sábado, 23 de marzo de 2019

CAPITULO 35



Fuera como fuese, con o sin tirantez, lo que había que reconocerle al campeón, además de su maestría al volante, era que tenía con qué hacerle frente a los flashes, a las cámaras y a cualquier mirada. Con su más de metro ochenta y atléticas formas, Pedro poseía unos rasgos imperfectos que no podían hacerlo más atractivo, sobre todo en ese instante, que iba un tanto despeinado y con la barba crecida, y los ojos tanto más pequeños y rasgados que de costumbre, escondidos un poco más debajo de sus cejas, debido al cansancio acumulado durante el fin de semana. Yo lo había visto, hacía unas horas, quitarse el casco al salir del habitáculo de su vehículo para enseñar un rostro
rojo y empapado en sudor. Agotado y muy feliz, así lo había notado; en este instante se lo veía cansado y, para mi sorpresa, también un tanto en paz, puesto que mostraba una mirada tranquila.


Tiré del carro hacia mi lado.


—Permíteme ayudarte.


Tiró del carro hacia el suyo.


—No hace falta. Estoy bien, yo puedo.


—No, no puedes, el carro es muy pesado. ¿Dónde está Suri? —Estiró el cuello y miró a nuestro alrededor.


—Sí puedo, y Suri está ocupado.


—No deberías hacer esto.


Intentó apartar mis manos.


—Suelta.


—No, suelta tú; no puedes con el peso.


Fue mi turno de intentar apartar sus manos.


—Ve a seguir con lo tuyo.


—No tengo nada más que hacer.


—Entonces, ¿por qué estás aquí? Es demasiado tarde y ya se han ido todos. ¿No tienes que volar a alguna parte, viento?


—Suelta el carro, Duendecillo.


—Suéltalo tú, yo estoy haciendo mi trabajo.


—No seas necia, es muy pesado.


De un tirón bestial, me lo arrancó de las manos.


—¡Pedro! —chillé refregándome los codos que me había golpeado contra las manijas del carro por su culpa.


Su reacción fue carcajearse.


—No te rías, idiota. Casi me partes los brazos.


—Tú no haces caso, es culpa tuya.


—No tengo que obedecerte a ti.


—¿Dónde debes llevarlo?


—A la entrada de servicio, pero no es asunto tuyo.


Pedro tiró del carro, sacándolo de la junta para seguir camino.


—¡No puedes! ¡Quieres conseguir que me echen, ¿no es así?!


—No, solamente intento ayudarte con esta cosa —soltó sin detenerse.


—¡Para! Me echarán si te ven cargando eso.


—No digas tonterías.


Pedro, por favor.


—No pienso hacerte caso —sentenció, y dobló por el camino.


—Va en serio; tú eres el cinco veces campeón mundial y, si te ven arrastrando eso, no sucederá nada bueno.


—Somos todos del mismo equipo; si el equipo funciona bien, ganamos campeonatos.


—Ja, ja, ja, no me hagas reír. La cocina no tiene nada que ver con tus campeonatos. —Pegué una carrerilla hasta él y puse una mano sobre la manija del carro para intentar detenerlo—.Ahora, por favor, te lo suplico, ve a ocuparte de tus asuntos.


—El equipo es «mis asuntos».


—¿Por qué tienes que ser tan terco?


—No soy terco.


—Como una mula.


Tiré del carro hacia mi lado, pero él no dejó de arrastrarlo hacia delante.


—Haruki me dijo que fuisteis a beber cervezas con ellos en Australia después de la carrera.


Lo miré.


—Sí, ¿y qué? No cambies de tema y suelta el carro, ya casi hemos llegado a la salida y, si los de seguridad te ven aparecer arrastrando esto, para dentro de una hora estaré en el aeropuerto esperando un vuelo de regreso a mi casa, porque me despedirán.


—Nadie te despedirá, deja de fastidiar con eso.


—Tú deja de fastidiarme a mí con esto.


Me frené en seco, parando el carro conmigo. 


Los brazos de Pedro rebotaron contra las manijas.


—Suelta.


—Suelta tú.


Tiré del carro hacia mí, arrastrándolo a él un poco.


—¿Y yo soy la mula? —dijo sonriéndome.


—Ya basta. Por favor, Pedro, suelta.


—¿Por qué te molesta que te ayude?


—No me molesta que me ayudes, me da miedo que me ayudes.


