lunes, 25 de marzo de 2019

CAPITULO 42




Debía moverme de allí, pero no quería. No podía y sentía que no debía, porque no me lo perdonaría en la vida, así como tampoco me perdonaría hacer lo que sabía que estaba a punto de suceder. Sabía que me besaría y quería besarlo, o al menos eso suponía mi cerebro... y es que, el modo en que me miraba, la forma de la sonrisa en sus labios... Mi pulso se aceleró, obviando los cuestionamientos de mi mente.


Su brazo derecho me rodeó para llegar hasta mi nuca.


Por una facción de segundo, todos mis músculos se aflojaron, soltando los huesos de mi esqueleto, y casi quedo convertida en un saco sin forma sobre el suelo.


Me reavivó el tacto de su mano contra mi cabeza, sus labios moviéndose hacia mí y sus ojos sonriendo.


—Para que termines de convencerte de que soy real —declaró, y entonces sus labios, en una mueca deliciosa, hicieron contacto con los míos con la suavidad y la delicadeza supremas y expertas de quien controla con maestría un vehículo a trescientos kilómetros por hora por una pista demasiado angosta y peligrosa.


Su boca se deslizó sobre la mía de un lado a otro y por poco me da algo.


Eso sí que era muy real: su nariz sobre mi mejilla, sus labios contra los míos, su respiración haciéndome cosquillas, su mirada infinita y afilada, la cual planeaba no permitirme escapar.


¡Qué importaba si no probaba mi comida! ¡Qué más daba si había ganado cinco campeonatos mundiales! En ese instante tan sólo éramos él y yo, un hombre y una mujer, nada más.


Sus labios se movieron en sentido contrario para acariciarme otra vez.


Las curvas de sus labios eran todavía más peligrosas que las que él tomaba a toda velocidad.


Su boca era suave, carnosa, ligera... y no pude pensar en otra cosa que no fuese tenerla presionando contra la mía, o incluso sobre mi cuello; a decir verdad, sobre cualquier otra parte de mi cuerpo también hubiese estado bien.


Sin que me diese cuenta, mi puño se desplegó sobre su cuello y así mi piel hizo pleno contacto sobre la suya. Ésta era suave, pero, lo que había debajo, firme como el acero y resistente como la fibra de carbono.


Ni el más descabellado de mis delirios hubiese creído eso posible.


¿Por qué sucedía?


¿De verdad me planteaba preguntarme el porqué, en vez de disfrutarlo?


La mano de Pedro, al infiltrarse en mi cabello sobre mi nuca, me impidió seguir pensando y se lo agradecí. No era momento de reflexionar, sino solamente de sentir, de dejarse llevar.


Pedro soltó mi muñeca para así permitirle a mi brazo enredarse en su cuello.


Era agradable que fuese más alto que yo. Su estatura era perfecta para mí, aunque quizá la mía no fuese suficiente para él.


Aparté aquel pensamiento a un lado cuando sus labios apretaron y tironearon de un lado de mi labio superior.


Mi boca quedó entornada sobre la suya, atrapada y deseosa de más. No quería perderme su mirada en ese momento, pero su mano en mi nuca hizo que se me nublase la vista. Mis párpados cayeron, pesados.


Pedro apretó su boca sobre la mía. Que me comiese la boca era mucho mejor que que se comiera el maldito almuerzo que le había preparado. Si mi sabor era bueno para él, pues... ¡Su sabor! Su sabor irrumpió en mi boca cuando él decidió saltarse la delicadeza de antes para besarme con ganas; con esas mismas ganas que yo tenía de besarlo a él.


Nuestros cuerpos chocaron mientras su lengua y la mía casi peleaban por tomar la primera curva en primer lugar. Salimos empatados; es que su beso iba a la par del mío y parecimos reconocer que ninguno de los dos tenía un motor más fuerte o un mejor diseño aerodinámico. Su ingeniero de pista debía pasarse datos con el mío y viceversa. Me sentí reflejada en él, en su deseo, en el modo en que pegó su musculoso cuerpo contra el mío, en el que yo prendí todas mis fibras contra él, sintiéndolo incluso a través de su gruesa bata y de mi uniforme del equipo.


Con el beso fue como si eclosionase entre nosotros una realidad distinta y, cuando su boca se movió sobre la mía ladeando mi rostro hacia el otro lado, terminé de perder la cabeza. Quería un beso así, para mí, para siempre.


Pedro podía tener muchos defectos, pero besar mal no era uno de ellos; todo lo contrario, besaba igual como corría carreras. En un par de segundos ganó sobre mí todos los campeonatos de la historia y no me molestó la idea de tener que subir al podio a entregarle su premio, a felicitarlo.


Su boca se detuvo entreabierta sobre la mía, jadeando, soltando la combustión de su cuerpo sobre mí.


Mi carburador, en ese momento, se recalentaba.


Pensé eso, pensé en él acariciando mi boca con su lengua y labios, y reí.


Eso era tan ridículo, tan increíble, tan irreal.


De pronto recordé dónde me encontraba, del cuello de quién estaba colgada, qué pecho latía contra el mío.


Cerré los ojos y lo vi en el habitáculo de su vehículo. Lo vi quitándose el casco para correr a besar a su novia. Lo vi pasando de mi comida y hablándome en un tono desagradable.


No quise arruinar el instante; sin embargo, todo eso, dentro de mi cabeza, hacía cortocircuito con el beso que justo acabábamos de darnos.


Pedro se apartó un poco y yo abrí los ojos.


Vi el fin de lo que nunca comenzó, allí mismo, en sus ojos celeste.


Quitó su mano de mi nuca y, con torpeza, y un poco de vergüenza, descolgué mi brazo de su cuello.


Retrocedió y se limpió los labios con una mano.



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