domingo, 7 de abril de 2019

CAPITULO 61





Pedro acomodó sus dedos entre los míos, tirando un poco más de mí. Su mano izquierda estaba igual de fría que la derecha. Me eché a temblar. Una ola ácida trepó por mi garganta.


Me sobrevino una arcada que no pude contener. 


Mi cuerpo se dobló en dos.


Me solté de él, pero él no me soltó, no al menos del todo. Su mano se quedó en mi espalda; la otra, aferrada a la mía para sostenerme mientras yo se la estrujaba al vomitar, soportando una arcada tras otra.


No devolví encima de él, ni encima de mí. 


Vomité en una esquina china, de la mano del cinco veces campeón del mundo, por el cual estaba completamente loca en el más amplio espectro de la palabra.


Las arcadas provocaron que mi estómago se retorciese hasta tocar fondo, hasta vaciarse por completo.


Acabé empapada en sudor, temblando como una hoja, deseando estar en algún sitio que me fuese familiar, junto a alguien que me resultase familiar, que me tranquilizara. Me sentí miserable y tan tonta que no pude hacer otra cosa que arrancarme a llorar cual magdalena, todavía aferrada de su mano, con mis dedos entrelazados a los suyos, con su otra mano sosteniéndome la cintura para apretarme contra su cuerpo.


Sus manos eran tan suaves y fuertes, su perfume tan varonil...


Lloré todavía con más fuerza.


—¿Mejor?


Negué con la cabeza.


—Me siento fatal. Horrible. He vomitado delante de ti. Soy un asco, esto es un asco y no puedo parar de llorar. —Lo que trepó a continuación por mi garganta no fue una nueva arcada, sino ardiente angustia—. Soy un desastre.


—Mañana por la tarde, después de dormir un poco, quizá vomitar un poco más y darte una ducha, te sentirás mejor.


—No es solamente eso.


—Vamos, Paula, todavía tienes alcohol circulando por tus venas. Mañana te encontrarás mejor y lo verás todo de otra manera.


Me tapé el rostro con mi mano libre para esconderme de él y volver a llorar. No quería sentir que él era mi lugar seguro, mucho menos que me sentía segura con su presencia, así... tan a gusto con él. ¡No debí beber, mi cabeza era mi perdición en ese instante!


—No pienses más. —Pedro me llevó hasta la 
pared del edificio más próximo y, con ésta, apuntaló el peso de mi cuerpo. Sus manos me abandonaron para ocuparse del cierre de mi chaqueta, que se había abierto—. Mañana necesitarás aspirinas y beber agua en grandes cantidades, y comer bien sano.


—Como tú —solté llorando.


Pedro sonrió.


—Sí, como yo.


—Tú no has bebido.


Negó con la cabeza, sonriendo todavía.


—Sólo agua. —Lloré y él se rio con más fuerza.


—Paula...


—Hasta para eso eres bueno.


—Quizá, y según tú, para eso y nada más. Ahora que ya estás abrigada, permite que te lleve a tu hotel; necesitas meterte en la cama cuanto antes. Estamos a menos de una calle.


Sentí que moqueaba y me dio vergüenza. Debía de tener mocos, lágrimas y vómito por toda la cara, y ni me atrevía a pensar en lo que debía ser la sombra negra de mis ojos. Me entró todavía más bochorno.


Pedro me recogió de la pared para sostenerme en un abrazo.


—Con un poco de suerte, no recordarás nada de esto por la mañana.


—No estoy tan borracha y tú sí lo recordarás, porque has bebido agua y no cerveza —solté hipando.


—Juro solemnemente que procuraré olvidarlo.


—No te costará ni dos parpadeos olvidarte de mí.


Pedro no contestó, continuó guiando nuestros pasos hacia no sabía dónde.


Yo ya estaba completamente perdida y no tenía ni idea de dónde ponía los pies.




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