domingo, 19 de mayo de 2019
CAPITULO 199
Todo el salón se había quedado en silencio: los clientes, en sus mesas; los que estaban de pie para comprar; los camareros, parados a medio camino.
—Cierra ya la boca —le gruñó Pedro.
—Campeón, te juro que no tendré remordimientos de golpearte a pesar de tus muletas.
—¿Ahora sales con esto? —resopló Pedro.
—¡¿Esto?!
Por el rabillo del ojo, vi a Étienne amagando con lanzarse sobre Pedro y me puse en medio.
—¡Alto! Étienne, por favor.
—¡Este desgraciado se lo merece!
—Sí, ya sé que sí, pero no merece la pena que tú te ensucies las manos con él.
—¡Me has cambiado por esto!
Pedro me sacó de quicio.
—¡Y tú me cambiaste por Mónica en un parpadeo, en cuanto las cosas se pusieron difíciles! Yo estaba lista para estar allí para ti, contigo, fuera lo que fuese que tuviésemos que enfrentar, y tú solamente me alejaste.
—Te amo —susurró en un tono lastimero.
Mis rodillas hicieron acuse de lo que oyeron mis oídos. Mi cuerpo perdió fuerzas. Quise ponerme a llorar y a gritar.
—¿De verdad, Pedro? ¿Por qué me cuesta tanto creer que eso pueda ser cierto?, ¿por qué te creo tan incapaz de eso?
—Porque lo hice todo mal contigo. —Se movió hacia un lado de la mesa y tendió una de sus manos en mi dirección, pero me aparté.
—¿Pensabas que viniendo así, apareciendo de la nada después de tanto, después de esfumarte de mi vida sin más, yo te diría que también te amo y que todo está olvidado? ¿Realmente crees que te mereces eso?
—Creo que eres mejor que yo y que eres capaz de creer en un amor roto, en un amor que yo rompí.
—Adularme no te servirá, campeón. Yo no soy tú.
—No, no ha sido eso lo que he querido decir.
—Entonces, ¿qué has querido decir?, porque hasta ahora no has dicho o hecho nada que pueda darme la mínima esperanza de que sí has cambiado, Pedro, de que no eres solamente Siroco...
—Soy más que Siroco, pero no sabía que lo era hasta que apareciste tú. — Pedro hizo una pausa para tragar; vi su cuello ensancharse—. Hasta que apareciste tú, mi vida era eso y nada más. Creía que era suficiente para mí, que era lo único que podía tener, para lo único que servía. Pensé que no necesitaba nada más que ganar carreras y campeonatos, que podría ser feliz así. Y luego llegaste tú y me hiciste ver que mi vida no era nada, solamente un montón de cosas que ni siquiera había pensado tener, cosas que pensé que no necesitaría para ser feliz. —Suspiró—. Con el accidente... todo cambió cuando supe que quizá perdería la pierna. Mi mundo se vino abajo. Lo único que había tenido
siempre... las carreras, estaba a punto de perderlo. Ése era mi mundo, mi lugar seguro, la posición en la que siempre me sentí fuerte. Creí que estaba intentando ser valiente al arriesgarme a conservar mi pierna; en realidad estaba escondiéndome detrás del peligro, al igual que con las carreras. Entré en pánico porque pensé que, si lo perdía, si ya no podía ser Siroco, no tendría nada que ofrecerte, que ya no sería nadie para ti, que me convertiría en nada, y al mismo tiempo me dio mucho miedo imaginar mi vida sin todo lo demás y solamente contigo. Todavía ni siquiera sé cómo hacer para quererte bien, para darte lo que te mereces, para hacerte feliz. Creí que lo tenía todo y después de que te fuiste...
—Después de que me echases —lo corregí.
—Sí —musitó—, después de que te apartase de mi vida, me di cuenta de que no tenía nada por lo que luchar. ¿Qué valor puede tener ganar carreras o campeonatos si no puedo vivirlos o celebrarlos contigo? Te necesito conmigo para poder ver mi vida con mejores ojos, para que me hagas alguien que puede ser algo más que Siroco y si puedo, y si me dejas, me gustaría darte mi vida. Sería un honor poder estar ahí para ti cuando lo necesites, aunque dudo mucho de que tú me necesites para nada, porque, mírate —alzó ambas manos para señalar a su alrededor. Se tambaleó—, es evidente que no me necesitas ni la mitad de lo que yo te necesito a ti, porque seguiste adelante con tu vida y yo no hago más que arrastrarme por ahí de un modo lastimero y sin sentido. —Pedro hizo una pausa en la que me miró fijamente a los ojos—. Te amo y, ante toda esta gente, te pido perdón por todo el daño que te he hecho, por todos los errores que he cometido. Por cada lágrima que te he hecho llorar. Lo siento, petitona, te juro que lo lamento y que daría cada uno de mis campeonatos y cada una de las carreras que he ganado si eso pudiese pagar tu perdón. Nada de lo que he conseguido hasta este día tiene valor sin ti, porque es como si todo lo que he hecho hubiese sido parte del camino que me llevaba a ti y, cuando llegué a ti, simplemente te dejé partir. Fue un desperdicio de tiempo, de energía... y lo peor de todo es que te herí. Te herí y ahora estás con alguien y yo no puedo hacer otra cosa que pensar en ti a cada segundo de mi vida, extrañarte y necesitarte cada vez más. Sin ti no soy nada, pero contigo puedo ser cualquier cosa. Te amo, petitona, y creo que, tanto si vuelves a mi lado como si no, te amaré por el resto de mis días.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario