sábado, 27 de abril de 2019

CAPITULO 127




Por desgracia, nuestros días para ser solamente nosotros dos, durante esas vacaciones apretujadas en un calendario muy agitado que apenas si permitía pararse a pestañar, se terminaron el sábado muy temprano, cuando debimos recogerlo todo y cerrar la casa para partir rumbo a Montecarlo, donde Pedro tenía que acudir para cumplir con diversos compromisos con los patrocinadores del equipo e incluso para retomar su entrenamiento previo al fin de semana de carrera.


No fue tan trágico viajar en su avión privado; de hecho, resultó una experiencia particular que, más allá de lo extraño que me parecía volar de ese modo y con todos esos lujos, disfruté.


Además, me emocionaba sobremanera estar a horas de conocer el lugar que él realmente consideraba su hogar, donde estaban todas sus pertenencias, donde pasaba la mayor parte del año, estuviese la temporada de campeonato o no en pleno desarrollo.


Pedro también estaba emocionado y ansioso por mostrarme su casa, por que terminase de entrar en su vida de una vez por todas. Él quería que todos se acostumbrasen a verme a su lado, que se hicieran a la idea, porque así sería en adelante. ¿Y qué más podía pedir yo que saberlo tan decido a apostar con todo a lo nuestro?


Ver Montecarlo desde el cielo fue impresionante.


Saltar del avión para recorrer sus sinuosas y lujosas calles, simplemente irreal.



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