martes, 19 de marzo de 2019
CAPITULO 22
Me metí en la boca el último trozo de plátano, tragué y, acto seguido, bajé el bocado con un sorbo de agua de la botella que tenía sobre la encimera.
—Deberías comer algo más que eso —me dijo Suri a modo de reprimenda —. Ya lo tenemos todo encaminado; podrías sentarte cinco minutos a comer como es debido.
—No tengo hambre, con esto tengo suficiente.
—Sí, claro... Tú sigue así, preparando esas tartas y postres tan exquisitos, y yo terminaré hecho una pelota por comerlos. Es contraproducente tener a un pastelero excelente en el equipo.
Reí.
—No te quejes, Suri, que estás genial. —Le di una palmada en los abdominales. Él, al igual que casi todos los integrantes del equipo, tenía por costumbre ir al gimnasio; al menos eso me había contado. Estar en forma no era sólo una cuestión de los pilotos, pues dentro del equipo se fomentaba que todos llevasen una vida saludable. Suri iba al gimnasio del hotel, igual que los mecánicos. Con respecto a Pedro y a Haruki, eso ya era otro tema: ambos tenían
sus propios preparadores físicos y seguían rutinas mucho más estrictas.
Imaginé que por eso Pedro tenía un menú especial, aunque entonces no cuadraba que Haruki comiese lo mismo que todos los demás.
En fin, ni me molesté en preguntarle a Suri sobre aquello; Pedro y su menú eran una cuestión
aparte en la que no me interesaba inmiscuirme.
—Dudo de que consiga mantenerme así por mucho tiempo.
—Serán sólo unos días y luego volverás a la normalidad. Ya extrañarás mis dulces.
—¿Has hablado con tu hermano, el de Londres?
—No, no he tenido tiempo de llamarlo.
—Como me contaste que te invitó a quedarte allí, quizá con su ayuda podrías montar una pastelería o trabajar para él en su restaurante.
Lo bueno de Suri era que con él, mientras trabajábamos, podía charlar sobre cualquier cosa; tanto mi lengua como la suya se habían aflojado con el paso de las horas de trabajo compartido en ese reducido espacio y, por ello, casi nos habíamos contado la vida y obra de nosotros mismos. Suri sabía que yo no tenía demasiada idea de lo que haría al regresar a Buenos Aires.
—Sí, bueno... la verdad es que no sé qué hacer, Suri.
—Quédate aquí conmigo.
Reí otra vez.
—Sí, claro. Tú lo que quieres son mis postres y no a mí.
—No digas eso, Duendecillo, me ofendes. Ten. —De una de las cajas que acababa de ir a buscar a la entrada de proveedores, sacó y me tendió una barrita de chocolate que venía envuelta en papel violeta, con el nombre de Bravío impreso en plateado.
—Gracias.
Acepté la barrita, pero... ¡si hasta me daba no sé qué desenvolverla! Sin duda esos días con el equipo serían de los más remarcables del viaje.
—Tengo algo más para ti.
—¿Ah, sí? ¿Qué es?
—De camino hacia aquí me he topado con Érica, y he logrado convencerla. En cualquier momento vendrá a buscarte para llevarte a los boxes para que veas al menos un par de minutitos de la prueba libre.
La primera sesión de pruebas libres había sido al mediodía; sólo había conseguido oír los motores desde allí dentro y enterarme por el boca a boca de que Pedro se había destacado, tal cual se esperaba. Experimenté unas enormes ganas de asomar la nariz fuera de la cocina para ver un poco del espectáculo y, además, sentí curiosidad por ver a Pedro trabajando con los mecánicos; me intrigaba descubrir qué trato mantenía con ellos y, para qué negarlo, mi pulso se aceleraba al imaginarme la oportunidad de verlo rodar sobre la pista.
—¿Bromeas? —jadeé. No podía creer que al final iba a poder ver, al menos, un poco de la competición en directo. Mi pulso cobró velocidad.
Suri negó con la cabeza.
—Nada de eso; Érica tiene que ir hasta los boxes a hacer no sé qué cosa y aceptó llevarte con ella; además, por el momento lo tenemos todo bajo control aquí. Puedes ir y echar un vistazo, y luego regresas conmigo.
No sé por qué me puse tan nerviosa. Apreté ambos puños y me los llevé a la boca.