—¿Miedo? —Enderezó la espalda y cuadró los hombros.


—Sí, porque eres raro y estás actuando más raro de lo normal.


—Yo no soy raro.


—Ok, no es momento para discutir esto. —Quise seguir caminando, llevándome el carro conmigo; no me lo permitió—. ¿No puedes ir a espantar a alguien más con tu conducta?


—No creo espantar a nadie con las cosas que hago.


—Pues Toto tiene razón entonces, sufres de un poco de ceguera.


—No estoy ciego. Solamente quería echarte una mano.


Nos quedamos mirándonos en silencio un instante y, sin dar su brazo a torcer, continuó su camino.


—No puedo creer esto —refunfuñé.


—¿Qué cosa?


—Tú.


—¿Yo? Bueno, cree en mí, porque soy real —soltó haciéndose el inocente.


—Me doy cuenta de que eres real.


—No lo parece.


—¿Por qué dices eso?


—¿Pedro?


Giré la cabeza para ver a un hombre detenerse justo delante de nuestro camino; no era cualquier hombre e iba vestido con una camisa y una chaqueta del equipo. El tipo en cuestión era alguien a quien no había sido presentada, pero que conocía de vista porque no era otro que Pablo Merian, el director de equipo Bravío.


—Ah, hola, Pablo.


—Hola.


El hombre se fijó en mí y Pedro se percató de ello.


Desde ese mismo instante, estaba acabada mi carrera en la categoría, pensé, porque el director del equipo no me miraba con mucho cariño que digamos.


—¿Va todo bien?


—Sí, estaba ayudando a Paula con esto. Paula trabaja con Surinder Desai en la cocina.


—Sí, claro; me han hablado de la nueva subchef.


Volvió a posar sus ojos en mí.


—Bien, si me disculpan, seguiré con mi trabajo —anuncié. Era ahora o nunca, tenía que aprovechar que Pedro había soltado el carro. No pude ir demasiado lejos.


Los ojos color canela del joven director del equipo Bravío volvieron a mí.


Las veces que lo había visto había sido de lejos y muy de pasada; ahora que lo tenía en frente, notaba que no tenía la edad que había imaginado para él; parecía mayor simplemente porque siempre solía ir muy serio. Lo serio no le quitaba lo guapo.


—Es un placer, no hemos sido presentados todavía. Soy Pablo Merian, director del equipo Bravío.


—Paula Chaves—me presenté estrechando su mano.


El director del equipo me sonrió.


—He probado tu tarta de chocolate.


Lo dijo con una sonrisa enorme, y yo, que ya no entendía nada de ese mundo esa noche, quedé todavía más pasmada que después de recibir la ayuda de Pedro.


Merian le dio un apretón a mi mano.


—Tu tarta es adictiva, y esos macaroons... Fue una suerte dar contigo. Eres la fuente de los últimos comentarios que he recibido este fin de semana. Tal parece que todos están muy felices de tenerte en nuestro equipo, estás alegrándonos la temporada.


Pedro se puso ceñudo.


—Bueno, me alegra mucho de que le gustaran. Ahora, si me disculpan, tengo que seguir con esto. Muchas gracias —le dije a Pedro.


—¿Vienes a España con nosotros?


—Sí; de hecho, sí.


El equipo tenía base en Cataluña y allí iríamos casi todos, para esperar la siguiente carrera.


—Bien, entonces cuento con que podré probar alguna de tus delicias allí.


—Supongo que sí. Suri y yo iremos para cocinar para el equipo.


—Ésas son magníficas noticias. ¿Me prometes que habrá más tarta de chocolate?


Se me escapó una risita nerviosa. ¿Acaso había caído en un mundo paralelo?


—Sí, claro.


—Estupendo. —Me sonrió—.Pedro, ya que te veo, ¿me permites unas palabras?


Pedro carraspeó y me miró.


—Bueno... sí, claro —contestó al final, dejando claro con su tono y con el modo en que me miraba que no estaba muy feliz de dejarme partir.


Solté un «buenas noches» y me largué de allí. 


Trabajaríamos el resto de la madrugada, hasta que todo quedase listo para la partida. No volví a ver al piloto esa noche y tampoco al día siguiente; imaginé que estaría de camino a su casa para descansar un par de días.


A la tarde siguiente, después de una muy corta siesta que interrumpió Érica llamando a mi puerta, partimos rumbo a España en un vuelo que se me hizo interminable.




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