miércoles, 13 de marzo de 2019

CAPITULO 3




—Mamá... —Mi madre volvió a alzar la voz; aparté el teléfono de mi oreja —. Mamá, por favor, son sólo tres días más. Conseguimos cambiar...


La dejé expresar su angustia, admitiendo que no era la primera vez que le aseguraba que sólo serían unos pocos días más de retraso para vernos. Más de una vez le dije «es solamente una semana más y regresamos», y así llevábamos cinco meses, posponiendo una y otra vez la vuelta, alejándonos cada vez más de nuestra patria.


—Te lo juro, el miércoles nos subiremos a ese avión. Es que no quería perderme esta oportunidad. Nos pagarán un buen dinero y no hemos tenido problemas a la hora de cambiar los billetes de avión, no nos han aplicado ningún recargo. Sobre todo nos quedamos por vivir la experiencia; este momento no se repetirá otra vez.


—Lo sé —medio me gruñó a través de la línea telefónica—. Pero tu padre y tus hermanos...


—Me esperaban, lo sé. Pero ambas sabemos que se pondrán contentos cuando sepan que veré en directo las carreras... Cuando la veáis por la televisión en casa, sabréis que yo estaré por ahí, en el circuito. Diles que me haré fotos con todos los pilotos que pueda, que les pediré autógrafos para ellos; quizá hasta consiga algún que otro souvenir del equipo para llevar de recuerdo.


—Paula... —soltó mi madre, exasperada.


—Lo juro, lo juro, lo juro —repliqué con un tono que sonó a súplica fusionada con un fastidioso lloriqueo—. También quiero estar en casa de regreso... pero ésta es una oportunidad que no quiero perderme.


—No sé qué más decirte.


No necesitaba explicarme lo enfadada que estaba, se le notaba en la voz.


Cuando, después de dar a luz cuatro varones, me tuvo a mí, creyó que al fin tendría a su princesa; nada más lejos de la realidad... Mi madre quería trenzarme el cabello y yo odiaba hasta pasarme el cepillo; mi madre quería ponerme vestidos y yo le pedía pantalones con los cuales poder correr y trepar por ahí, libre. Tener cuatro hermanos varones había podido más que sus ganas de tener una muñequita a la que vestir de rosa.


Di un paso y llegué al espejo que colgaba junto a la ventana; en ese momento llevaba puesta una camiseta rosa y unos shorts vaqueros cortados; sin embargo, no tenía un aspecto demasiado femenino, y el cabello más largo en mi cabeza no tenía más de tres centímetros.


A ella casi le dio un infarto la primera vez que me lo corté así; debía de tener unos quince años y me escapé sola a la peluquería para acabar con esa melena que apenas si me llegaba a los hombros. En ese momento lo llevaba más corto que nunca y lo adoraba. Ésa del reflejo era yo al cien por cien.


Le sonreí a mi imagen, aunque con un poco de angustia, lo admito.


Regresar a casa no iba a resultar sencillo. 


Escaparme seis meses traería consecuencias y la verdad era que no me sentía muy segura de tener ni ganas ni fuerzas para enfrentarlas.


Oí la puerta y giré la cabeza para ver a Lorena entrar con las compras.


—Mami, por favor, en poco más de una semana estaré allí.


—¿Cómo voy a creerte?


No podía discutir con ella; mi madre muchas veces me sofocaba, aunque no por eso podía negarle en esa ocasión que en parte tenía mucha razón; de cualquier modo, no podía evitar pensar que, si la decepcionaba mi escapada, también la decepcionaría mi estancia en casa. Ella había hecho tantos planes
para mí... En lo único que había podido satisfacerla había sido con mis estudios; la pastelería siempre había sido mi pasión y, cuando acepté que me pagase la carrera de pastelera profesional en Francia, fue feliz pese a todo lo demás que no pude cumplir para ella.


Lorena puso cara de captar que hablaba con mi madre, pues tenía experiencia de sobra presenciando nuestras conversaciones. En silencio, se metió detrás de la barra que conectaba nuestra sala de estar con la diminuta cocina.


Pequeño y todo, ese apartamento era uno de los lugares más lujosos de los que nos habíamos hospedado. El amigo de un amigo de alguien que conocimos una semana antes de llegar aquí alquilaba varios iguales, principalmente para hombres de negocios, a grandes compañías multinacionales que llevaban de aquí para allá a sus empleados. Todavía no entendía cómo nos lo había conseguido completamente gratis, sólo teníamos que pagar los gastos de los servicios, lo que no era nada en comparación con las ventajas de su ubicación y las vistas que teníamos desde el balcón, por no mencionar una piscina a nuestra disposición, el gimnasio y diversos amenities.


—Mamá, Lorena acaba de llegar con las compras y tengo que ayudarla con eso, prometo llamar luego. Dales besos a todos de mi parte, ¿de acuerdo?


—¿Quizá deberías llamar tú a tu padre para contarle que te quedarás allí más días?


Puse los ojos en blanco. Debí de suponer que no sería tan sencillo. Mi padre estaba en ese momento en un cena de trabajo, mientras que aquí todavía era de mañana.


Mi compañera abrió la nevera y metió dentro un pack de cervezas y dos botellas de leche, dedicándome otra de sus muecas.


