martes, 16 de abril de 2019
CAPITULO 91
Sabía de qué hablaba; la web de la categoría, después de cada gran premio, era actualizada con datos anecdóticos de la jornada y por norma general escogían un par de audios; la semana anterior había oído uno de un piloto fastidiado con su ingeniero, en el que le pedía que dejase de repetirle a cada vuelta la distancia con el piloto que lo precedía. También había un par de audios de los pilotos maldiciendo, y unos de Pedro celebrando sus victorias.
Imaginar el audio del campeón pidiendo que yo estuviese en el box para recibirlo a su llegada porque debía hablar conmigo hizo que me sonrojara. Lo oiría todo el mundo. Empecé a oírlo en ese preciso instante, después de que el locutor anunciase una comunicación inesperada del campeón a su equipo.
—Faltan diez vueltas, diez vueltas, Pedro —le explicaba Toto—. Mantén el ritmo, vas bien. No presiones demasiado, solamente mantén el ritmo. Haruki, a diez segundos, quinientas milésimas. No arriesgues de más, vamos bien.
—Ok. Sí, lo sé. Búscala, la quiero en el box a mi llegada.
—Repite. No te he entendido.
—A Paula, que la llamen; la quiero en el box para cuando llegue.
—¿Pedro? —la voz que se oyó fue la de Pablo.
—Tengo que hablar con ella. Que venga.
La imagen repitió el suceso ocurrido unos minutos atrás. Por el audio se oía que Pedro pedía por mí otra vez, mientras las cámaras enfocaban a Toto y a Pablo mirándose sin comprender nada.
Pablo apartó el micrófono de sus labios y se inclinó hacia delante para hablar con uno de los asistentes. El asistente salió corriendo, atravesando la calle de boxes. Pablo movió la cabeza de arriba abajo, mirando a Toto.
Toto acercó el micrófono que bajaba desde sus auriculares para empujarlo contra sus labios y medio taparlo con una mano, imaginé que para evitar que se filtrase el sonido de los motores de los automóviles pasando por la recta principal.
—Estás en serios problemas, Duendecillo —se carcajeó Suri.
—El que está en problemas es él. ¿Quién se cree que es?
—Bien: si tienes algo que decirle, te sugiero que me acompañes. Preferiría llegar al box antes de que se corra la voz y algún cámara empiece a buscarte.
—¡¿Qué dices?! —solté horrorizada.
—Que en este instante deben de estar intentando averiguar quién es esa Paula cuya presencia en el box ha requerido el campeón.
—Dios, me va a dar algo —jadeé—. No necesitaba hacer esto.
—Tal vez sí, vosotros dos sabréis.
—Yo no sé... —balbucí anonadada.
Érica me colgó el pase del cuello y me agarró de la mano. La transmisión de la carrera había vuelto al presente; tan sólo faltaban dos vueltas para que Siroco atravesara la meta, con la correspondiente caída de la bandera a cuadros.
—Andando. —Me apretó la mano y tiró de mí.
—Pero...
—Si no vienes, vendrá a buscarte y a mí me despedirán por no llevarte al box. Pablo me ha pedido que te lleve hasta allí, así que eso haré.
—¡¿Qué?!
—¡Lárgate de aquí! —Suri me empujó por los hombros en dirección hacia la puerta, hacia donde tiraba Érica—. Avisadme cuando sea la hora de la tarta, para llevarla.
Miré a Suri por encima de mi hombro; se despedía de mí con una mano, sonriendo de oreja a oreja.
—Esto es... es ridículo. —Salimos de la cocina—. Todo el mundo se enterará de esto, no necesitaba dar un espectáculo. Si quería hablar conmigo, podría haberlo hecho en privado.
Érica continuaba tirando de mí.
—Creo que no le importa que todo el mundo se entere.
—Sí, bueno, pues a mí sí. Yo no... el otro día... Si Mónica está por ahí, se armará una grande. No quiero perder mi trabajo.
—Dudo de que exista ni la más remota posibilidad de que puedas perder tu trabajo. Y no creo que debas preocuparte por Mónica.
Salimos del sector del comedor a la maraña de calles formadas por los camiones y autocaravanas de los equipos.
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