jueves, 18 de abril de 2019

CAPITULO 99




Acostumbrada a cargar peso (pues el trabajo en las cocinas no suele ser precisamente liviano), llevé sola el pastel hasta el box, con Suri siguiéndome con la bandeja de dulces que había preparado para acompañar la tarta, porque sabía que, en cuanto los mecánicos y el resto del equipo vieran los dulces, enloquecerían, y no quería quedarme corta con la comida a la hora del festejo.


En el box nos esperaban un par de botellas de champagne, las necesarias para que brindásemos y nada más; al fin y al cabo, todos tendríamos que continuar trabajando después de ese módico ágape. La fiesta de verdad llegaría por la noche, cuando ya todo el trabajo estuviese concluido. El equipo se tomaría un descanso el lunes y el martes volveríamos todos a nuestros menesteres para realizar pruebas ese día y el siguiente. El jueves quedaríamos todos libres otra vez, y el jueves era el cumpleaños de Pedro. Imaginé que tendría planes con su familia; después de todo, ellos vivían allí. Bueno, los familiares que imaginé que tendría fuera del circuito, pues su padre pasaba la mayor parte del tiempo con él, siguiéndolo de carrera en carrera y, cuando no era fin de semana de gran premio, por lo general se quedaba con él en Mónaco, que era donde Pedro tenía residencia fija.


Me puse nerviosa imaginando si sus planes me incluirían o no, o si lo harían en algún momento del día. Quería estar con él al menos un rato, para desearle feliz cumpleaños, para pasar un tiempo en el que sólo estuviésemos nosotros dos para hacer, de lo que apenas empezábamos a ser, un poco más, en dirección hacia todo lo que deseaba ser con él.


Érica nos esperaba en la entrada posterior de los boxes; en ese instante sólo quedaba uno de los empleados de seguridad que había revisado horas atrás nuestra entrada al final de la carrera. Para entonces, el público ya se había ido y permanecía por allí exclusivamente la gente de los equipos, algunos medios de comunicación invitados especialmente para ser testigos de esa celebración en honor al campeón; supuse que algunos pilotos también debían de rondar por allí, probablemente algunos más cerca que otros. Haruki, Helena y Martin seguro que se habían quedado para desearle feliz cumpleaños al campeón; los dos primeros, tal vez más por orden del equipo que por voluntad propia, y Martin, porque jamás se perdería ese momento. Es más, todavía me costaba creer que no hubiese venido a buscarme antes para coserme a preguntas sobre lo sucedido.


—Ya están todos —anunció Érica empujando el molinete para permitirnos pasar; tanto Suri como yo teníamos las manos demasiado ocupadas.


Entramos.


—Prepárate para las cámaras —me advirtió, y noté tensión en su voz. Tensión y prisas—. La gente de relaciones públicas ha tenido que montar un vallado en la calle de boxes; por lo general las fotos de equipo se toman allí, a las puertas del box. Lo que sucede es que, entre que ha ganado Pedro, que el jueves es su cumpleaños y lo que ha pasado antes del podio, están todos frenéticos. Hemos tenido que esconder a Pedro. Los periodistas no paraban de gritarle preguntas y todavía es todo excesivamente reciente. Supongo que el campeón no meditó demasiado esto antes de hacerlo.


Me quedé pensando si con «esto» se refería a terminar con Mónica y empezar algo conmigo el mismo día o a la escena que montó frente a la entrada del podio. ¿Sería un poco de ambos?


—Es probable que el personal de relaciones públicas no te permita hablar, al menos por el momento. Sé que han cruzado un par de palabras con Pedro; sin embargo, Stella todavía no ha debido de tener tiempo para pasar un
comunicado oficial. Sólo te lo comento para que te evites angustias. En cuanto te vean allí con la tarta, enloquecerán.


Tragué en seco.


—No es que haya ninguna orden oficial y ni David, ni Pedro ni Pablo han dado indicaciones al respecto... Te lo digo como amiga; tú no contestes nada, ignóralos. Pedro no es de hablar de su vida privada con los reporteros y la
verdad es que no le gustan demasiado. No suele hacer demostraciones públicas; por eso me ha extrañado tanto que hiciese lo que ha hecho contigo al bajar de su automóvil.


Se me formó un nudo en el estómago.


Pensé que no me sorprendería ver a Pedro enojado, fastidiado y sintiéndose incómodo y fuera de lugar con todos esos periodistas queriendo saber de nosotros.


De refilón, por encima de mi hombro, vi que Suri me miraba muy serio.


—Hay un par de periodistas de confianza que están acreditados para moverse dentro de nuestro box; ya sabes, para tomar fotos más de cerca. Son gente cercana a nosotros, los de siempre, que saben muy bien qué le gusta y qué no le gusta al campeón.


Periodistas... los de siempre... ¿Mónica?


Dimos la vuelta por el corredor y allí estaban todos, alrededor del monoplaza de Pedro. Los mecánicos, los ingenieros, Haruki, Helena, David, Alberto, César, Paul, el jefe supremo y dueño de la categoría, Martin, un montón de fotógrafos y Pedro.


Por un segundo entré en pánico. Mi idea de celebrar su cumpleaños era estar acurrucada junto a él besándolo, tocándolo, susurrándole cosas al oído, teniendo su perfume en mi nariz y su sabor en mi lengua.


Alcé el pastel. Me dieron ganas de esconderme por completo detrás de éste porque los flashes comenzaron a estallar sobre mi rostro y porque allí, detrás de un par de personas, se encontraba ella.


La mirada de Mónica y la mía se cruzaron. No tenía cara de felicidad; tampoco parecía desear comerme viva y, si lo hacía, lo disimulaba muy bien.


