jueves, 28 de marzo de 2019

CAPITULO 52




Volvimos al silencio. Pedro bebió de su agua; yo, de mi cerveza, un trago demasiado largo. 


Amanda y Helena me imitaron. Si seguíamos así, acabaríamos borrachas las tres. Mónica no corría ese peligro, pues apenas si humedecía los labios en el vino blanco, y como Pedro bebía agua...


Como la conversación entre nosotros no fluía, nos pusimos a escuchar lo que contaban los demás. Kevin se puso a relatar una broma que le habían hecho a uno de sus ingenieros el sábado anterior. Fue una anécdota graciosa y todos se desternillaron de risa; a mí me dio un no sé qué reír junto a Pedro. Estaba tensa; tenerlo al lado me ponía nerviosa, me incomodaba.


—¿Recuerdas la vez que te pegamos las manos al pasamanos de tu autocaravana? —soltó Kevin girándose en nuestra dirección. Me di cuenta de que le hablaba a Pedro.


—Claro que lo recuerdo —medio gruñó el campeón en respuesta.


Mónica puso mala cara y Martin se rio.


—Eso estuvo genial. No podíamos parar de reír. Pedro estaba furioso. Deberías haberlo visto, Duendecillo.


Di un respingo cuando Martin se dirigió a mí.


—Le pedimos a Otto que lo llamara. Pedro dormía una siesta e hicimos que lo sacara de la autocaravana. Siroco, así dormido como iba, salió de la casa rodante y, entonces, lo agarramos entre nosotros dos y los mecánicos — apuntó en dirección a Kevin—. Le encintamos las manos al pasamanos, mientras él gritaba como un loco y nos insultaba en todos los idiomas imaginables. —Martin se rio—. Fue para uno de sus cumpleaños. Por Dios, ¡cómo nos reímos esa tarde!


—Sí, muy gracioso... Por vuestra culpa llegué tarde al box en día de prácticas.


—¿Te dejaron allí pegado? —le pregunté a Pedro directamente, atreviéndome a mirarlo a los ojos.


—Sí, los muy desgraciados pegaron mis manos al pasamanos con dos rollos enteros de cinta adhesiva, y allí me dejaron para después salir corriendo, mientras se tronchaban de risa a mi costa.


—Gritaba como un desquiciado, pidiendo que alguien lo ayudase.


Me lo imaginé y me tensé; es que... con el poco sentido del humor que tenía Pedro... Visualicé a Kevin, a Martin y a los demás desoyendo sus insultos, riéndose de su seriedad. Sonreí, no pude evitarlo.


—¿Cómo te soltaste de allí?


—Bueno, grité, pero, como todos se fueron a boxes... juro que creí que me había quedado solo en el circuito. Estos desgraciados le dijeron a todo el mundo que no me soltasen. Menudo regalo de cumpleaños. —Con falsa cara de perro, Pedro se volvió hacia Martin, quien sonreía de oreja a oreja, y después sus ojos azul celeste regresaron a mí—. Empecé a intentar cortar y arrancar la cinta con los dientes. —Empezó a decir esto último muy serio, pero, al final, ni siquiera él pudo contenerse y me sonrió.


Reí porque lo vi, en mis retinas, luchar a mordiscos con las cintas. Creí que me odiaría por reírme; en vez de eso, Pedro rio también.


—Sí, sí, muy divertido —canturreó mientras todos se carcajeaban—. Para que lo sepas, estos dos criminales de aquí —apuntó con un dedo a Martin y a Kevin— me han hecho pasar más de un mal rato.


Al decir aquello no se le borró la sonrisa del rostro y no pudo hacerme más feliz oírlo hablar así de su mejor amigo y de su excompañero de equipo.


¿Por qué no podía ser así de dulce y agradable, aunque fuese un cincuenta por ciento del tiempo? Por Dios, si ser así de humano lo hacía parecer todavía más atractivo, más perfecto, más campeón del mundo, más como el resto de la gente que vivía, respiraba y existía dentro de la categoría. Si así, sonriendo, parecía incluso más apasionado por ese mundo, más real a los ojos de cualquiera, más real a mis ojos.


—Si supieras la cantidad de bromas que me han gastado... —me dijo.


—Pobre —entoné tímidamente, sonriéndole con los labios y con los ojos.


Es que sonreía y era tan guapo que me entraron ganas de saltarle al cuello, prenderme de su nuca y besarlo hasta que su boca lavase el sabor a cerveza que tenía en la mía, para quedarme con su sabor en mí.


—¡Nada de pobre! —exclamó Martin—. Él, en su época, también hacía de las suyas. Bueno, hasta que se convirtió en un estirado obsesivo que lo único que sabe hacer es destrozarnos a todos dentro de la pista. Ahora es un aburrido —bromeó el brasileño. Kevin chocó su vaso contra el de Martin, como si brindase por aquello.


Haruki bajó la vista a su cerveza y Mónica resopló al otro lado de Pedro.


—Hubieses visto cómo me quedaron las muñecas y las manos por culpa de la maldita cinta. Me pasé todo el fin de semana con una alergia impresionante, que los guantes y el calor no hicieron más que empeorar —me comentó a mí en voz baja, con la vista fija en la botella de agua que rodeaba con ambas manos.


Vi sus manos y las imaginé enrojecidas e irritadas, y sentí pena por él; en ese momento se veían perfectas, dignas de ser besadas dedo por dedo.


—Esa broma, definitivamente, no fue graciosa. ¿Recuerdas que esa semana acabaste en el hospital? —refunfuñó Mónica—. Todos nos preocupamos por ti; fue una idiotez.


—No fue nada —la tranquilizó Pedro.


—¿Tan serio fue? —le pregunté, y Pedro giró la cabeza hacia mí.


—No, en realidad no tanto. —Meneó la cabeza y me regaló un amago de sonrisa—. Culpa mía, que no tomé un antihistamínico a tiempo.


Mónica resopló.


—¿Así que esos dos son un peligro? —me atreví a preguntarle, para que la conversación entre nosotros no sucumbiese. Me dio seguridad que Amanda y Helena se pusiesen a hablar con quien tenían al lado y que en ese instante Jose convidaba a Mónica del cuenco de los snacks que había estado devorando.


—Deberías cuidarte de ellos —me contestó con una voz suave que no le conocía y que tampoco le creía capaz de entonar.


—De ti, ¿no? —Eso se me escapó, o quizá no; deseaba decírselo, pero no allí, no entre toda esta gente y con su novia presente.


—Eres inteligente, sabes tomar distancia.


¿Eso había sido un elogio, una advertencia, un desplante? ¿Estaba poniéndome en mi lugar?, ¿ponía distancia entre nosotros? Sin duda yo me había ido de la lengua con eso último.


—Quizá no lo sea tanto, no lo sé. En fin, eres el campeón y tienes cosas más importantes de las que ocuparte. —Listo, con eso me ponía otra vez en mi sitio y a él, en el suyo.


Deshaciéndose de las carcajadas un tanto borrachas de Jose, Mónica se volvió otra vez hacia su novio, marcando un poco más su territorio.


Pedro se apartó de mí y dejó de sonreír. Uno de los mecánicos de Martin le habló y, con las chicas, nos pusimos a conversar con Haruki.




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