lunes, 6 de mayo de 2019

CAPITULO 158




Mecánicos e ingenieros nos dieron la bienvenida a medida que nos internábamos en el espacio del box.


—¡Siroco... Paula! —exclamó Toto con su gran sonrisa de siempre.


Debajo de la camisa del equipo, su barriga tembló al reír para nosotros.


Pablo, David y el padre de Pedro se dieron la vuelta al vernos llegar. Fue entonces cuando todos se movieron y lo vi: la máquina a sus pies era enorme, tanto más larga que un Fórmula Uno y con un aspecto todavía más impactante.


Un frío, mezcla de pánico y entusiasmo, cargó mis venas, reemplazando mi sangre.


—¡Pero qué bien te sienta el traje ignífugo! —soltó Toto en mi dirección.


Mi mirada se topó con la de Pablo, para que a continuación él me sonriese con timidez.


En ese momento experimentaba tantos sentimientos que no sabía cómo controlar que tenía muchas ganas de encajarme el casco en la cabeza para evitar que se me viese la cara; es que tenía la impresión de que no era dueña de los movimientos de los músculos de mi rostro. ¿Tenía cara de pánico o de felicidad?, ¿acaso había quedado como petrificada?


—Le queda espectacular —convino Pedro con una gran sonrisa de orgullo y amor, al tiempo que me rodeaba los hombros con su brazo para estrecharme contra su cuerpo, sin soltar mi mano; sus dedos continuaban entrelazados a los míos.


—¿Lista para salir de paseo? —me preguntó Pablo.


—¿Te has montado alguna vez en uno?


—Hace un tiempo, pero no conducía Pedro. No sé decir si tuve esa suerte o si me perdí el privilegio —bromeó, y todos rieron.


—¿Y qué tal fue?


—Prefiero continuar siendo director del equipo. —Me guiñó un ojo—. Te irá bien.


Pedro me soltó y caminó hasta uno de los chicos del equipo que estaba siempre allí para ayudarlo con el casco, el HANS y sus guantes; su padre lo siguió. Desde la distancia, vi que había dos HANS, el segundo era para mí.


Continué avanzando hasta el vehículo.


Pablo posó una de sus grandes y pesadas manos sobre mi hombro izquierdo.


A pesar de la contundencia de su cuerpo, su tacto siempre era amable, al igual que su mirada.


—Lo disfrutarás, no temas. Verás que es increíble, a pesar del miedo. —Me dedicó una media sonrisa.


—Queremos ver cuánto tardas en comenzar a gritar —acotó Toto, espoleándome.


—No gritará de miedo, sino de entusiasmo, de felicidad —me defendió Pablo.


—Ojalá así sea —le dije con una sonrisa y, a continuación, me volví en dirección al ingeniero de pista de Pedro—. Y bien, Toto, ¿has apostado a mi favor, imagino?


El alemán abrió los ojos de par en par.


—Qué decepción, Totito, y yo que creía que estabas de mi lado.


—Yo sí he apostado a tu favor —me susurró Pablo; no necesitaba decírmelo, ya lo imaginaba.


—Gracias, Pablo. Entonces, ¿cuántas vueltas tengo que soportar sin vomitar sobre el campeón? —bromeé.


—Entre cinco y diez vueltas —explicó Pablo—. Eso dependerá de ti. Cinco al menos, para que podamos dar un espectáculo que todos puedan fotografiar y grabar.


—Esto quedará para la posteridad —acotó Toto, riendo.


—Eres un cretino, ¿lo sabías? —le dije haciéndome la mala, y el alemán se carcajeó—. Ya verás, tendréis que sacarme de allí dentro a la fuerza. —Apunté con una mano en dirección al interior del coche, que observé por un fugaz segundo; tragué en seco.


—Tan sólo diviértete.


—Eso haré —le contesté a Pablo alzando la cabeza para mirarlo a los ojos.


Pablo se quedó observándome.


—¿Todo bien? —curioseé ante su silencio y su insistente mirada.


Antes de contestar, Pablo comprobó el alejamiento de Toto con la mirada; al alemán se le habían aproximado dos de los mecánicos para enseñarle unos gráficos en una tableta.


