sábado, 4 de mayo de 2019

CAPITULO 150




La conversación se distendió un poco. Tomas quiso saber cosas sobre la profesión de Pedro y se mostró muy interesado en su historia, mientras mi hermano se limitaba a observarlo, procesando cada una de sus palabras.


Imaginé a Tobías analizando todo lo que salía de la boca de Pedro para soltarme su veredicto en cuanto estuviésemos a solas.


Llegamos a la mesa y allí todos nos soltamos un poco más. Tobías no fue un dechado de amabilidad o carisma, pero supo comportarse e incluso contó con ganas toda su historia y el modo en que había conseguido convertirse en
quien era en la actualidad en el ámbito profesional.


Tomas le contó a Pedro cosas de su familia y, justo cuando el ambiente parecía más relajado...


Tobías le pasó a Lila su último bocado de verduras. Mi sobrina se había comportado maravillosamente, considerando su edad, en una mesa de adultos que hablaban de cosas que debían de sonar de lo más aburridas a sus oídos.


En cuanto mi hermano le puso la comida en la boca, ella extendió el brazo sobre su sillita de comer para alcanzar su vaso con limonada. El vaso se le tumbó; no se derramó ningún líquido, porque era uno de esos vasos con tapa y boca para niños, uno con la princesa pelirroja de la película Brave. Alcé el vaso y se lo pasé, estirándome también por encima de la mesa.


Tomas atrapó mi mano antes de que pudiese retirarla, tomando con sus dedos la punta de los míos, para alzar, a la luz de la lámpara sobre nosotros, mi anillo de compromiso.


—Perdona, pero es que tenía que verlo. Es una maravilla.


Me ruboricé.


—Ya decía yo que estabas tardando mucho... —resopló Tobías.


—No seas gruñón, ¿quieres? Simplemente quería admirarlo de cerca; he estado conteniéndome todo lo que he podido. Es que estas cosas me encantan; siempre me han gustado las bodas y todo lo que conllevan, y los anillos de compromiso son una de esas cosas que incluyen estas ceremonias.


Me sonrojé. A pesar de todo, cada vez que alguien decía la palabra boda, me ponía nerviosa. Tomas movió el anillo para que le diese la luz desde todos los ángulos.


—Es bellísimo, Pau. Felicidades. Te queda perfecto y va muy bien contigo. Una elección excelente, Pedro; es una piedra estupenda y qué decir del diseño... es sobrio, elegante, una de esas piezas que son para toda la vida.


—Gracias. Bueno, ésa es la intención, que sea para toda la vida —le contestó.


—¿Es muy impertinente que pregunte dónde lo adquiriste? Si mi hermana Eva lo viese... se moriría allí mismo. Eva es una de mis hermanas menores y es diseñadora de vestidos de novia. Bueno, de alta costura en general. Es otra enamorada de las bodas.


—Por lo visto, el tema ahora será inevitable —refunfuñó Tobías.


—Lo compré en Mónaco, Tomas.


—Sé que mi comentario estará muy fuera de lugar, pero... esto vale una fortuna. Esa piedra es maravillosa. Debe de tener una pureza extrema.


—No deberías ir con eso por la calle, Paula —soltó mi hermano en una especie de densos borbotones.


—Tobías, por favor. Además, raramente estoy «por la calle», como tú dices; cuando estoy trabajando, voy y vengo del hotel al circuito con el microbús que traslada a todo el equipo y, si no, estoy con Pedro.


—¿No haces nada sola? —me espoleó mi hermano.


—Yo no he dicho eso. Tobías, no te pongas pesado. No pasa nada con el anillo.


—Si se lo roban, le compraré otro —intervino Pedro.


Mi hermano abrió desmesuradamente los ojos.


—Vamos, muchachos, que no va a pasar nada con él; dejad que la pobre disfrute de su anillo de compromiso. —Tomas salió en mi defensa.


—Es que puede ser peligroso que vaya por ahí con eso...


—No le pasará nada, estoy con ella para cuidarla —declaró Pedro con voz de enfadado, respondiéndole a mi hermano.


—No puedes estar las veinticuatro horas del día con ella y será mejor que no pretendas estarlo, mi hermana necesita hacer su vida también.


—Ya hago mi vida, Tobías.


—Estamos haciendo nuestra vida —le gruñó Pedro.


—Corrección: ella está viviendo tu vida, que no es lo mismo.


—Tobías, las cosas no son así como las pintas. Tenía planeado seguir con la Fórmula Uno durante toda esta la temporada incluso antes de que esto con Pedro...


—¿Y después? —me espetó Tobías—. ¿Qué harás después? Es que ni siquiera has mencionado una palabra de tus planes desde que has llegado, es como si tu vida ya no existiese.


—Exageras, no es así. Es que todavía no sé qué haré.


—Querías abrir tu propia pastelería.


