martes, 9 de abril de 2019

CAPITULO 68




Mi trasero saltó de mi asiento y por eso me desperté.


Abrí los ojos. El interior del microbús estaba a oscuras y apenas se oían un par de conversaciones. Era demasiado tarde; con Suri, los mecánicos y muchos otros miembros del equipo, nos habíamos quedado trabajando hasta
altas horas y justo en ese momento regresábamos al hotel. De hecho, el bote que hizo que me despertase fue el que pegaron las ruedas del vehículo al pasar por encima de la banda de frenado de la entrada al recinto del hotel. Un par de voces más sonaron, por lo que me percaté de que no era la única que acababa de despertarse.


Suri dormía plácidamente a mi lado.


Le toqué un hombro para espabilarlo. Se sobresaltó.


—Hemos llegado; es mejor que te despereces, soy demasiado pequeña para llevarte a cuestas hasta tu cuarto.


—No puedo ni despegar los párpados. Estoy agotado.


—Sólo tienes que bajarte del bus, atravesar el vestíbulo y meterte en el ascensor.


—Se suponía que Rusia siempre era una experiencia emocionante y yo sólo quiero regresar a España para dormir un poco más.


—En unos días, Suri, en unos días... —canturreé dándole unas palmaditas en el muslo. Giré la cabeza y miré por la ventana. El microbús remontaba el camino hacia la entrada del resort. Por entre el paisaje y las luces nocturnas, divisé las villas. Yo sabía que Pedro había dejado el circuito horas atrás. Lo imaginé durmiendo allí, en la casa en la que se había alojado, en compañía de Mónica. Con ella sí me había cruzado ese día en el circuito; me ignoró, y la verdad es que, pese a su mal gesto, resultó un alivio que lo hiciese, puesto que no tenía ganas de hablar con ella. Una parte de mí prefería obviar que existía, al igual que hacía con Pedro.


Una de las villas tenía un par de luces encendidas a pesar de la hora. La terraza estaba iluminada y hubiese jurado que una sombra oscura estaba parada frente a la baranda, de cara al Mar Negro.


El microbús llegó a su destino. Todos nosotros, cargando a cuestas nuestras caras de sueño y agotamiento, nos despedimos frente a los ascensores para repartirnos entre ellos y, así, subir a nuestras habitaciones para dormir un par de horas antes de que la actividad en Sochi comenzara de nuevo.


Mi cuarto estaba en una de las primeras plantas; allí me bajé, tras darle un beso en la mejilla a Suri, el cual ni se enteró, pues estaba con los ojos cerrados y la cabeza apoyada contra el fondo de la cabina; respiraba profundamente; sólo le faltaba roncar.


Me arrastré hasta mi habitación. Deseaba darme una ducha caliente, pero deseché esa idea, pues apenas podía moverme.


Con la estancia a oscuras y después de cerrar la puerta de una no muy femenina patada, me dejé caer sobre la cama. Al hacerme un ovillo sobre la colcha, me percaté de que todo mi cuerpo olía a comida. No podía acostarme así.


Casi con los ojos cerrados, cogí mi camiseta de Bravío, ropa interior limpia, un pantalón de pijama y me dirigí a la ducha.


El agua caliente cayó sobre mi cabeza y fue una sensación deliciosa. Me lavé el pelo y mi piel renació con cada pasada de la pequeña pastilla de jabón.


Agradecí el haberme levantado de la cama para eso; seguro que descansaría mejor.


Fue agradable sentir la camiseta y el pantalón de pijama con olor a limpio; si incluso así me sentía más relajada... y también un poco desvelada.



No hay comentarios:

Publicar un comentario