—Sí, bien... solamente quería decirte que éste es un evento del equipo y que lo cubre toda la prensa. Tú diviértete igual, ¿de acuerdo? Podríamos haber montado a cualquiera en esa butaca, pero nos pareció que a ti te gustaría la idea.


«¿Nos?», repetí dentro de mi cabeza.


—¿Pedro te ha hablado de los papeles que debes firmar? —añadió.


Asentí con la cabeza. Cuestiones sobre el seguro y otros asuntos legales por subirme a aquella bestia.


—Si no quieres participar...


—Claro que quiero. No hago esto a la fuerza, ni mucho menos. No digo que no tenga un poco de pánico —le sonreí—, pero ¿qué más podría pedir? No me cabe duda de que será una experiencia única.


—Ojalá así sea —exclamó, y a continuación carraspeó para aclararse la garganta—. La gente de relaciones públicas iba a hablarte de esto luego, pero considero que es mejor que te lo diga yo ahora. —El director del equipo se puso muy serio—. Después del paseo tendréis que dar algunas entrevistas.


—¿Entrevistas?


—Sí, pero no serán muchas; sólo con los medios más grandes y con los que nos cubren siempre los eventos.


Y de pronto lo comprendí... cuando Pablo se me quedó mirando en silencio sin parpadear y la piel de su rostro cobró un tono más pálido de lo normal.


—No te preocupes, ya hemos hablado con esos medios. Ella no hará nada fuera de lugar. El equipo de relaciones públicas ya ha advertido a esos periodistas de las condiciones que ha impuesto Pedro para tenerte a ti en la entrevista.


Pedro no me ha mencionado nada...


—Imagino que no quería ponerte nerviosa; no te preocupes. Todos ellos suelen ser muy amables y correctos; además, conocen de sobra a Pedro y saben que con él no se juega. Pedro no es muy tolerante con los que intentan inmiscuirse en su vida privada; si te pasas de la raya una vez, olvídate de volver a entrevistar al campeón. No es por ellos por quienes te lo decía, sino por ella. Mónica es una de los periodistas acreditados. David y la gente de relaciones públicas del equipo ya han hablado con ella. Mónica dijo que se comprometía a hacer su trabajo y nada más.


—Ok. —Moviendo los hombros y la espalda, me sacudí la incomodidad de encima—. No te preocupes.


—No podía evitarlo —añadió con cara de compungido.


—Está bien. —Le sonreí—. Eres un gran tipo, ¿lo sabes?


Pablo resopló una sonrisa.


—Lo digo en serio.


—Si intenta pasarse de la raya contigo, yo mismo la mataré, no te preocupes. —Pablo se inclinó sobre mí—. Jamás me cayó muy bien que digamos y ésa será mi excusa.


—Eres adorable.


Pablo me giñó un ojo.


—Lo sé, pero no vayas diciéndolo por ahí, que luego todos creerán que soy muy blando y ya no podré dirigir el equipo. Suficiente me cuesta mantenerlos a todos en orden en condiciones normales.


Reí.


—Lo juro; a veces es como un gran grupo de adolescentes en viaje de vacaciones por el mundo.


—Si son todos muy disciplinados.


—Actúan cuando tú estás presente —replicó con una sonrisa.


—No te creo. —Reí.


—Lo juro, me siento el padre de todos ellos. Es agotador.


—Yo no te veo como mi padre.


—¡Qué alivio!


Nos quedamos mirándonos en silencio.


—Gracias por permitirme esta oportunidad.


—De nada, te lo mereces y, además, tu paso por la categoría no estaría completo sin un paseo así. No quería que te perdieras la oportunidad de vivirlo.


—Pues intentaré disfrutarlo al máximo sin vomitar sobre Pedro o entrar en pánico.


Pablo me regaló un poco más del sonido de su risa y entonces regresó Pedro con su ayudante, quien cargaba el HANS para mí. Pedro llevaba el suyo.


—¡Todo listo, niños! —soltó Toto, desbordando entusiasmo.


—¡Magnífico!


—¡Eyyyy! Allá vamos —bromeé alzando los brazos, para sentir inmediatamente, sobre mi perfil derecho, una tormenta de flashes.





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