domingo, 12 de mayo de 2019
CAPITULO 176
Los dos automóviles estaban rueda con rueda y detrás de ellos, muy cerca, Martin, atento y a la espera de que alguno de los dos cometiese un error.
El vehículo de Pedro se lanzó hacia delante.
Aceleró un poco más y entonces la mitad de su coche se colocó por delante del de Haruki. No estoy segura de si Pedro se mantuvo así, en esa posición con respecto a Haruki, a propósito o si simplemente sus dos monoplazas eran muy similares en potencia. Pasaron en ese estado por delante del pit wall de Bravío y entonces Pedro se catapultó a sí mismo, directo a la primera posición, pasando por delante de Haruki, cambiando del lado sucio de la pista al limpio.
La distancia, que era nada, explotó a la más contundente y las tribunas se pusieron en pie para vitorear al campeón.
«Ok —pensé volviendo a respirar—. No es la mejor situación, pero lo ha pasado y ambos siguen en la pista. Pedro tiene un coche mejor y...»
Haruki y Martin entraron en la chicana en la que desembocaba la recta principal. El automóvil de Haruki se movió, denotando los nervios del japonés. Martin amenazó con pasarlo. Haruki dudó; sin embargo, logró conservar su segundo puesto. Martin lo intentó una vez más; un poco tarde, Haruki procuró cerrarle el paso al brasileño. Por poco se tocan, pero Martin,
que iba con la cabeza más fresca y probablemente con el cuerpo mucho menos cargado de tensión que Haruki, reaccionó a tiempo para apartarse un poco y no terminar con su automóvil dañado.
A pesar de contenerse, Martin no era tonto y la competición no había concluido; así fuese él el más bueno entre todos los buenos, ésa era una carrera y, como solía decir Pedro, el que no llega en primer puesto es el primero que pierde. El carioca no iba a regalarle la posición a Haruki. Le enseñó su bólido por todas partes, no de un modo tan despiadado como Pedro, pero haciéndole saber que estaba dispuesto a luchar por quedarse con la segunda posición.
Perdí la noción de en qué parte del circuito estaban, porque Pedro había desaparecido de la transmisión y, según decían los comentaristas, no hacía otra cosa que ganar segundos a su favor.
Sucedió muy rápido y no pensé que finalizaría de ese modo. Martin le enseñó sus neumáticos delanteros a Haruki y pisó el acelerador. Así, pegados el uno al otro, llegaron a la curva y la pasaron, entraron en un tramo recto y, entonces, el brasileño aceleró todavía más. No sé lo que hizo Haruki, pero sí que Martin no lo tocó. El japonés salió de la pista para pisar el trozo de asfalto sucio que había a un lado, Martin se adelantó algo así como un metro, Haruki tocó el pasto intentando regresar al trazado y, en ese instante, la parte trasera de su vehículo coleó y se ladeó. A toda velocidad, el coche se levantó del suelo y, de cola, salió volando contra la pared que daba a la tribuna. Lo vi como en
cámara lenta, pero no porque hiciesen algo desde la transmisión, sino porque
sabía que mi amigo acabaría estampándose contra el muro. El monoplaza giró un poco más, en el sentido de las agujas del reloj y, rebotando contra el pasto, se rompió, perdiendo un neumático; luego fue directo, sobre su parte frontal derecha, a chocar contra el muro. Voló el alerón delantero, las dos ruedas delanteras, tierra, polvo, miles de trozos. El golpe fue duro, demasiado duro, y en un lugar en el que nadie esperaba que un monoplaza fuese a impactar jamás.
Lo siguiente que mostraron las cámaras fue a todos los componentes del equipo saltar de sus sillas para agarrarse la cabeza. A continuación aparecieron alrededor de Haruki una docena de oficiales de pista. El japonés continuaba en su habitáculo. Todavía flotaba polvo a su alrededor.
