domingo, 14 de abril de 2019
CAPITULO 84
No se podía tratar de otra cosa que no fuese una broma obra de los mecánicos, quizá con ayuda de algún piloto.
—¡No te rías y suéltame! —gruñó furioso a través de la mordaza—. Se arrepentirán de esto —amenazó al aire.
Me crucé de brazos y lo miré.
—Imagino que esto debe de ser algo así como tu regalo de cumpleaños.
—Una puta idea de Martin, supongo —articuló medio babeándose por debajo de la mordaza—. ¡Suéltame! —me pidió de muy malos modos.
Caminé hasta los pies de la cama y dejé el walkie-talkie allí.
—Tengo que admitir que los chicos sí saben cómo hacer esto. Al menos han dejado la puerta de la autocaravana entreabierta para que pudiesen oírse tus gritos desesperados.
—Llevo veinte minutos vociferando —bufó poniéndose todavía más rojo de lo que ya estaba.
No conseguí contener la carcajada.
—Te creo; es que no hay nadie fuera, la calle está desierta. Yo he pasado de casualidad, porque he ido a buscar un pedido que ha llegado tarde.
—No me importa. ¡Suéltame!
—Si vuelves a hablarme en ese tono, te dejaré así como estás. Y yo que he venido corriendo, preocupada porque pensaba que te sucedía algo malo...
—Me sucede algo malo —escupió.
—Sí, definitivamente tienes un serio problema con tu mal genio. —Trepé sobre la cama. No pensaba liberarlo por el momento, sí soltarle la mordaza.
Avancé sobre las rodillas hasta él y le quité la mordaza.
—Los cretinos aparecieron todos con las capuchas ignífugas del equipo. ¡Ja! ¡Como si esperaran que no reconociera sus voces! ¡Martin me las pagará por esto! No me queda la menor duda de que ha sido idea suya.
—Me gusta cómo te queda el pelo —le dije pasándole una mano por la cabeza. Tenía el cabello duro y tieso, de color lavanda. Debían de habérselo pintado con uno de esos aerosoles para el pelo. Resultaba evidente que Pedro no
había colaborado con el cambio de look, porque tenía violeta en el cuello, la frente, las orejas, un hombro, el pecho, las manos y también había pintura de ese color sobre la cama, por no mencionar el manchurrón violeta situado delante de su bóxer, en una zona estratégica.
Pedro apartó la cabeza de malas maneras, desestabilizando su posición. Vi sus abdominales tensarse y, por mi bien, aparté la mirada.
—Vamos, que no es tan malo.
—Lo dices tú porque no eres a quien han dejado atada y amordazada.
Así de rodillas, me senté sobre la cama.
—¿Sabes que uno de los camareros que ayuda este fin de semana es de aquí, es catalán?
—¿Te parece que estoy de humor para conversar?
—Dudo de que jamás tengas humor para nada. Como iba diciendo, es catalán y, como hasta ahora no he podido encontrar un momento para buscar en Google qué quiere decir eso que me llamas, se lo he preguntado a él.
Pedro se puso un tono todavía más rojo.
Me crucé de brazos de nuevo, enfrentándolo.
—¿Y bien? ¿No dirás nada? ¿No crees que es momento de que aclaremos lo que sucede aquí? —Hice una pausa—. ¿Por qué le dijiste a Pablo que, si me echaba, te irías del equipo?
—Te gusta tu trabajo.
—A ver, Pedro... ¿Se lo dijiste realmente en serio? ¿Chiquitina mía?
—No puedo hablar en estas condiciones. Prácticamente estoy desnudo.
—A mí no me molesta que lo estés.
—Paula.
—¿Y si Pablo me hubiese echado?
—¿Podrías soltarme? —Tironeó de sus brazos—. ¿No ves que estoy atrapado aquí?
—Más atrapado de lo que crees, porque no te liberaré hasta que respondas mis preguntas.
—Tengo frío.
—No lo parece, estás rojo como un tomate maduro, Siroco. ¡Contéstame!
—¡No me grites!
—¡No me evites! Y si Pablo me hubiese despedido, ¿qué?
—Él jamás te despediría. ¿Crees que no lo vi contigo, que no lo vi hablándote?
—Aun así, le dijiste que rescindirías tu contrato a pesar de la multa que debías pagar. Amenazaste a Pablo, pese a que tu novia me quiere fuera del equipo.
La frente de Pedro se tensó.
—Pablo está loco por ti.
—No es eso lo que te he preguntado.
—Suéltame.
—¿Por qué no quieres que me vaya?
—Te gusta tu trabajo.
—Y tú amas el tuyo. Vamos, mi trabajo no es motivo suficiente como para...
—No me pareció justa la situación. Conozco a Mónica y sé que ella... Se extralimitó en su demanda. Vosotras dos tenéis que aprender a contener vuestro genio.
—Sí, y precisamente lo dices tú. —Lo miré—. ¿No tienes nada más que añadir?
—Suéltame, por favor.
—Yo no soy tu pequeñina. No soy tu nada.
—Paula, por favor.
—Eso mismo te digo yo. No puedes meterte así en mi vida. No me defiendas más y no me llames de ningún modo especial.
—No tienes por qué estar enfadada; no hice nada malo, sólo te defendí. Sé que te gusta estar con el equipo, eso es todo.
—¿Defiendes así a todos los integrantes del equipo cuando Pablo amenaza con echarlos? Si es así, y si no hay otros motivos que el «a ti te gusta tu trabajo», no vuelvas a meterte en mi vida, ¿quieres?
—¡¿Y es así cómo me lo agradeces?! —gritó de muy malos modos.
—No te pedí que lo hicieras —le contesté en el mismo tono.
—Eres imposible.
—¡Y tú!
—¿Qué quieres que te diga? ¿Qué quieres que haga? No te das cuenta de la posición en la que estoy. No puedo lidiar con esto ahora. ¡Tengo el pelo violeta, Paula! Eso por mencionar sólo una cosa.
—Si sigues gritándome así, iré a por unas tijeras y te raparé al cero. Deja ya de hablarme en ese tono, que no estoy sorda —vociferé en respuesta—. No necesitas tener las manos y los tobillos encintados para estar atrapado, campeón.
—¡Me volverás loco!
—¡Y tú a mí! —nos gritamos mutuamente. Mi pulso se fue al demonio—. Quizá lo mejor sea que renuncie.
—Tú no te irás a ningún puto lugar.
—Quiero ver cómo intentas detenerme.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario