sábado, 6 de abril de 2019
CAPITULO 59
—Muy bien, petitona meva, llegó la hora de que te lleve a tu hotel.
La exclamación de Pedro por poco me mata. Su tono fue dulce y, a la vez, quizá demasiado efusivo, y yo estaba entre dormida, mareada y con un dolor de cabeza tal que me parecía que me estallaría el cráneo.
—Chis, no grites, por favor. —Me retorcí de dolor por dentro y sé que le puse mala cara.
—¿Te sientes mal? —me preguntó al llegar a mi lado izquierdo.
—¿A ti qué te parece?
Alcé la vista y lo descubrí sonriéndome con suficiencia. Allí estaba otra vez su pose altiva.
Mi cerebro llegó a la conclusión de que solamente se había comportado bien conmigo porque Martin estaba presente. Con el brasileño camino a su hotel, podía volver a ser un asco conmigo.
Asco... eso mismo sentía yo en ese instante.
¡Qué ganas de vomitar!
—A mí lo que me parece es que te has pasado de la raya y mañana tendrás una resaca memorable. Ya eres mayorcita, de modo que hazte cargo.
—Qué gusto que debe darte regañarme.
—Y tener la razón —acotó con una gran sonrisa—. Andando. En pie. ¿Puedes levantarte?
—Eres un pedante. —La cabeza me dio vueltas y cerré los ojos.
—No, no puedes. —Rio.
—Continúa molestándome y juro que haré todo lo posible por vomitar encima de tu precioso cabello rubio.
Pedro se carcajeó con ganas.
—¿Te parece precioso mi cabello? No lo sabía.
Quise morirme en ese instante.
Pedro cogió mi chaqueta del respaldo de la silla.
—Ven. Intentemos hacer que vomites allí fuera y no aquí dentro, para que no pases vergüenza y para que la pobre gente que trabaja aquí no tenga que limpiarlo.
—Gracias por hacerme sentir peor.
—De nada, es un placer. Siempre a la orden.
—Desgraciado.
—Estás borracha.
—Y tú eres un idiota, y eso no se te quitará por la mañana. Yo tendré resaca; sin embargo, la borrachera se me pasará... y no estoy tan ebria.
Farsante —lo acusé—, solamente eres amable conmigo cuando Martin está presente.
Pedro agarró mi muñeca derecha para encajar mi brazo en la manga del abrigo y el contacto de su piel contra la mía me hizo amarlo y odiarlo; quise pedirle que se sentara a mi lado frente al inodoro mientras devolvía para acariciar mi espalda y también quise vomitarle encima para que tuviese que irse a su hotel apestando.
—Bueno, si te saco mucho de quicio, recuerda que al final de la temporada te irás a seguir con tu vida y ya no tendrás que soportarme.
—Ni tú a mí, y me imagino que entonces estarás feliz de la vida.
Pedro me rodeó y tomó mi otra muñeca para acabar de colocarme el abrigo.
—Mejor no digas nada más.
—Seguro que mis palabras hieren tus perfectos oídos.
—Por lo general, las palabras que soltamos sin pensar suelen herirnos más a nosotros mismos que a quienes se las dedicamos.
Tenía razón, pero, de todos modos, no pensaba dársela.
—Ahórrame tu filosofía de «cinco veces campeón del mundo».
—Es la cerveza la que habla.
—Dicen que los niños, los viejos y los borrachos dicen siempre la verdad.
Pedro se quedó en silencio, observándome desde mi lado izquierdo.
—Estoy muy cansado y la verdad es que no he tenido muy buen día. Le prometí a Martin que te dejaría a salvo en tu hotel, me hizo jurárselo; de otro modo, te dejaría aquí tirada. Lo mínimo que puedes hacer es colaborar un poco cerrando la boca al menos.
—Eres desagradable —le dije, porque de pronto él, tan sobrio y perfecto, tan campeón del mundo y tan distante, me hizo sentir pequeña.
—A ti a veces también te sale muy bien.
—Jamás debí besarte.
Noté que a nuestro alrededor se formaba un profundo silencio. Por el rabillo de mi ojo derecho vi que los mecánicos nos observaban confusos.
«La he cagado», pensé.
—Está muy borracha —soltó Pedro y después me miró—. Nos vamos ahora.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario