martes, 14 de mayo de 2019
CAPITULO 182
Empujé la puerta y suspiré aliviada de estar por fin en lo que, al menos por estos días, llamaba hogar. La habitación era inmensa y muy confortable; demasiado impersonal, pero quedaba fuera de la vista de ojos curiosos y allí estaba él, todo lo que yo necesitaba para olvidarme del cansancio.
Tenía ganas de abrazarlo, de besarlo, de inspirar profundamente su perfume, de proponerle que nos largásemos los dos muy lejos de allí, a vivir otra vida, a un largo descanso, a ser solamente nosotros y nada más.
Cerré la puerta y me arranqué las zapatillas deportivas nada más dar un paso.
Solté mi bolso y mi abrigo sobre uno de los sillones.
—¿Pedro?
Había unas pocas luces encendidas a mi alrededor; sin embargo, lo que más brillaba eran las luces y el paisaje nocturno al otro lado de los cristales de las ventanas.
—¿Pedro? —repetí, alzando un poco más la voz.
—En la habitación —contestó.
No necesitaba decir ni una sola palabra más para que yo captase que no estaba de buen humor.
Procuré armarme de valor y paciencia. Él necesitaba compañía, apoyo, aflojar las tensiones y descansar para la clasificación del día siguiente.
Desde la puerta, lo vi en la cama, con su Mac sobre las sábanas; estaba sentado, cruzado de piernas, inclinado hacia delante mirando la pantalla.
A los pies de la cama había una bandeja con los restos de su cena; sobre la mesita de noche, el estuche y el resto de sus medicinas.
Fui hasta él. Desde el borde del lecho, lo abracé y le di un beso en la coronilla. Se había duchado y olía a su champú.
—Hola —susurré—. Hueles muy bien. —Inspiré hondo sobre su cabello una vez más—. Tenía tantas ganas de verte... —Pedro no reaccionó a mis palabras lo más mínimo. Me aparté un poco de él—. ¿Qué miras? —le pregunté, apoyándome en su hombro para espiar en dirección a la pantalla del Mac.
—Un foro de discusión sobre los pilotos de Fórmula Uno. —Hizo una pausa—. Alguien entró y preguntó si alguien sabía dónde vivían los pilotos de la categoría. Mira esto. —Con un dedo apuntó la pantalla—. «Pedro vive en su fortaleza helada de soledad» —leyó—. «Pedro no vive en ninguna parte; al final de cada carrera es empaquetado y enviado a fábrica para su reparación para la próxima carrera. Los comisarios se turnan para llevárselo a su casa, ése es el pago que él les da porque todos se pongan a su favor.» —Dijo esto último con los dientes apretados.
Por lo visto el día iba de mal en peor.
—Pedro, no les hagas caso. Esas cosas las escriben personas que no tienen nada que hacer con sus respectivas vidas; es gente que usualmente no tiene el valor de luchar por nada... y no tiene otra cosa que hacer que hablar de los demás. No les hagas caso.
—No tienen ni idea de cómo es mi vida —gruñó cerrando el Mac de un golpe.
—Por eso mismo, porque no tienen idea de cómo es tu vida, de lo que sacrificas a diario, de lo que te ha costado llegar hasta aquí, y, aunque lo supiesen, no lo han vivido, de modo que jamás lo comprenderían. No te amargues por eso.
—Me amargo porque esa gente es parte del público que asiste y ve las carreras por televisión. Yo no les pago nada a los comisarios para que estén de mi lado, nos juzgan a todos por igual. No me dan un trato especial y ¡no hago trampa! En Bravío ni siquiera hay órdenes de equipo. Yo no necesito que nadie me facilite las cosas para ganar, y eso sería lo último que desearía. Odio que piensen que lo que tengo es porque alguien me lo ha regalado. —Se puso en pie saltando de la cama—. Me dejo la vida en cada carrera, literalmente lo hago. Mi carrera no es falsa; he dado cada paso para llegar hasta aquí y no ha sido fácil. Tuve que aprender a golpes todo lo que sé, y jamás he robado información a nadie ni he ido por detrás de nadie para socavar su posición. Si he llegado donde he llegado ha sido a base de esfuerzo, de sacrificio. ¡No ha sido suerte! ¡Tampoco porque yo sea una máquina! ¡No soy una puta máquina!
—Pedro, déjalo ya. No tienen ni idea, no saben de lo que hablan; además, es tu trabajo... Ahora estás aquí, no pienses en la carrera hasta mañana. Procura relajarte, pensar en otra cosa.
—¡No lo entiendes! —gritó interrumpiéndome—. Esto es lo que hago, lo que soy.
