lunes, 29 de abril de 2019
CAPITULO 133
Ni siquiera pude pensar en contener el grito de dolor que trepó desde mi pie por mi pierna y pasó de largo mi cadera para atravesar mi pecho y mi garganta a toda velocidad.
La solté para agarrarme el pie, porque temí que todos mis dedos rotos se desprenderían de él.
No conforme con partirme todos los huesos (al menos me dio la impresión de que acababa de romperme todos esos dedos y algún que otro hueso del empeine), me propinó un empujón tal que me hizo perder la estabilidad, ya que me encontraba sobre un solo pie, y me lanzó contra la pared opuesta. Esa vez me golpeé un hombro. Mis manos hicieron un torpe esfuerzo por intentar aferrarse de algo para evitar la caída, pero sólo conseguí doblarme la muñeca derecha. Mi rodilla derecha dio contra el suelo, emitiendo un horrible crujido. Grité de dolor y terminé de caer llorando de rabia y dolor.
Por el rabillo del ojo la vi meterse en el cuarto y dar un portazo, para dejarme fuera de todo.
Como pude, alcé mi cuerpo del suelo.
En cuanto permití que mi pie izquierdo soportase parte de mi peso, un ramalazo de dolor trepó por mi pierna directamente a mi cerebro, cegándome por un segundo.
Oí a Pedro gritar el nombre de Mónica, y no de un modo feliz.
Saltando sobre un solo pie, bufando de furia por lo que le había permitido hacerme, alcancé la puerta de la habitación.
—¡Lárgate de aquí! —bramó Pedro con la voz todavía más cargada de cabreo que unos segundos atrás.
Oí que ella le contestaba, pero no conseguí captar sus palabras, aunque sonaron a súplica.
—¡No me importa! ¡Vete! —Una pausa de unos segundos en los que la voz de Mónica volvió a sonar y...— ¡La amo!, ¡entiéndelo! Se terminó, se acabó.
Desde los pies de la cama, vi que forcejeaban con la puerta del baño.
—Lo lamentarás si le has hecho daño —fue lo que conseguí entender de un griterío que involucró las voces de ambos. Esa última frase era de Pedro.
La puerta del baño se abrió un par de centímetros y volvió a cerrarse de un golpe.
Oí lloriqueos, el tono lastimero de Mónica.
—Si vuelves a insultarla, te juro que no me responsabilizo de mis actos. ¡Lárgate, vete, no quiero volver a verte! ¡¿Paula?!
La puerta se abrió de repente.
—¡No, Pedro, por favor! —chilló Mónica.
Vi a Pedro aparecer todo mojado, con una toalla atada a la cintura.
En cuanto su mirada se cruzó con la mía, volvió a gritar mi nombre.
Me dejé caer sobre el borde de la cama.
—¿Estás bien? —Una de sus manos cayó en mi hombro y la otra en mis manos, con las que envolvía mi pie.
—Sí, supongo.
—¿Qué te ha ocurrido en el pie?
—Pedro, ella será tu perdición. Lo sabes... sabes que no es la mujer para ti —lloriqueó Mónica llegando a nosotros.
—¡Lárgate! —le gruñó éste sin mirarla—. ¿Te ha hecho daño? —me preguntó a mí.
—Me propinó un pisotón y por poco me rompe el pie.
—No es nada comparado con lo que se merece —bramó Mónica, empujándome otra vez para soltarme de las manos de Pedro, y lo consiguió.
Caí de la cama.
—¡Ya te lo he advertido! —Hecho una furia, Pedro la sujetó de un brazo—. Te he dicho que no volvieses a tocarla. —Con el rostro encendido y la mirada desencajada, comenzó a arrastrarla fuera de la habitación, mientras ella continuaba gritando que yo lo mataría, que haría que perdiese el campeonato, que arruinaría su carrera y su vida, que terminaría de afectar a su ya endeble salud.
Pedro le gritó una vez más que cerrara la boca.
Renqueando y dando saltitos, fui tras ellos.
—¡Cometes una equivocación!
—Has sido tú la que se ha equivocado al venir aquí sin avisar, y al lastimarla.
—Pedro, por favor.
Dos o tres segundos después que ellos, llegué al recibidor de distribución.
Pedro abría la puerta, mientras que con la otra mano forcejeaba con Mónica, quien intentaba soltarse de su agarre.
—Suéltala, Pedro. No te pongas así, te harás daño —le pedí.
—¡Eres tú la que le hace daño!
—¡No vuelvas a dirigirle la palabra, ni siquiera tienes derecho a estar en su presencia! Sí, yo cometí demasiados errores, pero con esto te has pasado, Mónica. ¡¿No ves en lo que hemos convertido lo que teníamos?! ¡Se acabó, entre nosotros no queda nada!
Pedro la soltó y Mónica rompió en llanto.
—Dame las llaves.
Ante la petición de Pedro, Mónica retrocedió un paso.
—Las llaves, por favor —le exigió Pedro tendiendo una mano hacia ella.
Me pareció notar que la mano de Pedro temblaba un poco; no supe decir si
era por el estado de alteración debido a la discusión o por otro motivo. Alcé la vista hasta su rostro, ya no estaba enrojecido, sino pálido.
—No, Pedro, por favor.
—¡Las llaves!
—Pedro, ya, deja que se vaya.
—¡Tú no te metas! —escupió ella en mi dirección.
Pedro no tardó ni medio segundo en reaccionar.
De un manotazo, le quitó el bolso del hombro, lo abrió y comenzó a rebuscar dentro. Mónica intentó detenerlo y Pedro la alejó con un grito que ella no se atrevió a desobedecer. Él dio con las llaves y, de muy malos modos, le devolvió el bolso.
—Lárgate y no vuelvas. Enviaré tus cosas a tu casa.
—Pedro... —hipó ella, llorando desconsoladamente.
—Vete. Se terminó, Mónica. Lo nuestro no podría estar más acabado.
—Pedro...
—¡Lárgate ya! ¡Sal de mi vista, sal de aquí! ¡Eres tú la que acabará de destrozar mi salud! No puedo seguir con la vida que tenía, no quiero. No puedo permitirme seguir de ese modo, no más. No me quedan fuerzas para ser perfecto para ti ni para mi padre. Estoy cansado de fingir que todo está bien, de pretender que soy invencible. No lo soy y jamás podría ser feliz de esa manera. Te dije que lo lamentaba, que sé que tengo la culpa de lo que sucedió; ya no puedo hacer nada para cambiar lo que hice. Lo lamento, Mónica, de verdad que sí —entonó en un suspiro—. Lo lamento mucho. Se acabó y es lo mejor para ambos. Ahora vete, por favor —le dijo con un tono de voz que a mí me sonó muy cargado de tristeza y también de agotamiento. Algo en la mirada de Pedro se había quebrado. También en su cuerpo.
Mónica me miró a mí una vez más y entonces posó sus ojos en Pedro.
—De verdad que lo lamento mucho, Mónica. Siento mucho el daño que te hice y el modo en que acabé nuestra relación. Por favor, perdóname y sigue adelante con tu vida. Y, si de momento no puedes o no quieres perdonarme, al menos hazte a ti misma el favor de seguir adelante con tu vida, porque te mereces algo mucho mejor de lo que tenías conmigo, porque, eso que teníamos, a largo plazo nos hubiese hecho muy infelices a ambos.
Mónica barrió con sus manos las lágrimas que no paraban de rodar por sus mejillas; me miró una vez más y, recuperando su bolso de las manos de él, salió del apartamento.
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