutamente precioso, con sus asientos de cuero y con todos esos detalles y el espíritu de una época en la que quizá la gente rescatase y disfrutase más de las pequeñas cosas, una época en la que se corría menos.


Pedro se inclinó sobre mí para besar mis labios.


—Si supieses lo complicado que me resulta —entonó clavando sus ojos en los míos.


—Yo sigo aquí, campeón, justo a tu lado, como te dije.


—Sí, por eso mismo.


Ante sus palabras, me quedé mirándolo en silencio.


En ese instante terminé de comprender lo muy distintos que éramos y lo mucho que le costaba a él estar conmigo; yo estaba totalmente fuera de su patrón, lejos de su círculo de estabilidad y control. Lo amé y respeté un poco más por atreverse a eso, a nosotros, por aunar fuerzas y apostarlo todo a lo que sentía por mí, o a lo que fuese que comenzaba a sentir.



CAPITULO 110




Inspiré sobre su rostro, más precisamente sobre su mejilla y sobre la barba que crecía allí.


—Gracias por las rosas y por este beso.


—Por un beso así, debí de encargar todas las existencias de la floristería — me contestó él con los ojos cerrados, y hablando lento y resbaladizo. Los dos parecíamos ebrios, drogados.


Sonreí y toqué sus labios con los míos una vez más.


—Deberíamos saltarnos la fiesta —propuso.


No podía estar más de acuerdo.


—Pero no podemos. —Abrí los ojos y, como si hubiese presentido mi movimiento, también abrió los suyos.


—Odio esas fiestas, hoy más que nunca. No me gustan, me siento incómodo.


—¿Por qué?


—Es raro cuando te rodean personas que tú no conoces y ellos saben de ti más de lo que te gustaría contarles. Es un honor que la gente te admire y te apoye, pero a veces resulta muy extraño, es como si viviese un sueño inexplicable; uno que, cuando despiertas, te deja con un sabor extraño en la boca y con ardor de estómago. ¿Puedo contarte un secreto?


Le contesté que sí con la cabeza.


—Me gusta estar dentro de mi automóvil con el casco puesto, allí solo, donde nadie puede verme. Bien, sé que millones de personas miran las carreras, pero ven el monoplaza, no a mí; saben que soy yo, que allí dentro va el campeón... pero no pueden verme. —Hizo una pausa—. No soy tan valiente y no es por nada, pero no me gusta mucho la gente.


—¿Qué gente?


—Lo digo en general.


—¿Te gusto yo?


Pedro me dedicó una sonrisa ladeada, tan sexi que por poco le propuse que nos olvidásemos de la fiesta.


—Bien, pues, si yo te gusto, si confías en mí... —mi mano libre resbaló por su cuello desde su nuca, bajando por su pecho, por encima de la bonita camisa gris oscuro que llevaba, para buscar una de sus manos. Encontré su mano derecha y, con la mía, la cogí, enredando nuestros dedos—... aquí estoy, justo a tu lado para lo que necesites. No estás solo, Pedro y, de ser por mí, no lo estarás jamás, ni siquiera cuando no estemos así tan juntos, tan pegados. —Aspiré su perfume entre mis labios—. No te dejaré ni cuando estés lejos de mí, si no quieres que me aparte de ti.


—No quiero que te apartes de mí.


Le sonreí sin sentir vergüenza de demostrarle cuánto lo amaba.


—Me alegra oír eso.


—Las flores y el automóvil han sido buena idea. Definitivamente han dado un resultado excelente.


—No necesitabas nada de esto, pero me encanta. No tenía ni idea de que fueses de ese tipo de hombres.


—Ni yo. —Rio sobre mi boca—. Cuando voy a estas fiestas, no suelo conducir, pero quería estar solo contigo y, tener a un chófer en el asiento de delante me hubiese molestado sobremanera. Te quiero exclusivamente para mí y, además, quiero que seas mi chica, quiero conquistarte.


Me carcajeé por lo último que dijo.


—¿Ah, sí? Bien, ya soy tu chica; de todas formas, podemos hacer ver que soy muy difícil y que debes seguir intentando llegar a mí.


—Bien, ése es el plan para los días que vienen. Ya sé que te han dado los días libres.


—No has podido contenerte, ¿no es así? —Yo había hablado con Érica antes de salir del circuito y el permiso definitivo para quedarme en España hasta la siguiente competición había llegado al hotel antes que yo, en forma de un mensaje que me dieron en recepción, cuando pedí la llave de mi habitación.


Pedro meneó la cabeza.


—Te lo dije, intento convencerte de que soy bueno para ti.


Él ya era bueno para mí.


—¿Vamos a dar una vuelta? —Apuntó con la cabeza en dirección al automóvil—. Es un Jaguar E-Type del 67.


Giré la cabeza en dirección al vehículo; sobre la pintura gris plateada se reflejaba toda la noche, con sus sombras y destellos.