jueves, 14 de marzo de 2019
CAPITULO 8
Seguimos avanzando y vi el sector que correspondía al equipo Bravío; allí estaban sus vehículos y muchos de los componentes del equipo, todos vestidos de la misma manera... algunos en manga de camisa, otros con unas chaquetas, pero siempre en los colores del equipo: blanco, plateado, negro y violeta. A nuestro lado izquierdo había un edificio gris que imaginé que debía de ser el de los boxes.
—Seguidme por aquí, por favor —pidió Érica internándose entre los camiones y autocaravanas de Bravío.
Dos hombres conversaban junto a la cabina de uno de los camiones. Uno era muy alto, corpulento y rubio; el otro, igual de alto, pero algo más delgado y de cabello castaño. Ambos debían rondar los cuarenta años. El de cabello oscuro tenía una mueca seria; sin embargo, ésta no conseguía ensombrecer lo guapo que era. Se notaba que discutían asuntos importantes; no obstante, el rubio de pequeños ojos claros tenía una mirada chispeante. Me sonrió cuando se dio cuenta de que me había quedado mirándolo.
—No, a las doce será imposible; ya sabes que tiene un horario muy ajustado. —Una mujer, con el teléfono en una mano, consultó algo en unos papeles que tenía dentro de una carpeta y volvió a hablarle a su móvil—. ¿Qué te parece a las dos y cuarto? —le propuso en un inglés con un acento extraño a su interlocutor.
Ella estaba sentada en una silla plegable a las puertas de una autocaravana de aspecto increíblemente lujoso.
Pasamos de largo.
—Os daré vuestros uniformes y más tarde os enseñaré los alrededores para que sepáis dónde está todo —nos comentó Érica. Yo había dejado de prestarle atención, observando lo que nos rodeaba—. Aquí es. —Se detuvo, y todos nosotros con ella, frente a una carpa violeta de ventanas de plástico con el nombre de Bravío en negro, blanco y plateado. Por la abertura pude vislumbrar que dentro había montada una oficina con dos escritorios enfrentados, muchos ordenadores portátiles, igual cantidad de papeles, cajas de las cuales sobresalía merchandising del equipo (gorras, camisetas, cintas de esas para colgarse del cuello y otras tantas cosas que no distinguí qué eran).
A un lado había un espacio de reuniones con una mesa rodeada de al menos media docena de sillas. Sobre la mesa pude contar cinco pilas con unas bolsas trasparentes: unas contenían algo negro; otras, unas cosas blancas. Las pilas debían de tener unos cuarenta centímetros de alto y, en la parte superior de cada una, una gorra del equipo.
—Éstos son vuestros uniformes. —Érica palmeó una de las pilas—. Ya nos disteis vuestras tallas de ropa, así que deberían quedaros bien; de todos modos, si no es así, me avisáis y os lo cambiaré. Las bolsas contienen pantalones, camisas y unas chaquetas de abrigo. Podréis quedaros con todo cuando termine el evento; tan sólo os pido que seáis cuidadosos con vuestro aspecto y que mantengáis limpios vuestros uniformes; la imagen de cada uno de vosotros es un reflejo del equipo. Además, tenéis ropa suficiente para cambiaros si os ensuciáis. De cualquier manera, si necesitáis más, no tenéis más que pedirlo. Ahora os indicaré dónde podéis cambiaros para poder comenzar a trabajar. Os mostraré dónde queda nuestra cocina y el sector en el que trabajaréis. Os pido que, por favor, mantengáis siempre visible vuestras identificaciones; aquí la seguridad también es un aspecto de máxima importancia.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
Ayyyyyyyyy, ya me estoy impacientando, ya quiero que se conozcan Pau y el campeón.
ResponderEliminar