sábado, 23 de marzo de 2019

CAPITULO 36




—¿Adivinad quién ha llegado?


Me di la vuelta para ver a Helena asomar la cabeza por la puerta de la cocina.


—¡Hola! —exclamamos Suri y yo a coro, descuidando por un segundo nuestro trabajo. De cualquier modo, todavía faltaba mucho para la hora del almuerzo y teníamos la paella casi bajo control. Era nuestro segundo día en España y todos esperaban ese plato. Ya había quedado claro que no nos perdonarían el hecho de partir camino al Gran Premio de China sin haber recibido una buena dosis de comida española. Nada más llegar, supe que el dueño del equipo era un catalán; además de Pedro, había sólo dos españoles, pero todos en Bravío se sentían felices de regresar al país que era la base de operaciones del equipo, no sólo por su buen clima y por sus bellísimos paisajes, sino también por su comida, la cual ya tenían muy incorporada de tanto ir a trabajar allí. La fábrica del equipo también estaba ubicada en ese país, a un par de kilómetros del circuito en el que, a partir de ese mismo día, los pilotos probarían los automóviles, si bien los mecánicos llevaban desde el día anterior trabajando en ellos.


Intercambiamos besos y abrazos.


—¿Paella? —Helena abrió los ojos de par en par al ver la pila de langostinos que limpiábamos sobre la mesa.


—Sí —contestó Suri.


—Adoro este país —soltó ella.


—¿Cómo te ha ido por Tailandia?


—Las vacaciones nos han venido fenomenal; es que, desde dos meses antes de comenzar la temporada, las pruebas con el equipo fueron infernales y no tuvimos ni un momento de descanso. Amanda y yo necesitábamos pasar unos días a solas. —Dio una palmada—. Pero aquí estoy, lista para esa paella y para subirme al Bravío.


—¡Te veré conducir! —exclamé—. Bueno, si logro escaparme de aquí cinco minutos.


Hasta entonces no había tenido la oportunidad de verla correr y me emocionaba, como mujer, ver a una al volante de una de aquellas veloces máquinas.


Ella soltó un gritito de emoción y yo la imité; ambas saltamos y volvimos a gritar, haciendo el payaso poniéndonos en plan «chicas muy cursis», lo que en realidad no éramos, mientras Suri ponía los ojos en blanco.


Me reí de él.


Helena le dio un cariñoso empujón.


—Es que Haruki todavía está en Japón, de modo que yo haré las pruebas en su vehículo.


—¿Y Pedro? —disparé más rápido de lo que hubiese sido aconsejable para no delatar que me moría de curiosidad por saber dónde estaba o qué hacía.


Después de nuestro último encuentro, andaba un tanto perdida con él, desconcertada, sin saber qué pensar y, en honor a la verdad, necesitaba verlo; tenía ganas de verlo para descubrir si el campeón era real, o al menos qué partes de él lo eran, y cuáles no.


—Creo que debe de haber llegado ya. Supongo que estaba citado a la misma hora que yo.


—Bueno, me han dicho que tengo que tenerlo en cuenta para la hora del almuerzo, así que imagino que llegará en cualquier momento para comenzar a probar también.


—En fin, mis amores, os dejo ya, que tengo que ir a cambiarme. No olvidéis guardarme una ración bien grande de paella.


—Con tu nombre, para que nadie te la robe —acotó Suri guiñándole un ojo.


—Os quiero. Os veo luego. —Helena nos tiró unos besos y salió de la cocina.




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