sábado, 4 de mayo de 2019
CAPITULO 151
Salí de casa de mi hermano y su familia sin mirar atrás, para encontrarme a Pedro sentado al volante del automóvil, esperándome.
Me acomodé a su lado y él no dijo nada, ni siquiera reaccionó para arrancar el motor.
Pasó más tiempo del que creí que pudiésemos soportar en silencio; de hecho, no lo soporté más. Ese mutismo suyo, su inmovilidad...
Examiné su rostro intentando averiguar si se encontraba mal.
—¿Estás bien? —le pregunté al no poder decidirme.
—Eso supongo. —Movió su mirada azul celeste hasta mí—. No tenía intención de que la velada resultase así.
—Ni yo —le dije después de morderme los labios. ¿No comentaría nada sobre lo sucedido? ¿Debía sacar yo el tema? ¿Sería mejor que lo dejásemos fluir?
—Mejor regresamos al hotel, ¿no?
—Sí —le contesté, y eso fue lo que hicimos.
Pedro pasó el resto de la noche antes de acostarnos, lo que fueron como mucho dos horas, casi en el más completo silencio.
Simplemente llegamos al hotel, nos preparamos para acostarnos, él tomó los medicamentos pautados para la noche, contestó un par de mensajes desde su móvil y apagó la luz de su mesita de noche, mientras yo pasaba una hoja del libro que tenía entre manos.
A la mañana siguiente amanecí sola y no se lo adjudiqué a lo sucedido la velada anterior, pues Pedro se despertaba todas las mañanas muy temprano para entrenar.
El campeón tuvo un martes repleto de compromisos y, como todavía no tenía que trabajar, aproveché para deambular por Londres antes de encontrarme por la tarde con Tomas y Lila para pasear un poco después de la escuela.
Ni Tomas ni yo volvimos a la conversación de la noche anterior. Tampoco Tobías mencionó nada cuando pasamos por su restaurante después de que Pedro me avisase de que le había surgido una cena que no tenía prevista y que no podría comer conmigo; entonces Tomas insistió en que fuésemos a visitar a Tobías y me propusieron invitar a Suri a unirse a nosotros. Fue una noche estupenda. Disfruté de mi hermano y su familia como solía hacerlo y, cuando regresé al hotel después de que mi hermano me dejase allí, encontré a Pedro ya profundamente dormido.
El miércoles nos pusimos los dos en marcha muy temprano. El jueves Pedro se lució otra vez en las pruebas libres. El viernes los dejó a todos boquiabiertos y el sábado, para no romper con su increíble racha de demoler los tiempos de vuelta y récords de la categoría, se quedó con el primer puesto en la parrilla de salida, seguido por Haruki y Martin.
Para esa noche, Pedro y yo volvíamos a ser los mismos de siempre, como si nada hubiese sucedido. Él se mostraba relajado y feliz, tan cariñoso conmigo como siempre, pero aquella normalidad, sin discutir lo que había sucedido, me supo artificial. Me dormí esperando que al día siguiente, cuando volviésemos a reunirnos con Tobías y Tomas, las cosas comenzasen a recolocarse en su sitio otra vez, sobre todo, dentro de mi cabeza. Era imprescindible que
intentase volver a poner en orden mis pensamientos, que decidiese qué quería hacer con mi vida y cómo hacer que, aquello que decidiese, funcionase para todos los involucrados.
Regresé a la cocina después de escaparme un par de minutos para ver a mi hermano y a los suyos, quienes, después de desayunar con todas las familias en las carpas que el equipo había dispuesto entre los juegos para niños y
actividades para adultos, en un campo justo pegado al circuito, llegaron para acomodarse en sus sitios en la tribuna que Bravío había reservado para las familias de los integrantes del equipo.
Después de la carrera habría más actividades: los pilotos saludarían a las familias, tocarían un par de grupos de música, habría sorteos de viajes y una barbacoa final para cerrar el fin de semana.
Al poner un pie dentro, vi a Suri ultimando detalles. Lo teníamos todo listo y era una suerte que luego todos fuesen a comer y a pasarlo bien el día de campo; eso nos había ahorrado mucho trabajo durante el fin de semana, porque un equipo local se encargó del cáterin durante los tres días de ese gran premio.
—¿Y bien?, ¿cómo está la familia? ¿Se divierten? —me preguntó Suri acabando de secar uno de sus cuchillos japoneses para guardarlo en su funda.
—Se lo están pasando genial. Mi hermano dice que todo está muy bien organizado, Lila ha estado jugando con otros niños y Tomas se ha animado a probar el simulador de Fórmula Uno, y también dice que la comida es muy buena.
—Mejor que la nuestra, lo dudo.
Le sonreí y palmeé su espalda.
—Éste no es nuestro fin de semana, déjalos que brillen —bromeé.
—Sí, es un alivio tener menos trabajo. Podremos ver la carrera tranquilos y lo mejor de todo es que, después, podremos unirnos a la fiesta. Me alegra haber terminado ya.
—Tobías y Tomas te mandan saludos; mi hermano quiere seguir conversando contigo, de chef a chef, ya sabes. —Le guiñé un ojo—. Que no te sorprenda si te dice que quiere contratarte para su restaurante. Ah, además preguntaron si les presentarás a tus padres y a tu hermana. Tobías ha comentado que, viviendo todos en la misma ciudad, deberían conocerse.
—Sí, mis padres ya han llegado; me enviaron un mensaje hace un rato. Luego nos reuniremos todos, ¿te parece bien?
—Me encanta la idea.
—¿Has visto al campeón antes de regresar?
Negué con la cabeza.
—Se me hizo tarde y él ya debe de estar concentrado para correr.
Suri hizo una mueca.
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