lunes, 22 de abril de 2019

CAPITULO 110




Inspiré sobre su rostro, más precisamente sobre su mejilla y sobre la barba que crecía allí.


—Gracias por las rosas y por este beso.


—Por un beso así, debí de encargar todas las existencias de la floristería — me contestó él con los ojos cerrados, y hablando lento y resbaladizo. Los dos parecíamos ebrios, drogados.


Sonreí y toqué sus labios con los míos una vez más.


—Deberíamos saltarnos la fiesta —propuso.


No podía estar más de acuerdo.


—Pero no podemos. —Abrí los ojos y, como si hubiese presentido mi movimiento, también abrió los suyos.


—Odio esas fiestas, hoy más que nunca. No me gustan, me siento incómodo.


—¿Por qué?


—Es raro cuando te rodean personas que tú no conoces y ellos saben de ti más de lo que te gustaría contarles. Es un honor que la gente te admire y te apoye, pero a veces resulta muy extraño, es como si viviese un sueño inexplicable; uno que, cuando despiertas, te deja con un sabor extraño en la boca y con ardor de estómago. ¿Puedo contarte un secreto?


Le contesté que sí con la cabeza.


—Me gusta estar dentro de mi automóvil con el casco puesto, allí solo, donde nadie puede verme. Bien, sé que millones de personas miran las carreras, pero ven el monoplaza, no a mí; saben que soy yo, que allí dentro va el campeón... pero no pueden verme. —Hizo una pausa—. No soy tan valiente y no es por nada, pero no me gusta mucho la gente.


—¿Qué gente?


—Lo digo en general.


—¿Te gusto yo?


Pedro me dedicó una sonrisa ladeada, tan sexi que por poco le propuse que nos olvidásemos de la fiesta.


—Bien, pues, si yo te gusto, si confías en mí... —mi mano libre resbaló por su cuello desde su nuca, bajando por su pecho, por encima de la bonita camisa gris oscuro que llevaba, para buscar una de sus manos. Encontré su mano derecha y, con la mía, la cogí, enredando nuestros dedos—... aquí estoy, justo a tu lado para lo que necesites. No estás solo, Pedro y, de ser por mí, no lo estarás jamás, ni siquiera cuando no estemos así tan juntos, tan pegados. —Aspiré su perfume entre mis labios—. No te dejaré ni cuando estés lejos de mí, si no quieres que me aparte de ti.


—No quiero que te apartes de mí.


Le sonreí sin sentir vergüenza de demostrarle cuánto lo amaba.


—Me alegra oír eso.


—Las flores y el automóvil han sido buena idea. Definitivamente han dado un resultado excelente.


—No necesitabas nada de esto, pero me encanta. No tenía ni idea de que fueses de ese tipo de hombres.


—Ni yo. —Rio sobre mi boca—. Cuando voy a estas fiestas, no suelo conducir, pero quería estar solo contigo y, tener a un chófer en el asiento de delante me hubiese molestado sobremanera. Te quiero exclusivamente para mí y, además, quiero que seas mi chica, quiero conquistarte.


Me carcajeé por lo último que dijo.


—¿Ah, sí? Bien, ya soy tu chica; de todas formas, podemos hacer ver que soy muy difícil y que debes seguir intentando llegar a mí.


—Bien, ése es el plan para los días que vienen. Ya sé que te han dado los días libres.


—No has podido contenerte, ¿no es así? —Yo había hablado con Érica antes de salir del circuito y el permiso definitivo para quedarme en España hasta la siguiente competición había llegado al hotel antes que yo, en forma de un mensaje que me dieron en recepción, cuando pedí la llave de mi habitación.


Pedro meneó la cabeza.


—Te lo dije, intento convencerte de que soy bueno para ti.


Él ya era bueno para mí.


—¿Vamos a dar una vuelta? —Apuntó con la cabeza en dirección al automóvil—. Es un Jaguar E-Type del 67.


Giré la cabeza en dirección al vehículo; sobre la pintura gris plateada se reflejaba toda la noche, con sus sombras y destellos.





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