lunes, 13 de mayo de 2019
CAPITULO 180
El camino al hotel fue demasiado silencioso y tenso.
Fuimos directamente a hacer muestras maletas, porque en un par de horas debíamos partir rumbo a Japón.
Ni siquiera de camino al aeropuerto Pedro soltó una palabra sobre que Helena reemplazaría a Haruki en su monoplaza.
En el avión, se quedó dormido, y yo pasé un par de horas con los ojos abiertos de par en par, mordiéndome las uñas.
Nuestra llegada a Japón fue un auténtico caos.
Ésa era la tierra natal de Haruki y, por lo visto, allí había mucha gente que no tenía la más mínima intención de darle la bienvenida a Pedro; personas que creían que su actitud, antes de sobrepasar al japonés, había sido en parte responsable de que se desconcentrara, de que se pusiese nervioso para, finalmente, chocar contra la pared a casi trescientos kilómetros por hora.
Si bien Haruki mejoraba, la noticia de su accidente estaba todavía muy fresca, más todavía la de su reemplazo al volante por Helena.
Al llegar al hotel, nos encontramos con una multitud de personas que le pedían autógrafos y otras que lo abucheaban. Pedro pasó por delante de todos ellos sin ni siquiera mirarlos. Podía parecer indiferente a lo que lo rodeaba; sin embargo, yo lo conocía lo suficiente como para saber que, debajo de aquellas capas de hielo y hierro que él pretendía mantener sobre su piel, había una persona al límite, alguien que ya no tenía sangre corriendo por las venas, sino mucha presión. En las facciones ocultas detrás de un rostro tenso había cansancio e incluso un poco de miedo.
La categoría volvió a asaltar todas las conversaciones, invadiendo el circuito de Suzuka.
Todos volvimos al trabajo; eso incluyó a toda la prensa que seguía la categoría y que, en ese momento, tenía sus ojos con la mirada muy fija en el equipo Bravío, y no solamente por lo sucedido con Haruki, sino por la presencia estable de Helena en el box, en los eventos del equipo, en las ruedas de prensa, en las presentaciones, en las reuniones con los ingenieros, en el comedor, en la autocaravana que hasta entonces había ocupado Haruki.
No era un secreto para nadie que Pedro y Helena apenas se dirigían la palabra.
Cuando a Pedro le preguntaron por ella en una entrevista que dio en mitad de la calle del paddock, contestó que no tenía nada que comentar al respecto, que él estaba allí para ganar el campeonato sin importar a quién tuviese de compañero de equipo, que su trabajo y sus motivaciones no se veían afectadas en lo más mínimo por la persona que estuviese al volante del segundo monoplaza de Bravío.
El mismo periodista también le preguntó por Haruki, y Pedro contestó que tampoco tenía comentarios que hacer al respecto.
Así, como esa entrevista, fueron todas las que oí o presencié dentro y fuera del circuito en los días previos a las pruebas libres del viernes.
Pedro contestaba con palabras distantes, con gestos fríos. Lo único que hacía era repetir que él tenía su mente centrada en el campeonato, en las carreras que le quedaban por correr.
Helena, por su parte, declaró en las entrevistas que, a pesar de que le entusiasmaba correr el resto de las carreras que le quedaban a la temporada, hubiese preferido que fuesen otras las circunstancias y que, si bien su modo de
conducir era muy distinto al de Haruki, esperaba poder hacerle honor al espacio vacío que él había dejado durante ese tiempo en el que le costaría recuperarse. También comentó que sus intenciones eran, simplemente, ganar más experiencia para poder continuar utilizándola el año siguiente en su trabajo como piloto de pruebas para el equipo, para lo que ya había firmado un contrato.
Del futuro de Haruki dentro de Bravío nadie decía ni una palabra y, pese a que el equipo confiaba en tener muy buenos resultados también allí, la tensión era palpable en los silencios en el box, en las conversaciones de oído a oído y por los rincones, en la cara de preocupación de Pablo y en las idas y venidas de los ingenieros, de la gente de relaciones públicas del equipo y en la llegada al circuito del dueño de Bravío, que no hizo más que comentar escuetamente lo mucho que lamentaba el accidente de Haruki, lo entusiasmado que estaba por el campeonato de Pedro y lo confiado que estaba respecto a que Bravío se quedaría, otro año más, con el campeonato de constructores.
Mientras trabajábamos a toda máquina, el monitor instalado en nuestra cocina nos permitía seguir de cerca lo que sucedía en el circuito y, sobre todo, en el box de Bravío, que por lo visto ese fin de semana parecía ser poseedor de un atractivo especial, pues el realizador de televisión no hacía más que mostrarlo una y otra vez, tanto si Pedro y Helena estaban allí como si no.
En la pista parecía que tampoco había más pilotos aparte de ellos dos.
Comparaban sus tiempos de vuelta, la forma en que tomaban las curvas, el modo en que movían sus manos sobre el volante o sobrepasaban a otros pilotos más lentos...
Las cámaras también seguían muy de cerca a Pablo, demasiado de cerca; si es que casi daba la impresión de que querían adivinar sus pensamientos entre parpadeo y parpadeo, o leerle los labios cada vez que se llevaba el micrófono, que colgaba de sus auriculares, a la boca.
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