—Tú sabrás lo que haces. —Ése era su latiguillo preferido, me lo soltaba siempre que podía.


—Sí.


—Bien, tú misma.


Mi madre puso así más distancia entre nosotras que los kilómetros que separaban Melbourne de Buenos Aires.


—Te quiero, mamá. Besos para todos. Intentaré llamar en otro momento para hablar con los demás.


Ella emitió un descreído «sí», me dijo que me quería, mandó saludos para Lorena, nos despedimos y colgó.


Suspiré al posar el teléfono sobre su base.


—No está nada feliz, ¿no es así?


Negué con la cabeza ante las palabras de Paula.


—Ya no cree ni una palabra de lo que le digo y en parte tiene razón; he anunciado muchas veces que iba a regresar y, hasta ahora, no he cumplido lo prometido.


—Serán sólo unos días; además, ésta es una oportunidad que no podemos desperdiciar. Está todo organizado, nos esperan allí mañana. —Paula hizo a un lado la caja de cereales y con los labios formó una sonrisa inmensa. Soltó
un grito.


Grité con ella de pura emoción, ésa iba a ser nuestra última gran aventura del viaje.


—Me muero de ganas de pisar el circuito.


—Y yo. ¿Te han dicho algo más? —inquirí. Antes de comprar tenía que ir a encontrarse con alguien del equipo Bravío para entregarle los contratos que el día anterior había traído para firmar.


—Está todo arreglado. Me han indicado la entrada por la que deberemos acceder al recinto; allí nos darán nuestros pases para entrar al circuito y no sé qué más. Por lo visto está todo muy controlado, hay máxima seguridad. Alguien del equipo vendrá a por nosotras a la puerta para recibirnos; debes saber que no somos las únicas personas externas que han contratado, creo que hay otras tres más, y nos han citado a todas a la misma hora. Tenemos que estar a las ocho de la mañana, porque el equipo comienza a trabajar mucho antes de que de inicio toda la locura propia de la competición. Según tengo entendido, los mecánicos han llegado hoy y ya hay gente montando todo el asunto en los boxes.


Me moría de ganas de meter un pie en ese mundo.


—Todavía no me lo creo.


—Nos lo pasaremos genial, incluso si nos hacen currar como locas.


Tomé asiento en una de las banquetas.


Tantas aventuras pasadas, tantos meses disfrutando de una vida irreal que, en realidad, nos había enseñado tanto... Me costaba pensar en mi hogar, en instalarme permanentemente en una única ciudad, en la idea de sentar la cabeza, de montarme una existencia alejada de los saltos nómadas al vacío, en la que no me preocupaba demasiado mantener un trabajo, donde no tenía horarios para levantarme o acostarme, y en la que debía espabilarme para buscar dónde pasar la noche. Apenas si recordaba lo que significaba la palabra rutina y, hasta cierto punto, tampoco la palabra responsabilidad, porque, cuando sabes que puedes moverte, casi escaparte de algo sin mucho problema, las cosas resultan más sencillas. De cualquier modo, el hecho de viajar durante seis meses me había obligado a madurar en otros aspectos y me había enseñado cosas del mundo y de la gente, e incluso de mí misma, que en casa quizá no hubiese aprendido, no al menos del mismo modo. Todas estas experiencias habían calado de un modo muy hondo en mí.


Quería volver, de todo corazón deseaba estar en casa otra vez, pero... al mismo tiempo, la idea me sofocaba. Y asustaba.


—¿En qué piensas? —preguntó Lorena.


Me había perdido en mis propias reflexiones.


—En nuestra experiencia fuera de casa. Me asusta volver. No creo ser la misma persona que salió de allí. —Sonreí—. Por suerte, no lo somos. Sería una pena si, después de tantas nuevas vivencias, fuésemos las mismas, pero es extraño. No sé, no estoy segura de lo que quiero.


—Ni yo —contestó seria—. Imagino que en mi casa todavía esperan que regrese para ponerme a trabajar en la agencia, pero ya no sé si la publicidad es lo mío. El mundo ha sido lo nuestro estos últimos seis meses.


—Sí, es difícil mentalizarse de que eso va a terminar pronto. —Le hice una mueca para aflojar la tensión; quería que continuásemos sintiéndonos libres un poco más.


¿Por qué tenía tanto miedo de perder la libertad que creía ganada si tenía claro que ésta iría conmigo adonde quiera que fuese?


—Todavía nos quedan unos días y pienso disfrutarlos —añadí.


—Y yo. Después de esto, tenemos toda la vida para preocuparnos por todo lo demás.


En mi cabeza reproduje las palabras de mi madre: «es hora de que planifiques tu futuro de una vez, de que madures.»


Ser la menor de cinco hermanos, tener cuatro hermanos varones que me cuidaban, que me defendían, que se responsabilizaban de mí, de todas mis travesuras y metidas de pata, ser la única chica... Mi madre se echaba la culpa por haberme soltado demasiado la cuerda, por no haberme puesto freno.


«Soy un descontrol», me dije.


Noté que Lorena se había quedado observándome.


—¡Mañana seremos parte del equipo Bravío! —chillé alzando los brazos para disimular el momento.


—¡Sí!—gritó Lorena todavía más fuerte que yo.





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