lunes, 20 de mayo de 2019
CAPITULO 203
El primer día fue extraño moverme por el circuito sin llevar el uniforme de Bravío; sin embargo, me gustó la idea de ir de aquí para allá de la mano de Pedro, saludando a todos los que ya conocía, pudiendo tomarme el tiempo para disfrutar de las pruebas libres, de los eventos en el circuito y de ver de cerca, y no a través de la pantalla de un televisor, sus entrevistas y sesiones de autógrafos.
Me encantó sentir su felicidad al sacarse fotos con los fans, al contestar cuando le preguntaban por su salud, que poco a poco mejoraba.
Lo que terminó de ponerme una sonrisa tonta en la cara fue que Pedro ya no ponía reparos en saludar a los que conocía, que no bajaba la vista al cruzarse con periodistas, con los empleados de la FIA o con los integrantes de otros equipos; fue como si, ya de verdad, estuviese decidido a disfrutar de su experiencia en la Fórmula Uno al completo, no exclusivamente cuando se encontraba solo dentro de su automóvil, dando vueltas alrededor del circuito.
Al entrar al box por delante de mí, sostenido por sus muletas, Pedro saludó a todos y fue directo hacia Helena, para conversar con ella sobre unos detalles que había notado en el pavimento del circuito al caminar por éste la noche anterior.
Aquella caminata, como aquella otra vez, nuestra primera vez, la hicimos ambos junto a Toto.
Hablaron de no sé qué cosas técnicas y luego Pedro se montó en su coche para hacer las primeras pruebas.
Pedro no arrasó en los tiempos como antes del accidente, pero estuvo entre los tres primeros, detrás de Martin y Helena. Su pierna no se lo ponía fácil y, entre prueba libre y prueba libre, comió y tomo una nueva dosis de calmantes mientras ponía la pierna en alto, envuelta en hielo.
En la segunda tanda de pruebas, ya a la luz de los potentes reflectores que iluminaban el circuito, Pedro marcó el mejor tiempo del fin de semana, en su última vuelta.
Lo malo fue que, cuando se bajó del monoplaza, estaba agotado y muerto de dolor; entre Toto y otros dos mecánicos tuvieron que ayudarlo a emerger del vehículo, porque solo no podía.
Esa noche intenté convencerlo de que no corriese, pero me dijo que estaba bien, que sabía que no se exigía a sí mismo más de lo recomendable y que quería hacerlo por el
equipo.
Sus pruebas del sábado por la mañana también fueron excelentes.
Cuando llegó la hora de la clasificación, se me hizo un nudo en el estómago porque quedaba claro quiénes peleaban por el campeonato y, si bien sabía que, por encima de todo, esos dos mejores amigos se adoraban y se querían mucho más que un mes atrás, pese a que Martin tenía muchas opciones de quedarse con el campeonato de pilotos, verlos luchar pulso a pulso no parecía justo. Era ponerme feliz por uno y angustiarme por el otro cada vez que uno de los dos bajaba su tiempo de vuelta.
Al final, en los dos últimos minutos de la clasificación y con todo el equipo Bravío, todo el circuito y todo Abu Dabi conteniendo el aliento, Pedro se hizo con la pole position entre gritos de algarabía, silbidos de felicidad, saltos de emoción y muchos abrazos que evidenciaban un año de tensiones que se deseaban liberar y la necesidad de buenas noticias.
Las cámaras nos grabaron y fotografiaron mientras saltábamos, gritábamos y lo celebrábamos en el box. Por poco me da algo de la sorpresa que me llevé cuando el padre de Pedro vino hacia mí todo emocionado y, con lágrimas en los ojos, me dio un abrazo.
Otra vez, después de nuestro festejo, cuando fuimos a recibir a un Pedro recién llegado de hacer su pole position, lo vi tener que ser ayudado por Toto y uno de los comisarios de la FIA para salir de su automóvil. Uno de los chicos del equipo llevaba las muletas de Pedro, pero al campeón tuvieron que llevarlo a hombros porque estaba realmente agotado.
Su pierna, su salud, lo exigente del circuito de Abu Dabi y la temperatura lo complicaban todo.
Fue un alivio verlo en la rueda de prensa después de la clasificación, mucho más repuesto y sonriente.
Martin se quedó con el segundo puesto en la parrilla de salida y Helena, con el tercero, por lo que todos en el equipo suspiraron medianamente aliviados, cruzando los dedos para que al día siguiente llegasen así al final de la carrera.
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