sábado, 16 de marzo de 2019

CAPITULO 13




Suri regresó cuando ya me quedaba poco para terminar con las zanahorias; se demoró mucho más de lo prometido, pero por suerte no había vuelto a tener visitas desagradables, solamente dos mecánicos habían venido a pedir más café porque fuera ya se había terminado. Revolví toda la cocina y al final encontré el café y preparé más; eso no supuso ningún problema, todo lo contrario: me relajó. Los mecánicos se presentaron en cuanto se dieron cuenta de que era nueva allí y fueron sumamente amables; eran divertidos y me hicieron olvidar, al menos en parte, el mal rato vivido con el campeón.


—Disculpa, disculpa... sé que he tardado más de la cuenta. —Suri, de un tirón, alzó el carro para que terminase de subir la rampa, ya que entre el exterior y el interior del contenedor había una diferencia de altura bastante pronunciada. Apiladas en el carro, seis cajas de refrigerantes de poliestireno expandido. El carro dio un salto y entró en la cocina—. Veo que ya no te queda nada para terminar. ¿Me echas una mano aquí?


—Sí, sí, claro. —Solté el cuchillo sobre la encimera y me sequé las manos para caminar hasta él.


Suri avanzó de espaldas hasta el extremo opuesto del contenedor, donde estaban las neveras.


—¿Todo bien por aquí? —quiso saber.


Sin responder, me agaché para ayudarlo con el carro y las cajas.


—Ha venido alguien —comencé a decir unos segundos después. Llegamos a las neveras.


—¿Quién?


—Bueno... dos mecánicos, porque querían café y fuera ya no quedaba.


—Ah, me olvidé de decirte dónde estaban las cosas.


—No te preocupes, las encontré y se lo preparé.


—Bien, perfecto. —Suri abrió la puerta de una de las neveras y yo terminé de apartarla para que pudiese meter dentro las cajas con el pescado.


Me aclaré la garganta después de pasarle la segunda caja.


—También vino...


—¿Quién? —me preguntó, y después se quedó inmóvil al frenarse en seco.


Su rostro se tornó casi tan blanco como el de la arisca visita antes de irse—.Shit!


El «¡mierda!» de Suri me hizo gracia, pero disfruté de lo gracioso sólo un segundo, porque recordé que el momento vivido con el cinco veces campeón del mundo no había sido tan divertido.


—¡Siroco! —estalló Suri—. Mierda, mierda, mierda, ¡me olvidé de su almuerzo!


—¿Siroco? ¿Se llama Siroco? El tal Toto, es decir, Otto, quien se presentó como su ingeniero, también lo llamó Pedro.


—Sí, sí —me contestó Suri como si le hablase a un loco, mientras se apretujaba entre la nevera y el carro para salir hacia el otro lado del contenedor—. Se llama Pedro, pero sus allegados lo llaman Siroco; Otto le puso el apodo. ¡Mierda! Hoy, si no me echan a mí también, será de casualidad. Termina de guardar el pescado, ¿de acuerdo?


—Sí, no hay problema. —Fue mi turno de apretujarme entre el carro y la nevera.


—Lo siento, Suri, yo no tenía ni idea de quién era y, cuando me pidió el almuerzo, le dije que fuera estaban los restos del desayuno. Le tendí un paquete de galletas y me lo devolvió tirándolo de muy malos modo. El tipo es bastante descortés, por decirlo de una manera elegante. La verdad es que, entre nosotros, tiene un humor de mierda y es bastante maleducado.


Suri volvió a detenerse en seco delante de una de las alacenas.


—Lo siento. Estoy nerviosa, no me hagas caso; cuando me pongo nerviosa hablo de más. Seguro que el campeón es muy buen muchacho —rectifiqué, y escondí mi rostro en llamas dentro de la nevera mientras metía con esfuerzo en el espacio la tercera caja de pescado.


Pedro, ¿un buen muchacho? —Suri se carcajeó—. Sí, claro. Todo el mundo le tiene miedo... o quiere matarlo —acotó cuando yo sacaba la cabeza del frío de la nevera. Suri sacó unas cosas de dentro de la alacena—. Freddy ha renunciado porque discutió con él, con Pedro. A éste jamás le gustó Freddy; él es muy cerrado y mi excompañero es un tanto bocazas. Nunca se han llevado bien. Hoy han terminado a gritos y por eso Freddy se ha largado. No resulta fácil tratar con Pedro; es muy severo y no suele pedir las cosas de la mejor manera.


—Sí, ya me he percatado de eso. Exigió su almuerzo y mencionó algo así como que sus horarios son estrictos y no sé qué.


—Freddy se ocupaba de sus comidas. Con todo el revuelo de su partida, me he olvidado de encargarme de su menú. Las fichas de sus comidas, con cada ingrediente medido milimétricamente, están colgadas allí, con el resto del menú; al final, también están los horarios en que debemos servirle cada cosa.


—¿Es broma? ¡Sí que es estricto!


Pedro es muy disciplinado.


—Bueno, yo diría que, más que disciplinado, es un enfermo. Ha amenazado con matarme y le sobra soberbia.


Suri me dedicó una mueca que no comprendí y continuó con su trabajo.


—Acaba de guardar el pescado, termina con las zanahorias y luego te diré qué debes hacer; mientras tanto prepararé su comida.


Y eso hicimos en silencio y un tanto con prisas.


Mientras Suri preparaba el almuerzo del campeón, yo me puse a lavar y pelar vegetales para la salsa que debía acompañar el pescado.


—Érica, soy Suri —entonó pulsando el botón del walkie-talkie—. Mira, necesito a un camarero aquí para llevarle la comida a Pedro. —Soltó el botón y entonces, después de un chisporroteo, ella contestó.


—No tengo a nadie disponible, Suri. Ve de un salto y alcánzaselo tú, por favor.


—¿Yo? ¿Tienes idea de cuánto pescado tengo que preparar?


Eché las últimas cebollas dentro de la cacerola donde se rehogaba todo.


Las zanahorias ya nadaban en agua hirviendo.


—Lo lamento, Suri. Se supone que esta tarde me enviarán a dos camareros más, pero por el momento esto es lo que hay. Eres muy atlético, corre y llévaselo.


Los ojos grandes y negros de Suri se desorbitaron; comprendí que estaba a punto de mandarla al demonio, pero se contuvo.


—Ok —murmuró y soltó el walkie-talkie sobre la encimera otra vez. Me miró—. Sé que habéis comenzado con el pie izquierdo, pero... si te indico cuál es su autocaravana, ¿podrías llevarle su comida? Es probable que ni siquiera te atienda él. Necesito empezar con el pescado ya; de otro modo, hoy no va a almorzar nadie.


—Si no queda más remedio... —Tenía claro que si no me habían echado ya era porque pasaría el resto del fin de semana trabajando para el equipo, y tarde o temprano volvería a cruzarme con él. Así que pensé que era mejor hacerlo pronto que retrasar ese encuentro; sería como quitarse la tirita de una herida de un tirón.


—Bien, de acuerdo; yo voy.


—¡Gracias, Duendecillo! Eres mi salvación.


Suri me dio las indicaciones y me tendió la bandeja.




No hay comentarios:

Publicar un comentario