martes, 30 de abril de 2019
CAPITULO 137
Érica llamó a mi walkie-talkie para avisarme de que tan sólo faltaban diez vueltas para el final de la carrera, lo que indicaba que era mi hora de regresar a boxes. Suri no rechistó, supongo que en parte porque ya teníamos todo el trabajo bajo control.
Asistí a las últimas tres vueltas desde boxes con todos los mecánicos, sentada en una silla en medio de todos ellos, con bromas y risas flotando a mi alrededor y los objetivos de todas las condenadas cámaras de televisión y de los fotógrafos oficiales del equipo, los de la FIA y los de muchos servicios de información fijos en mí.
Pedro ganó y allí estuve yo, para recibir un increíble beso de su parte nada más bajarse de su coche, después de quitarse el casco y las protecciones a toda velocidad.
Esta vez procuré no prestar demasiada atención a todas las cámaras y arrinconé a un lado la idea de que mis hermanos y mis padres estuviesen viendo la transmisión en directo al otro lado del océano, igual que unos cuantos millones de personas.
Pedro se alejó para cumplir con su muy merecido podio en plena calle monegasca; sin embargo, muchos de los objetivos se quedaron a mi lado.
El campeón lo celebró con ganas, regándonos a todos de champagne después de saludar a Alberto de Mónaco y a su esposa. De Martin también me gané unas cuantas gotas de líquido, después de que él festejase con su equipo el tercer puesto.
Esa noche, Pedro y yo celebramos la victoria con todo el equipo en un bar de Mónaco. Me alegró ver que el campeón se permitió pasar un buen rato con la gente con la que solía trabajar a brazo partido exigiéndoles el máximo; verlo así, relajado con ellos, conversando de la carrera, hablando de tenis, de las mejores playas del mundo, de automóviles e incluso de música, no pudo alegrarme más. Saber que podía bajarse del podio para compartir un buen momento informal con los demás me llenó de alegría; al menos eso era un comienzo.
La locura de la categoría dejó Mónaco. Pedro y yo disfrutamos de unos días libres para nosotros en Montecarlo, antes de partir rumbo a Canadá para la siguiente carrera, que sirvieron no únicamente para que pasásemos muy buenos momentos juntos (lo que incluyó que fuésemos de compras para renovar algunas cosas de su apartamento; Pedro quería darme la oportunidad de que yo me sintiese como en casa, permitiéndome añadir cosas que me gustasen. Es más, me dijo que, si quería, podría remodelarlo todo, que llamaría a un decorador para que me ayudase, a lo cual me negué y por eso terminamos optando por salir a hacer algunas adquisiciones), sino también para que las cosas de Mónica desapareciesen de allí.
Pedro también insistió en hacer otras compras destinadas a renovar mi vestuario; dijo que no podía ir por la vida con mi pequeña maleta; de modo que así fue y, la parte del vestidor que había quedado vacía después de que Pedro despachase las pertenencias de Mónica rumbo a Italia, se llenó con todo lo que el campeón insistió en que comprara, lo que incluyó un par de vestidos del tipo que utilicé para ir a la recepción de la familia real de Mónaco.
Admito que no me desagradó volar rumbo a Canadá en el avión de Pedro en vez de en uno de línea, pero no porque tuviésemos el avión para nosotros solos, sino porque así no debía alejarme de él. Nada más hermoso que dormir a su lado inspirando su perfume, escuchando su respiración.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario