domingo, 19 de mayo de 2019

CAPITULO 200





Quedé muda, muerta de miedo, muerta de amor.


—Por favor, di algo.


—Lo único que puedo decirte es que me da miedo darme la oportunidad de creer en ti.


—Yo te amo.


Vi sus ojos empañarse.


—A veces eso no es suficiente. Quizá me amases antes también, y no fue suficiente.


—Ven a Abu Dabi conmigo, por favor.


—¿Qué? A Abu Dabi, ¿para qué?


—Correré la última carrera.


—¿En este estado? —le espetó Eduardo.


—¿En serio? —le preguntó Pedro enojado—. Por qué no cierras la boca.


—Eh, cuida tu lengua —le gritó Étienne, saliendo en defensa de Eduardo.


Pedro le lanzó una mirada de odio.


—Por favor, petitona.


—Estás loco, Pedro, ¿de verdad correrás en este estado? No creas que no sé por qué lo haces. Todavía tienes oportunidad de ganar el campeonato. Estás absolutamente chiflado por exponerte a correr si apenas puedes mantenerte en pie.


—Correr sigue siendo mi pasión.


—Sí, creo que me queda muy claro.


—Quiero intentar hacer que las cosas sean como debieron ser.


—No puedes volver el tiempo atrás.


—Se suponía que llegaríamos al final de la temporada juntos.


—No puedo ir a Abu Dabi, Pedro; tengo trabajo.


—Sí, lo sé. Por cierto, esto es espectacular, pero te juro que serán unos días y que, tan pronto como acabe el fin de semana del gran premio, te traeré aquí de regreso en mi avión. Por favor, dame la oportunidad. ¿Es que ya no me amas? Si es así, si estás enamorada de él, dímelo. —Con el mentón, Pedro apuntó en dirección a Étienne.


Étienne giró su rostro hacia mí, con las cejas en alto, primero apretando los dientes, y un segundo después, sonriendo. Pedro no podía estar más equivocado. Al final una sonrisa terminó escapándoseme a mí también.


—¿Qué es tan gracioso? —espetó—. Claro, está bien, me lo merezco. Seguro que ya tienes tu vida planeada y resuelta. Martin me dijo que habías seguido adelante.


—Bueno, eso sí lo ha hecho. Pau es una luchadora nata, no como otros. Deberías ver nuestra casa. Justo hace un rato hablábamos de comprar un árbol de Navidad y de cuándo iríamos a por los adornos —canturreó Étienne.


El rostro de Pedro se ensombreció.


—¿Es... es eso cierto?


—Lo del árbol de Navidad y lo de los adornos, lo es. Bueno, lo de la casa también.


—Te he perdido —articuló perdiendo también la voz.


—Sus padres vendrán a celebrar las fiestas de Fin de Año con nosotros.


—Étienne, por favor.


Pedro se agarró a la mesa.


—Todavía no tenemos muebles, pero, si logro convencerla de que salgamos de compras, para cuando lleguen todos, la casa lucirá estupenda.


La cabeza de Pedro cayó.


—Una vez más he sido un estúpido contigo. ¿Cómo podía creer que continuarías esperándome después de lo que te hice?


Pedro...


—Ok, Pau. Es evidente que este hombre es un idiota y que no te conoce ni un poco —lanzó Étienne.


Pedro alzó la cabeza.


—¿Qué?


—¿De verdad crees que esta mujer es tan voluble, tan hueca, tan insensible como tú?


—¿Qué? —entonó Pedro una vez más, ahora con la voz todavía más estrangulada.


—Pau: definitivamente, este tipo no te merece. ¿No podías haberte enamorado de alguien más inteligente? Lo he visto correr y es increíble, pero a todas luces se nota que fuera de las pistas... —Étienne posó sus ojos en Pedronegando con la cabeza—. Hombre, de verdad que tú no entiendes nada.


—¿Qué es lo que tengo que entender?


Pedro, Étienne y yo vivimos juntos, pero no somos novios. Vive en mi casa porque todavía no tiene dónde instalarse y mi casa es nueva... y estoy pagando las remodelaciones y necesito compartir los gastos. El negocio va bien, pero es mucho dinero, de modo que le alquilo una habitación.


