sábado, 6 de abril de 2019

CAPITULO 58




Kevin no se levantó cuando Pedro volvió un par de minutos después y, pensándolo en frío, quizá fuese mejor así. Vi a Pedro mirarme desde el otro lado de la mesa y mi cerebro se convirtió en un revoltijo de masa gris, tan confundido e imposibilitado de racionalizar absolutamente ninguna situación que me sentí estúpida por sentirme tan cómoda con nuestra conversación anterior, por caer en la tentación de imaginar que, a partir de entonces, todo con él sería así.


Martin se bebió su nueva cerveza en un suspiro y a mí no me duró mucho más; de hecho, la ingesta de alcohol se me fue de las manos.


No sé cuánto tiempo más tarde, Helena y Amanda se despidieron de nosotros. Las chicas me ofrecieron acompañarme a mi hotel; no pude decirles que sí, pese a que debí hacerlo. 


Aferrarme a esa noche extraña no tenía sentido,
¿o sí? No podía decidirlo. En ese momento, mi estómago, al igual que mi cabeza, era un revoltijo.


Un par más nos abandonaron y el bar se fue vaciando.


Haruki se había ido con Helena y los que quedaban eran un par de mecánicos de Asa, Kevin, Pedro, Martin y yo; bueno, lo que quedaba del brasileño, porque estaba demasiado perdido como para ser contado como una entidad consciente.


Martin fue a apoyarse en sus codos para soportar sobre sus manos el peso de su cabeza, se resbaló y por poco se parte todos los dientes contra el borde de la mesa.


Todos saltamos del susto. Por suerte Kevin lo sujetó, evitando que se cayera al suelo.


—Me parece que es hora de que te lleve a tu hotel.


—Não, não precisa, eu estou bem. Ótimo.


—Has empezado a hablar en portugués; ésa es la señal para sacarte del bar. Ya lo has celebrado suficiente, tu noche termina aquí. —Kevin apartó su silla para ponerse en pie y Martin gruñó en respuesta.


—Es cierto, todos sabemos que, cuando comienzas a hablar en portugués... —empezó a decir Pedro.


—Que no pasa nada, estoy bien. Puedo quedarme un rato más con vosotros. Además, no puedo dejar a mi chica aquí sola —entonó Martin con la lengua resbaladiza.


—Yo me ocuparé de ella, la llevaré a su hotel.


Giré la cabeza tan rápido para mirar a Pedro que todo el bar dio vueltas a mi alrededor. Por culpa de eso, más el alcohol, me costó poder enfocar la vista otra vez. Cuando dejé de ver doble, vi que Pedro se ponía de pie.


Kevin, a mi lado, ya se colocaba su abrigo.


—¿Me ayudas a subirlo a un taxi? Éste de aquí debe de pesar como hormigón; a ella no te costará levantarla de la silla.


—Oye, que yo no necesito que nadie me levante de ningún sitio; además, mi hotel queda a unas pocas calles de aquí, llegué andando y me iré andando.


Kevin, con toda esa apariencia de holandés que no podía ocultar, se rio de mí. Envidiaba su capacidad de beber casi sin inmutarse. La única señal de que había estado bebiendo tanto o más que yo eran apenas unas mejillas coloradas, y era probable que eso, más que nada, se debiese a que tenía la piel muy blanca y dentro del local el aire estaba un tanto viciado.


Yo en cambio...


No debí beber tanto. No estaba borracha... pero casi.


Vi a Pedro ponerse su chaqueta mientras avanzaba hasta mi extremo de la mesa.


Martin medio que dormitaba, reclinado hacia atrás en su silla. Kevin comenzó a intentar espabilarlo.


Una mano se posó sobre mi hombro derecho; su perfume invadió todo mi espacio vital. Pedro se inclinó sobre mí.


—Espérame aquí. No pienso permitir que vayas sola a ninguna parte, ni a pie ni en taxi. Ayudaré a Kevin a meterlo en un taxi y vendré a por ti. Ellos se hospedan en el mismo hotel, de modo que no habrá problema en que se vayan juntos —anunció muy cerca de mi oído derecho; por eso mi pelo se puso de punta como si yo fuese un erizo que buscara defenderse. Resultaba tan bueno y tan aterrador tenerlo así de cerca.


Se apartó de mí y sentí que el alcohol me arrastraba muy lejos de este mundo y de él.


Me agarré la cabeza.


—Boa noite, meu bem —entonó Martin, mirándome al tiempo que Kevin y Pedro lo alzaban de su silla—. Mi chico cuidará de ti.


Me hablaba a mí.


—Mi chico es buen chico —canturreó girando la cabeza en dirección a Pedro—. A veces se comporta como un verdadero filho de puta, pero en el fondo es buena persona.


—Sí, ya sé que me quieres, Martin.


—Eu te amo. Você sabe. Es que a veces tú... como con ella... Você...


—Ok, ya terminamos por hoy la clase de portugués. Despídete de todos y andando. Necesitas descansar y quizá vomitar.


—Boa noite, galera; amo todos vocês. Gracias por venir.


Los presentes, en sus idiomas natales, le dieron las buenas noches mientras reían y le decían que también lo querían.


—No te muevas de aquí —me ordenó Pedro al pasar por mi lado, y me miró de un modo tal que sentí que yo también necesitaba vomitar, porque me atacaron los nervios. No quería que él se encargase de llevarme, porque sentía que estaba hecha un asco. Todo me daba vueltas y sabía que mi aliento debía de estar impregnado en alcohol, creo que hasta mi piel olía a cerveza. Además, tenía muchas ganas de besarlo y no quería atreverme a hacerlo por miedo a dar de lleno a trescientos kilómetros por hora contra una pared en concreto, es decir: él.


Me relamí los labios, incapaz de hacer otra cosa. 


Deseaba poder moverme, levantarme de la silla y largarme a mi hotel por mis propios medios; ni siquiera conseguí empujar la silla hacia atrás y para qué hablar de ponerme el abrigo.


Ojalá alguno de los chicos se hubiese ofrecido a llevarme, pero la verdad es que ninguno de ellos parecía tener intención de abandonar el bar.


—¿Te encuentras bien? —me preguntó uno de los mecánicos—. Tienes cara de estar a punto de devolver.


Asentí con la cabeza; era un sí a todo, al mismo tiempo.





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