Se la veía impecable como siempre, ese día con unos vaqueros que no hacían otra cosa que marcar la delgadez de sus pantorrillas y muslos, unos zapatos de charol color natural, una blusa blanca y una chaqueta sastre color celeste, con su magnífica cabellera al natural y unas enormes gafas de sol sobre la cabeza.


Lucía espléndida y yo, como alguien que se había pasado todo el día trabajando dentro de una cocina calurosa: mis ropas seguro que olían a condimentos; mi pelo había pasado por mejores momentos que ése, y, por el cansancio y los nervios por lo sucedido, me dolía todo. A mi favor diré que al menos era yo la que contenía dentro de sí la felicidad única de quien encuentra el amor, y no es que fuese como una chica sin cabeza, dando saltitos románticos entre florecillas sin pensar en nada más; lo que me pasaba con Pedro y lo que yo sentía que a él le pasaba conmigo lo valía todo y me daba fuerzas para todo, incluso para enfrentar a Mónica con esas pintas, llegando de la cocina con la tarta de cumpleaños que con todo mi amor le había preparado.


Si a Pedro no le molestaba o incomodaba tenerla allí, pues a mí menos.


Di unos pasos más en dirección a Pedro y él se percató del detalle en su pastel de cumpleaños.


Cuando me pidieron que le hiciese el pastel, ni se me cruzó por la cabeza hacer algo formal e insípido. Pedro ya de por sí era demasiado formal; bueno, quizá ésa no fuese la palabra, más bien estricto, demasiado cuadriculado por todas sus obligaciones, por su incapacidad de escapar de sus responsabilidades, por todas esas metas tan exigentes que se había puesto sin permitirse ser simplemente un hombre joven que pudiese divertirse sin pensar demasiado en el mañana. Desde el primer momento que lo vi, Pedro me dio la impresión de ser alguien que jamás se había tomado cinco minutos para ser solamente un ser humano. Él siempre fue y sería el campeón, incluso antes de serlo, incluso después de dejar de serlo; era, ante todo, un profesional, y eso estaba bien, pero no hasta tal extremo. Por eso decidí, desde el primer instante, que no sería la tarta de cumpleaños de un campeón, de un personaje que tenía en sus manos la capacidad de mover millones con su volante, de decidir vidas y de marcar el rumbo de la vida profesional, e incluso personal, de muchos.


Él necesitaba no ser el campeón, no ser Siroco, sino simplemente Pedro durante al menos cinco minutos. Por eso le había pedido a una de las chicas de administración, unos días atrás, que me sacara una impresión de un dibujo de Meteoro con su vehículo, el Mach 5. Con frosting de colores, le había dado cuerpo a un dibujo de Meteoro con su coche sobre el segundo nivel de bizcocho de la tarta. 


Básicamente, por fuera era puro frosting, y por dentro, chocolate en dos versiones: oscuro en el bizcocho y blanco en la mousse que envolvía las frutas.


Agradecía que no hiciese tanto calor, así ni Meteoro ni la tarta se derretirían.


Continué caminando hacia él. Pedro se percató de la decoración en su pastel y me sonrió abiertamente. Si los mecánicos babeaban por la tarta y los dulces que cargaba Suri, yo babeaba por el campeón; la felicidad se le notaba en los ojos.


Sonaron las botellas del champagne al ser descorchadas. Alguien comenzaba a llenar los vasos de plástico para repartirlo entre los presentes.


Suri dejó la bandeja con macaroons y demás pastas sobre la mesa y se me acercó.


Las voces se pusieron de acuerdo para entonar el Cumpleaños feliz en inglés. Me fui directo hasta Pedro, con Suri detrás de mí; él llevaba el
encendedor para prender la vela que Pedro debería soplar (tampoco planeaba ahorrarle ese momento tan normal); tendría que soplar la vela y, a ser posible, aguantar un buen tirón de orejas de mi parte. Con tantos fotógrafos y cámaras, con Mónica allí a unos pasos, quizá lo mejor sería que el beso quedase pospuesto para un momento de más intimidad.


—¡Feliz cumpleaños, campeón! —entoné cuando Suri encendió la única vela.


—No puedo creer esto. —Rio—. ¿Meteoro?


Asentí con la cabeza, sin poder dejar de sonreír como una boba; es que él sonreía con el mismo gesto tonto. Estábamos los dos hechos unos estúpidos el uno por el otro.


—No veía muchos dibujos animados de pequeño, pero Meteoro... de más está decir que era mi preferido. No puedo creer que hayas hecho esto. —Pedro movió sus manos por debajo de la bandeja que sostenía la tarta, por debajo de mis manos, mientras todos continuaban cantando. Con sus manos sostuvo las mías, para ayudarme a cargar el peso de la enorme tarta que repartiríamos entre todos, para así compartir un poco de nuestra felicidad, o al menos de la mía. No podría haberme dado más placer hacer eso por Pedro.


—Bueno, es tu cumpleaños.


—Sí, pero... —se interrumpió—... ni siquiera de pequeño tuve una tarta así; es más, a veces mi cumpleaños pasaba casi desapercibido a causa de las carreras, los compromisos y la escuela. Nunca nadie hizo nada así por mí — susurró—. Supongo que organizar un cumpleaños así es cosa de madres.


Vi los ojos de Pedro llenarse de lágrimas.


—Gracias —susurró con los ojos fijos en mí—. Es estupenda. —Me dedicó una sonrisa todavía más enorme—. Sostenla un momento, debo sacarle una foto; quiero conservar un recuerdo de mi primera tarta de Meteoro antes de que los chicos le caigan encima. —Pedro sacó su móvil del bolsillo trasero del pantalón de su uniforme del equipo. Sin dejar de sonreírme, hizo un par de fotos al pastel y, agradeciéndomelo una vez más, lo guardó de nuevo en su sitio.




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