viernes, 10 de mayo de 2019
CAPITULO 170
Si creía que ya nada podría sorprenderme, frente a mí apareció Malasia; especialmente, Kuala Lumpur, con su sofisticado urbanismo y sus alrededores rurales, que todavía mantenían la inocencia de las granjas. El país, con sus playas, sus templos, el mercado de pulgas, sus comidas exóticas y su gente amable y deseosa de que te enamorases de su país y de su cultura, era increíble.
No debían esforzarse demasiado para que eso sucediese.
Incluso, en un parpadeo, amé el circuito de Sepang.
Como en Singapur, los pilotos realizaron pruebas libres a partir del viernes. Pedro lideró las dos sesiones de aquel día y las del sábado temprano.
En ese momento, con Suri, nos acomodamos frente al monitor a verlas mientras le dábamos unos últimos toques a lo que serviríamos más tarde y al día siguiente.
Estaba más ansiosa de lo normal, pero no por Pedro; el campeón estaba confiado de que conseguiría quedarse con la pole position y dudaba de que nadie creyese que sería de otra manera. Media hora atrás, durante la escapada que había hecho al box, Pedro me había comentado que confiaba en su coche y en sus mecánicos e ingenieros, que el vehículo había funcionado de maravilla, que éste se deslizaba por la pista con suavidad y que la pista estaba estupenda.
Cuando volvía hacia la cocina de regreso, me tope con Haruki y Helena, los dos conversado en voz muy baja en el pasillo que daba a la parte posterior de los boxes. Helena tenía una de sus manos sobre el hombro de Haruki, mientras éste, con la cabeza gacha, negaba.
Vi a Haruki, roto, pasarse una mano por el rostro y la frente para, a continuación, internar sus dedos en su cabello negro azabache.
En los últimos días, la cara del japonés insistía en ponerse más y más sombría.
Helena fue la primera en notar mi llegada. Al alzar la vista hacia mí, me demostró que no esperaba verme y que quizá no era buen momento para que apareciese por allí, más precisamente frente a Haruki.
Tuve la consistente impresión de que interrumpía un instante que no me pertenecía.
—¿Todo va bien? —pregunté. No me importaba si mi presencia era inoportuna, ver a Haruki así me preocupaba. En ese mundo del motor, dudaba de que existiese alguien tan zen como el piloto nipón de Bravío y, en este instante, Haruki era dominado por sentimientos o preocupaciones que le daban cierto temblor e inquietud a sus manos y un toque esquivo a su mirada.
—Claro que sí —contestó Helena, dedicándome una sonrisa que contenía cero por ciento de convicción.
—Haruki, ¿estás bien?
—Ahh... sí, sí, claro. —Esa vez sus dos manos arrasaron con su cabello.
—¿Seguro? ¿Te sientes bien? ¿Quieres que te prepare té? —Noté que su frente estaba sudada—. ¿O quizá prefieres algo fresco? Puedo conseguirte una gaseosa; aquí hace mucho calor y vosotros, con esos trajes, sudáis a mares. — Haruki llevaba el mono ignífugo con la parte superior anudada a la cintura por las mangas; aun así, llevaba puesta la camiseta ignífuga, lo que era abrigo de sobra para la temperatura que hacía.
—No, no hace falta, no te preocupes. Solamente estoy preocupado por la puesta a punto del vehículo, pero todo está bien.
Últimamente Haruki y su coche no estaban de buenas. El día anterior se había ido de pista dos veces; de una salida consiguió recuperarse, pero de la siguiente no, y por eso se perdió el resto de las pruebas libres, lo que dejó muchas caras largas en el box del equipo. Su día no iba mucho mejor; más temprano había hecho un tiempo excelente, uno que bajó con una notable
diferencia el ritmo que por ese entonces llevaba Pedro, pero luego Haruki cometió un error y se salió de pista una vez más, para ya no poder regresar durante el resto de la prueba. Tenía entendido que el monoplaza no se había dañado demasiado, pero, por lo visto, el suceso sí había minado la moral del japonés. Pedro, al final, había logrado bajar el ritmo de vuelta de su compañero de equipo.
—Ánimo —le dijo sujetándolo del hombro que le quedaba libre—. Verás como todo saldrá bien. Si ayer conseguiste ese tiempo excelente, seguro hoy podrás igualarlo. Confía en el equipo, todo saldrá bien.
En vez de contestarme, Haruki se había quedado mirándome en silencio, al igual que Helena.
No necesité la confirmación de que no eran ideas mías cuando deduje que algo malo sucedía allí.
Al final desistí en mis intentos, por no sentirme fuera de lugar entre ellos dos, y me largué; de cualquier modo, era completamente cierto que tenía trabajo que hacer.
La historia no murió allí. Como en cualquier otro lugar de trabajo, donde corren rumores, la gente habla, a veces sin saber, en otras ocasiones
esparciendo por ahí novedades que se supone que nadie debe saber... eso mismo fue lo que sucedió. Justo a la salida del box estaban dos chicos, un joven piloto de pruebas norteamericano de uno de los equipos de final del pelotón y un piloto australiano que solía mostrar siempre una enorme sonrisa por todas partes, esparciendo su buen humor.
—Haruki quizá se quedará sin equipo la próxima temporada; todavía no le han renovado el contrato en Bravío —le comentaba el norteamericano al australiano.
Fingiendo que miraba algo en mi móvil, me detuve a mitad de camino a la sombra del atardecer, justo a unos metros de ellos.
—Esperaban más de él esta temporada. Imagino que, si lo comparan con el campeón, no le será fácil alcanzar ese tipo de logros; eso sin contar con que tiene al campeón como compañero de equipo. —El norteamericano se detuvo y resopló—. Bueno, en realidad eso no es un compañero de equipo, es como tener al enemigo en casa.
—Qué más quisiera yo que tener ese enemigo en casa; correr para Bravío le brindaría a cualquiera oportunidades únicas. Ellos son los que lideran el campeonato desde hace siglos, son quienes desarrollan la mejor tecnología, los que tienen los mejores ingenieros y mecánicos, y, en parte, son eso porque tienen a Siroco.
—Sí, pero con Siroco en el equipo jamás podrías ganar; eso es lo que le pasa a Haruki. Siroco lo quiere lo más abajo posible. Debe de estar boicoteándolo y no sólo en lo referente a la puesta a punto y eso, también en lo moral. ¿Le has visto la cara al japonés? Ellos dos ni se hablan ya. Bueno, el campeón no habla con nadie que no sea de su entorno más cercano. Helena no lo admitió en voz alta, pero también tiene problemas con él.
El australiano asintió con una mueca que a mí me provocó que se me agudizase la punzada en el estómago. Pedro había renovado su contrato con el equipo antes del fin de la primera mitad de la temporada; normalmente, ésa era la época en que todos los pilotos y equipos planificaban sus integrantes para el próximo año.
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