domingo, 17 de marzo de 2019

CAPITULO 16




Me di la vuelta para ver entrar a una mujer que no parecía del todo real, o quizá la que no pareciese una mujer real a su lado fuese yo. Ella llenaba todas y cada una de las letras de esa palabra con una femineidad y sensualidad únicas. Debía de ser incluso más alta que el propio Pedro. Tenía rasgos marcados, de líneas que se unían como capas de seda una sobre la otra, unos ojos oscuros que sin duda eran mucho más interesantes que los míos y una melena que hizo que mis cabellos de tres centímetros se encogiesen sobre sí mismos. Su cabello castaño, que le llegaba por la cintura, todavía se
bamboleaba por detrás de su espalda y a los costados de sus delgados brazos después de frenarse justo ante la puerta al vernos.


Cabe destacar que también vestía con una elegancia exquisita. A mí nunca se me hubiese ocurrido asistir a un circuito a ver una carrera, bueno, en realidad a los preparativos de la misma, sobre unos zapatos de tacón que bien podrían utilizarse para hacer pozos en la tierra, en busca de petróleo, de tan largos y pronunciados como eran.


—¡Mónica!


—¿Pedro?
Se dijeron el uno al otro, y yo más que nunca sentí que allí sobraba.


—Bien, si me disculpan, yo me retiro. —Me di la vuelta y enfrenté a Pedro —. Olvídate de la pregunta, no tiene importancia. Por favor, te lo ruego por Suri.


Pedro parpadeó con los ojos fijos en mí.


—Buen provecho. Ahora sí que me retiro.


Al darme la vuelta, me topé con el rostro perplejo de la recién llegada.


Solté un «adiós» que sonó fuera de lugar y me largué de allí esquivándola.


Debía de llevarme al menos dos cabezas, montada sobre aquellos zapatos, y en realidad sentí, por una fracción de segundo, hasta traspasar la puerta y pisar el primer escalón, que ni siquiera alcanzaba la altura de los zócalos del interior de la autocaravana.


Sin mirar atrás, apreté el paso de vuelta a la cocina sin prestar, en realidad, demasiada atención a mi camino. De hecho, no tengo ni la menor idea de cómo fue que aparecí otra vez en el sector del comedor del equipo.


—¿Todo bien? —quiso saber Suri cuando entré, alzando la cabeza del pescado que fileteaba.


—Sí, todo perfecto. ¿En qué te ayudo?


—Hoy no es un buen día para estar en esta cocina, al menos en este momento: tenemos mucho pescado que limpiar.


—No te preocupes, ¿tienes más guantes?


—Sí, claro. —Suri apuntó con el extremo de su cuchillo hacia un cajón a su izquierda.


Fui a por los guantes y me puse a ayudarlo.


Las siguientes horas fueron tan caóticas que no pude pensar en nada más que no fuesen escamas y espinas. Después, en poner orden y limpiar; más tarde, en comenzar a preparar el resto de las comidas y en adelantar lo que serían los menús del resto del fin de semana. Apenas si pude volver a ver el sol sobre suelo australiano ese día; es más, al caer la noche, Lorena tuvo que esperarme en el área de comedor. Ella ya había acabado con su trabajo, pero Suri y yo teníamos un infierno de cocina entre manos que nos entretuvo hasta bien tarde.


Esa noche me derrumbé sobre mi cama con dolor de espalda, agotada, sin ni siquiera tener ganas de pensar, después de darme una ducha y cenar una taza de té con un par de galletas y un plátano.


Cerré los ojos consciente de que el despertador le pondría fin a mi sueño muy temprano; Suri me había preguntado si podía llegar incluso antes de que empezara el turno de Lore y había sido incapaz de decirle que no, sobre todo porque me caía muy bien y porque nos llevábamos genial en la cocina. Antes de que el sueño me noqueara, admití que había extrañado el ambiente de trabajo de las cocinas, con su adrenalina y sus aromas, el ritmo mortal y el placer de hacer una de las cosas que en verdad me gustaban.




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