martes, 14 de mayo de 2019
CAPITULO 183
Pedro lideró las pruebas libres del sábado y demostró por qué, a pesar de todo, era el líder de la categoría.
Helena fue muy rápida, mucho más que el resto de los pilotos, pero fue Pedro el que se despegó por completo del pelotón, demostrando que, si lo empujaban a rendir más, él podía dar más.
Allí estuve con él, cuando regresó de marcar su pole, porque Érica me había avisado de que Pedro había pedido verme en cuanto se bajase del automóvil.
No pude decirle que no y me alegré de no haberlo hecho, de decidir estar allí para él, pese a que lo primero que pensé cuando Érica me llamó fue que ése era uno de los caprichos del campeón.
Supe que algo no iba como siempre cuando Pedro descendió de su coche y su único festejo fue abrazarse con Toto para luego darse la vuelta en dirección a las cámaras para no hacer más que alzar un puño en alto.
El campeón ni siquiera sonrió.
Sus ojos me buscaron y, cuando me encontró, vino hasta mí, para pegar su cuerpo al mío, con el vallado de por medio. No me besó, no hubo pasión, sino un abrazo sentido, uno que demostró una necesidad que yo pensé que ya no tenía, una que creía haber cubierto.
Una espantosa sensación de desasosiego se apoderó de mí.
Pedro se aferró a mi camisa y yo, a su traje ignífugo.
Oía los flashes rodearnos, las preguntas de los periodistas caer sobre nosotros... Aparté todo aquello a un lado.
—¿Te encuentras bien? —le susurré al oído.
—Si yo soy el viento, tú eres una tormenta de azúcar. Una tormenta que me atrapó, en la que quedé en medio sin saber hacia dónde huir. No me molesta haber quedado envuelto y perdido en ti, porque te necesito y no me cuesta admitirlo. El problema es que continúo perdido. —Pedro me estrujó un poco más contra él y mejor así, porque, en ese instante, sus palabras aflojaron mis rodillas y todo mi cuerpo y no por una buena sensación. Lo miré a los ojos y, en efecto, lo vi perdido. Perdido y cansado, y por mi parte no supe si estaba viendo a Siroco o a Pedro, o quizá a ninguno de los dos.
Jadeé su nombre.
Pedro tiro hacia arriba las comisuras de sus labios; sin embargo, su intento de sonrisa no duró ni un parpadeo.
—Te amo —me dijo, y después me soltó—. Ahora debo irme. Te veo luego.
—Sí, claro. —La voz me tembló, porque el resto de mi cuerpo temblaba.
Toto lo llamó una vez más y Pedro fue hacia él para cumplir con la rueda de prensa y, previamente, con el pesaje.
Cuando se apartó, vi a Mónica, parada detrás de la valla, siguiendo a Pedro con la mirada. Ella tampoco tenía buen aspecto, pese al maquillaje y a que iba impecablemente vestida como siempre. Estaba tan sería y su mirada puesta en Pedro, tan opaca, tan... Mi garganta se cerró.
No tenía ni idea de lo que sucedía allí, pero no era nada bueno. Podía sentirlo en mi piel, en el pulso de mis venas.
Pedro tuvo mucho trabajo el resto del día; es que allí, más que en ninguna otra parte, los pilotos tenían contacto con los fans en diversos eventos que se desarrollaban a lo largo de todo el fin de semana.
Otra vez, cuando llegué al hotel, él ya estaba en la cama. En esa ocasión no leía comentarios en Internet, sino que veía una película en blanco y negro en la televisión.
Me acurruqué a su lado y me abrazó. No hablamos de la categoría, no hablamos de trabajo, solamente fuimos nosotros dos, como cualquier otra pareja, metidos en la cama, procurando descansar, dándonos cariño.
A la mañana siguiente fue otra historia; era día de carrera y todos en el circuito tenían un único objetivo: dar lo mejor de sí y partir de Suzuka con el mejor resultado posible. Para eso estábamos todos aquí.
Bueno, yo no estaba en el box para eso: técnicamente no tenía nada que hacer allí y, además, estando allí descuidaba mi trabajo, pero Pedro me había vuelto a llamar y no pude decirle que no.
Faltaban apenas pocos minutos para que abriesen la calle de boxes. Pedro me vio llegar y caminó hasta mí para apartarme de los demás.
Sus labios dieron con mi boca en un beso dulce.
—Puedes quedarte aquí, ya he hablado con Pablo. Mandará a alguien a ayudar a Suri.
—¿Qué?
—Quiero que te quedes aquí.
—Pedro, es mi trabajo.
—Vamos, si os conozco; sé que para esta hora tenéis todo el trabajo hecho y la cocina bajo control. Alguien le echará una mano con lo que precise. Además, yo te necesito aquí conmigo.
—Tú estarás en la pista corriendo, no aquí.
—Sí, pero necesito saber que estarás aquí.
—Pedro, por favor... —La angustia se transformó en una bola que atrancó mi garganta; Pedro volvía a tener el mismo aspecto que el día anterior después de la clasificación, y eso no estaba bien, no se sentía bien.
—Solamente quédate aquí. Esto es mejor cuando estás aquí para recibirme.
—Puedo hacer mi trabajo y estar aquí para recibirte, Pedro.
No dijo nada; tomó mi mano izquierda y la alzó hasta sus labios para depositar un beso en mi anillo de compromiso.
—Quiero casarme contigo.
Le sonreí.
—Sí, bueno, lo sospechaba. Me diste el anillo, ¿recuerdas? —bromeé.
—Me refiero a que deseo hacerlo pronto. Deberíamos elegir una fecha. Podemos regresar a Mónaco y hacerlo. Pediremos una cita en el ayuntamiento y nos casaremos.
Se me escapó una gran sonrisa.
—Eso suena muy bien.
—Sí, ¿no? Nosotros dos, para que me convierta en tu hombre y tú, en mi mujer. No tiene sentido que esperemos si ya lo somos. No quiero esperar más.
—Está bien. Me encanta la idea; tampoco necesito esperar, tengo muy claro que te quiero a ti y a nadie más.
—¡Qué afortunado soy! —Acercó su rostro al mío—. Te amo, petitona.
—Y yo a ti. —Le devolví el beso y después, por el lado de su hombro, vi a Toto con una mueca de no querer interrumpir lo que sucedía entre Pedro y yo —. Creo que te necesitan en tu coche, campeón. Anda, ve y diviértete mucho. —Otro beso rápido sobre sus labios—. Disfruta de la carrera.
—Eso haré.
Otro beso de él hacia mí.
—Quédate aquí y no te muevas.
—De acuerdo, no me iré.
—Te amo, Paula.
—Y yo a ti, Pedro.
—Te amo —repitió apenas dando un paso hacia atrás.
—Vete ya o Toto hará que me saquen de aquí si no te metes en tu bólido.
—Te amo.
—Lárgate de una vez —le dije riendo.
—Te amo más de lo que imaginé que podría amar.
—Pedro, es en serio, ve a correr.
—Sé que mi madre estaría feliz de saber que tú estás conmigo.
Se me puso la piel de gallina.
—Te amo —me dijo una vez más—. Nos vemos luego.
—Claro. —Parpadeé lentamente para guardarme su sonrisa—. Te amo.
Pedro me sonrió de nuevo y luego dio media vuelta para enfrentar la carrera.
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