jueves, 21 de marzo de 2019
CAPITULO 31
Entré en el box cargando dos termos con café caliente y un montón de vasos de plástico. Era muy tarde y los mecánicos continuaban trabajando, tanto en el monoplaza de Pedro como en el de Haruki, para la carrera del día siguiente. No era normal que se quedasen hasta esas horas, pero, como en ese
país las clasificaciones, así como la carrera propiamente dicha, se realizaban cuando el sol estaba al caer para evitar las horas de más calor, no les quedaba más remedio que seguir allí en plena madrugada.
Durante un par de segundos los observé, admirada por la dedicación con la que curraban; todos estaban concentrados, no se oían más que murmullos de conversaciones y los sonidos provocados por las herramientas. Divisé muchas caras de cansancio, ojeras... Sin embargo, por debajo del agotamiento había algo único que en gran parte era responsable de que hubiese seguido con el equipo: pasión.
En silencio, para no interrumpirlos, dejé uno de los termos sobre una de las mesas de trabajo y con el otro y los vasos en una mano fui hasta ellos.
—¿Una taza de café? —le ofrecí a uno de los mecánicos de Haruki, que fue el primero con el que me crucé.
Issac, un ingeniero norteamericano poco mayor que yo, me regaló una sonrisa de oreja a oreja.
—¿Tienes vasos de un galón?
Reí.
—Ten, comienza con esto.
—Gracias, no sabes lo bien que me sentará. ¿No has traído nada dulce? — bromeó.
—He venido yo, ¿no es eso suficiente? Vamos, que si me ven con comida aquí, me echan.
—Sí, cierto; nos conformaremos contigo y con el café. Gracias, Pau.
Issac, con un morro delantero en una mano y la taza de café en la otra, se alejó de mí.
Continué repartiendo café entre los chicos, mientras ellos seguían con sus quehaceres.
Otto apareció en el box justo cuando regresaba a la mesa para recoger el otro termo.
—¿Un café, Toto? —Le tendí un vaso.
—Gracias, preciosa. Me has leído el pensamiento; venía hacía aquí pensando en lo bien que me vendría ahora uno. Nos malcrías, Suri jamás aparece por el box con café.
—Suri se ocupa de muchas otras cosas y por hoy lo he mandado al hotel a descansar. Apenas si se podía mantener en pie.
Otto bebió un sorbo y posó sobre la mesa la carpeta que llevaba consigo.
—Humm... está muy bueno. Gracias. Qué me dices de ti, ¿no estás cansada?
—Sí, pero me cuesta irme al hotel; me da pena perderme los preciosos minutos que consigo estar aquí. Me iré en el microbús cuando el resto de los chicos se vayan.
—Sí, este lugar es impresionante.
—El circuito es estupendo. ¿Has visto ya la puesta de sol? Resulta una experiencia completamente distinta verlos correr de noche. Además, es un placer verlos trabajar. —Con la cabeza señalé en dirección a los mecánicos—.
No dejan de maravillarme.
—¿Alguna vez has tenido la oportunidad de caminar por el trazado? —me preguntó y acto seguido bebió más de su café.
—No, claro que no. Es mi segundo fin de semana; además, no sabía que se podía hacer... Bueno, imagino que vosotros...
Uno de los mecánicos de Pedro vino a pedirme una segunda taza. Se la serví y Otto y yo volvimos a quedarnos a solas.
—Bueno, estoy esperando a Pedro; iremos a dar una vuelta por allí. Si quieres, puedes acompañarnos.
La perspectiva de andar por el circuito me encantó, pero no me pareció que fuese muy buena idea con Pedro de por medio.
—No creo que deba.
—No pasa nada, sólo iremos a ver unas cosas del trazado. No nos ponemos de acuerdo sobre algunos detalles del asfalto y las curvas; puedes venir a echar un vistazo.
—Pedro y tú tenéis que trabajar, y yo...
—¿Qué pasa conmigo? —soltó Pedro al llegar—. ¿Listo, Toto?
Comprobé que los mecánicos no eran los únicos con cara de agotamiento.
A Pedro también le convenían mucho unas horas de sueño. Antes de la conversación con Toto, había imaginado que ya estaba en su hotel, descansando cómodamente.
—Invitaba a Paula a acompañarnos para que vea el circuito desde dentro mientras nosotros lo recorremos. Puede venir, no nos molestará.
—No, Otto, déjalo, no pasa nada; me quedaré aquí cuidando de los chicos.
—Creo que, si alguien quiere más café, puede servírselo solo.
Pedro deslizó su mirada por encima de los mecánicos y luego la plantó en los termos que descansaban encima de la mesa.
—Sí, bueno, como queráis. ¿Vamos? —le preguntó a Otto. Sus ojos azul celeste pasaron por encima de mí como si fuese un elemento más del box, uno de menor importancia.
—Te dije que no habría problema —me comentó Otto, sonriéndome.
¿Esa respuesta de Pedro era un «no hay problema»? Si es que no podría haber empleado peor tono al hablar.
—Vamos, suelta eso y acompáñanos. Que seis ojos ven más que cuatro.
—¿Ver? —Dejé el termo y Otto recogió su carpeta después de vaciar en su garganta lo que le quedaba de café en el vaso.
Pedro se puso en marcha hacia la calle de boxes.
—¿A qué te refieres con eso de ver? —le planteé a Otto mientras lo seguía.
—Serás la que desempate entre nuestros puntos de vista, una jueza imparcial. Siroco y yo tenemos ciertas discrepancias este fin de semana sobre el estado del asfalto.
—Yo no sé nada de eso y no creo que a Pedro le haga ninguna gracia que opine.
—En eso tienes razón.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
Ayyyyyy me encantan!!!!!
ResponderEliminar