—Lo sé, por eso mismo. Ellos no tienen ni idea, ya te lo he dicho; es que simplemente hay mucha gente enfadada. Los últimos días...
—¡¿Enfadada?! —bramó impidiéndome terminar la frase.
—Por lo que ha sucedido con Helena. Déjalo estar, siempre habrá alguien que someta a riguroso escrutinio tu vida, que le dé cientos de vueltas a cada una de tus palabras.
—¡No tienen ningún derecho!
—Pedro, no te pongas así.
—Todo esto es culpa de Helena o, peor aún, de su novia. Seguro que les ha faltado tiempo para salir por ahí a hablar de mí.
—Amanda no haría tal cosa y lo sabes, ninguna de las dos. Helena quiere lo mejor para el equipo y todo lo que se ha estado diciendo estos días daña a Bravío, no solamente a ti. No puedo explicar lo de hoy, pero sin duda no ha sido algo que ella quisiera; es más, es probable que Helena sólo aceptase de sus ingenieros la sugerencia de los cambios que les pasaron, ni siquiera debía de saber de dónde provenía la información.
Pedro resopló fastidiado.
Intenté acercarme a él, pero se alejó de mí.
—No la defiendas.
—Pedro, no defiendo a nadie. Simplemente no les prestes atención, ¿quieres? Olvídate de ello y no vuelvas a entrar en esos foros, no sirve de
nada. No leas las cosas que escriben. No escuches a nadie. Haz lo que te gusta, disfrútalo. Vive tu vida por ti, no por los demás o por lo que puedan decir.
Pedro me lanzó una mirada de odio.
—¿Por qué me miras así?
—Estás de acuerdo con toda esa gente. —En un movimiento parecido a un latigazo, su mano me señaló el Mac.
—Yo no estoy de acuerdo con esa gente, Pedro. Sé que no eres una máquina y que tampoco eres de hielo.
—Seguro que estás enfadada por lo que he dicho de Helena. Supongo que lo has visto, ¿no? No hacen más que pasarlo una y otra vez por televisión. Incluso han subido el vídeo a YouTube.
—Eso no te lo niego. Tu comentario ha sido ridículo y sexista. Me ha molestado y me molesta que creas que una mujer, por ser mujer, no es suficientemente buena como para correr en la categoría.
—¡Ahí lo tienes!
—¡Oye, deja de gritarme así! No he sido yo la que ha escrito esos comentarios, y no quiero volver a discutir contigo por lo de Helena. Tú tienes tu opinión y yo, la mía. Me fastidia que te asalte esa vena machista; sin embargo, me niego a reñir contigo otra vez, menos aún en este momento, cuando tan alterado estás, cuando tan tensa es la situación.
—Estoy alterado porque ni siquiera tú me apoyas.
—No digas estupideces, claro que te apoyo. No con lo de Helena, pero sí con todo lo demás. Me gustaría partirle los dientes de un puñetazo a la gente que escribe esas estupideces, pero no valen la pena.
—Todo esto es culpa de Haruki. Debió de tener más cuidado.
—¡¿Culpa de Haruki?! Pedro, no digas gilipolleces... Haruki no chocó para complicarte la vida. Fue un accidente.
—Él no estaba lo suficientemente concentrado en su trabajo.
Resoplé fastidiada.
—Sí, Pedro, esto es lo que nos sucede a los seres humanos: no somos perfectos y, a veces, cometemos errores.
—¡No puedes cometer errores en la Fórmula Uno, ya te lo expliqué!
—Ok, Pedro, creo que es momento de que cortemos la conversación aquí. Tu mal humor es demasiado evidente y no quiero que acabemos teniendo...
—¿Teniendo una discusión sobre algo que obviamente no comprendes?
—Suficiente, no pienso decir una palabra más. Cuando te calmes, si quieres, hablamos. No ahora, no contigo así, buscando a alguien con quien descargar tu mala leche y toda la tensión que llevas dentro.
En vez de contestarme con palabras, Pedro me contestó dando un portazo al salir del cuarto.
Fui tras él.
—¡Pedro!
Otro portazo suyo, esta vez para salir de la habitación.
—Pedro, no te vayas —grité corriendo en dirección a la puerta, de la cual tiré para abrirla y ver que las puertas del ascensor se cerraban a sus espaldas.
Mis hombros cayeron rendidos.
Lo dejé marchar.
En algún momento de la noche, cuando apenas empezaba a conciliar el sueño, él llegó a mi lado y me abrazó; luego besó mi cuello, pidiéndome perdón. Me dijo que me amaba y se acurrucó a mi lado. Así, juntos, nos quedamos dormidos.
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