—¿De verdad?
—¡Que sí! Pero debes saber que no lo hago de modo desinteresado, sino para que esto te guste todavía más y no quieras abandonarme.
—¡Suri! —chillé llena de felicidad. Me lancé hacia él y lo abracé—. ¡Gracias, gracias!
—Una buena forma de agradecérmelo sería quedándote conmigo.
—Suri, no sueñes. Además, si eso fuese remotamente posible, creo que hay alguien a quien no le haría muy feliz tenerme en el equipo hasta el final de la temporada.
—¿Qué dices?
—Hola. —Érica asomó la cabeza por la puerta—. Bueno, aquí estoy.
—¡Acaba de llegar tu guía! Justo a tiempo. —Suri se volvió en dirección a Érica—. Se lo he dicho hace dos segundos.
—Bien, puedes venir ahora. Voy con retraso y no tengo tiempo que perder. Tengo demasiadas cosas que hacer. Además, las pruebas comenzarán en un par de minutos.
—¿De verdad puedo ir, Suri?
—Sí, Duendecillo. Si al final te necesito por algún asunto urgente, te mandaré llamar, tú no te preocupes. Échale un vistazo a todo y asegúrate de que nuestro campeón haga su trabajo.
—Sí, claro.
—¿Vamos? —propuso Érica, tan acelerada como siempre.
—Sí. ¡Sí, por supuesto! —Dejé el chocolate sobre la encimera y me lancé rumbo a la puerta.
—¡Paula!
—¿Qué?
—El delantal —señaló Suri cuando me di la vuelta después de pasar junto a él.
—Sí, sí. —Reí—. Estoy nerviosa.
—Sí, ya me he dado cuenta. —Suri me arrebató el delantal violeta de las manos—. Anda, ve, disfrútalo.
—No tengo toda la tarde —murmuró Érica.
—¡Ya salgo! —exclamé riendo. De un saltó, aterricé junto a ella en el área de comedor, que estaba desierta. Todo el mundo debía de estar atento al comienzo de las pruebas. Vi que Érica cargaba una bolsa de papel con el nombre del equipo.
—Gracias por esto.
—No hay de qué; además, si Suri puede dejarte ir unos minutos, no es ninguna molestia. Sé cómo es cuando estáis en la cocina, no tenéis demasiado tiempo para enteraros de cómo van las cosas aquí fuera.
—Sí, es una locura.
—Suri está muy contento contigo.
—Le gustan mis dulces.
—No, no es sólo eso... Se lo ve más relajado. Freddy era un excelente cocinero, pero, cuando él estaba aquí, las cosas no eran así. ¿A ti te gusta este trabajo?
—La verdad es que sí. Con Suri nos llevamos estupendamente y hacemos buen equipo dentro de la cocina. A veces, cuando el lugar de trabajo es pequeño y los tiempos son muy cortos, uno es más propenso a estar irritable. Con Suri no pasa, es adrenalina de la buena.
—Me gusta que estés contenta con el trabajo; fue una suerte encontrarte.
Llegamos a donde estaban los camiones del equipo y entonces los primeros motores comenzaron a rugir de forma ensordecedora.
—Casi lo olvidaba. —Érica se llevó una mano a uno de los bolsillos traseros de su pantalón, sacó una cajita muy pequeñita, también violeta, cerrada con un precinto adhesivo de papel metalizado plateado con el nombre del equipo en negro—. Son para ti, para que te protejas los oídos, o los motores te dejarán sorda.
Ella, como la mayoría de los empleados del equipo que tenían acceso a los boxes, llevaban casi constantemente al cuello grandes auriculares para amortiguar los sonidos.
Abrí la cajita; dentro había dos pequeños tapones de goma violeta unidos por una cuerda negra.
—Te presentaré a Helena, tengo que darle esto.
—Alzó la bolsa.
—¿Quién es Helena?
—Nuestra piloto de pruebas.
—¿Una chica? No tenía ni idea.
—Sí, es buenísima. Personalmente deseo que ojalá un día podamos tenerla como piloto. Ella y Haruki eran nuestros probadores hasta el año pasado. Kevin, que era nuestro segundo piloto, se fue al equipo Marit para correr con ellos este año. Una pena, es muy bueno; terminó justo detrás de Pedro el año pasado.
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