lunes, 25 de marzo de 2019

CAPITULO 41




Di un paso hacia atrás y él un par más hacia delante para alzar la campana de metal que cubría su comida.


Observó los platos con la campana en alto en su mano derecha. Vi su entrecejo fruncirse y a sus labios perder la fugaz sonrisa que me había dedicado.


—Esto no lo ha preparado Suri.


Lo vi olfatear la comida.


¿De verdad?


¡¿Cómo demonios podía adivinar que no la había preparado Suri?!


Giró su rostro hacia mí.


—¿Quién lo ha hecho? —Apuntó hacia los platos con la cabeza.


No pronunció aquello en un tono precisamente amable ni feliz.


Temí que la broma que pretendía gastarme Suri al mandarme prepararle la comida a Pedro nos costaría muy cara a ambos.


Ante mi falta de respuesta, Pedro tapó la comida.


—Sueles ser mucho más locuaz que esto.


Sin emitir palabra alguna, pasé frente a él con la intención de recoger la bandeja para quitársela de la vista lo antes posible; quizá todavía pudiésemos recomponer la situación.


Cruzando sus brazos entre los míos, tal cual había hecho con el carro en Baréin, asió la bandeja por detrás de mis manos y la incrustó otra vez sobre la mesa.


—¡No! —exclamó, y me llené de miedo; es que no tenía ganas de pasar un mal rato con él.


—Perdona, tendrás tu almuerzo antes de darte cuenta —le dije sin apenas levantar la cabeza. 


Me costaba mirarlo a los ojos y no tenía idea de dónde había salido aquello.


Apreté los dientes y lo enfrenté.


—Lo he preparado yo. Suri me pidió que lo hiciera; no creí que fueses a darte cuenta de que no lo había hecho él.


Abrió los ojos desmesuradamente.


—No es que quisiese engañarte, no era ésa la idea. La verdad es que lo he cocinado siguiendo al pie de la letra la receta de Suri; te juro que no he cambiado nada. Suri... él... fue una tontería. De verdad, no pretendíamos... Si no quieres comértelo, le diré a Suri que lo prepare de nuevo.


Intenté alzar otra vez la bandeja y él la aplastó de nuevo contra la mesa, tirando de mí hacia abajo.


Su costado quedó pegado al mío. Percibí su calor, su aliento a menta (debía de haberse cepillado los dientes un momento antes). Casi pude saborear su piel de tan cerca como lo tenía.


—Yo no he dicho que no quiera comer el almuerzo.


—Pero preferirías que yo no te preparase nada de comer. Está bien, lo entiendo. No lo comas. Disculpa, ha sido una tontería; no tardaré nada en traerte otro...


—Suelta —entonó como respuesta al tirón con el que pretendí alzar la bandeja de la mesa.


—Si no lo quieres.


—¿Acaso estás sorda?


—No, no estoy sorda.


—Entonces tienes algún otro problema; acabo de decirte que en ningún momento he hecho mención de no querer comer lo que tú has preparado; es que he visto que los platos están servidos de forma distinta a como los emplata Suri.


¿Hasta en eso se fijaba? No debió de sorprenderme saber que era obsesivo y detallista hasta ese extremo.


—No tengo ningún problema. El problema lo tenías tú en la cara al mirarme como si tu almuerzo, por no haber sido preparado por Suri, fuese un peligro para la humanidad; bueno, quizá la humanidad no te importe demasiado, solamente tu vida. —Quise morderme la lengua al oírme reaccionar así. Él provocaba que tuviese arranques de ese estilo y no me gustaba, no quería tenerlos, no quería tenerlos con él.


Solté la bandeja. Él hizo lo mismo. Los dos enderezamos nuestras espaldas.


Pedro se quedó observándome.


—Es lo mismo que te prepara Suri, lo juro. —Pedro continuó en silencio y yo simplemente deseé poder desaparecer de allí en un parpadeo. Debí moverme, caminar, salir... nada. 


Mis ojos continuaban pegados a los suyos.


—Todavía me miras como si no vieses a alguien real.


¿Qué tenía que ver eso con el almuerzo?


—No volveré a preparar ninguna de tus comidas —solté, y me di la vuelta para escaparme.


—Esta conversación todavía no ha terminado. —Una de sus manos pescó mi muñeca derecha, deteniéndome en seco; mis ganas de largarme de allí por poco me provocan que me dislocase un hombro—; de hecho, no terminará hasta que yo lo diga.


Giré un poco sobre mis talones, no quería enfrentarlo por completo.


—Suéltame.


—No tengo ningún problema con lo que cocinas.


—Bueno, eso en verdad no importa, porque Suri siempre prepara tus comidas. Yo me ocupo del equipo.


—¿Estás enfadada? ¿Hiere tu orgullo de chef que no coma tus comidas? — Entonó aquello con un cierto deje de sorna que, en vez de hacerme sentir lástima por el modo en que lo había tratado un momento atrás, me diesen ganas de darle una patada en la entrepierna.


Cuando me sonrió con suficiencia, todo empeoró.


—Eres un idiota —le espeté, y ya no hubo vuelta atrás.


Pedro se rio.


—Ahora me vuelves un poco más real —dijo con una sonrisa de oreja a oreja.


—¿Alguna vez has chocado a mucha velocidad y te has dañado el cerebro o ya naciste así?


Pedro volvió a reír.


—Habré nacido así. —Tiró de mi muñeca hacia él, y con mi muñeca, del resto de mi cuerpo.


Bien podría haber opuesto al menos un poco de resistencia; él era mucho más fuerte que yo, pero ni siquiera me molesté en intentar evitar que acortase la distancia entre nosotros.


—Es gracioso poder mirar por encima de ti, divertido. —Sonrió y su mirada, en vez de bajar hasta mí, pasó por encima de mi corto cabello.


—¿Estás llamándome enana?


—Eres pequeña.


—Al menos no estoy rellena de estupidez, como otros. Dentro de ti parece caber mucho de eso. Y ya conoces el dicho: lo bueno viene en frasco pequeño.


Pedro se carcajeó.


—Nunca había oído eso.


—No importa; de cualquier modo, tus oídos parecen sufrir sordera selectiva.


—Te ofende que hable de tu comida, que hable de tu estatura...


—Insisto: parece que ni siquiera eres consciente de las palabras que salen de tu boca, más allá de las que debieran llegarte por los oídos. Es tan fácil hablar de los demás, criticar.


—No te estaba criticando. No te conozco, no puedo criticarte. Ni juzgarte; no lo hagas tú conmigo.


—Lo poco que me llega de ti no es precisamente... —Ante su sonrisa ladeada y una mirada amable, que hizo que sus ojos se viesen muy distintos, enmudecí.


Pedro pegó mi muñeca y antebrazo a su pecho. 


Mi mano, de costado y cerrada en un puño, tocó su cuello. Me estremecí al sentir su pulso en esa parte de su anatomía.


Su cuerpo se pegó más a mi lado derecho.




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