—Y todavía quiero hacerlo.


—Entonces, ¿por qué aún no me has dicho ni una sola palabra sobre el alquiler del local del que te hablé?


—Porque aún estoy con el equipo.


—No necesitas seguir trabajando para Bravío, Tomas y yo estamos dispuestos a invertir en tu proyecto y te hemos dicho infinidad de veces que puedes venir a vivir con nosotros el tiempo que necesites.


—Paula ya tiene un hogar conmigo en Montecarlo —lanzó Pedro, y los tres nos giramos a mirarlo.


Como los decibelios alrededor de la mesa habían aumentado, Lila tenía cara de preocupación.


—Después de eso, no necesito añadir nada más. —Mi hermano se recostó sobre el respaldo de su silla, cruzándose de brazos.


—Tobías, tú sabes que no es así. Yo aún quiero...


Éste volvió a inclinarse sobre la mesa.


—¿Sabías que Paula tenía planeado abrir una pastelería aquí en Londres? —lo picó.


Pedro lo enfrentó con la mirada.


—Me comentó algo —le respondió, porque sí, se lo había mencionado muy de pasada, sin darle la verdadera importancia que aquel proyecto había tenido para mí hasta antes de conocerlo. 


En este instante ya no estaba muy segura de nada y mis prioridades habían cambiado; ya no tenía ni idea de cuáles eran las que gritaban más fuerte, pero lo que sí sabía era que quería hacer algo de mi vida aparte de seguir a Pedro de aquí para allá después de que acabase mi contrato con el equipo y que, en lo profesional, mi trabajo en la cocina con Suri simplemente no me llenaba, sólo me servía para entretenerme y agotarme. Lo soportaba por los viajes, por el afecto que le había tomado a todo el equipo y, sobre todo, por Pedro.


—Bueno, pues ella también tenía sus propias metas profesionales.


—Pues eso me parece muy bien.


—Es más que eso, Pedro... es lo que debe hacer.


—Alto, Tobías. ¿Lo que debo hacer? Yo hago lo que me da la real gana. Es cierto que tenía un proyecto en mente, pero a veces las cosas cambian. Todo esto del compromiso y mi relación con Pedro me ha cogido por sorpresa; supongo que necesitaré un poco de tiempo para reajustarme a mi realidad.


—Es precisamente por eso, porque ha ido demasiado rápido, y tú simplemente has decidido renunciar a todo por él.


—¡Eso no es así! Sabes que no es así. Tobías, no digas esas cosas, no he renunciado a nada.


—Me gustaría saber si él sería capaz de hacer por ti lo que tú haces por él.


—Tobías, cierra ya la boca —le gruñí mientras Pedro permanecía mudo.


—Tobías, no seas grosero. Éste no es el momento adecuado para que hables con tu hermana de esto.


—Pues yo creo que es el momento ideal, porque dudo de que él tenga intención de renunciar a nada por Pau—apuntó con el mentón en dirección a Pedro—. Yo sólo la veo correr tras él, y eso no me gusta. ¿Qué hará si la deja?


—Basta, Tobías, ya has dicho suficiente —exigí poniéndome de pie.


—Y él continúa sin pronunciar una palabra —protestó éste, poniéndose de pie también.


Pedro se levantó de su silla.


—Me limito a respetar las decisiones de Paula.


—¡Qué conveniente! —resopló mi hermano.


—Tobías, todos hacemos sacrificios por amor. ¿Cuántas cosas hemos sacrificado nosotros el uno por el otro?


—Lo nuestro fue distinto, Tomas, e incluso dudo de que él lo comprenda. Fuiste tú la que me comentó que Pedro tenía problemas con las parejas homosexuales.


No esperaba que mi hermano soltase aquello frente a mi novio. Sí, le había contado, cuando todavía entre Pedro y yo no pasaba nada, que no me habían gustado en absoluto las reacciones que el campeón había tenido frente a
Helena y su novia.


Tomas apretó los labios.


—No he venido aquí para ser el objeto de escrutinio de nadie.


—Pues a mí tampoco me gusta que nadie se atreva a decirme a quién puedo amar y a quién no.


—¡No he dicho ni una sola palabra sobre vosotros! —gritó Pedro, y de inmediato Tomas alzó a Lila de su sillita.


—Por favor, mejor nos calmamos —pidió Tomas.


—Desde que he llegado has estado atacándome —enfrentó Pedro a mi hermano.


—Te he recibido en mi casa del mejor modo que he podido, pese a que no estoy de acuerdo con la relación que mi hermana mantiene contigo, y mucho menos desde que pusiste ese anillo en su dedo. Lo he intentado, he procurado ponerme en el lugar de Paula, escuchar cuando ella dice lo mucho que te ama, lo bien que está contigo, pero, aun así, no puedo comprenderlo y no me gusta.


