jueves, 14 de marzo de 2019

CAPITULO 6




Érica se colocó a la cabeza del grupo. El chico oriental, cuyo nombre no conseguí retener, la siguió en primer lugar; luego se situaron los otros dos chicos, quienes evidenciaron, por su actitud, que eran amigos, y, por último, nosotras dos.


La mujer comenzó a recitar una lista de cosas que podíamos y no podíamos hacer; mis oídos y ojos se perdieron por el escenario que comenzó a abrirse al otro lado del molinete. Me sentí como si acabasen de soltarme al otro lado de la pantalla del televisor una de esas últimas veces que visioné una carrera. Fue demasiado surrealista encontrarme allí, al otro lado. Antes de entrar al recinto todo aquello parecía irreal; no obstante, al acceder, cobró vida: tenía un aroma particular y muchos colores y sonidos de todo tipo, sobre todo en voces que entonaban una amplia variedad de idiomas. Se trataba de una verdadera torre de Babel. Había gente de todas las nacionalidades y culturas, todos unidos por una sola pasión: la velocidad, o quizá fuese la competición.


Érica no paró de repetir lo importante que era para ellos la disciplina, que estaban allí para ganar y que eso no se podía lograr si todo el equipo no funcionaba al ciento por ciento y como un reloj finamente ajustado.


Si a Lorena le quedaba alguna esperanza de poder alejarse un poco de las responsabilidades que nos tocaban para intentar ver algún rostro conocido, estás empezaron a esfumarse, igual que las mías de poder ver la carrera de cerca y no otra vez en un plasma.



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