lunes, 6 de mayo de 2019

CAPITULO 157




Me arranqué la capucha sin que me importase un cuerno despeinarme; todos mis pelos debieron de quedar de punta y, aun así, él continuó observándome con el mismo amor de siempre, sin perder esa dulce sonrisa que iluminaba su rostro.


—Sí. Muy bien. Gracias por esto, Pedro, sé que será increíble. Creo que una parte de mí, desde que tengo uso de razón, desde que empecé a ver las carreras con mi padre, deseaba esto. No puedo creer que vaya a subirme a un Fórmula Uno y que, además, sea con el campeón, y mejor ni mencionar que sea contigo como mi amor.


—Pues yo nunca creí que compartiría el biplaza con mi prometida.


—Pues aquí estamos, haciendo cosas que ninguno de los dos imaginó antes que pudiese llegar a hacer.


—Por eso me siento más vivo desde que estoy contigo, porque hago cosas, siento cosas y experimento situaciones que no creí que viviría jamás. Nunca pensé tener entre manos todo lo que tengo, lo que siento y lo que pienso, ni el modo en que lo hago. Es muy extraño, porque sé que sigo siendo yo, pero, desde que te conozco, soy yo al completo; tú liberaste lo que llevaba dentro de mí que no se animaba a salir, escondido detrás de la capucha ignífuga y el casco. —Se relamió los labios despacio sin apartar su mirada, cálida y un tanto tímida, de mí—. ¿Entiendes lo que quiero decir? Sé que debe de sonar ridículo.


Cogí su mano con mi mano libre.


—No es ridículo, es adorable. Tú eres adorable. Todo en ti es adorable, desde Siroco hasta el Pedro este que eres cuando estamos solos. —Me alcé sobre las puntas de los pies en las zapatillas, que, como las suyas, una era violeta y la otra negra (por superstición, él siempre las usaba así, de modo que yo también iba a hacer lo mismo) y toqué sus labios con los míos—. Te amo, campeón. Eres lo mejor que me ha sucedido en la vida.


Pedro sonrió contra mi boca.


—No puedo creer que lo sea, porque tú eres mucho mejor persona que yo, y yo no puedo mejorarte como tú lo has hecho conmigo al estar a mi lado. El que ha salido beneficiado de esto he sido yo.


Levanté el casco y lo amenacé.


—Si vuelves a decir una estupidez semejante, te golpearé con esto.


Pedro cerró los ojos e hizo una mueca de dolor cuando apenas toqué su crisma con el casco, que sonó a hueco.


—No quiero que jamás repitas nada semejante.


—Como digas, petitona.


—Bien, así debe ser. Ahora, andando: llévame a volar por la pista, Siroco, antes de que entre en pánico y huya del circuito así vestida.


Pedro apretó mi mano.


—No pienso permitir que huyas. Ahora soy tuyo, y tú, mía... y recuerda: en cada cama en la que duerma.


—Siempre contigo, campeón —lo besé otra vez—, incluso cuando nos separe la distancia.


—La distancia jamás podrá con nosotros.


—Así se habla. —Reí tras besarlo.


—Salgamos de aquí entonces, que tenemos a todo el equipo esperándonos. Están todos deseosos de oírte gritar cuando tome las curvas a una velocidad de vértigo y cuando acelere a fondo en la recta. Hay apuestas sobre si podrás salir caminando del biplaza. Te lo advierto, hay quienes creen que no resistirás el paseo. —Le dio otro apretón a mi mano—. Yo sé que mi chica es dura.


—Espero poder demostrártelo. ¿Apuestas?


Pedro asintió con la cabeza.


—Supongo que apostaste a mi favor.


—Y muy fuerte, de modo que, por favor, no entres en pánico.


Me carcajeé.


Llegamos al box de la mano siendo sólo nosotros dos; evidentemente, a la mayoría de los fotógrafos lo que íbamos a hacer les parecía un espectáculo digno de inmortalizar.


Al otro lado de la cinta violeta extendida entre pilar y pilar, unos de pie, otros agachados sobre el suelo de la calle de boxes, la prensa acreditada se desesperaba por captar la mejor imagen posible de los dos juntos.


Procuré ignorarlos, pero resultó un tanto difícil teniendo en cuenta que los flashes impactaron una y otra vez en mi rostro sin piedad.




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