viernes, 19 de abril de 2019
CAPITULO 101
Eché un vistazo hacia atrás, pensando que Pedro debería estar conmigo en ese instante y no con ella.
Di la vuelta y, entre incrédula, cabreada y sorprendida, eché a andar en dirección a la cocina, limpiándome la cara con la toalla.
—¡Paula!
Martin ya no me llamaba Duendecillo.
Me sujetó por el codo.
—¿Estás bien?
—¿A ti qué te parece? —le gruñí en respuesta.
—¿Adónde vas?
—No sé. A la cocina. Tengo que limpiarme. ¡Tan sólo mírame! —vociferé sintiendo que todo se escapaba de mí y, entonces sí, las lágrimas salieron de mis ojos.
—No, ven aquí. —Martin me abrazó—. Mejor te llevo a mi autocaravana.
—No es necesario. —Me limpié las lágrimas y parte de los restos de la tarta con la toalla.
—Sí es necesario.
—Ella tiene razón —lloriqueé. Mónica tenía razón; yo no sabía nada de él, y lo que más pavor me causaba era que Pedro no me permitiese saber nada de él, que se mantuviese alejado de mí. ¿Por qué todavía no estaba allí conmigo?
Después de todo, Mónica había sido la que había empezado, atacándome en primer lugar.
—No, no le hagas caso. Ven aquí. —Tiró de mí hacia él para guiar nuestros cuerpos hacia la calle a la izquierda—. Si la buscan, estará conmigo en mi autocaravana —le oí avisar a Suri.
—Pero...
Martin no le permitió objetar nada.
—Tú sólo díselo —insistió con una voz pesada que no le conocía.
No me quedaron ganas de oponer resistencia.
Martin me llevó consigo en dirección al sector dispuesto para los camiones y autocaravanas del equipo Asa.
Yo anduve, dejando tras de mí un reguero de trozos de tarta y frosting de colores.
—No puedo creer que te hiciese esto —murmuró Martin
—¿Quién? —pregunté girando la cabeza para mirarlo.
Martin no me contestó, dirigió la vista al frente.
—Mónica es una desquiciada.
—Eso no es ninguna novedad. —Hizo una pausa—. Pedro no debería haber hecho eso frente a todas las cámaras —añadió apresurando el paso—. Fue una estupidez.
—Fue romántico y la verdad es que... —Lo miré; estaba demasiado serio. A decir verdad, yo creía que estaría contento de que Pedro y yo estuviésemos juntos—. ¿Qué pasa?, ¿te molesta que nosotros...? —Plantándome sobre mis pies, lo obligué a detenerse.
—No, no me molesta. —Suspiró—. Es el modo en que lo ha hecho. No debió comportarse así. Él jamás hace este tipo de cosas.
—Sí, todos no hacéis más que repetir eso.
Martin me sujetó por los hombros una vez más, alentándome a seguir caminando.
—Entiende que no debió hacerlo. No era el modo. Aún menos si había roto con Mónica esa misma mañana. Imagínatela a ella viéndolo todo...
La imaginé.
—Sí, lo sé, es que...
—Últimamente me cuesta mucho entender las cosas que hace Pedro.
—¿A qué te refieres?
—A que está descontrolado con todo el asunto del campeonato. Descontrolado con todo. Se ha puesto demasiada presión sobre los hombros y a su alrededor no han hecho otra cosa que echarle encima todavía más presión. El campeón no piensa con claridad.
—¿Estás insinuando que no lo pensó al terminar con Mónica y empezar conmigo?
Martin guardó silencio.
—¡¿Martin?! —chillé.
—No es por ti, Duendecillo. El campeón es difícil, es eso. Todo lo que lo rodea es complicado, y no me gusta que te zambulla en su mundo sin avisarte antes para que, al menos, tomes una buena bocanada de aire.
—¿Qué dices?
—Que así como deseaba que fueses su amiga porque lo quiero, porque es mi hermano y quiero lo mejor para él, también te protegeré a ti si es preciso... y lo de hoy, ante el podio, esto de la tarta y él lejos de aquí en este instante, no me gusta.
—Si has sido tú quien me ha apartado de allí —jadeé desconcertada.
—Le daremos el beneficio de la duda. Si no está aquí en un par de minutos, va a saber lo que es bueno. De todas formas, nada de esto ha estado bien. Si quería algo contigo, debería haberlo hecho bien, no así, no cuando hasta anoche todavía seguía con Mónica, no cuando ella estaba acreditada al box para cubrir de primera mano toda esa pantomima del cumpleaños.
Nunca había visto a Martin así de genuinamente enojado. Las diferencias entre su expresión de aquel momento y la mueca habitual en su rostro, y en la alegría que desprendía a todas horas, eran muy sutiles para quien no lo conociera; a mí no me pasaron desapercibidas. La verdad es que su reacción me pareció exagerada. No dije nada; no quería pensar y ni siquiera saber si había otros motivos además de los que acababa de exponerme en voz alta.
Martin tiró de la puerta de su autocaravana y me hizo pasar.
Creo que por poco hace la puerta giratoria al cerrarla.
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