jueves, 9 de mayo de 2019

CAPITULO 168




Cenamos en la cama una pasta con vegetales que preparamos entre los dos y no pudimos contenernos y volvimos a hacer el amor, esta vez en nuestro lecho.


Mirando el techo, con los reflejos de la terraza y Mónaco allí, esperé a que su respiración se tornase más lenta y pesada, evidencia de que dormía profundamente, para escapar de la cama dirección al ordenador. Estuve hasta bien entrada la madrugada tomando notas, haciendo dibujos, creando menús, buscando recetas y proveedores de los productos que necesitaríamos; también me perdí viendo fotografías de casas de antigüedades en las que busqué objetos para la decoración. Divagué entre proveedores de utensilios para la restauración, mirando vajillas, mobiliarios, neveras con expositores y un millar de cosas más.


Me entretuve tanto que, justo cuando me tendí otra vez sobre la cama, me percaté de que el alba estaba a pocos minutos de distancia.


El despertador de Pedro nos levantó a ambos.


Como tenía unas ojeras que me las pisaba, ya que apenas había dormido un par de horas, Pedro me preguntó si me sucedía algo y yo no tuve el coraje de decirle que me había desvelado buscando cosas para el negocio, porque no tenía ni idea de cómo encarar la conversación sobre aquel asunto con él.


Aproveché que Pedro tenía un almuerzo laboral, un compromiso de trabajo, para volver a hablar con Tobías sobre la pastelería y, después de eso, dormí una buena siesta, pero antes me puse una alarma; no quería que Pedro regresara
y me encontrase durmiendo. De hecho, cuando me desperté, recibí un mensaje suyo en el que me avisaba de que se retrasaría, por lo que me metí en el gimnasio un par de horas para descargar la tensión.


Esa noche tuvimos una cena.


Al día siguiente, él fue, en compañía de su preparador físico, al hospital para una revisión completa.


Los días hasta la carrera de Italia pasaron entre compromisos y entrenamientos, entre correos a escondidas con mi hermano.


Pedro, a pesar de que casi todo el público coreaba los nombres de los pilotos del equipo rojo, ganó una carrera de verdadero lujo en Italia. Su victoria fue tan espectacular que todos los que estaban allí para apoyar al equipo rojo se pusieron en pie para aplaudir su trabajo cuando la bandera a cuadros cayó frente a él.


Con tanta diferencia de puntos y ganando tantas carreras de un modo tan rotundo, el rostro y el nombre de Pedro comenzaron a aparecer por todas partes, no solamente en la prensa especializada en el automovilismo. Todo el mundo hablaba de él, de sus campeonatos, de lo que podía llegar a lograr dada su juventud, de su fortuna, de su fama, de su genio, incluso de sus mujeres: de Mónica, de mí.


Andando por la calle, me topé con mi cara en la portada de varias revistas, así como en programas de esos que siguen la vida y milagro de los famosos.


También comenzó a correr el rumor de que harían una película sobre la vida de Pedro; ya se barajaban varios nombres de actores muy conocidos que podrían interpretarlo a él en la gran pantalla. También oí que algunos especulaban con que Pedro escribiese su biografía; otros decían que, después de ese año, dejaría la categoría; otros, que se compraría su propio equipo.


En resumen, para bien o para mal, Pedro estaba en boca de todos.


Agradecí largarnos rumbo a Singapur para la siguiente carrera; al menos allí no entendería lo que decían los periódicos y la televisión.


Llegamos juntos a aquel país unos cuantos días antes que el equipo, para que él consiguiese aclimatarse mejor al cambio horario.


Aprovechamos esos días para pasear un poco y conocer el lugar.


Pedro estaba de muy buen ánimo, de excelente humor y ciento por ciento concentrado en el campeonato. Como nunca había sucedido, se pasó casi todo el tiempo hablando del coche, de las charlas que había mantenido con Toto y los ingenieros, de lo que opinaban todos sobre cómo sería la carrera.



Y lo que fue la carrera..



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