Pedro quedó petrificado, y Étienne y Eduardo comenzaron a reír.


—Y para más datos, campeón —comenzó a decirle Étienne—, soy gay.


Eduardo rio con más ganas.


Hubo otras risas perdidas por ahí en el salón.


—¿Entonces...? —Pedro no consiguió terminar la frase.


—Dudo de que te merezcas que todavía te quiera.


—No, no creo que me lo merezca, pero me gustaría ganarme ese derecho, si me das la oportunidad.


—¿Y tu idea de que yo te dé una oportunidad es hacerme correr a Abu Dabi detrás de ti? No me parece muy coherente, Pedro. La verdad es que lo veo como más de lo mismo.


—No, no, te juro que no es eso. Tan sólo me gustaría que compartiésemos juntos un momento que esperábamos compartir y después vendremos aquí... Me encantaría poder ayudarte a elegir muebles y conocer a tus padres... Sé que encontraríamos un modo de llevar lo nuestro adelante. No quiero que dejes esto, no quiero que lo dejes todo por mí, quiero que compartamos tu vida y la mía, quiero que lo vivamos todo...Te quiero a ti completa, porque así mi vida será más completa, más viva. Quiero poder ayudarte con esto; ya te lo he dicho, entiendo que no me necesitas... Bueno, en poco más de una semana tengo vacaciones y puedo venir a echarte una mano. No sé si seré buen camarero, pero quizá sirva para ayudaros en la hora punta o los sábados por la mañana, cuando hay más gente.


—¿Tu atendiendo mesas? —le espetó Eduardo—. ¿Y cómo harás eso con muletas? Y, discúlpame lo que te diré, pero no creo que seas bueno con las personas. Tienes muy mal genio.


Étienne rio y yo también.


—Puedo intentarlo —le contestó Pedro.


—Espantarás a la clientela.


—No haré eso, puedo ser amable.


—¿Ah, sí? —bromeó Eduardo.


—¡Claro que sí! —Pedro dio un respingo.


—Naaa, lo dudo. —Eduardo hizo un gesto con la mano como desestimando su idea.


—No sé, Eduardo, no lo descartemos tan pronto. Quizá a alguien le interese que el cinco veces campeón del mundo atienda su mesa y le sirva su café. ¿Qué dices, Pau? —me preguntó Étienne—. ¿Crees que puede ser rentable para la pastelería? Podrías tenerlo un mes a prueba.


—No sé, chef —intervino Eduardo—; yo creo que tendrían que ser nuestros clientes los que decidiesen.


Empecé a reír y a llorar de felicidad.


—¿Qué dicen ustedes?, ¿a alguno le gustaría que lo atendiese el cinco veces campeón de la Fórmula Uno? —preguntó Eduardo al aire, alzando la voz.


Hubo un par de abucheos, pero la mayoría de los gritos fueron un «sí», incluso por parte del resto de los camareros y de los empleados detrás del mostrador.


Pedro me sonrió con los ojos llenos de lágrimas.


—Y bien... ¿podrías darle una oportunidad a este amor roto?


—Que alguien me explique cómo es posible que este hombre sea supuestamente el mejor piloto del mundo y todavía no haya entendido que es probable que lo hayas perdonado en cuanto lo has visto cruzar la puerta —me dijo Étienne, y yo me carcajeé de la risa, llorando a mares.


—Tiene razón, eres un idiota, Pedro. Eres un idiota y, aun así, te amo.


Pedro me regaló su sonrisa más hermosa. Rodeé la mesa llevándomelo todo por delante y le tiré los brazos al cuello.


—Te amo, Pedro.


—Te amo, petitona. Te amo muchísimo, más que a nada en esta vida. Lo siento.


—No digas nada más y bésame, campeón.


—Con gusto.


—¡Al fin! —vitoreó Étienne.


Pedro me arrasó con su beso y con su abrazo.


A nuestro alrededor hubo gritos y silbidos de felicidad.


—Te amo, te amo, te amo —repitió en mi oído una y otra vez, estrechándome contra su cuerpo cuando dejamos de besarnos.




No hay comentarios:

Publicar un comentario