La gente en la tribuna frente a él estaba toda de pie, y muchos de los espectadores comenzaban a bajar para ver al piloto a través del altísimo enrejado.
Un frío glacial me recorrió la columna de arriba abajo. La cámara se centró en Haruki, en su caso. No se movía y sus manos no estaban sobre el volante.
—¿Suri? —jadeé.
—Estará bien, estará bien —me contestó poniéndose en pie.
Los dos juntos vimos a Pablo salir corriendo el pit wall hacia el interior del box.
En la pista apareció el safety car. Tras éste, una ambulancia.
No estaba bien, Haruki no estaba bien.
El automóvil con los médicos de la categoría fue el primero en llegar; vi salir corriendo a sus ocupantes en dirección al nipón, uno de ellos con un maletín de primeros auxilios en la mano.
—Mierda. —Todo mi ser se echó a temblar.
La transmisión captó a Pedro pasar por delante de la zona del choque, ya a marcha reducida porque, a unos metros, sobre la recta principal, lo esperaba el safety car.
Nadie tocaba a Haruki.
La ambulancia apareció sobre la pista, trepó al pasto y se detuvo a un lado del coche plateado de los médicos.
El tiempo hizo eso raro que hace, eso que se supone que no debe hacer, según dicen todas las leyes de la física, y se deformó para hacernos sufrir a todos los que estábamos pendientes de la salud de Haruki.
Aparecieron las mamparas de la FIA, con las que nos impedirían ver lo que sucedía tras ellas.
Sólo pude divisar muchas cabezas y gestos preocupados alrededor de nuestro amigo.
Toda la escena me recordó a un momento espantoso de mi vida, a cuando mi madre me informó de que un camión había embestido el coche de Tobías... aquel camión que se había incrustado en su automóvil justo por el lado del conductor.
Mi hermano había salido vivo del accidente de puro milagro y, en cuanto llegamos al hospital, nos dijeron que no creían que fuese a sobrevivir esa noche.
Los recuerdos de verlo a través del cristal de cuidados intensivos, conectado a un respirador, con vías por todas partes, enchufado a media docena de máquinas, con la cabeza vendada, con la cara completamente amoratada e hinchada, con brazos y piernas rotas, con su pecho recién operado... aparecieron en mi mente.
Aquel recuerdo y ese momento se fusionaron y sentí que mi cuerpo no sería capaz de resistirlo.
Todos mis músculos se aflojaron. Jamás le dije a Pedro que dejé de ver Fórmula Uno cuando Tobías se accidentó, y a mí misma me dije, desde mi primer día de trabajo con el equipo, que allí esas cosas no sucedían, que los accidentes graves se daban muy de tanto en tanto, casi nunca... casi.
Apartaron las mamparas y aparecieron los médicos cargando a Haruki en una camilla, sin su casco, con un collarín puesto. Vi que uno de los facultativos tenía los guantes sucios de sangre. Todos se movían con prisas.
El comentarista dijo que tenían listo el helicóptero para hacer el traslado al hospital.
Metieron la camilla en la ambulancia y, marcha atrás, ésta salió del trazado por una vía de escape que habían abierto mientras lo atendían.
El coche de los médicos se fue tras ellos.
Pablo no regresó al pit wall y, en el box, vi a Érica y a Helena, ambas con los ojos cristalinos, hablando la una a la otra. El box ahora ya no parecía una escena de los Montesco y los Capuleto, sino un mar de angustia.
—¿Podemos... podemos llamar a alguien para saber cómo está?
—No creo que sepan nada todavía —me contestó Suri.
—El safety car se retirará en la próxima vuelta —anunció el comentarista.
Éste se fue de la pista y, en cuanto pasó de la línea de meta, Pedro volvió a acelerar a fondo y ya no paró de poner distancia entre él y Martin.
No pude prestarle más atención a la carrera.
Lo último que supimos de Haruki fue cuando mostraron el helicóptero alzando el vuelo.
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