—¡Tobías! —chillé.


—Lo siento, Pau. Lo del año con la categoría hubiese podido soportarlo; esto, no. Esto no acaba de cuadrarme. No soy mamá, y sabes que siempre te apoyo en todo, pero no creo que tu relación con él sea buena para ti.


—Tobías... —susurró Tomas.


—Lo lamento, sé que prometí que me comportaría, pero no puedo. Ésta es mi hermana y su relación no es como la nuestra.


—¿Por qué?, ¿porque no somos los dos del mismo sexo y no tenemos que luchar para que nos permitan contraer matrimonio o adoptar niños?


—¡Pedro! —le grité, sin poder creer lo que acababa de salir de sus labios.


Tobías se abalanzó sobre la mesa, volcando su copa y haciendo tambalear todas las demás del empujón que le dio al mueble. Entre Tomas y yo conseguimos frenarlo y, por eso, el terrible puño repleto de callos y cortes de mi hermano no golpeó más que el aire.


—¡Lárgate de mi casa en este instante o te juro que no tendrás cuerpo para correr la carrera de Inglaterra!


—¡Tobías! —grité desde lo más profundo de mi pecho.


—¡Amor! —jadeó Tomas, estrechando a Lila contra su pecho.


—No tienes que repetírmelo. Estoy fuera —le contestó Pedro a mi hermano para dar media vuelta y salir del comedor a paso raudo.


—¡Alto! ¡Pedro!


—Deja que se largue. —Tobías ya no forcejeó conmigo ni con la mano de Tomas.


—No tenías que comportarte así.


—No puedo creer que te hayas enamorado de ese sujeto; no puedes estar enamorada de ese sujeto. ¿Acaso no has visto el modo en que nos ha estado mirando a Tomas y a mí todo el rato? ¿La forma en la que ha contestado cuando lo he cuestionado acerca de tus proyectos? Ese tipo no te ama, solamente ama tenerte a su lado como algo más de todo lo otro que tiene.


—Tobías, no digas esas cosas.


—¡No irás a decirme que no has notado cómo nos miraba! Si cada vez que te tocaba, que tú me tocabas, o cuando te acercabas a más de diez centímetros de mí, parecía que iba a darle un ataque. ¡¿Qué hubiese hecho si llegamos a besarnos?!


Tomas permaneció en silencio.


—Es porque no está acostumbrado. No es mala persona, lo pintas como si fuese desagradable, y no lo es —chillé—. Es que estaba muy nervioso por conocerte, Tobías; eres el primer miembro de la familia al que le presento. A Pedro le cuesta mucho estar frente a desconocidos, él simplemente quería caerte bien.


—Pues, a mi modo de ver, no se ha esforzado demasiado por conseguirlo.


—¡Lo has tachado de egoísta!


—¡Es egoísta! —ladró mi hermano, gritando tan fuerte como yo.


—¡No lo conoces!


—¡Y él no te conoce a ti! No tiene ni la más remota idea de a quién tiene al lado.


—Terminad con esto los dos, estáis asustando a Lila.


Al girar la cabeza vi que, de hecho, la cría tenía el rostro escondido en el pecho de mi cuñado.


—Es culpa suya. Él es responsable de esto —apuntó en dirección a su hija —. Y de que tú y yo nos pelemos así. Jamás hemos tenido una discusión semejante.


—Quizá nunca tuvimos un motivo para discutir así, ahora lo tenemos. Amo Pedro, Tobías; nunca he dicho que sea perfecto, no he pretendido jamás tener a mi lado a alguien perfecto, porque yo no lo soy ni me interesa serlo.


—No es cuestión de que deba ser perfecto y lo sabes, Paula. Lo que importa aquí es que ese tipejo no es bueno para ti y probablemente no sea bueno ni para sí mismo. Todas las cosas que me has ido contando de él durante todo este tiempo...


—Sí, no es una persona sencilla, pero tampoco es como tú lo pintas.


Los tres quedamos en silencio.


Retrocedí un paso tras esquivar mi silla.


—Mejor me voy.


—No tienes que irte —susurró Tobías.


Lo miré y di otro paso atrás.


—De verdad que me gustaría mucho teneros allí durante el fin de semana de la carrera... pero si no queréis ir...


Tomas cruzó una mirada con mi hermano y, después, apretando los labios, movió sus ojos hasta mí.


—Os quiero, ya sabéis cuánto; valoro muchísimo todo lo que hacéis por mí, pero lo que haga con mi vida es decisión mía, no vuestra.


—El problema es que ni siquiera parece tu decisión y sí la de él.


Me mordí el labio inferior para evitar contestar a mi hermano.


—Ok —me moví indecisa—, muchísimas gracias por todo. De verdad espero veros allí. Buenas noches.


—Buenas noches, Pau —se despidió Tomas.


Mi hermano permaneció en silencio.





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