lunes, 20 de mayo de 2019
CAPITULO 202
Durante gran parte del vuelo a Abu Dabi nos contamos el uno al otro lo que habíamos estado haciendo durante ese tiempo en que estuvimos separados.
Pedro quiso saberlo todo sobre la pastelería, sobre cómo iba el negocio y sobre los empleados. Me pidió que le hablara de la casa que había comprado, cómo la había encontrado y cómo eran mis vecinos, y se preocupó por saber si yo era feliz con todo aquello.
De sus labios oí lo mucho que le había costado recuperarse, lo mal que había estado de salud, lo deprimido que se sintió más que nada por encontrarse tan solo sin mí, entre tanta gente que de un día para otro a él se le antojaron extraños que no lo conocían, que no tenían un idea real de quién era.
Pedro me explicó que incluso en la actualidad no estaba del todo repuesto.
Que su pierna lo mataba de dolor, que le costaba mucho caminar (ya había sido testigo de eso) y que los músculos de la pierna rota todavía no eran lo suficientemente fuertes, si bien el hueso ya había soldado.
Le repetí una vez más que me parecía una locura que volviese a correr tan pronto y Pedro me contestó que era lo mejor que podía hacer, pues, después de tantas estupideces cometidas, de tantos malos tragos que le había hecho pasar al equipo, lo menos que podía hacer era intentar ayudarlos a sumar puntos para que Bravío pudiese conservar un año más el campeonato de constructores.
Yo había visto a Helena dar lo mejor de sí, pero el otro piloto que había reemplazado a Pedro simplemente no podía con el automóvil, como si éste fuese demasiado para él.
Pedro me explicó que Helena y él debían cubrir al menos la segunda y tercera posición para que Bravío pudiese hacerse con el triunfo.
Y si él quería ganar el campeonato, debía llegar en la primera posición sí o sí, pero eso Pedro ni siquiera lo mencionó.
Lo que sí me contó fue que había viajado para ver a Haruki, para pedirle perdón por su estúpido comportamiento en la carrera, y que había tenido también una seria conversación adulta con Helena y su novia, en la que se disculpó con ambas por todo.
La charla que tampoco faltó fue la que mantuvo con Pablo. Pedro solamente me comentó que habían conversado largo y tendido sobre un montón de cosas y que, desde entonces, se sentía en verdad parte del equipo.
Ahora estábamos allí, en Abu Dabi. Difícil encontrar en todo el campeonato un lugar mejor en el que emplazar un gran premio, pues era espectacular.
Según me explicaron, la ciudad era la más rica del mundo y el dato no me sorprendió: desde el aeropuerto hasta el circuito eran un derroche de modernidad.
La pista estaba al borde de una marina con unas vistas irreales y nuestro hotel, literalmente a dos pasos del paddock.
Allí la Fórmula Uno era más Fórmula Uno que en ninguna otra parte del planeta y, con el campeonato terminando en este circuito, la expectativa y la emoción corrían tan fluidas como el dinero entre los espectadores y, por supuesto, entre los integrantes de los equipos.
Todo Bravío me recibió con los brazos abiertos, recordándome lo bueno que había sido trabajar con ellos y lo increíblemente afortunada que me sentía de haber tenido la oportunidad de vestir la camiseta del equipo.
Esa vez, mi paso por la cocina fue de visita para ver a Suri y para conocer a su nuevo ayudante, un chico mexicano que daba sus primeros pasos en la profesión, pero que se moría de ganas de aprender y que, además, era muy fanático de la categoría.
Me llenó de felicidad el poder ver a Martin y a los demás pilotos, compartir momentos con ellos y con Pedro, viendo a un Siroco mucho más relajado y sonriente, pese a que cada dos por tres le daban arranques de campeonísimo y se ponía como un loco y maldecía sus muletas y su pierna, la cual no acababa de sanar...
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